GABRIEL GUEDES ROSSATTI: "KIERKEGAARD ENTRE LOS HOMBRES Y MUJERES DE LA MUCHEDUMBRE"
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Algunas palabras en torno de los 160 años de la publicación de
La enfermedad hacia la muerte
En 1840, el hombre de letras Edgar Allan Poe (1809-1849) sacaba simultáneamente a la luz, en dos revistas distintas de los Estados Unidos de América, un pequeño cuento posteriormente muy influyente de título El hombre de la muchedumbre. En él, tenemos un narrador sin nombre, el cual se encuentra en un café de la ciudad de Londres. Recién recobrado de una enfermedad, con un cigarro en los labios y un periódico a disposición, después de mirar lo que pasaba a su vuelta, decide volver su atención hacia el exterior, hacia la calle, la cual, al acercarse la noche, era tomada por “[...] mareas de poblaciones [...]”[1], las cuales dejaban a nuestro narrador con una deliciosa e inédita emoción. Luego, atraído por el “[...] mar de cabezas humanas [...], los transeúntes en masas [...]”[2], el narrador entra en una digresión acerca de los tipos humanos que habitaban tal ciudad, dándonos así una copiosa lista de informaciones acerca de las “[...] innumerables variedades de figuras, vestimentas, aires, andares, rostros y sus expresiones.”[3]
Repentinamente, la noche caída, se instaura “[...] el mundo de luz [...]”[4], trayendo consigo “[...] un hombre decrépito, de unos sesenta o setenta años de edad [...]”, cuya expresión atrae al narrador, ahora ya revelado como una especie de psicólogo, a causa de la “[...] absoluta idiosincrasia de su expresión.”[5], la cual lleva al narrador a decir que
En cuanto yo buscaba, durante el breve minuto de mi escrutinio original, formar algún análisis del sentido transmitido, entonces me aparecían confusa y paradójicamente dentro de mi mente ideas de vasto poder mental, de prudencia, de penuria, de avaricia, de frialdad, de malicia, de sed de sangre [blood-thirstiness], de triunfo, de alegría, de terror excesivo, de intensa – de suprema desesperación.[6]
Poniéndose en seguida su sobretodo, de sombrero y caña, sale entonces el narrador por entre la muchedumbre detrás del viejo, preocupado ante todo en no ser visto por él. Oculto, así, entre la muchedumbre, el narrador reconoce, más allá de las condiciones físicas, así como de las vestimentas del viejo, un diamante y una cuchilla escondidos junto a su pecho, lo que le resulta aún más excitante. Este, en efecto, pasa entonces no menos de una hora en caminar entre personas en una pequeña calle transversal, aparentemente sin ningún objetivo, apenas para seguir posteriormente por una calle mayor, donde transcurre una hora más. Con la dispersión de este grupo de personas, el viejo se encamina hacia un bazar – en verdad, un shopping center – donde el viejo pasa una hora y media entrando y saliendo de distintas tiendas, en las cuales no habla nada, y mira todo con sus ojos salvajes y vacíos[7]. A las 23:00, cierran el bazar, lo que lo hace correr hasta el teatro, de donde salían los espectadores, en los cuales encuentra el viejo nuevamente un poco de aire[8], apenas para quedarse otra vez solo, lo que, así como en las otras ocasiones, lo impulsa detrás de otra marea de muchedumbre, por estas horas sólo existente en las zonas decadentes del centro, donde se repara el viejo, como lo dice Poe, en uno de estos imensos templos suburbanos de la intemperancia[9]. Pero, como ya es casi de día, los borrachos salen de estas casas, y llevan así al narrador a decir a respecto del viejo: “[...] algo aún más intenso que la desesperación [fue] lo que observé en el rostro del ser singular que yo había tan obstinadamente observado.”[10] No obstante, el viejo retoma su periplo, yendo a parar al mercado central, hasta retornar, horas más tarde, a su ponto de origen, delante del mismo café donde el narrador había visto casi 24 horas atrás por primera vez al viejo. Entonces
