La moneda ética
INTRODUCCION
¿Cuál es el sentido de una aproximación sistemática a un pensador que rechaza lo sistemático? La respuesta a esta pregunta va a depender de la capacidad del sistema de incorporar al pensador, o bien de la capacidad del pensador de rechazar al sistema que trata de absorberlo. En esta exposición se intenta acompañar esta última alternativa –es decir, que lo económico es incapaz de capturar a Kierkegaard- donde el valor de lo expuesto a continuación proviene de mostrar los efectos económicos que este rechazo implica.
La Economía es una ciencia especia el al menos un sentido: su incapacidad para alcanzar conclusiones contrastables a través de métodos experimentales impide que las diversas teorías económicas sean algo evidente, lo que hace que la seriedad de una teoría económica sea evaluada en función de la consistencia lógica de las relaciones que propone y la adecuación a “la realidad” de los enunciados antropológicos a partir de los cuales se las construye. Dicho de otra forma, una teoría económica es una teoría sin evidencia concluyente. Esto hizo que muchos economistas incorporaran conocimientos provenientes de otras ciencias (como las matemáticas, la física y la biología) a sus teorías, en un intento por conseguir la aprobación del mundo científico. En este sentido la Economía buscó compensar su falta autoridad –esa autoridad sólo da la evidencia-, haciendo uso de elementos de otras ciencias. Así fue como la Economía consiguió que los países más poderosos y las instituciones académicas más respetadas crearan ministerios y premios en su honor; todo esto –¡y esta es la hazaña!- sin que se supiera a ciencia cierta lo que la Economía es. Lo que sigue es un estudio de la ética que propone Kierkegaard a la luz de la Teoría de la decisión, y una posible interpretación de sus efectos sobre el mundo económico.
LOS SUPUESTOS
Repasemos los tres principales supuestos de un proceso de decisión. En primer lugar están las alternativas, que se diferencian según los beneficios que se pueden esperar de cada una de ellas. En segundo lugar está el criterio de decisión en virtud del cual el elector elige, lo que la mayoría de las veces suele identificarse con el llamado principio de maximización: “cuanto más, mejor”. En último lugar está la información que el elector conoce al respecto de las alternativas, es decir lo que sabe de las probabilidades y beneficios de cada una de ellas. A modo de ilustración podríamos imaginar el caso de una persona que busca trabajo y debe elegir a una de dos entrevistas agendas a la misma hora. Si suponemos que los dos trabajos son idénticos, esta persona va a decidirse teniendo en cuenta qué trabajo le pagaría una mejor remuneración y cuáles son las probabilidades de ser contratado en cada caso. El criterio de decisión sería el principio de maximización, según el cual, “cuanto mayor sea el salario, mejor”. Como se puede ver en el ejemplo mencionado, lo decisivo para que el elector pueda elegir es que las alternativas sean conmensurables, que exista una medida que nos permita encontrar un norte.
LA FE EN LA APUESTA
La relación entre la Fe y la Teoría de la decisión se remonta hasta los orígenes de ésta última. El antecedente es la conocidísima Apuesta de Pascal, según la cual lo óptimo para una persona sería vivir bajo el supuesto de que Dios existe –es decir, elegir creer- al comparar los costos y los beneficios que cada alternativa (creer o no creer) trae aparejados. Es fácil ver que el énfasis de la apuesta está puesto en los beneficios de creer que Dios existe, independientemente de la veracidad del supuesto. Es decir que el valor de la apuesta es señalar la elección más conveniente, lo que es distinto de decir cuál es la verdadera. Sin embargo, la facilidad con que puede modificarse la apuesta para alcanzar la conclusión contraria (por ejemplo, modificando los beneficios o las probabilidades) hizo que la apuesta fuera objeto de controversias por siglos.
A primera vista podría pensarse que la apuesta de Pascal es una invitación a creer, aunque sería más preciso decir que lo que la apuesta en realidad hace, es invitarnos a elegir vivir como si Dios existiera. Como la elección debe realizarse en virtud de los beneficios la persona va a elegir siempre una pantomima: vivir como si Dios existiera o como si no lo hiciera. Imaginemos el caso de un enfermo que sabe que va a morir dentro de dos días. Él podría cosechar fácilmente los frutos de la vida eterna (los pagos esperados) en unas pocas horas; lo único que debe hacer es creer en Dios durante dos días: hoy, mañana y después la eternidad. ¡Pero no! Esto sería imposible para el que quisiera creer en virtud de los beneficios esperados; nadie va a saber mejor que el enfermo cuáles son los costos y los beneficios de cada alternativa, pero de eso no se puede desprender que el elector crea. Así como no se puede llegar de la indeterminación a la determinación partiendo de la determinación, la apuesta no nos va a permitir saber qué camino recorrer para llegar a la Fe.
