MARÍA SOL RUFINER: "<CLOSER TO MY SELF>. UNA LECTURA DE 'EL GRAN DIVORCIO' DE C.S. LEWIS A LA LUZ DE 'EL TRATADO DE LA DESESPERACIÓN' DE S. KIERKEGAARD"
***

“Cause I’ve been everybody else,

now I want to be

something Closer to myself”

Kendall Payne

Introducción


           
La pregunta, que surge a partir del epígrafe, es ¿cómo es posible que uno sea algo más cercano a sí mismo, si ya es sí mismo?  En otras palabras, reformulando la pregunta, ¿cómo puede ser que uno se aleje de ser sí mismo, o se acerque más a ser sí mismo, si ya es quien es? ¿Puede ser que cada una de nuestras decisiones existenciales nos lleven más lejos del ser o más cerca? este problema metafísico planteado en el tratado de la desesperación del filósofo danés, ha rondado mi pensamiento, en busca de soluciones. Una de ellas, la que me había parecido la más plausible, era aludir a niveles de significación del lenguaje, Kierkegaard se referiría así a un no ser metafórico, a una nada metafórica. Sin embargo, mientras más me adentraba en el pensamiento del danés más me daba cuenta de que no era en un sentido metafórico en el que hablaba, sino más bien en un sentido estrictamente literal. Con todo a su vez que notaba esto, otra pregunta surgía en mi mente ¿Cómo era posible que no encontrara extraño este postulado de ir comenzando a ser más nosotros mismos en base a que nuestras decisiones libres se acerquen o se alejen más de nuestro Principio? En eso recordé que Kierkegaard no era el único que había postulado que el individuo o persona cuanto más se acerca a la  fuente de su ser (Dios), más real se torna, y cuanto más se aleja se torna más irreal; es más, quien yo recordaba, postulaba que toda realidad cuanto más cercana a Dios, más real es, y que cuanto más lejos menos real: “La diferencia entre la antigua Narnia y la nueva Narnia era así. La nueva era una tierra más profunda: cada roca y cada flor y cada brizna de pasto parecía significar más. No puedo describirla mejor que eso.”[1] Esta cita de mi infancia me llevó a una cita de mi adolescencia: “La hierba, dura como diamante para mis pies insustanciales, me hacía sentir que caminaba sobre rugosas rocas y padecí dolores como los de la sirena de Hans Andersen. Un pájaro pasó enfrente. Lo envidié. Pertenecía a esta región y era tan real como la hierba. Podía doblar los tallos y mojarse con el rocío.”[2] El autor de estas citas, era C.S. Lewis quien primero en su obra para niños Las crónicas de Narnia, sostendría que las cosas cuanto más arriba y más al centro en la tierra de Aslan eran más reales, y que luego en su novela para adultos El gran divorcio postularía que el hombre alejado de Dios se vuelve cual fantasma y que aquél que está en Dios se torna persona sólida, brillante de Luz. Si bien la inspiración de Lewis es puramente platónica, es la idea de este trabajo, mostrar cómo la imagen descrita en su novela, puede ilustrar la doctrina propuesta en El tratado de la Desesperación de Sören Kierkegaard. Para así terminar concluyendo, que el hombre cuanto más libremente se acerque al principio de su existencia más es y cuanto mas se aleje más tiende a la nada y al no ser:
“He aquí, pues, la fórmula que describe el estado del yo, cuando la desesperación es enteramente extirpada de él: orientándose hacia sí mismo, queriendo ser él mismo, el yo se sumerge, a través de su propia transparencia, en el poder que le ha planteado.”[3]


Ø
     
La constitución del yo:


           
Una de las primeras cosas que llama la atención en El gran divorcio[4], es el estado de las personas al arribar al valle de la sombra de la vida, y cómo este va evolucionando, hasta casi desaparecer si la persona no cede; o se va tornando sólida y luminosa, si la persona decide aceptar su ser-creada y por ende empezar a caminar hacia el Principio amante que la creó.