[...] y deteniéndome con firmeza frente al vagabundo, lo miré resueltamente en el rostro. Él no me percibió, sino que retomó su solemne caminata, mientras yo, dejando de seguirlo, permanecí absorto en contemplación. ‘El viejo,’ dije por fin, ‘es el tipo y genio del crimen profundo. Él se niega a estar solo. Él es el hombre de la muchedumbre.’[11]
Pues al hombre de la muchedumbre era a quien seguía tambíén, particularmente desde 1846, desde el otro lado del mundo, el danés Søren Kierkegaard (1813-55). Este, en efecto, había hecho contacto con esta nueva modalidad de ser humano a través del notorio caso del periódico El Corsario. Kierkegaard se vio mezclado en una disputa pública a causa de una crítica literaria publicada en una revista (Gæa) a fines de 1845, en la cual el periodista P.L.Møller, uno de los editores anónimos de El Corsario, explicitaba delante de todos la mórbida relación que mantenía un cierto autor respecto de su ex-novia. Esta alusión, a su vez, hizo que ‘tal autor’ sintiese la necesidad de una réplica, en la cual también revelaba delante todos, aunque con fina ironía, que Møller, que se esforzaba para pasar por hombre decente, con el fin de asegurarse una cátedra de estética en la Universidad, era en realidad un periodista deshonesto, y más particularmente editor de aquel vil periódico. Esto, a su vez, animó los subsecuentes contraataques hechos a través de El Corsario, mediante caricaturas y chistes relacionados con la vida privada del pensador y prontamente adoptados por las masas hambrientas de trivialidades, e hicieron las caminatas de Kierkegaard, hasta entonces uno de sus principales pasatiempos, casi imposibiles.
Luego, las obras de Kierkegaard en el período que va desde principios de 1846 hasta fines de 1848, un período de intensas manifestaciones populares de sentido democrático en gran parte de Europa, incluso Dinamarca, están marcadas por el fenómeno de las masas, es decir, Kierkegaard se vuelve contra una nueva forma de constitución de la subjetividad, de la interioridad, que él asocia o reconoce más especialmente en la nivelación democrática, la cual, a su vez, promueve la ascención de la categoría generación en detrimento de la categoría singularidad[12].Esta última se volvió así su categoría más que nunca favorita. Dicho de otra manera, Kierkegaard pasa, en este período, a reconocer como su misión la crítica del hombre-masa, el cual, una vez debidamente esclarecido, sería llevado a decidirse por una concepción más elevada de la existencia humana.
En este contexto, entonces, es que fue publicado el libro La enfermedad hacia la muerte, cuyo subtítulo dice Una exposición cristiano-psicológica para edificación y despertamiento. Pues en esta obra tenemos desarrollado el concepto de desesperación, del cual se sirve Kierkegaard para apuntar la profunda falla en el proceso de constitución de la subjetividad instaurada a partir del proceso de descristianización operante en la Cristandad de su época, proceso posteriormente más conocido como la muerte de Dios, como lo llamaría Nietzsche. Así, en gran medida, la crítica más profunda de la obra se vuelve en el sentido de lo que Kierkegaard llama el Spidsbørger, o sea, aquel hombre descrito más particularmente por Constant, desde Francia en 1819, en la presentación de título La libertad de los antiguos comparada a la de los modernos. Hablamos, entonces, del burgués, o, más particularmente, del yo del burgués, el cual se define en términos cada vez más materiales, mundanos y sociales, sin ninguna otra preocupación que la de su confort y el de su familia, por tanto, una forma de yo cada vez más distante de cualquier vestigio de trascendencia.