EL PROBLEMA
La apuesta pascaliana asume a la Fe como un supuesto al dividir las alternativas entre creer y no creer. Pero sería imposible realizar la elección de la Fe en virtud de los beneficios esperados, porque de esta forma la Fe dejaría de ser el fin para pasar a ser un medio, y en ese instante dejaría de ser Fe. Por lo tanto, podemos concluir que el principal problema de la apuesta pascaliana no son los beneficios ni las probabilidades que asigna a las alternativas, sino que nos invite a elegir la Fe en virtud de otro criterio de decisión, cuando en realidad la Fe es un criterio de decisión último y no puede ser elegida en virtud de un criterio de decisión alternativo. Dicho de otra forma, la apuesta de Pascal se equivoca al no reconocer que la Fe es un criterio de decisión y que el problema de elegir el criterio de decisión último no puede resuelto sin cuidado. Señalemos dos errores comunes:
Error 1: Elegir el criterio de decisión último en base a los beneficios de las alternativas
Elegir el criterio en base a los beneficios es reconocer que las alternativas tienen un valor intrínseco, y que su valor no surge del criterio de decisión sino de sí mismas. Esta manera de pensar tiene sentido únicamente si reconocemos una diferencia cualitativa entre las alternativas, pero si admitimos esta diferencia cualitativa estaríamos comparando lo incomparable; lo decisivo en este caso es la diferencia cualitativa. En cambio, si reconocemos que los bienes comparten la misma cualidad, lo decisivo pasa a ser el criterio de decisión.
Error 2: Elegir el criterio de decisión último en base a un criterio de decisión alternativo
La racionalidad económica consiste en que el elector elija consistentemente en virtud de un criterio de decisión. Pero cuando la elección se centra en la elección de un criterio de decisión, suponer racionalidad es lo mismo que ignorar el problema. Esto no quiere decir que un criterio de decisión intermedio no pueda ser sujeto a otro criterio de decisión, pero si nos preguntamos por la elección de un criterio de decisión último, entonces estamos obligados a suspender cualquier intento de “racionalidad económica”. Por lo tanto, existe una diferencia cualitativa entre una la elección de un criterio de decisión último y uno intermedio.
LA FE EN KIERKEGAARD
Para responder a la pregunta por la elección del criterio de decisión, Kierkegaard combina sabiduría socrática, telos aristotélico y amor cristiano. Como vimos recién, la racionalidad económica alcanza su frontera al preguntarse por la elección del criterio de decisión último, este límite pone un freno a la razón y deja al elector a solas con su singularidad. Esta ignorancia es a su vez una sabiduría socrática: saber lo que no se sabe. Esta es toda la información de que dispone el elector, pero hasta el momento no sabemos nada más, y todavía hace falta una medida que nos ayude a elegir*. Pero justo cuando el problema parece imposible de resolver es cuando aparece la posibilidad de la Fe. Kierkegaard señala que lo decisivo en este punto es el interés infinito del individuo por responder la pregunta, porque “[…] el interés infinito del sujeto es la medida” (Post.,p.32). “Lo ético es la única certeza” (Post.,p.153). Esto es lo decisivo: la pregunta por el sentido de la vida no se resuelve comparando el valor de las alternativas porque no hay ningún conocimiento objetivo. Cuando la razón llega a su límite la medida es el anhelo de la persona por responderla. Desde un punto de vista económico, el problema de la fe pasa de la oferta a la demanda. “El verdadero entusiasmo ético consiste en desear con todas las fuerzas, pero al mismo tiempo, elevándose en divina alegría, no pensar nunca si es que de ello se obtiene o no algún beneficio. Tan pronto como la voluntad comienza a fijar su codiciosa mirada en los resultados [la evidencia], el individuo comienza a volverse inmoral” (Post.,p.32). Por lo tanto, la única evidencia de lo ético es su interés infinito. Por lo tanto,
“El deber consiste en practicar la relación absoluta con el telos absoluto y [la relación relativa] […] con el telos relativo.” (Post.,p.410).
Kierkegaard empieza reconociendo que toda elección requiere de un criterio de decisión, pero que el criterio de decisión último -es decir, el criterio que condiciona todas las decisiones y criterios intermedios que se elijan- no puede elegirse en función de ninguna evidencia. Este es entonces, el elemento de la ética: lo invisible. Pensemos cómo sería un mercado para la ética o “bien supremo”.
EL MERCADO DEL BIEN SUPREMO
A fines del siglo diecinueve tuvo lugar el descubrimiento de lo que se conocería más tarde como “la revolución marginalista”. Según sus representantes, los bienes no tendrían un valor intrínseco sino que su valor sería algo definido a partir del encuentro entre una oferta y una demanda. Así, el precio de equilibrio de un mercado estaría definido por el punto en que se igualaran el costo marginal de producir una unidad adicional de un bien, y la utilidad marginal que se obtendría de su consumo. A pesar de que ésta es una noción más que intuitiva, estos pensadores marginalistas llegaron más lejos de lo que pudieron llegar Marx, Adam Smith y Aristóteles (entre otros), por lo que algunos de ellos rápidamente formalizaron matemáticamente sus descubrimientos para darles seriedad. Intentemos aproximarnos a la ética con este enfoque.
En el mercado de un bien supremo -si es que un bien de este tipo existe- su oferta ya habría inundado al mercado. Pero sería ingenuo pensar que un exceso de oferta de este bien-¡el bien supremo!- haría disminuir su precio haciendo valer al bien supremo menos que nada. Esto sería intentar estafar al vendedor aparentando no estar interesados en comprar lo que tiene para ofrecernos, algo difícil de aparentar en el caso del bien supremo. Sería más conveniente entonces recordar lo que ocurre con la demanda: como la utilidad marginal del bien supremo es siempre infinita, el precio a pagar va a ser siempre el más caro. “¿Y por qué no habría de saber la Deidad cómo sostener su precio?” (Post., p. 67). “En lo que se refiere a la felicidad eterna, el pathos esencial de la existencia se compra tan caramente que, desde un punto de vista finito, se debe considerar esta compra como una locura sin más […] [y es por este motivo que] la felicidad eterna es una seguridad cuyo valor ya no cotiza en el especulativo siglo diecinueve.” (Post., p.388). El bien supremo es el criterio de decisión último o “criterio del silencio” (Post., p. 549) y sólo puede adquirirse a cambio de la vida del elector.
“Si [una generación] olvida que la moneda de lo ético debe estar en la interioridad del individuo o no estar en absoluto, entonces tal generación será una generación éticamente empobrecida y, esencialmente, en bancarrota.” (Post., p. 548)
Pero si recordamos que todo proceso de decisión requiere de un criterio de decisión que lo determine, entonces toda elección que realice una persona va a implicar la elección del criterio de decisión último. Es decir que cada elección económica implica una elección ética. En cada instante el individuo singular deberá relacionarse absolutamente con el telos absoluto, y relativamente con el telos relativo. Debemos cuidarnos entonces de relacionarnos absolutamente con lo relativo o relativamente con lo absoluto. Hasta que no realicemos esta distinción con claridad, o bien la ética va a absorber a la economía, o bien la economía va a absorber a la ética. Veamos algunos ejemplos históricos.
ANALISIS ECONOMICO
En 1759 Adam Smith publicó su “Teoría de los sentimientos morales”, según la cual la simpatía era la clave para entender el origen de los sentimientos morales. Pero deberíamos recordar que según la teoría de Smith las personas simpatizan con los sentimientos de las demás personas ¡pero nunca con las personas mismas! Y es que este intento de relacionar la ética con el egoísmo es lo más propio del liberalismo puro: el optimismo liberal busca compatibilizar el principio de maximización con la moral haciendo del egoísmo el origen de lo ético, porque la evidencia y el motor del liberalismo es la eficiencia económica. El liberalismo parte de la economía pero nunca llega a la ética, porque hace de un telos relativo su telos absoluto. Es probable que Kierkegaard hubiera aceptado el principio de maximización como la tonalidad más conveniente para estudiar la relación del hombre con lo finito, o la relación entre los hombres en tanto que seres finitos; pero como toda su obra señala, él hubiera dejado en claro la distinción entre la relación de lo finito con lo finito (la economía) y la relación del amor de prójimo, que es la relación entre hombres en tanto que seres infinitos (la ética cristiana).
Sin embargo, unos meses después de la aparición de Las Obras del Amor, llegaría el Manifiesto del Partido Comunista para asignar un valor intrínseco al trabajo humano y reclamar por la reivindicación del trabajador explotado. El pesimismo marxista esta cansado de la inmoralidad capitalista y busca una forma de ordenar la economía asignando un valor absoluto al trabajo del hombre, moralizando todo al separar entre explotadores y explotados. Como según el marxismo el mercado conduce a la explotación, toda riqueza es riqueza mal habida y moralmente reprobable. El marxismo reconoce el valor absoluto del trabajo humano, pero en su afán de ordenar la economía a partir del trabajo humano hace del hombre un ser conmensurable con lo finito y acaba poniéndole un precio a la vida humana (lo que explica el odio del marxista hacia el mercado, que es donde se traba su amor). Es decir que al intentar hacer una economía moral, el marxismo hace del telos absoluto un telos relativo. La evidencia y el motor del marxismo es la injusticia histórica, pero hay que tener cuidado de dejarnos guiar por la evidencia porque “Desde un punto de vista histórico-universal, veo el efecto; [pero] desde un enfoque ético, veo la intención” (Post., p. 156), y sería ciertamente injusto juzgar por los resultados y no por la intención.
En Economía se dice que lo que causó el fracaso del marxismo fue lo que se llamó “El problema de la transformación” que consistió en el error de pensar que se podían fijar valores absolutos en la economía. Al revés de lo que ocurre en la ética, cuando en la economía se asigna un valor absoluto a un bien, se congelan todas las relaciones de precios, algo imposible de sostener en el tiempo. El socialismo del siglo XXI es un caso especial que vale la pena mencionar. El siglo XX nos dejó la evidencia “histórico-universal” de que los países que abandonaron totalmente sus economías de mercado acabaron siendo más injustos e inmorales que las naciones capitalistas. Sin embargo, la incorporación del siglo XX a la teoría marxista no pudo conseguir que el marxismo se reconciliara con el mercado, sino que se odiara a si mismo. De la misma manera que un chico se ofusca porque no tiene habilidades para un deporte en el que pierde cada vez que juega, el marxismo se enfada por su propia incompetencia económica y su incapacidad de alcanzar la grandeza ética que se propone. De cualquier manera, el “marxismo de mercado” -¡lo que sea que eso signifique!- representa un avance en el camino por reconciliar la economía con la ética, no ya una dentro de la otra, sino como dos aspectos de la vida en permanente tensión.
Por lo tanto, entender que existe un mercado ético inconmensurable con el mercado económico, donde ambos mercados se equilibran de manera simultánea e independiente, nos permite entender mejor cómo se relaciona la economía con la ética. Es decir, la economía no una ciencia amoral y la prueba de esto es su incapacidad de alcanzar evidencias concluyentes a partir de sus teorías. La falta de evidencia es la marca de la libertad, y la marca de la libertad es presencia de la ética. Pero tampoco debemos confundir a la economía con la ética, porque esto sería elevarla por encima de sus posibilidades y exigirle una misión imposible.
CONCLUSION
El enunciado antropológico “individuo singular” que propone Kierkegaard es de un gran valor por su capacidad de relacionar la ética con la economía sin confundirlas. Si entendemos por ética lo que ofrece Kierkegaard, la Economía podría entenderse como la ciencia de las decisiones intermedias en las que el individuo se relaciona relativamente con el telos relativo. Lo valioso de la ética que propone Kierkegaard es que deja al descubierto la simultaneidad de las decisiones éticas y económicas a la vez que marca una diferencia inconmensurable entre ambas. Si se tiene esto en cuenta, la falta de evidencia científica de la Economía debería entenderse como la huella de la libertad humana en todas las decisiones de la vida, algo que debería llenar de orgullo a los economistas.
Juan Ignacio Vázquez Broquá.
*Esto es análogo a la idea según la cual l’existence précède l'essence. Aunque para la filosofía de Kierkegaard no es tan importante la indeterminación original como el carácter evidencial de la elección del criterio de decisión. Antes que una filosofía existencial, es una filosofía evidencial.
ANEXO MATEMATICO
Los economistas acostumbran demostrar sus conclusiones a partir de estructuras, relaciones y axiomas matemáticos que en muchas ocasiones no pueden aplicarse a la realidad humana, pero que brindan un manto de seriedad a sus exposiciones. Por lo tanto, lo que se expone a continuación es de dudosa relevancia y muy probablemente no tenga otro valor que el papel en el que está escrito, pero quizá valga la pena decirlo en virtud de la belleza del lenguaje en que está redactado.
Anticlímacus, uno de los seudónimos de Kierkegaard, señala que el hombre es una síntesis de finito e infinito, lo que -matemáticamente hablando- podríamos expresar de la forma: “a · ¥” donde a es un número finito. Sin embargo, para que el hombre se mantenga como una síntesis sin resolver, es decir para que el hombre no sea “sólo” infinito, es necesario que el número a sea remplazado por un infinitesimal (que tienda a cero). De manera tal que el hombre sería una síntesis de la forma “lím a®0: a · ¥”, lo que curiosamente se conoce como “indeterminación matemática”. Esta indeterminación matemática es, entonces, el hombre; y la respuesta a la pregunta por el valor del cada hombre está, pues, por verse.
