PEDRO NICOLÁS GORSD: "El Stemning"
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I           A la palabra danesa stemning, Kierkegaard – entre otros destinos que le da – la utiliza en su obra Temor y Temblor, para ubicar al lector en tiempo y lugar en relación a la tarea encomendada por Dios a Abraham de sacrificar a su único hijo y, a la vez, ejercitar algunas variaciones sobre este tema. Kierkegaard conoce la importancia de disponerse de modo preciso para poder oír aquello que se escucha; sabe, también, que el pensar cual debe ser la disposición del lector al acercarse a una obra, es parte constitutiva de su propia escritura. Nada, en sus obras, está puesto sin una finalidad determinada; todo quiere producir un efecto en aquel que se acerca a alguno de sus escritos. No hay palabra sin alguien que la descifre, ni escritura sin lector que la interprete; no hay comunicación que sea directa. Toda pretensión de decir  u oír de manera directa es falsedad. En una nota a pie de página, en la Introducción a su libro El Concepto de la Angustia, Kierkegaard escribe: “En nuestro tiempo se ha olvidado por completo que también la ciencia, tan plenamente como la poesía y el arte, presupone un talante, tanto en el que la produce como en el que la recibe; de tal manera que una falta de modulación adecuada causará efectos no menos perturbadores que la otra falta en la evolución del pensamiento. Por otra parte, no es raro que nuestro tiempo lo haya olvidado, pues en él se ha olvidado también completamente la interioridad y lo que significa la categoría de apropiación, en virtud de la inmensa alegría que confiere la enorme magnificencia que se cree poseer, o a la que se ha renunciado caprichosamente como en el caso del perro que prefería la sombra. Sin embargo, toda falta genera su enemigo. La falta de pensamiento provoca la enemistad de la dialéctica, y el desplazamiento o falsificación del talante caen en la adversidad de lo cómico”. A la palabra danesa stemning, se le ha dado diferentes traducciones; talante es la que nos llega en este pasaje. La intención de estas líneas, no es otra que la de entender aquello que Kierkegaard  pide a aquel que quiera descifrar el sentido de sus palabras: disponerse para poder oír.

 

Entender el sentido que Kierkegaard quiere darle a la palabra stemning no es menos complejo que el efecto que esta intenta producir cuando, por ejemplo en Temor y Temblor, aparece para mostrarle al lector cual será el lugar indicado que deberá ocupar para poder introducirse en la obra de modo preciso. Se podría pensar que la función que cumple allí es de simple prólogo; pero, si antes del así llamado Stemning de Temor y Temblor hay un Prólogo, entonces, ¿Por qué preocuparse por escribir un prólogo a continuación de un prólogo? En el primer número de una revista publicada en su último año de vida, de la cual era editor y único escritor, Kierkegaard vuelve a utilizar esta palabra de manera similar; quiere que el lector entienda la importancia de su tarea, que si bien sigue siendo la de escritor, ahora deberá – a pesar suyo – llevarla a cabo en el instante; y, precisamente, este será el nombre de esta publicación: El Instante. A pesar de la importancia que la palabra stemning tiene en estas obras, Kierkegaard no se detiene en explicar su significado; por eso, tal vez sea en  El Concepto de la Angustia, donde Kierkegaard despliegue, de algún modo, el sentido de esta palabra. Si bien aquí no la utiliza en la forma que lo hace en Temor y Temblor o en El Instante, la palabra se vuelve fundamental dentro de la terminología del libro. De esta obra – El Concepto de la Angustia – es el pasaje antes citado y de la misma serán las citas que se hagan en adelante.

 

            Un pensador preocupado por la disposición de quien se acerca a su obra, es algo por demás extraño. Tan extraño resultó Kierkegaard a sus contemporáneos, que estos no lo reconocieron; ni a él ni al sentido de sus palabras. Kierkegaard luchó contra quienes creían que la fe era un asunto que se entendía de suyo; y dedicó toda su obra a intentar sacar de la ilusión – como él llama a esta distorsión en el sentido de la fe – a aquellos que se decían cristianos. Estos – a quienes Kierkegaard los agrupa bajo el nombre de: cristiandad – daban por sentado que su disposición era la que se adecuaba a su creencia o, mejor aún, ni siquiera sabían que su fe demandaba una disposición. Tal olvido – si es que así puede llamársele – no es un olvido ingenuo; no, hay todo un esfuerzo puesto en olvidar. Pero, toda falta genera su enemigo; y la falta modulación adecuada entre el pensamiento y su stemning exacto produce un pensamiento falso.

