COMO JUZGA CRISTO EL CRISTIANISMO OFICIAL

KIERKEGAARD INEDITO

 

            El último año de vida de Søren Kierkegaard, 1855, estuvo signado por su decisión de salir a combatir públicamente contra la cristiandad, encarnada por el establishment oficial de la iglesia y el rebaño de los que él llamaba cristianos domingueros. La singularidad del combate kierkegaardiano radica en que, a diferencia de otras duras críticas a la cristiandad que podemos denominar iluministas (contándose las de Marx y Nietzche entre las más célebres), el pensador danés habla desde el interior de la iglesia militante, contra la iglesia establecida. Toda la obra de Kierkegaard fue encaminándose indefectiblemente hacia el momento en que tuvo que denunciar el escándalo que significa que quienes se dicen seguidores de Cristo sean los que más hacen por que su doctrina quede sepultada debajo de una criminal hipocresía.

            Se cuenta que todos los domingos, durante sus últimos meses de vida, Kierkegaard se paraba frente a la iglesia a leer en voz alta las flamígeras palabras publicadas en su revista El Instante (nueve ediciones entre mayo y septiembre de 1855, más un décimo número que no llegó a imprimirse, a causa de su repentina muerte): "La blasfemia más tremenda es la acometida por la 'cristiandad': transformar al Dios del espíritu en un disparate irrisorio; y el culto menos espiritual, menos espiritual que todo lo que hay y que jamás hubo en el paganismo, menos espiritual que adorar como dios a una piedra, un buey, un insecto, menos espiritual que cualquier otra cosa, es: adorar bajo el nombre de Dios a ¡semejante necedad!" (El Instante Nº 2, 4 de junio de 1855, Copenhague).

            El que sigue es un texto de junio de 1855 publicado entre el 2º y el 3º número de El Instante, que se presenta por primera vez en lengua castellana en una traducción realizada por un equipo de traducción que se reúne semanalmente en la Iglesia Dinamarquesa en Buenos Aires, y que integran el pastor Andrés Roberto Albertsen, María José Binetti, el profesor Oscar Alberto Cuervo, la licenciada Patricia Dip, el licenciado Héctor Fenoglio, y Pedro Gorsd.

 

Cómo juzga Cristo el cristianismo oficial

Junio de 1855

 

Podría parecer extraño que sólo ahora avance sobre esto, pues el juicio de Cristo debería ser decisivo, no importa lo inoportuno que resulte para el gremio de los estafadores clericales que se han apoderado de la firma "Jesucristo" y bajo el nombre de cristianismo han hecho negocios brillantes.

Sin embargo, no es sin razón que sólo ahora me refiera a esta cuestión decisiva; y a quien haya seguido con atención toda mi obra de escritor, de ninguna manera le habrá pasado desapercibido que hay un cierto método en el modo como procedo, que se caracteriza tanto por lo que digo, que todo esto de la "cristiandad" es un asunto criminal, equivalente a lo que suele llamarse con el nombre de falsedad, estafa, sólo que aquí es la religión que se usa así, como por el hecho de que realmente soy, como yo mismo lo digo, un talento policial.

Fíjate ahora si puedes seguir los pasos del caso. Yo empecé haciéndome pasar por poeta, apuntando maliciosamente a lo que pensaba en relación con el cristianismo oficial, que la diferencia entre el librepensador y el cristianismo oficial es que el librepensador es un hombre sincero, que sin vueltas enseña que el cristianismo es fábula, poesía; por el contrario, el cristianismo oficial es un falsificador, que solemnemente asegura que el cristianismo es otra cosa, solemnemente se empeña contra el librepensador, y así oculta que en realidad él convierte el cristianismo en poesía, suprime el seguimiento de Cristo, de manera que sólo por la imaginación nos relacionamos con el modelo, pero él mismo vive bajo determinaciones totalmente distintas, lo cual es relacionarse poeticamente con el cristianismo o transformarlo en poesía, no más comprometedor que lo que es la poesía;  y por último, el resultado es que directamente se desecha el modelo y se deja que aquello que uno es, la mediocridad, pase a ser el ideal.

Bajo el título de poeta saqué a la luz algunos ideales; expuse aquello con que los 1000 funcionarios reales están comprometidos por juramento. Y estos buenos hombres no se dieron cuenta de nada, permanecieron totalmente tranquilos, hasta ese punto todo era, cristianamente, falto de espíritu y mundanidad; estos buenos hombres no tenían idea de que se ocultaba algo detrás de este poeta - que mi modo de proceder era el de la inteligencia policial, para que los implicados estuvieran tranquilos, y la policia tuviera ocasión de formarse una idea más profunda del caso.

Así pasó un tiempo. Incluso me llevaba bien con estos hombres sujetos a juramento - y logré, con toda tranquilidad, dos cosas: instalar los ideales y conocer a aquellos con los que me las tengo que ver.

Pero al último estos buenos hombres se impacientaron con este poeta; se les trasformó en un acoso. Esto sucedió con el artículo contra el obispo Martensen referido al obispo Mynster[1]. Totalmente tranquilos, sí, totalmente tranquilos como estaban hicieron hincapié ahora (como podrá recordarse de aquel tiempo), en que "la escala con que se los medía era demasiado grande", etc.

Entonces este poeta se transformó repentinamente - si me permiten la expresión, arrojó la guitarra, y tomó un libro que se llama "el Nuevo Testamento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" , y con -sí, con mirada policial- interpeló a estos buenos maestros sujetos a juramento, " testigos de la verdad" sobre lo siguiente: ¿acaso no es este el libro con el que están comprometidos por juramento, este libro cuya escala es bastante más grande que la usada por el poeta?

Desde ese instante, como se sabe, se hizo silencio. Tan listos como se creían, tan dispuestos a reclamar, mientras consideraran no sólo que quedaban a salvo, sino que podían hacerse los importantes sosteniendo: "no es más que un poeta, un exaltado con sus ideales, la escala es demasiado grande";  así de silenciosos se quedaron desde el instante en que este libro y el juramento entraron en juego. Tal como sucede en los procedimientos policiales. Primero se tranquiliza al implicado; y a propósito, si un agente policial posee todos los otros dones pero no es virtuoso en el arte de tranquilizar, no es un "verdadero talento policial". Una vez tranquilizado, el implicado invierte los roles: él, justamente él es el hombre honrado y claramente parece que fuera el agente policial quien es puesto en un brete. Pero cuando éste, tranquilizando de esta forma, se entera de lo que desea saber, cambia su modo de proceder, va directo al grano - y así de repente el implicado se queda en silencio, se muerde el labio y piensa: qué historia maldita.

Pues bien, tomé el Nuevo Testamento, me permití respetuosamente recordar que estos venerables testigos de la verdad por juramento están comprometidos con el Nuevo Testamento. Y entonces se hizo silencio. ¿No fue esto extraño?

Entretanto consideré que lo más correcto, en lo posible, era mantenerlos en la incertidumbre por un tiempo más acerca de lo bien informado que estoy, y hasta qué punto tengo al Nuevo Testamento de mi parte, lo que también estoy consiguiendo, pero por lo que no se me ocurriría jactarme.

Hablé entonces en mi propio nombre y cada vez más decisivamente, dado que veía que se seguía desdeñando la imputación por el hecho de que yo al principio presentara la situación de manera tan  favorable para la parte contraria como me resultaba posible; y finalmente asumí decir en mi propio nombre que es una culpa, una gran culpa, participar del culto divino público, tal como es ahora. Fue en mi propio nombre; así quedó claro que ya no podrían librarse de mí con la excusa de que soy un poeta y que son los otros quienes representan la verdad. Pero siempre es un poco aliviante que hable en mi nombre; y así conseguí, por este efecto aliviante, tranquilizar un poco a la parte contraria y tener la oportunidad de conocerlos un poco mejor; saber si tenían la intención de empecinarse y no hacer caso de la imputación; pues la conciencia debe haber golpeado a estos hombres sujetos a juramento al escuchar esta palabra que todo lo cambia: es culpa, una gran culpa, participar del culto divino tal como es ahora; pues éste está en las antípodas de ser culto divino.

Pero, como fue dicho, lo aliviante era que hablaba en mi propio nombre. Pues aun cuando Dios sepa que he hablado verdaderamente y como debía hablar, y aun cuando lo que he dicho fuera verdadero y debiera decirse, incluso si no hubiera ninguna palabra de Cristo mismo, la cuestión es que siempre es bueno que por el Nuevo Testamento sepamos cómo Cristo juzga al cristianismo oficial.