Pascal señala en su apuesta que “si vous gagnez, vous gagnez tout; si vous perdez, vous ne perdez rien” (“si usted gana, usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada”), de ahí que el nombre de los papeles en los que se encontró la apuesta sea “Infini-rien"(Infinito-nada). Kierkegaard, en cambio, nota que existe una diferencia inconmensurable (+¥/-¥) entre los criterios de decisión que elige un individuo para vivir su vida. Cada posibilidad, creer (+¥) y no creer (-¥), tiene un valor infinito porque la elección por cada una de ellas –en virtud de ser criterio de decisión- determinan infinitamente las elecciones del individuo. Esta inconmensurabilidad es lo que explica la imposibilidad de elegir a partir de la comparación, lo que Kierkegaard llama “la parada de la razón”.
Kierkegaard afirma que el valor de la vida de un hombre se determina a partir de las elecciones que este realice –en especial, a partir de aquella elección que determina a las subsiguientes-.
Dijimos que el valor de la vida humana era una síntesis sin resolver de finito e infinito y que el valor de cada alternativa era inconmensurable (+¥/-¥).
Como a · ¥ = 1/(1/a) · ¥, es fácil notar que “lím a®0: 1/(1/a) · ¥”, lo que es igual a la inconmensurabilidad de la elección (+¥/-¥). Es decir que, aún matemáticamente hablando, podemos demostrar que el valor de la vida humana va a ser igual al valor de la elección, y que ambos se encuentran indeterminados.
La teoría cristiana de la decisión de Kierkegaard tiene como punto de apoyo el reconocimiento de una desigualdad, la desigualdad infinita entre el valor del hombre (h) y el valor de Dios (D). Este desequilibrio es el que pone en movimiento al cristiano y en virtud de la cual se acepta por obediencia al Desigual el criterio de decisión según el cual h1=h2=…=hi=¥, en base a la cual se cotizan los pagos esperados de todas las decisiones subsiguientes. Esta es la mayor paradoja de la economía: que el Bien –El Numerario- por el cual se cotizan todos los bienes sea -¡sí!-inconmensurable. El seudónimo Johannes Clímacus afirma que “es la firmeza en lo absoluto y en las distinciones absolutas lo que convierte a uno en un buen dialéctico” (MF: 111).
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
· “Post-Scriptum Definitivo No Científico a Las Migajas Filosóficas Postscriptum”; Johannes Climacus (Sören Kierkegaard). Traducción de Nassim Bravo Jordán. Universidad Iberoamericana.
· “Las obras del amor” (OA); Sören Kierkegaard. Traducción de Demetrio g. Rivero y corrección de Victoria Alonso. Editorial Sígueme.
· “El Instante” (EI); Sören Kierkegaard. Traducción del danés y presentación de Andrés Roberto Albertsen, en colaboración con María José Binetti, Óscar Alberto Cuervo, Héctor César Fenoglio, Ana María Fioravanti, Ingrid Marie Glikmann y Pedro Nicolás Gorsd. Editorial Trotta.
· “Ejercitación del cristianismo”(EC); Sören Kierkegaard. Editorial Guadarrama.
· “Migajas filosóficas o un poco de filosofía”(MF); Joahnnes Climacus (Sören Kierkegaard). Edición y traducción de Rafael Larrañeta. Editorial Trotta.
· “Temor y temblor”; Johannes de Silentio (Sören Kierkegaard). Traducción del alemán por Jaime Grinberg. Editorial Losada.
· “El concepto de la angustia”; Vigilius Haufniensis (Sören Kierkegaard). Ediciones Libertador.
· “Kierkegaard: una introducción. Escuchar una voz” Oscar Cuervo. Editorial Quadrata.
· “Teoría de los sentimientos morales”; Adam Smith. Traducción de Edmundo 0’Gorman. Fondo de Cultura Económica.
· “Pensamientos”; Blas Pascal. Editorial Alianza.
· “Acerca de los fundamentos antropológicos de la ciencia económica. Una introducción breve.”; Rafael Rubio de Urquía. Revista Empresa y Humanismo.
· “Procesos de autoorganización”; Rafael Rubio de Urquía; Francisco José Vázquez; Félix Fernando Muñoz Pérez. Unión Editorial.
· “La importancia de los procesos de autorrealización para la economía”; Rafael Rubio de Urquía. Revista Valores en la sociedad industrial (Año XXII, N° 61; Diciembre de 2004).
· “Aspectos metodológicos de la Historia del Pensamiento Económico”; Dr. Oreste Popescu. Biblioteca de la Universidad Católica Argentina; circulación limitada.