¿Cómo puede ser esto?  Este es el momento que dejamos que nos hable el danés, para decirnos cómo es que está constituido el yo del hombre: “El hombre es una síntesis de infinito y finito, de temporal y eterno, de libertad y necesidad, en resumen, una síntesis. La discordancia de la desesperación no es una simple discordancia, sino la de una relación que, refiriéndose íntegramente a sí misma, es planteada por otra; así, la discordancia de esta relación, existiendo en sí, se refleja además al infinito en su conexión con su autor.”[5]

En primer lugar debemos establecer que el yo es la síntesis de una relación, esto quiere decir que “El hombre no es “uno” desde su inicio: es un compuesto de elementos, y por lo tanto debe convertirse en individuo (…)”[6] siendo  el resultado de la relación entre lo finito y lo infinito, entre la creatura y el Creador. El yo del hombre, su ser singular, se constituye de manera acabada en el retorno a sí mismo de la relación con el Autor de su ser.

            En segundo lugar ¿cómo es que el hombre deviene en individuo? ¿Cómo es que el hombre se hace uno, se hace sí mismo? A través de su libertad, de sus elecciones, “Eso es la libertad: el don por el cual más te pareces a tu Hacedor  y te haces parte de la realidad eterna.”[7]         Si observamos a los protagonistas, la gente sólida es aquella que ha elegido libremente a Dios y que mediante esa elección ha tomado forma: “—¿Qué necesidades podría tener, ahora que lo tengo todo? — dijo ella—. Estoy llena ahora, no vacía. Estoy enamorada de Èl, no estoy sola.”[8] Los fantasmas son aquellos que mediante el desprecio del amor se han elegido a sí mismos por sobre todo: “—¿Cómo te atreves a reírte de esto? Dame a mi hijo. ¿Me oyes? No me interesan todas esas normas y regulaciones. No creo en un Dios que mantiene separados a madre e hijo. Creo en un Dios de amor. Nadie tiene derecho a interponerse entre yo y mi hijo. Ni siquiera Dios. Se lo puedes decir personalmente. Quiero a mi hijo y pretendo tenerlo. Es mío, ¿entiendes? Mío, mío, mío, para siempre.”[9]

            Como vemos, en estos ejemplos se encuentran condensados los elementos que  Kierkegaard nos ha planteado; la persona toma forma cuando elige a Dios, cuando la síntesis se completa, y el hombre establece una relación total con quien lo planteó desde el principio. De este modo se solidifica y crece hasta convertirse en  una persona, como dice Lewis en el Inglés original (grow into a person). Ahora bien, cabe recordar una vez más e insistir en que el proceso de solidificación depende pura y exclusivamente de la elección libre de cada uno:

             “—¿Por qué me tortura? Me está provocando. ¿Cómo voy a dejar que me haga           pedazos? Si quería ayudarme, ¿por qué no mató de una vez esa condenada cosa        sin darme tiempo para advertirlo? Ya habría pasado todo.

            —No puedo matarla contra su voluntad. Es imposible. ¿Tengo su permiso?” [10]

            De este modo vemos que el volverse individuo, depende de la síntesis de libertad y necesidad; son nuestras elecciones las que nos acercan o alejan de ser nosotros mismos.


Ø
     
Esa enfermedad mortal; la  desesperación:


Una cosa que debemos aclarar  es que cuando hablamos de desesperación hablamos en términos de una enfermedad, de una alteración que se da en el yo, por voluntad propia, que le impide completar la síntesis que lo hace devenir en individuo como antes habíamos visto. A la desesperación Kierkegaard la llama enfermedad mortal, porque “(…) lejos de morir de ella , hablando con propiedad, o de que ese mal termine con la muerte física, su tortura, por el contrario, consiste en no poder morir, (…) Así, estar enfermo de muerte, es no poder morirse” no se puede morir porque por más que se desee interrumpir la relación con su Autor no completándola desde la parte que le corresponde “(…) aquí fracasa, a pesar, de que desespera, y no obstante todos los esfuerzos de la desesperación, ese Autor sigue siendo el más fuerte y le obliga a ser el yo que no quiere ser (…) puesto que ese yo, nuestro haber, nuestro ser es la suprema concesión infinita de la Eternidad al hombre y su garantía”[11]  Nuestro Autor nos da la existencia, nos da el ser, está en nosotros el participar libremente de ese regalo o rechazarlo, rechazando la relación con Él enfermándonos de muerte por querer volver a la nada de donde venimos.