Y lo sabemos por el Nuevo Testamento; su juicio se encuentra ahí - pero claro, estoy totalmente convencido de que, seas quien seas, si no conoces otra cosa acerca de lo que es el cristianismo que lo que surge del sermón dominical de los "testigos de la verdad", entonces año tras año puedes ir a tres iglesias cada domingo, escuchar -en términos generales- a cualquiera de los funcionarios reales, y nunca habrás escuchado las palabras de Cristo a las que estoy aludiendo. Los testigos de la verdad piensan presumiblemente así: así como el dicho dice "no se debe hablar de la soga en la casa del ahorcado", así también sería una locura que en las iglesias se citen aquellas palabras de la Palabra de Dios que testifican al cielo contra toda la payasada del pastor. Podría estar tentado de poner la siguiente exigencia que, aunque barata y modesta, es el único castigo que les deseo a los pastores: que se elijan determinados pasajes del Nuevo Testamento, y que el pastor se comprometa a leerlos en voz alta a la congregación. Naturalmente con la condición de que no sea como es uso y costumbre, que el pastor después de leer un pasaje así del Nuevo Testamento, deja a un lado el Nuevo Testamento para dar seguidamente su propia "interpretación" de lo leído. No, muchas gracias. No, lo que yo estaría tentado de proponer es el siguiente servicio divino: la congregación se reúne; se reza una oración en la puerta de la iglesia; se canta un himno; entonces el pastor sube al púlpito, toma el Nuevo Testamento, nombra el nombre de Dios y lee a la congregación el pasaje que corresponde en voz alta y clara - después deberá callarse y permanecer 5 minutos en silencio, quedándose en el púlpito, y sólo entonces podrá irse. Esto me parecería extremadamente provechoso. Intentar que el pastor se ponga colorado no se me ocurriría; pues a quien, con la conciencia de querer entender por cristianismo lo que él entiende por cristianismo, ha podido prestar juramento por el Nuevo Testamento sin ponerse colorado, a él no será fácil ponerlo colorado; y por otro lado se supone que para ser pastor oficial antes que nada es necesario que uno haya superado los infantilismos de la adolescencia y la inocencia, como ponerse colorado y cosas así. Pero supongo que la congregación sí se pondrá colorada por el pastor.

 

Y ahora a las palabras de Cristo a que me refiero.

            Se encuentran en Mt 23, 29-33; Lc 11,47-48, y dicen así[2]:

            Mt 23,29-33. 29) ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que construyen los sepulcros de los profetas y adornan las tumbas de los justos, 30) diciendo: "Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas"! 31) De esa manera atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los que mataron a los profetas. 32) ¡Colmen entonces la medida de sus padres! 33) ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podrán escapar a la condenación de la Gehena?

            Lc 11,47-48. 47) ¡Ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas, a quienes sus mismos padres han matado! 48) Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros.

 

            ¿Qué es, pues, la "cristiandad"? ¿No es la mayor tentativa posible encaminada a rendir culto a Dios construyendo los sepulcros de los profetas y adornando las tumbas de los justos y diciendo: "Si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos hubiéramos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas", en lugar de seguir a Cristo, como él lo ha exigido y sufrir por la doctrina?

            Sobre esta clase de culto divino he expresado que, comparado con el cristianismo del Nuevo Testamento, esto es jugar al cristianismo. La expresión es totalmente verdadera y plenamente característica. Porque, ¿qué es jugar, cuando se piensa en cómo debe ser entendida la palabra en este contexto? Es imitar, simular un peligro donde no hay ningún peligro; y así, lo que se busca es mantener la ilusión de que el peligro está. Así juegan los soldados a la guerra en el ejido; no hay ningún peligro, pero se actúa como si existiera, y el arte consiste precisamente en hacer todo ilusivamente, como si fuera una cuestión de vida o muerte. Y así se juega al cristianismo en la "cristiandad". Artistas dramáticamente vestidos comparecen en construcciones artísticas -no hay en verdad ningún peligro, es más, el maestro es funcionario real, que asciende gradualmente y hace carrera- y ahora juega dramáticamente al cristianismo, en resumen, hace comedia; le discursea acerca del renunciamiento, pero él mismo asciende gradualmente; le enseña a despreciar títulos y rangos mundanos, pero él mismo hace carrera; describe a los magníficos ("los profetas") que fueron asesinados, y la cantinela es siempre la misma: si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres, no nos habríamos unido a ellos para derramar la sangre de los profetas - nosotros, que construimos sus sepulcros y adornamos sus tumbas. Es decir que ni siquiera se quiere ser (como constante, encarecida y suplicantemente lo he propuesto) al menos tan honesto como para reconocer que no se es en absoluto mejor que quienes mataron a los profetas; no, se quiere aprovechar la circunstancia de que no se es contemporáneo con ellos para creerse mucho, mucho mejores que aquellos que los mataron, seres totalmente distintos de aquellos inhumanos -porque es obvio que lo somos, dado que  construimos los sepulcros de los tan injustamente asesinados y adornamos sus tumbas.