 

Si un pensamiento no se articula con su stemning exacto, se podría decir que el pensamiento ha dejado de ser lo que pretendía ser. La cristiandad, es el producto de un pensamiento – el cristianismo – articulado a un falso stemning al que se podría llamar: la ilusión; deja de ser lo que es: cristianismo, para pasar a ser otra cosa: cristiandad. Todo esto se produce por el olvido de lo que el cristianismo implica para ser lo que es: el escándalo; escándalo de que Dios se haya hecho hombre; escándalo de que un hombre haya resucitado. El escándalo puede ser entendido como el stemning que el cristianismo demanda.

 

            Aquello que Kierkegaard escribe acerca de la compasión, en el segundo apartado del capítulo cuarto, que lleva por título: La Angustia ante el Bien (Lo Demoníaco), puede servir para ejemplificar el asunto de las consecuencias en la falta de una modulación adecuada entre pensamiento y stemning: “Pero del mismo modo que estar siempre ardiendo en puros deseos es la más vil de todas las habilidades del solitario empedernido, así también la compasión, en el sentido en que se la toma de ordinario, suele ser la más miserable entre todas las virtuosidades y destrezas de los que viven en la sociedad. La compasión, en ese sentido, está muy lejos de beneficiar al que sufre, más bien es una tapadera que encubre el propio egoísmo. Porque no resulta nada cómodo el ponerse a pensar profundamente en semejantes fenómenos y la compasión nos sirve de salvoconducto para seguir transitando por la superficialidad. La compasión solamente cobrará su auténtico sentido cuando el compasivo se conduzca en ella y con respecto al que sufre, de tal manera que comprenda con mayor rigurosidad que es su propia causa la que está en juego…, sólo será auténtica compasión cuando el compasivo sepa identificarse con el que sufre de tal suerte que su lucha por buscar una explicación al mal del otro sea también lucha por sí mismo, habiendo renunciado de antemano a todo lo que sea vacuidad intelectual, sentimentalidad o cobardía. Y, cosa curiosa, es más probable que el compasivo empiece entonces a darse cuenta de que el que compadece es distinto del que padece en cuanto que su sufrimiento es aún mayor. Si la compasión se comporta así con lo demoníaco, entonces ya no se tratará de proferir algunas palabras de consuelo, dar una limosnita o simplemente encogerse de hombros; pues si uno se lamenta, será porque tiene algo de que lamentarse. Es claro que lo demoníaco nos puede alcanzar a todos si ello es una cosa del destino. Esto es innegable. […] Pero si la auténtica compasión humana asume el papel de fiadora y deudora de los sufrimientos ajenos, entonces no tendrá más remedio que empezar poniendo en claro hasta qué punto entra en juego el destino y en qué medida lo hace la culpa. Y es preciso que está distinción sea llevada a cabo con toda la pasión de la libertad, no solamente con una pasión apesadumbrada, sino también enérgica. De esta suerte se mantendrá dicha distinción, aunque todo el mundo se hunda, e incluso aunque uno crea que la propia entereza inamovible va a causar algún daño irreparable”. El auténtico compasivo no es aquel que ve el problema afuera, delante de él, sin quedar implicado en el asunto; no, el auténtico compasivo es aquel que se ve a sí mismo y al problema como una y la misma cosa. Esta imposibilidad de separar el problema de su vida, es lo que define al auténtico compasivo; su pensamiento y su stemning se han articulado de manera exacta. Al igual que con el asunto de la cristiandad, se podría decir que la auténtica compasión es completamente diferente a la compasión y, por esto, merecería ser nombraba de otro modo.

 

II         Un concepto ligado a un falso stemning traerá, como consecuencia, un concepto alterado. Cada concepto tiene su lugar donde ser tratado. En referencia al concepto de pecado, Kierkegaard, en la Introducción, dice: “El pecado tiene su lugar determinado; o, mejor dicho, no tiene ningún lugar en absoluto, y está es cabalmente su determinación. Si se lo trata en otro lugar cualquiera, entonces resultará indefectiblemente alterado, puesto que se le enfoca desde un ángulo de reflexión inesencial. De este modo quedará alterado su concepto exacto, de suerte que se pierda la continuidad del talante auténtico, dando lugar a las fugaces fantasmagorías de los talantes falsos. Por eso, si el pecado es introducido en la estética, el talante correspondiente resultará frívolo o melancólico, puesto que la categoría en que se funda el pecado es la de la contradicción y esta tanto puede ser cómica como trágica. Entonces el pecado queda evidentemente alterado, ya que el talante que corresponde de veras al pecado es la seriedad”. El lugar donde un concepto es pensado, determina el stemning articulado a ese concepto. Un concepto tratado en un lugar equivocado trae como consecuencia un falso stemning y, por tanto, un concepto alterado.

 

Ahora bien, la falsedad no es otra cosa que aquello que ha quedado en lo oculto, sin ser dicho, esclavizado; esto es lo que Kierkegaard llama: ensimismamiento. El ensimismamiento es lo demoníaco que se encierra a sí mismo, la esclavitud que se hace prisionera. Es allí donde aquello que debe decirse queda encerrado; y este encierro produce efectos perturbadores en la personalidad. La puerta de salida se abrirá en el momento que pueda decirse aquello que debe ser dicho, pero aquí la palabra no es algo que la personalidad pueda manejar de manera voluntaria; no, la apertura llegará a pesar suyo.

 

En el mismo apartado antes citado, Kierkegaard dice: “Lo demoníaco es ensimismamiento y apertura involuntaria. Estas dos definiciones vienen a significar de suyo la misma cosa, pues el ensimismamiento es cabalmente mutismo, y cuando este tiene que romperse, ello ha de acontecer contra su voluntad. Porque la libertad, que está totalmente postrada en la no-libertad, se rebela al entrar en comunicación con la libertad de fuera y, en definitiva, traiciona la esclavitud en que está hundida, de la misma manera que es el propio individuo el que contra su voluntad se traiciona en medio de la angustia. Por eso, el ensimismamiento se toma aquí en un sentido completamente determinado, ya que en el sentido en que de ordinario se usa esa palabra, muy bien puede significar la más alta libertad. Así, por ejemplo, Bruto y Enrique V de Inglaterra – mientras fue príncipe, se entiende – eran hombres taciturnos, hasta que un buen día se demostró que su reserva no fue más que una especie de pacto con el bien. Semejante reserva venía, pues, a identificarse con una cierta dilatación y, nunca se dilata una personalidad en un sentido más bello y más noble que cuando lo hace encerrada en el seno materno de una gran idea. La libertad es lo dilatativo. Y precisamente a lo contrario de todo esto a lo que yo creo que se lo puede bautizar con la denominación excelente de ensimismamiento esclavizado”. El ensimismamiento esclavizado es la muestra del efecto de lo demoníaco en la personalidad. La personalidad está encerrada en si misma y en su imposibilidad de comunicarse radica su esclavitud. Pero lo demoníaco es angustia ante el bien, por eso la apertura es el bien y el pronunciar la palabra, lo que saca a la personalidad de lo oculto. Pero ya no se trata, simplemente, de comunicarse o pronunciar cualquier palabra; no, ahora el mutismo deberá romperse contra su voluntad. Sólo contra su voluntad, la personalidad sale del mutismo en que ha quedado atrapada; en medio de la angustia, la personalidad se traiciona a sí misma para hacerse libre. Sin embargo, el ensimismamiento esclavizado, no es algo que vaya a dejarse vencer fácilmente sin oponer sus resistencias; lo que quiere es, justamente, lo contrario: quedar en lo oculto.

 

Pero, el ensimismamiento, como dice Kierkegaard, puede ser también reserva, que es pacto con el bien. Y, así como el ensimismamiento esclavizado es mutismo, la reserva es silencio; silencio que sabe cuando es momento de callarse y cuando es momento de decir aquello que debe ser dicho.

 

III        Es característico de nuestra época, creer que uno maneja sus pensamientos y que puede disponer de ellos a su voluntad. Es característico, también, creer que los pensamientos no demandan una disposición por parte de aquel que piensa, en relación a aquello que es pensado. Pensamiento y sentimiento, son polos opuestos de una realidad, por tanto, escindida.

 

Pero, si bien hoy la ciencia se esfuerza por dejar por fuera del pensamiento a aquel que piensa ese pensamiento, y toda apreciación personal es error para el discurso científico, no puede decirse que este asunto sea propiedad de nuestra época; el ejemplo está en Kierkegaard y su pelea contra la ilusión de la cristiandad.

 

Kierkegaard reconoce el problema y se encarga de advertir al lector sobre este asunto; sabe que todo lo que tiene para decirle, es nada si el lector olvida el desafío que el pensamiento implica. Por esto, es quizás que ha sido llamado por algunos: irracionalista; por no querer dejar por fuera una parte del pensamiento y buscar la exacta articulación de las partes, para que aquello que es pensado no se vuelva falsedad.

 

En una nota a pie de página del apartado antes citado, escribe: “Se hecha de ver con toda facilidad que el ensimismamiento descrito no es más que mentira o, si se prefiere, falsedad. Ahora bien, la falsedad es aquí lo mismo que la esclavitud, la cual se angustia al abrirse. Por está razón se le llama también al diablo “el padre de la mentira”. Naturalmente que hay una enorme diferencia entre mentira y falsedad, entre mentiras y mentiras o entre falsedades y falsedades, pero la categoría siempre será idéntica”.

 

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