“De aquí surge que haya dos formas de verdadera desesperación. Si nuestro yo se hubiese planteado el mismo, no existiría más que una: no querer ser uno mismo, querer desembarazarse de su yo, y no se trataría de esta otra: la voluntad desesperada de ser uno mismo”[12] Así pues Kierkegaard nos plantea dos posibilidades para alejarnos de ser uno mismo: la primera es el camino más evidente, el tratar de desembarazarse de sí mismo; la segunda no es tan evidente, ya que consiste en una paradoja, la de  dejar de ser uno mismo por el hecho de que se esta intentando desesperadamente serlo.  Sin embargo ambas dos se reducen a la opción entre uno mismo (la nada) y su autor (el Ser).  Y es de esto justamente que trata  la novela de Lewis “Lo que te concierne es la índole misma de la opción: y que puedes observarlos mientras optan.”[13] Le dice el maestro al protagonista. En la historia que escribe el profesor oxoniense podemos encontrar varios ejemplos de la opción y en particular de las dos formas de desesperación, planteadas por el danés.  Sin embargo, nos centraremos en dos, que creo son las más características de ambos tipos de desesperación.

 

Ø      La desesperación en la cual no se quiere ser uno mismo: Desesperación debilidad.


“Como un padre que deshereda a su hijo, el yo se niega a reconocerse después de tanta debilidad. Desesperado, no puede olvidarla, en un sentido se aborrece, no queriendo humillarse bajo su peso, como el creyente, para volverse a encontrar de este modo; no, en su desesperación, ya no quiere oír hablar de sí mismo, no quiere saber nada de sí mismo.”
[14]
Esta es la característica de este tipo de desesperación[15], el yo se mira y aborrece por su debilidad de haberse dejado esclavizar de lo temporal, se ve a sí mismo desnudo de lo eterno e incapaz de poder alcanzarlo, esto es lo que le sucede a la “Dama de los unicornios”[16] :

“ —¿No puedes entender nada? ¿De verdad crees que voy a ir así con toda esa gente?

—¿Y por qué no?

—Nunca habría venido si hubiera sabido que todos ustedes iban a estar vestidos así.

—Amiga, no estoy vestido en absoluto.

—No me refería a eso. Vete de una vez.

—¿Pero nunca me vas a decir por qué?

—Si no puedes comprender, para qué te voy a explicar nada. ¿Cómo voy a ir así entre tanta gente con cuerpos realmente sólidos? Esto es mucho peor que salir en la tierra sin nada encima. ¿Acaso no me atraviesan todos con la mirada?”[17]

Este desesperado no puede tolerar el hecho, que ahora se le revela al estar de  frente a la eternidad, de haber elegido lo temporal por debilidad. Así vemos que Lewis describe a este fantasma de la siguiente manera: “Había sido una mujer. Una mujer elegante, pensé, aunque las sombras de su atuendo lucían algo lúgubres a la luz de la mañana.”[18], en este detalle el escritor pareciera querer mostrarnos la preocupación que la fantasma tenía en su vida por sí misma.  Más adelante pareciera hacer lo mismo en el hecho de que ella quiera ocultarse, revelándonos la conciencia que tiene ella de que ahora en la luz de la pronta mañana eterna, es transparente a causa de esa debilidad que tenia en vida, su yo es ahora: “Esa puerta vedada detrás de la cual no había más que la nada, es aquí una verdadera puerta, pero además con cerrojos, y detrás de ella el yo, como pendiente de sí mismo, se ocupa y engaña el tiempo negándose a ser él mismo, aunque siéndolo bastante para amarse.”[19] Todo esto,  a causa de ese no querer ser si misma y mirar con confianza en la eternidad que la espera con brazos abiertos aún a pesar de su debilidad.

Sin embargo, para este desesperado, no todo está perdido, dice Kierkegaard: “Su mismo crecimiento de intensidad aproxima esta desesperación en un sentido a la salud. Pues su profundidad misma la guarda del olvido; al no cicatrizar, salvaguarda en todo instante una posibilidad de salvación.” [20] Y esa posibilidad de salvación de salir de sí para ir a Dios y retornar a ser sí mismo, Lewis la deja esbozada en la carga de los unicornios, dice el maestro al protagonista:

“—Pudo tener éxito —dijo—. Debiste adivinar que quiso asustarla. No porque el miedo, por sí mismo, la hubiera hecho menos fantasma; pero si conseguía sacarla de sí misma por un momento, habría habido, en ese instante, una posibilidad. He visto a más de alguien salvarse así”[21]

 

Ø      Desesperación en la cual se quiere ser uno mismo o desesperación desafío:
Aquí el desesperado erige su yo en desafío frente a su Autor prefiriendo conservarlo, aún a costa de su eterna felicidad; dice Kierkegaard en relación a este desesperado: “ (…)llega el desafío que, en el fondo, es desesperación gracias a la eternidad, y en la cuál el desesperado abusa desesperadamente de la eternidad inherente al yo para ser él mismo.(…) En esta forma de desesperación, se tiene de más en más conciencia de su yo y, por lo tanto, de más en más sobre lo que es la desesperación y de la naturaleza desesperada del estado en que uno se encuentra; aquí la desesperación tiene conciencia de ser un acto (…)Es ese el yo que el desesperado quiere ser, desprendiéndolo de toda relación con un poder que lo ha planteado,(…) el yo quiere desesperadamente disponer de sí mismo (…)elegir lo que admitirá o no en su yo concreto.”[22]  

En este desafío encontramos a nuestro trabajador honesto[23], uno de los primeros casos que el protagonista presencia: 

“—Personalmente —dijo el gran fantasma, con un énfasis que contradecía el significado habitual de la palabra—, personalmente, he pensado que tú y yo debíamos estar exactamente al revés. Esa es mi opinión personal.

—Es muy posible que finalmente sea así —agregó el otro—, siempre que dejes de pensar en ello.

—Mírame ahora --dijo el fantasma, que se golpeó el pecho (pero sin que se produjera sonido alguno)—. He sido recto toda la vida. No digo que haya sido un hombre religioso ni que no haya tenido mis fallas; todo lo contrario. Pero toda la vida he hecho lo mejor que he podido, ¿ves? Lo mejor con todos, así he sido. Nunca pedí nada que no fuera mío. Si quería un trago, lo pagaba. Si cobraba algo era porque había hecho mi trabajo, ¿lo ves? Así he sido y no me importa quién lo sepa.

—Sería mucho mejor no continuar con eso por el momento.

—¿Quién va a continuar? No estoy discutiendo. Sólo te estoy diciendo la clase de persona que era, ¿lo ves? No exijo nada, sólo mis derechos. Te crees que puedes menospreciarme porque vas vestido así (y no ibas así cuando trabajabas a mis órdenes) y porque soy un hombre pobre. Pero debo tener los mismos derechos que tú, ¿lo ves?”[24]

Este desesperado, no va aceptar que haya un poder que lo mantenga en su ser de un modo distinto al que él se ha imaginado, dado que en esta desesperación  convierte a su yo en una abstracción ideal lejana a lo que realmente es: “Lejos de lograr ser cada vez más él mismo, por el contrario se revela de más en más un yo hipotético. En él el yo es amo, como se dice, absolutamente el amo, y la desesperación es eso, pero al mismo tiempo también lo que él considera su satisfacción, su gozo.”[25]

Así su decisión ontológica ya está tomada, no esperara la oportunidad de salvarse, de realizar la opción por el ser, sino que buscará la oportunidad en la cual pueda soplar las propias cenizas de su yo  a los ojos de su Autor:

            “—No te niegues. Nunca llegarías solo. Y yo soy el que te enviaron.

            —¿Así que ése es el truco? —gritó el fantasma. Exteriormente se lo veía amargado, pero me pareció que su voz manifestaba una sensación de triunfo. Lo          habían emplazado; podía negarse; esto le parecía una ventaja.

            —Me imaginaba que había un maldito sinsentido —continuó—.Todo es una        conspiración, una condenada conspiración. Diles que no voy. Prefiero           condenarme antes que ir contigo. Vine aquí para obtener lo que merezco, ¿lo    ves? No vine para andar lloriqueando por caridad ni pegado a tu sombra. Si son            tan amables y me privan de tu compañía, regreso a casa. Parecía casi feliz    ahora que podía, en cierto sentido, amenazar.

            —Eso es lo que haré —repetía—, me iré a casa. No vine aquí a que me trataran como a un perro. Me voy a casa. Eso es lo que haré. Todos ustedes pueden       reventar...”[26]

De este modo, la puerta para este desesperado no esta cerrada de afuera, sino que de adentro, el ha hecho su opción llegado el instante, y ha elegido su yo ideal por encima de su Autor. “Por su rebelión misma contra la existencia, el desesperado se enorgullece de tener en la mano una prueba contra ella y contra su bondad. Cree que él mismo es esa prueba y como quiere serla, quiere pues ser él mismo, sí, ¡con su tormento!, para protestar toda la vida por medio de ese tormento mismo”[27]. Así torna su yo a un nivel casi cercano a la nada de donde vino a la que vuelve diciendo: “¡No! ¡No me borrarás, permaneceré como un testigo contra ti, como un testigo de que no eres más que un ruin autor![28]

 

Ø      Conclusión: 
En ética, siempre decimos que no hay actos humanos que sean moralmente neutros, pero luego de leer a estos dos grandes autores, iría más lejos en la afirmación, no hay actos humanos libres que sean Ontológicamente neutros, esto se debe a que la conexión que tiene nuestro yo con su Autor, es una conexión tan profunda, como acabamos de ver, que define desde nuestra existencia hasta nuestro ser-persona. Podríamos preguntar, ¿qué papel juega nuestra libertad en nuestra ontología si desde un principio somos lanzados a la existencia sin nuestro consentimiento? A lo que podemos responder, que el llamado a la existencia, “(…) ese yo, nuestro haber, nuestro ser es la suprema concesión infinita de la Eternidad al hombre y su garantía”[29]; es el primer paso en el ser verdaderamente uno mismo, un primer nivel llano que no se supera, a menos que libremente se complete la relación y aceptando este regalo nos elijamos a nosotros mismos en nuestro Autor. Deviniendo, así individuos (personas), en el proceso de completar esta relación, que como dice el Danés es nuestro propio yo.

 

 

Bibliografía:

  • C.S. Lewis, El gran Divorcio un sueño, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995.
  • C .S. Lewis, Las crónicas de Narnia libro VII: La última batalla, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995.
  • Mariano Fazio Fernández Un sendero en el bosque, Educa, Bs. As., 2007
  • Sören Kierkegaard Tratado de la desesperación, Leviatán, Bs. As., 2005

Apéndice:

 

La Dama de los Unicornios:

Un fantasma avanzaba por el claro tan rápido como se lo permitía ese territorio nada fácil. Miraba de soslayo como si lo persiguieran. Noté que había sido una mujer. Una mujer elegante, pensé, aunque las sombras de su atuendo lucían algo lúgubres a la luz de la mañana. Se encaminaba hacia los arbustos. No consiguió adentrarse en ellos —las ramas y hojas eran demasiado duras—, pero se apretó contra ellos cuanto pudo. Parecía creer que se estaba ocultando. Poco después escuché el sonido de unos pies ligeros y surgió a la vista una de las personas brillantes. Uno siempre notaba esos sonidos, porque los fantasmas no hacían ruido alguno al marchar.

—¡Vete! —aulló la fantasma—. ¡Vete! ¿No ves que quiero estar sola?

—Pero necesitas ayuda —dijo el sólido.

—Si tienes algún rasgo de decencia, vete —reiteró la fantasma— márchate. No quiero ayuda. Quiero que me dejen sola. Así que márchate. Sabes que no puedo andar rápido, sabes que estas horribles espinas no me dejan alejarme. Es verdaderamente abominable que te aproveches de esto.

—¡Oh, eso! —dijo el espíritu—. Eso se arreglará muy pronto. Pero vas en la dirección equivocada. Es hacia allá, hacia las montañas, donde necesitas ir. Te puedes apoyar en mí todo el camino. Yo no puedo llevarte, de ningún modo; pero no te hará falta demasiado: te molestará menos con cada paso que des.

—No tengo miedo del dolor. Ya lo sabes.

—¿Entonces qué te importa?

—¿No puedes entender nada? ¿De verdad crees que voy a ir así con toda esa gente?

—¿Y por qué no?

—Nunca habría venido si hubiera sabido que todos ustedes iban a estar vestidos así.

—Amiga, no estoy vestido en absoluto.

—No me refería a eso. Vete de una vez.

—¿Pero nunca me vas a decir por qué?

—Si no puedes comprender, para qué te voy a explicar nada. ¿Cómo voy a ir así entre tanta gente con cuerpos realmente sólidos? Esto es mucho peor que salir en la tierra sin nada encima. ¿Acaso no me atraviesan todos con la mirada?

—Oh, ya veo. Pero todos éramos un poco fantasmales cuando llegamos. Eso se acaba. Ven y trata de ver.

—Pero ellos me verán.

—¿Y qué importa?

—Prefiero morir.

—Pero si ya has muerto. No tiene sentido tratar de volver a eso.

La fantasma emitió un sonido entre gemido y gruñido.

—Ojalá no hubiera nacido —dijo—. ¿Para qué nacimos?

—Para una felicidad infinita —contestó el espíritu—. Y puedes alcanzarla ahora, en cualquier momento...

—Pero, te lo dije, me van a ver.

—Y después de una hora ya no te va a importar. Un día más tarde te reirás de todo esto. ¿No recuerdas que en la tierra había cosas demasiado calientes para tocarlas con los dedos, pero que se podía beber sin problemas? La vergüenza es como eso. Si la aceptas, si te bebes la copa de un trago, la hallarás muy nutritiva. Pero te quemará si tratas de hacer cualquier otra cosa con ella.

—¿De verdad lo crees? —dijo la fantasma y se interrumpió. Casi no podía tolerar el suspenso. Me parecía que mi propio destino dependía de su respuesta. Podría haberme arrojado de rodillas y haberle rogado que cediera.

—Sí —respondió el espíritu—. Ven e inténtalo. Creí que la fantasma iba a obedecer. Se movió. Pero exclamó, de súbito:

—No, no puedo. Te dije que no puedo. Un momento, mientras hablabas, casi creí que..., pero llegado el caso... No tienes derecho a pedirme algo como eso. Es desagradable. Nunca me lo perdonaría.  Nunca, nunca. Y no es justo. Nos tendrían que haber avisado. Nunca habría venido entonces. Y ahora, por favor, ¡vete!

—Amiga —dijo el espíritu—, ¿no puedes dejar de pensar un momento en ti misma?

—Ya te contesté —elijo la fantasma, con frialdad, pero aún llorosa.

—Entonces sólo queda una medida posible —agregó el espíritu y, cosa que me sorprendió completamente, se llevó un cuerno a la boca y sopló con fuerza. Me tapé las orejas con las manos. La tierra parecía temblar. El bosque entero se estremeció y dobló con el sonido. Creo que después hubo una pausa (aunque no era nada claro), antes de que se escuchara el galopar de infinidad de cascos, muy lejos al principio, pero mucho más cerca antes de que los identificara y muy pronto tan cerca que empecé a buscar un lugar más seguro. Antes de que lo encontrara, ya tenía el peligro encima. Una manada de unicornios venía tronando entre las hierbas. El más pequeño no medía menos de veintisiete palmos de altura, todos eran blancos como cisnes menos en el brillo rojo de ojos y narices y en el índigo resplandeciente de los cuernos. Todavía puedo recordar el sonido de la hierba húmeda bajo sus cascos, las ramas que se quebraban a su paso, los bramidos y los relinchos, cómo levantaban las patas delanteras y bajaban la cabeza apuntándose los cuernos imitando una batalla. Me pregunté, recuerdo, para qué batalla verdadera sería ese ensayo. Escuché el grito de la fantasma; creo que saltó desde los arbustos... quizás hacia el espíritu, pero no lo sé. No resistí más y huí sin cuidarme, de momento, de la horrible dureza bajo mis pies; sin atreverme, tampoco, a hacer la menor pausa. Así que nunca supe cómo terminó esa entrevista.[30]

 

El trabajador Honesto y el asesino:

Casi en seguida me siguió el que llamaba el grande..., aunque, para decirlo con más propiedad, debía llamar el gran fantasma. A él lo seguía uno de los personajes brillantes.

—¿No me conoces? —le gritó al fantasma. Me fue imposible no volverme y prestar atención. El rostro del espíritu sólido —era de los que llevaban ropa— me dio deseos de bailar. Era jocundo, de aplomo absolutamente juvenil.

—Bueno, condenación —dijo el fantasma—. Nunca lo habría creído. Sorpresa total. No está bien, Len. ¿Y qué fue del pobre Jack, eh? Se te ve muy satisfecho, pero lo que yo digo es ¿qué fue del pobre Jack?

—Está aquí —contestó el otro—. Lo verás muy pronto, si te quedas.

—Pero lo asesinaste.

—Por supuesto. Todo está arreglado.

—¿Arreglado? Lo estará para ti. ¿Pero qué hay del pobre muchacho, tirado, frío y muerto?

—Pero no lo está. Ya te lo dije, lo verás muy pronto. Te envía saludos.

—Lo que me gustaría entender —dijo el fantasma— es qué haces aquí, feliz como unas pascuas, tú, un sanguinario asesino, mientras yo me he pasado pateando calles allá abajo y viviendo todos estos años en un lugar digno de cerdos.

—Es un poco difícil de entender al principio. Pero ya todo se acabó. Ahora te resultará agradable. Hasta entonces no hay motivo para preocuparse.

—¿No hay motivo para preocuparse? ¿No te da vergüenza?

—No. No como tú crees. No me miro a mí mismo. Me he olvidado de mí. Tuve que hacerlo, sabes, después del asesinato. Eso fue lo que eso me provocó. Y así empezó todo.

—Oh no. No es tan malo. No he recibido lo que merezco. Si fuera así, no estaría aquí. Y tú tampoco recibirás lo que mereces. Recibirás algo mucho mejor. Nunca tengas miedo.

—Es justamente lo que decía. No he recibido lo que merezco. Siempre hice lo mejor, todo lo posible, nunca hice nada malo. Y lo que no comprendo es por qué me van a poner más abajo que un asesino sanguinario como tú.

—¿Quién sabe dónde vas a estar? Sólo sé feliz y ven conmigo.

—¿Para qué sigues discutiendo? Sólo te estoy diciendo la clase de persona que soy. Sólo quiero lo que me merezco, mis derechos. No estoy solicitando la condenada caridad de nadie.

—Entonces hazlo. Pide caridad. Todo está aquí para que se lo pida y nada puede ser comprado.

—Eso puede estar muy bien para ti, me parece. Si han optado por dejar entrar a un sanguinario asesino sólo porque se puso a rogar a último momento, allá ellos. Pero no me veo viajando en el mismo barco que tú, ¿lo ves? ¿Por qué lo iba a hacer? No quiero caridad. Soy un hombre decente y si se me diera lo que merezco, hace mucho que estaría aquí. Les puedes decir que lo dije.

El otro movió la cabeza—Nunca lo vas a lograr de esa manera —dijo—. Nunca se te endurecerán los pies lo bastante para caminar sobre esta hierba. Te agotarás antes de que lleguemos a las montañas. Y esto no es precisamente la verdad, lo sabes. La sonrisa le bailaba en los ojos mientras hablaba.

—¿Qué no es verdadero? —preguntó el fantasma, tragando saliva.

—No fuiste decente y no hiciste todo lo posible. Ninguno lo fue ni nadie hizo todo lo que podía. Que Dios te bendiga, pero no importa. No hace falta que recordemos eso.

—¡Tú! —masculló el fantasma—. ¿Tú tienes el descaro de decirme a mí que no fui un tipo decente?

—Por supuesto. ¿Pero tenemos que volver sobre todo eso? Te voy a decir algo, para empezar. El asesinato del viejo Jack no fue lo peor que hice. Fue asunto de un instante y estaba medio loco cuando lo hice. Pero te asesiné a ti, en el corazón, adrede, durante años. Solía quedarme despierto, por las noches, pensando en lo que te haría si tenía oportunidad. Por eso me enviaron ahora contigo: para que te pidiera perdón y fuera tu servidor mientras necesites o quieras tener uno. Yo era el peor. Pero todos los que trabajaron a tus órdenes sentían lo mismo. Nos tratabas con mucha dureza, sabes. Y lo mismo hacías con tu mujer y con tus hijos.

—Ocúpate de tus cosas, muchacho —dijo el fantasma—. ¿Nada de habladurías, eh? No pienso tolerar ninguna indiscreción tuya.

—Aquí no hay vida privada —contestó el otro.

—Y te diré algo más —agregó el fantasma—. Te puedes ir, ¿ves? Aquí no te quieren. Puede que sólo sea un pobre hombre, pero no voy a confraternizar con un asesino ni menos voy a escuchar sus consejos. ¿Así que te traté con dureza a ti y a otros como tú? Si te vuelvo a tener allá, te voy a mostrar lo que verdaderamente es el trabajo.

—Me lo puedes mostrar ahora —dijo el otro, casi riendo—. Será gracioso ir a las montañas, pero habrá mucho trabajo.

—¿Supones que iré contigo?

—No te niegues. Nunca llegarías solo. Y yo soy el que te enviaron.

—¿Así que ése es el truco? —gritó el fantasma. Exteriormente se lo veía amargado, pero me pareció que su voz manifestaba una sensación de triunfo. Lo habían emplazado; podía negarse; esto le parecía una ventaja.

—Me imaginaba que había un maldito sinsentido —continuó—.Todo es una conspiración, una condenada conspiración. Diles que no voy. Prefiero condenarme antes que ir contigo. Vine aquí para obtener lo que merezco, ¿lo ves? No vine para andar lloriqueando por caridad ni pegado a tu sombra. Si son tan amables y me privan de tu compañía, regreso a casa. Parecía casi feliz ahora que podía, en cierto sentido, amenazar.

—Eso es lo que haré —repetía—, me iré a casa. No vine aquí a que me trataran como a un perro. Me voy a casa. Eso es lo que haré. Todos ustedes pueden reventar...

Por fin, sin dejar de murmurar, pero vacilando un poco mientras se abría paso en la dura hierba, se alejó.[31]

 

 



[1]C .S. Lewis, Las crónicas de Narnia libro VII: La última batalla, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995. p.154

[2] C.S. Lewis El gran Divorcio un sueño, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995, p34

[3] Sören Kierkegaard, Tratado de la desesperación, Leviatán, Bs.As., 2005, p.21

[4] La historia de El gran divorcio es la historia de un sueño; un hombre de repente se encuentra inexplicablemente en una extraña parada de autobús, esperando el  micro que lo conduciría a un lugar desconocido. Las cosas a su alrededor son de un gris sucio y desgastado y hasta la actitud de la mismas personas que lo acompañan son de un aspecto y comportamiento también sucio, gris y desgastado, con esto nos referimos a un comportamiento quejumbroso, no alegre, triste, egoísta y autocomplaciente, cosas que hacen a una persona, sea quien fuere, gris. La historia continua, cuando el autobús arriba a, lo que podríamos llamar en el leguaje de Lewis, las tierras reales. Allí nuestro personaje comienza a observar que las cosas a su alrededor son más sólidas que él y sus compañeros, que vistos a la luz de aquel brillante amanecer son meros fantasmas. El protagonista, más adelante, empieza a encontrar diferentes casos de compañeros fantasmas que se van encontrando con distintas personas brillantes, estos casos le son explicados por su acompañante George Mac Donald el cual es también una de las personas brillantes.

 

[5] Sören Kierkegaard, ibídem, pp.19-21

[6] Mariano Fazio Fernández, Un sendero en el bosque, Educa, Bs. As., 2007, p. 89.

[7] C.S. Lewis, ibídem, p. 115

[8] C.S. Lewis, ibídem, p.105

[9] C.S. Lewis, ibídem, pp. 88-89

[10] C.S. Lewis, ibídem, p.94

[11] Sören Kierkegaars, ibídem, p. 32

[12] Sören Kiekegaard, ibídem, p.20

[13] C.S. Lewis, ibídem, p.66

[14] Sören Kierkegaard, ibídem, pp. 86-87

[15] Kierkegaard hace en su obra una descripción de la desesperación más amplia y con más matices,  en este trabajo usaremos sólo la parte referida a lo eterno debido al tenor de la obra de Lewis y a la duración del presente trabajo.

[16] Ver Apéndice.

[17] C.S. Lewis, ibídem, p.59

[18] C.S. Lewis, ibídem, p. 58

[19] Sören Kierkegaard, ibídem,p. 87

[20] Sören Kierkegaard, ibídem,p.86

[21] C.S. Lewis, ibídem, p. 72

[22] Sören Kierkegaard, ibídem, pp.92-93.

[23] Ver Apéndice

[24] C.S. Lewis, ibídem, pp.35-36

[25] Sóren Kierkegaard, ibídem, p.95

[26] C.S. Lewis, ibídem, p. 38

[27] Sören Kierkegaard, ibídem, p. 100

[28] Sören Kierkegaard, ibídem, p101

[29] Sören Kierkegaard, ibídem, p. 32

[30] C.S. Lewis, ibídem, pp.58-61

[31] C.S.Lewis, ibídem, pp. 36-38.

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