            Sin embargo la expresión "jugar al cristianismo", por más característica que sea, no puede ser usada por quien tiene autoridad. Este se expresa de otro modo.

            Cristo lo llama -¡presta atención!- lo llama: Hipocresía. Y no sólo esto, sino que dice

-¡horrorízate!- él dice que esta culpa de hipocresía es un delito tan grande, justamente tan grande, como asesinar a los profetas, es decir, culpa de sangre. Sí, si pudiéramos preguntarle a él, quizá constestaría que esta culpa de hipocresía, justamente porque está tan bien escondida y lentamente se extiende por toda la vida, es una culpa mayor que la de quienes, en un arrebato de furia, asesinaron a los profetas.

            Este es, pues, el juicio, el juicio de Cristo sobre la "cristiandad", sobre el culto divino dominical, sobre el cristianismo oficial. Horrorízate, pues de lo contrario quedarás colgado de eso. Es tan decepcionante, pues ¿acaso no somos personas de bien, verdaderos cristianos, nosotros, que construimos los sepulcros de los profetas y adornamos las tumbas de los justos, acaso no somos personas de bien, sobre todo comparados con los inhumanos que los asesinaron? Y además, ¿qué tenemos que hacer, si no podemos hacer más que estar dispuestos a dar de nuestro dinero para construir iglesias, etc., no escatimar en el pastor y además, escucharlo? El Nuevo Testamento responde: lo que tienes que hacer es, tienes que seguir a Cristo, sufrir, sufrir por la doctrina; el culto divino que quieres favorecer es hipocresía e igual a culpa de sangre. El pastor con su familia viven de que tú seas un hipócrita o de hacer de ti un hipócrita, o de conservarte en la condición de hipócrita.

            "Así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres: ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros." Lc 11,48.

            Sí, el cristianismo de domingo y la enorme logia de pastores comerciantes naturalmente se enfurecen ante este discurso, que con una sola palabra cierra todos los negocios, desecha toda esta profesión autorizada por el rey, y no sólo esto, sino que advierte contra tal culto divino como contra culpa de sangre.

            No obstante, es Cristo quien habla. Tan profundamente está unida la hipocresía con el hecho de ser hombre, que justo cuando el hombre natural se encuentra mejor que nunca y ha conseguido armarse un culto divino a su medida, se escucha el juicio de Cristo: Esto es hipocresía, es culpa de sangre. No es que mientras tu vida en los días laborables sea mundana, lo bueno en ti es que al menos los domingos vayas a la iglesia del cristianismo oficial; no, no, el cristianismo oficial es mucho peor que tu mundanal semana, es hipocresía, es culpa de sangre.

           

Como fundamento de la "cristiandad" yace esta verdad: el hombre es un hipócrita nato. El cristianismo del Nuevo Testamento era la verdad. Pero sagaz y pícaramente el hombre inventó un nuevo tipo de cristianismo, el de construir los sepulcros de los profetas y adornar las tumbas de los justos y decir: si hubiéramos vivido en el tiempo de nuestros padres. Y esto es lo que Cristo llama culpa de sangre.

Lo que el cristianismo quiere es: seguimiento. Lo que el hombre no quiere es, él no quiere sufrir, menos que nada la clase de sufrimiento propiamente cristiano, padecer a los hombres. Entonces quita el seguimiento, y con ello el sufrimiento, lo específicamente cristiano; entonces construye los sepulcros de los profetas: esto por un lado; entonces miente ante Dios, ante sí mismo, ante otros, diciendo que él es mejor que los que asesinaron a los profetas: esto por el otro lado. Hipocresía al principio e hipocresía al final, y según el juicio de Cristo, culpa de sangre.

 

Imagínate que la gente está reunida en una iglesia de la cristiandad, y que de repente entra Cristo: ¿qué crees que haría?

Bien, lo que haría puedes leerlo en el Nuevo Testamento.

Se dirigiría a los maestros - pues a la congregación la juzgaría como otrora: fueron desviados del camino- se dirigiría a los de "largas vestimentas", a los mercaderes, a los juglares, que transformaron la casa de Dios, si no en una cueva de ladrones, al menos en una boutique o en un puesto de feria, y les diría: "Ustedes, hipócritas; ustedes, serpientes; ustedes, raza de víboras"; y como otrora haría un azote de cuerdas para echarlos del templo (Juan 2:15).

Tú, que lees esto, si no conoces otra cosa sobre el cristianismo que lo que se dice en la perorata dominical, te revelarás contra mí -estoy totalmente preparado para ello, te parecerá que soy responsable de la más horrorosa blasfemia al presentar a Cristo de este modo, dirás "está poniendo en su boca palabras como serpientes, raza de víboras; esto es ciertamente espantoso, son palabras que nunca se escuchan en boca de ninguna persona instruida; y dejar que las repita varias veces es ciertamente tan terriblemente grosero; ¡y hacer de Cristo una persona que utiliza la violencia!"

Mi amigo, si puedes corroborarlo en el Nuevo Testamento. Ahora bien, cuando lo que se quiere alcanzar predicando y enseñando el cristianismo es una vida cómoda y placentera en una posición reputada, entonces la imagen de Cristo debe modificarse algo. Adornos, no, en eso no vamos a escatimar, oro y diamantes y rubíes, etc., no, los pastores lo miran con agrado, y les hacen creer a las personas que eso es cristianismo. Pero la severidad, esa severidad que es inseparable de la seriedad de lo eterno, hay que hacerla a un lado. Cristo se vuelve entonces una figura sentimental, un hombre siempre bueno -esto se relaciona con que el plato puede ir circulando durante el discurso y la comunidad puede tener ganas de poner algo y tirar unas monedas; ante todo se relaciona con que por temor a los hombres, se está en buen entendimiento con los hombres; mientras que el cristianismo del Nuevo Testamento es: por temor de Dios padecer a los hombres por la doctrina.

Pero "ay de ustedes, que construyen los sepulcros de los profetas" (enseñando al pueblo que este es el cristianismo del Nuevo Testamento) y "adornan las tumbas de los justos" (poniendo constantemente juntos el dinero y el cristianismo) y dicen "si nosotros" - sí, si ustedes hubieran vivido en el tiempo de los profetas, los habrían asesinado, es decir, habrían permitido ocultamente, como de hecho sucedió, que el pueblo lo hiciera y cargara con la culpa. Sin embargo, en vano se ocultan ustedes en la "cristiandad"; lo que está oculto queda revelado cuando la Verdad juzga: "así se convierten en testigos y aprueban los actos de sus padres, y colman la medida de sus padres, pues ellos los mataron y ustedes les construyen sepulcros." En vano se hacen los santos, en vano intentan al construir los sepulcros de los justos, mostrar cuán diferentes son de los impíos que los mataron. ¡Oh, la impotencia de la hipocresía para ocultarse! Fueron descubiertos. Justamente el construir los sepulcros de los justos y decir "si nosotros", justamente esto es matarlos, es ser hijos legítimos de aquellos impíos, hacer lo mismo que ellos, es ser testigos de los actos de los padres, aprobarlos, "colmar la medida de los padres", es decir, hacer lo que es aún peor.

 

 



 



[1] El obispo Mynster, primado de la Iglesia Luterana en Dinamarca, murió en enero de 1854. El profesor Martense, candidato a suceder a Mynster, pronunció el elogio fúnebre en el que afirmó que el fallecido "era un eslabón en la cadena sagrada de los testigos de la verdad que se extiende a través de las épocas, desde los días de los apóstoles". La expresión "testigo de la verdad" desencadenó en Kierkegaard la necesidad de señalar la distancia abismal que encontraba entre un miembro de la iglesia establecida, favorecido por el brillo mundano, y la figura de Cristo.

[2] Las citas han sido tomadas de la versión argentina de los Pbros. Armando J. Levoratti y Alfredo B. Trusso El Libro del Pueblo de Dios. La Biblia, Ediciones Paulinas, Madrid, 8º edición de mayo de 1993.

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