En este mundo de apariencias del Cristianismo, es decir, un mundo de creciente sociabilidad y de búsqueda de lo inmediato, Kierkegaard vislumbra entonces un profundo malestar, el cual se manifiesta de distintas maneras, todas ellas relacionadas o resumidas en el concepto de desesperación. Este, por tanto, dice respecto a la mayor o menor conciencia que uno tiene de su yo como un producto o una posibilidad ofrecida por la divinidad, es decir, Kierkegaard parte del presupuesto de que el ser humano es una síntesis de lo eterno con lo temporal, lo que significa que para él cualquier tentativa de pensar la constitución humana desde fuera de esta antropología de fondo – y raso – religioso incurre en fracaso, o, más propriamente dicho, en pecado. De esa manera, la desesperación se muestra como una forma de pecado, a saber, la de no aceptarse, esto bajo su forma más radical, o no darse cuenta, esto bajo su forma más común, del aspecto más fundamental del yo, o sea, su carácter trascendental.
La desesperación, entonces, al mismo tiempo que tiene que ver con la propria constitución humana, la cual es siempre la misma a través de la historia de la humanidad, tiene que ver también con otros factores, como forma de organización social y económica, ideología etc. En este sentido, la contemporaneidad, presumiendo que estemos sobre un mismo terreno en relación a Kierkegaard, trae en su seno una potencialidad infinitamente mayor de peligros relacionados a tal fenómeno, es decir, en la medida que la deseperación tiene que ver intimamente con la posición que cada uno decide-acepta ocupar en relación a sí mismo, al prójimo y al mundo, o sea, precisamente como forma de auto-conciencia y capacidad de deliberación ético-religiosa, la desesperación, en sí misma simultáneamente enfermedad y salud, implica la toma de posición comúnmente abordada por Kierkegaard con el epíteto de conocimiento interesado, el cual, más y más reemplazado por cuestiones más prosaicas como la riqueza, el confort, la estima pública etc., lleva entonces al indivíduo moderno a perder su yo en estructuras de subjetivación de carácter colectivo y abstracto, lo que acaba por hacerle sentir apenas el aspecto negativo de la desesperación, o sea, el vacío existencial opuesto al sentimiento relativo de seguridadfundamentado sobre una relación más profunda consigo mismo, con los otros seres y entes, y Dios.
En este punto tal vez valga entonces volver al cuento de Poe: en él, como ya se ha visto, el narrador acaba por reconocer en el viejo ‘el tipo y genio de crimen profundo’, o sea, hay en este potencialmente la propensión al mal. No obstante, Kierkegaard no interpreta así su ‘cristiano’ de la Cristandad, el cual estaría más caracterizado por su estupidez o irresponsabilidad existencial, lo que lo mostraría más semejante al estúpido hombre moderno de Nietzche, o sea, un gusano más o menos inofensivo. Pero, a la luz del siglo XX, y más particularmente de la obra de Hannah Arendt, podemos reconocer el término medio entre estas dos figuras, con lo que llegamos al resultado de un Otto Adolf Eichmann, un hombre de normalidad por encima de cualquier sospecha, un típico cristiano entre otros miles de cristianos que, incluso sin tener motivos personales para odiar a los judíos, no obstante fue capaz de tomar decisiones – ‘burocráticas’, pues como él mismo dice: “[...] en materia de emigración, [...] yo me consideraba un experto [...]”[13]– que llevarían a inmensas monstruosidades. Con esto queremos enfatizar que las cuestiones acerca de la constitución del yo en Kierkegaard, aunque desarrolladas a través de un vocabulario conceptual decididamente cristiano, para no decir fundamentalista-cristiano, como se ve en La enfermedad hacia la muerte,tienen su valor mismo para aquellos que no creen en Dios, pero que creen en la vida. El punto, para finalizar, es que estamos hace mucho tiempo inmersos en problemas nada simples como el nihilismo, el cual, por el hecho mismo de tener en la obra de Kierkegaard una de sus críticas más vigorosas, así como tempranas, hace que la obra de este bizarro danés sea fundamental también en términos de su importancia socio-política. Tales son las humildes palabras que hemos encontrado para comemorar los 160 años de publicación de La enfermedad hacia la muerte, una obra difícil, compleja, rigurosa, pero antes y sobre todo, edificante.
[1] POE, Edgar Allan. The man of the crowd. In: Poetry and Tales. New York: The Library of America, 1984. p.388
[6] