Si se considera el cristianismo como un documento histórico, entonces se debe tratar de tener una información sólida sobre lo que propiamente constituye la doctrina cristiana. Si el sujeto que se aplica a esta investigación está infinitamente interesado en su relación a esta verdad, pronto caería aquí en la desesperación, porque nada es más fácil de ver que en el campo de la historia la certeza más grande se reduce de todos modos a una aproximación, y que una aproximación es muy poca cosa para que sobre ella se pueda construir la beatitud propia. Por otra parte, el sujeto que se entrega a la investigación con un interés puramente histórico (.........) se dispone al trabajo, se aplica a estudios enormes, a los cuales él mismo aporta contribuciones nuevas, hasta sus 70 años y, justo quince días antes de la muerte, espera la publicación de una nueva obra suya que deberá poner luz sobre un aspecto entero de la consideración. (.......)
Ahora bien, cuando se busca desde el punto de vista histórico la verdad del cristianismo o se pregunta qué es o no es la verdad cristiana, inmediatamente la Sagrada Escritura se presenta como un documento decisivo.
Aquí el estudioso debe asegurarse la mayor certeza posible; en cambio, a mí poco me importa si tengo erudición o si no tengo en absoluto. A mi parecer, es más importante que se comprenda y se tenga en mente que aun con la erudición y la perseverancia más asombrosa y aun si las cabezas de todos los críticos de este mundo fueran soldadas sobre un mismo cuello, sin embargo no se va más allá de una aproximación, y que hay una desproporción esencial entre esta curiosidad erudita y el interés personal infinito de alguien por su salvación eterna.
(NOTA AL PIE DE PÁGINA: Al acentuar esta contradicción, las Migajas Filosóficas exponían o mejor dicho planteaban el problema: el cristianismo es algo histórico –respecto del cual la más alta forma de saber no es más que una aproximación; la consideración histórica más magistral es solamente un magistral "más o menos", un "casi casi"- y no obstante quiere, en cuanto (qua) histórico, precisamente mediante el momento histórico, tener una importancia decisiva para la salvación eterna del hombre. De donde se sigue que la modesta destreza del ensayo estaba siempre únicamente en el planteo del problema, en desencallarlo de todas las tentativas verbosas y especulativas, las que por cierto explican bien esto: que el que explica no tiene la más mínima idea de aquello de que se habla.)
Cuando la Esritura es considerada como el precepto más seguro para decidir lo que es cristiano y lo que no lo es, entonces es necesario que la Escritura esté históricamente fundada.
Aquí se trata, por lo tanto, de la pertenencia de los singulares escritos bíblicos al Canon, de su autenticidad, integridad, de la credibilidad de los respectivos autores........... ¡Qué dispendio de tiempo, de aplicación, de fuerzas estupendas, qué bagaje de cultura no se requerirán de generación en generación para semejante empresa! Y sin embargo basta aquí una pequeña duda dialéctica que toque los presupuestos para estorbar durante largo tiempo el engranaje entero, para obstruir la via subterránea que conduce al cristianismo, que se ha querido construir con el método científico y objetivo, en lugar de dejar el problema en su propia esfera: la subjetividad...........
Para él /el que busca la salvación eterna/ el rechazo de Lutero de la carta de Santiago es suficiente para hundirlo en la desesperación............
Las generaciones una tras otra se suceden en la tumba; nuevas dificultades han sido encontradas y vencidas, y nuevas dificultades han aparecido. Como por herencia se ha transmitido de generación en generación la ilusión de que el método era adecuado pero no había dado aún con los doctos investigadores, etc. Todos parecen sentirse a sus anchas y todos se vuelven cada vez más objetivos. El interés personal infinitamente apasionado del sujeto (que es la posibilidad de la fe y luego la fe......) se evapora siempre más porque se difiere la decisión, y la decisión es diferida en cuanto debería seguir como resultado directamente del resultado de la investigación de los eruditos.
Supongamos ahora que hayamos logrado probar lo que el teólogo más aguerrido no ha logrado en los momentos más felices de su actividad científica. Estos libros, y ningún otro, pertenecen al Canon, son auténticos, completos, y sus autores son dignos de fe....... Por otra parte, en los libros sagrados no hay indicio alguno de contradicción. Pero seamos muy cautos con esta hipótesis nuestra, porque si se manifestara siquiera una sola frase contradictoria, henos aquí atrapados en un paréntesis y el trajinar crítico-filológico nos llevaría pronto fuera de camino. En general, para que la tarea pueda ser fácil y simple sólo es necesaria una cautela dietética, la abstención de todo intermedio erudito que en un abrir y cerrar de ojos podría degenerar en un paréntesis cuya duración alcanzaría a un siglo. Quizás esto no sea algo tan fácil, y como el hombre está en peligro dondequiera que vaya, así el desarrollo dialéctico está en peligro en todas partes, esto es en el peligro de deslizarse en un paréntesis......
Supongamos entonces que todo está en su lugar en lo que respecta a la Sagrada Escritura, ¿y con eso? Aquél que no tenía fe ¿ha hecho algún avance para acercarse a la fe? No, ni siquiera un paso. Porque la fe no resulta de una reflexión científica directa, y ni siquiera directamente; por el contrario, en esta objetividad se pierde el interés personal de la pasión infinita que es la condición de la fe, ese ubique et nusquam en que la fe se desarrolla. En el creyente, la fe ¿ha adquirido alguna vez vigor y fuerza con la erudición? En absoluto, ni siquiera una migaja; más bien se encuentra tan a disgusto en la masa de este saber,en esta certeza que se apiña ante la puerta de la fe y la lisonjea, que será necesario mucho esfuerzo, mucho temor y temblor para no caer en tentación y no intercambiar el saber por la fe. Mientras la fe tenía hasta ahora un pedagogo oportuno en la incertidumbre, tendrá en cambio en la certeza a su enemigo más peligroso. En efecto, una vez eliminada la pasión,tampoco la fe ya existe y certeza y pasión no concuerdan............
Aunque todos los ángeles pusieran manos a la obra, no podrían proporcionar más que una aproximación, porque respecto de un saber histórico la única certeza consiste en una aproximación........
Pongamos ahora elcaso contario, esto es que los enemigos logren probar con la Escritura todo lo que desean, con tal certeza que superen el deseo más ardiente del enemigo más encendido. ¿Y entonces? ¿Ha logrado el enemigo acaso abolir el cristianismo? Para nada. ¿Ha dañado acaso al creyente? En lo más mínimo, ni siquiera una migaja.¿Ha adquirido acaso el derecho de desembarazarse él de la responsabilidad de ser un creyente? Del hecho de que estos libros no son de estos autores, no son auténticos, no son íntegros, no son inspirados (esto, sin embargo, no puede ser probado por el adversario, porque es objeto de la fe), no se sigue en absoluto que estos autores no hayan existido y sobre todo que Cristo no haya existido. En esta situación, el creyente queda aún igualmente libre de asumir el cristianismo, igualmente libre, nótese bien; porque si lo ha asumido por fuerza de alguna demostración, él ya estaba en posición de abandonar la fe. Si de todos modos las cosas no llegan a este punto, el creyente tendrá siempre alguna culpa cuando, queriendo dar una demostración por su cuenta, ha invitado y ha comenzado a declarar vencedor al incrédulo con querer demostrar también él. Aquí está el nudo, y vuelvo a la teología erudita. ¿Para ventaja de quién se propone la demostración? La fe no tiene necesidad de ella, es más, debe considerarla una enemiga propia. En cambio, cuando la fe comienza a avergonzarse de sí misma, cuando como una amante que no se contenta con amar, sino que astutamente se avergüenza del amado y entonces encuentra conveniente probar que el amado es algo eminente: cuando, pues, la fe comienza a perder su pasión; cuando, por consiguiente, la fe comienza a dejar de ser fe, entonces la demostración deviene necesaria para gozar de la consideración burguesa en la incredulidad. De lo que se ha hecho en este punto para el intercambio de categorías en materia de idioteces retóricas por parte de los oradores eclesiásticos, ay de mí, es mejor no hablar........... ¡La especulación ha comprendido todo,todo, todo! El orador sagrado se contiene un poco, confiesa que aún no ha comprendido todo, confiesa que él aspira a... (¡pobre tonto, aquí hay un intercambio de categorías!). "Si hay alguien que ha comprendido todo", dice, "entonces yo confieso" (ay, él se avergüenza, y no se da cuenta de que debería hacer uso de la ironía con los otros) "que no he comprendido todo, que no puedo demostrar todo, y nosotros más pobrecitos" (ay, él siente su propia pequeñez en un sitio muy errado) "debemos contentarnos con la fe". (Pobre desconocida, suprema pasión: fe, ¡que tú debas conformarte con semejante defensor! ¡Pobre tonto pastor, que tú no sepas en absoluto de qué cosa se está hablando!...................
Continuando por esta vía de probar y buscar pruebas para la verdad del cristianismo, se tendrá finalmente el extraño resultado de que cuando se haya terminado de probar su verdad, el cristianismo habrá cesado de existir como algo presente. Será reducido a algo histórico al punto de ser considerado un acontecimiento pasado, cuya verdad –es decir, su verdad histórica- ahora se habrá vuelto verídica. De este modo la profecía tan preocupante de Lucas, 18,8 ("Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"), tendrá su cumplimiento.
La primera dificultad dialéctica con la Biblia es qe se trata de un documento histórico; que en cuanto hacemos de ella el punto de apoyo para la determinación del cristianismo, entonces comienza el proceso de aproximación introductoria, y el sujeto se distrae en un paréntesis cuya conclusión puede ser postergada por toda la eternidad. El Nuevo Testamento es algo pasado y por lo tanto, en un sentido más riguroso, algo histórico. Es precisamente éste el aspecto que puede desviar, al impedir que el problema se vuelva subjetivo tratándolo objetivamente, y esto no conduce a nada.
La garantía de los dieciocho siglos de cristianismo, que el cristianismo ha penetrado en todos los aspectos de la vida, que ha transformado el mundo, etc., esta garantía es precisamente una escapatoria con la cual el sujeto que ha de decidir y elegir es embaucado y va rodando hacia la perdición. Dieciocho siglos no tienen mayor fuerza demostrativa que un día respecto de la verdad eterna que debe ser decisiva para una beatitud eterna: en cambio, los dieciocho siglos y todo, todo, todo lo que se ha contado y repetido en esta ocasión tiene una potencia de disipación que distrae egregiamente. Cada hombre por naturaleza está dispuesto a transformarse en un pensador (¡honor y gloria a Dios que ha hecho al hombre a su imagen y semejanza!). No es culpa de Dios si luego la costumbre y el vaivén cotidiano, la carencia de pasión y la afectación y el chismorreo con los amigotes y los vecinos, terminan poco a poco por corromper a los más y volverlos despreocupados – ¡y construyen su eterna beatitud sobre esto y sobre esto otro aún y luego sobre esto una tercera fe!- sin darse cuenta de que el secreto es que ese su hablar de su beatitud eterna es afectación precisamente porque falta la pasión: ¡por eso ella podría fundarse egregiamente incluso sobre fósforos!
El orador aísla al sujeto que medita o que duda de todo vínculo con los otros y coloca ante la mirada del pobre pecador a las innumerables generaciones y a los exterminados millones, y lo apostrofa: ¿tendrías ahora tanto coraje como para negar la verdad? ¿Osarías imaginar que tú tienes la verdad y que dieciocho siglos, innumerables generaciones y millones de exterminados han vivido en el error? ¿Tendrías el coraje, tú, singular miserable, de precipitar en la perdición a todos estos millones de exterminados, es más, a la humanidad entera?
...............Detrás de ese monstruoso biombo (de los millones de exterminados), he ahí el orador cobarde que se tambalea cuando utiliza ese argumento porque también él sospecha la contradicción que hay en todo su comportamiento.
(Capítulo Primero)
El pensador especulativo considera el cristianismo como un fenómeno histórico. Pero consideremos que el cristianismo no es en absoluto eso. "¡Qué tontería", se oye decir a alguien, "qué caza incomparable de originalidad, decir semejante cosa cuando en estos tiempos la especulación ha concebido la necesidad de la realidad histórica!"
Si el especulativo es al mismo tiempo un creyente.............(y) dice querer construir su propia salvación eterna sobre la especulación, se contradice de manera cómica; porque la especulación en su objetividad es del todo indiferente especto de mi salvación eterna y de quienquiera que sea: mientras que la salvación eterna consiste precisamente en el esquivo sentimiento de sí de la subjetividad, adquirido con esfuerzo extremo. Él al mismo tiempo miente haciéndose pasar por un creyente.
O bien el especulativo no es un creyente. El especulativo, resulta claro, no es cómico porque no considera en absoluto la cuestión de su salvación eterna. El lado cómico se manifiesta cuando la subjetividad con un interés infinitamente apasionado quiere plantear la propia salvación en relación con la especulación. En cambio, el especulativo no plantea el problema del que hablamos porque, como especulativo, el hombre llega a ser precisamente demasiado objetivo para preocuparse de su propia salvación eterna. Aquí hace falta una sola palabra, en caso de que alguien malinterpretara alguna de mis expresiones, para que quede claro que es él que me malinterpreta y yo no tengo la culpa. Honor a la especulación y alabanza a quienquiera que en verdad se ocupa de ella. Negar el valor de la especulación (aun cuando se pueda desear que los cambistas sean expulsados del atrio del templo –Mateo, 21,12- como profanos) sería a mis ojos un prostituirse a sí mismos, y sería particularmente una estupidez por parte de aquél que hubiese consagrado a su servicio la mayor parte de su vida según sus débiles fuerzas, una estupidez especialmente por parte de aquél que admira a los griegos. Porque éste sabrá de cierto que Aristóteles, cuando trata sobre la esencia de la felicidad, pone la suprema felicidad en el pensar, recordando que el dichoso pasatiempo de los dioses es el pensamiento. Él debe, además, hacerse confeccionar una idea adecuada del entusiasmo intrépido del hombre de ciencia, y tener respeto por su perseverancia al servicio de la idea. Pero para el especulativo la cuestión de su personal salvación eterna no se presenta en absoluto, justamente porque su tarea consiste cada vez más en alejarse de sí mismo y en volverse objetivo y así disiparse frente a sí mismo y llegar a ser la fuerza contemplativa de la especulación. Todo este estado de cosas yo lo conozco muy bien. Mas, he aquí que los dioses bienaventurados, estos grandes modelos del especulativo, no estaban en absoluto preocupados por la propia salvación eterna. Así el problema no se presenta en absoluto en el paganismo. Pero tratar el cristianismo del mismo modo, no es más que sembrar confusión. Puesto que el hombre es una síntesis de tiempo y de eternidad, la beatitud de la especulación que pueda tener el especulativo será una ilusión, pues no es sino en el tiempo que él quiere ser eterno. Y en esto estriba la falsedad del especulativo. El interés infinitamente apasionado por su personal salvación eterna es, por tanto, más alto que la felicidad de la especulación. Es más alto porque es precisamente más verdadero, porque expresa exactamente la síntesis.
Objetivamente el cristianismo no se deja observar, porque quiere empujar la subjetividad al extremo; cuando la subjetividad es así puesta de modo exacto no puede ligar la propia salvación eterna a la especulación.
Ahora bien, si el cristianismo exige del sujeto singular este interés infinito (lo que se supone, porque en esto consiste el problema), entonces se ve fácilmente que es imposible para el sujeto encontrar en la especulación lo que él busca. Esto también se puede expresar diciendo que la especulación no permite en absoluto que el problema se presente: luego toda su solución no es más que una mistificación.
(Capítulo Segundo)
UNA PRIMERA Y ÚLTIMA EXPLICACIÓN
Formalmente y por amor a la regularidad reconozco aquí, cosa que es difícil que realiter alguien tenga interés en saber, que yo soy, como se dice, el autor de Aut-Aut (Víctor Eremita), Copenhague, febrero 1843; Temor y Temblor (Johannes de Silentio), 1843; La Repetición (Constantin Constantius), 1843; El Concepto de la Angustia (Vigilius Haufniensis), 1844; Los Prefacios (Nicolaus Notabene), 1844; Las Migajas Filosóficas (Johannes Climacus), 1844; Los Estadios en el Camino de la Vida (Hilarius Bogbinder, Willian Afham, El Asesor, Frater Taciturnus), 1845; El Post-Scriptum Definitivo a Las Migajas Filosóficas (Johannes Climacus), 1846; un artículo en la revista "Faedrelandet", Nº 1168, 1843 (Víctor Eremita); dos artículos en "Faedrelandet", enero 1846 (Frater Taciturnus).
Mi pseudonimia o polionimia no tiene una razón casual en mi persona (ciertamente no por temor a un castigo por parte de la ley, porque respecto de esto tengo conciencia de no haber infringido ninguna ley, y por lo demás tanto el impresor como el censor qua oficial público, contemporáneamente a la publicación del escrito siempre han sido informados oficialmente sobre quién era el autor), sino una razón esencial en la misma producción, la cual a causa del estilo de la réplica, de la variedad psicológica de las diferencias individuales, exigía desde el punto de vista poético el desprejuicio en el bien y en el mal, en la contrición y en la disipación, en la desesperación y en la arrogancia, en el sufrimiento y en la exultación, etc.: indiferencia que no está limitada idealmente más que por la coherencia psicológica, que ninguna persona en carne y huesos podría o querría permitirse en la limitación moral de la realidad. Por lo tanto, todo lo que está escrito es realmente mío, pero sólo en cuanto yo pongo en boca de la personalidad poética real del autor su concepción de la vida, como puede escucharse en las réplicas de respuesta, porque mi relación con la obra es aún más exterior que la de un poeta que crea personajes, y sin embargo es él mismo el autor. Yo soy, en efecto, impersonal o personalmente en tercera persona un apuntador que ha producido poéticamente autores cuyos Prefacios son también producción de ellos, así como lo son sus propios nombres. Por eso, no hay en los libros pseudónimos ni siquiera una sola palabra que sea mía; yo no tengo de ellos ninguna opinión sino como tercera persona, ningún conocimiento de su importancia sino como cualquier lector, ni siquiera la más lejana relación privada con ellos, dado que sería imposible tenerla con una comunicación doblemente refleja. Una sola palabra de mi parte, dicha personalmente a mi nombre, sería un presuntuoso olvido de mí mismo que me habría hecho responsable con esta única palabra, desde el punto de vista dialéctico, de haber aniquilado esencialmente a los pseudónimos. Del mismo modo que yo no soy, en Aut-Aut, el seductor más bien que el asesor, así no soy el editor Víctor Eremita, precisamente del mismo modo; él es un pensador subjetivo poético-real, como se lo vuelve a encontrar en In vino veritas. En Temor y temblor yo no soy Johannes de Silentio como no soy el caballero de la fe que él presenta, y del mismo modo no soy el autor del prefacio del libro, la cual es la réplica de la individualidad de un pensador subjetivo poético-real. En la historia del sufrimiento (¿Culpable-No culpable?) yo no soy ni el Quidam del experimento ni el experimentador, porque el experimentador es un pensador subjetivo poético-real y lo experimentado es su exposición en la lógica psicológica. De esta manera, yo soy el indiferente, es decir, es indiferente lo que yo soy y cómo soy, precisamente porque a esta obra no le interesa en absoluto la cuestión de si también en mi interior es indiferente para mí lo que soy y cómo lo soy. Por eso, lo que de otra manera en muchas empresas dialécticamente no reduplicadas podría tener su feliz importancia en un buen acuerdo con el cuidado de un personaje eminente, no tendría aquí, en lo que respecta al padre adoptivo de una obra, quizá no sin relevancia, más que un efecto de estorbo. Mi facsímil, mi retrato, etc. sería como la cuestión de si uso sombrero o casco, es decir, no podría llegar a ser objeto de atención sino para aquellos para quienes lo indiferente se ha vuelto importante –tal vez como compensación por el hecho de que para ellos lo importante se ha vuelto indiferente. Desde el punto de vista jurídico y literario la responsabilidad es mía*, pero en un sentido dialéctico lato, he sido yo quien ha dado la ocasión de escuchar esta obra en el mundo de la realidad, el cual naturalmente no puede ocuparse de escritores poético-reales y por eso, con perfecta coherencia y con pleno derecho, desde el punto de vista jurídico y literario, se atiene a mí. Desde el punto de vista jurídico y literario, porque toda producción poética se habría vuelto eo ipso imposible o bien insignificante e insoportable si la réplica debiera ser la propia palabra (en sentido directo) del autor. Mi deseo y mi ruego es, por lo tanto, que si a alguien se le pasara por la mente citar algún pasaje de estos libros, tenga la cortesía de citar con el nombre del pseudónimo respectivo, no con el mío, es decir que divida las cosas entre nosotros de modo que la expresión pertenezca femeninamente al pseudónimo y la responsabilidad desde el punto de vista civil, a mí. Desde el principio, he visto y veo muy bien que mi realidad personal es causa de una incomodidad que los pseudónimos desde el punto de vista patético independiente deberían desear eliminar: cuanto antes, tanto mejor, o bien volverlo insignificante en cuanto fuera posible, incluso tratando con irónica atención de conservarlo como resistencia repulsiva. En efecto, mi relación con ellos es la unidad de un secretario y, lo que es bastante irónico, del autor dialécticamente reduplicado o de los autores. Por eso, quien hasta ahora se preocupó por el tema, antes de que apareciera esta explicación, me ha tomado sin duda por autor de mis libros pseudónimos; ciertamente la explicación causará en el primer momento el extraño efecto de que en tanto que debería saberlo mejor que nadie, en cambio soy el único que no me considero autor más que de un modo muy dudoso y ambiguo; porque yo no soy el autor más que en un sentido impropio, mientras que soy, de un modo completamente propio y directo, por ejemplo, el autor de los Discursos edificantes y de toda palabra en ellos contenida. El autor creado poéticamente tiene su determinada concepción de la vida y la réplica que entendida así podría estar eventualmente plena de significado, graciosa, estimulante, ¡quién sabe si tal vez en boca de un hombre real particular no tendría un sonido extraño, ridículo, repugnante!
* Por esta razón, mi nombre inmediatamente fue colocado como editor en la tapa de las Migajas filosóficas (1844), porque la importancia absoluta del objeto en la realidad exigía la expresión de una debida atención, que aquí hubiera un responsable señalado con su nombre para asumir la responsabilidad de todo lo que la realidad podía ofrecer.
Si de este modo alguien que no tiene familiaridad con el efectivo proceder de una idealidad que impone distancia, se lanza contra mi personalidad real por un malentendido, ha arruinado por sí mismo la impresión de mis libros pseudónimos; si ése se ha engañado a sí mismo, realmente se ha engañado a sí mismo adhiriéndose a mi realidad personal en lugar de danzar con la idealidad ligera doblemente refleja del autor poético-real; si ése se ha engañado y logrado, con un indiscreto paralogismo y de un modo insulso, aislar mi singularidad privada de la duplicidad dialéctica inaprensible de los contrastes cualitativos: en verdad la culpa no es mía, yo que justamente por conveniencia e interés en la pureza de la relación hice lo mejor de mi parte, hice de todo para impedir lo que una curiosa porción de lectores, Dios sabe en interés de quién, hizo de todo desde un principio para llegar a obtener.
La ocasión parece invitar a esto, sí, parece casi exigirlo hasta de parte del recalcitrante: por eso, quiero aprovechar para hacer una declaración abierta y directa, no como autor, porque evidentemente no lo soy, sino en calidad de alguien que ha trabajado en forma tal que los pseudónimos pudieran llegar a serlo. Antes que nada, quiero agradecer a la Providencia que de muchas maneras ha favorecido mi aspiración, la ha favorecido casi sin siquiera un día de interrupción durante cuatro años y un cuarto y me ha concedido mucho más de lo que de todos modos habría esperado, aun cuando pueda darme testimonio de haber empeñado en esto mi vida con el extremo de mis fuerzas: mucho más de lo que habría esperado, aun cuando lo que he realizado pueda aparecer ante los otros como una prolija tontería. De este modo, mientras agradezco a la Providencia desde lo íntimo del corazón, no me parece que pueda molestar el hecho de que no se puede decir que yo no haya realizado algo; o bien, lo que es aún más indiferente, que yo haya obtenido algo en el mundo exterior. Me parece que, desde el punto de vista de la ironía, que está en el orden de las cosas, dado el carácter de mi producción y la ambigüedad de mi paternidad de autor, que al menos el honorario ha sido más bien socrático.- En segundo lugar, después de haber pedido anticipadamente humildes disculpas e indulgencia, si debiera parecer inoportuno que yo hable de este modo, a alguien que quizá luego encontrara inoportuno que yo dejara de hacerlo, quiero con memorioso reconocimiento recordar a mi padre difunto, el hombre a quien debo más que a todos, también en lo que respecta a mi trabajo.- Con esto me separo de los pseudónimos con los buenos augurios de la duda por su futuro destino, que esto, si les fuera favorable, sea precisamente lo que ellos puedan desear: yo los conozco, creo, por haberlos frecuentado confidencialmente y sé que no pueden esperar o desear muchos lectores: que Dios les conceda la fortuna de poder encontrar los pocos que desean.- A mi lector, si puedo hablar de un hombre tal, querría pedir de paso un olvidable recuerdo, un signo de que él se acuerda de mí, es decir, que se acuerda de mí como de quien no tiene nada que ver con estos libros, como nuestra relación impone: por eso, le ofrezco sinceramente aquí en el momento del adiós la expresión de mi estima, del mismo modo en que agradezco muy vivamente a quien ha mantenido silencio, y agradezco con profunda reverencia a la empresa Kts –por haber hablado.
Si, por otra parte, los pseudónimos hubiesen ofendido de algún modo a alguna persona respetable o bien a algún hombre que yo también admiro; si los pseudónimos de algún modo hubiesen impedido o vuelto ambiguo algo realmente bueno en el estado presente: en este caso nadie está más dispuesto que yo, que tengo la responsabilidad del uso de la pluma de otro, a presentar sus disculpas. Lo que conozco de los pseudónimos no me autoriza naturalmente a hacer alguna declaración, sino que ni siquiera justifica alguna duda sobre su consenso, puesto que su importancia (cualquiera que ésta realmente sea) no consiste en absoluto en hacer alguna nueva propuesta, algún descubrimiento inaudito, o bien en fundar un nuevo partido y en querer ir más allá; sino precisamente en lo contrario, es decir, en no querer tener ninguna importancia, en querer leer en soledad –en la distancia que es la lejanía de la reflexión doble- la escritura primitiva de la situación existencial humana, el texto antiguo, conocido y transmitido por los padres, en querer releerlo una vez más posiblemente de un modo más interior.
Y ahora Dios no permita que un improvisador se ponga a practicar dialéctica con este trabajo, sino que lo deje así como es.
Traducción del italiano: Ana Fioravanti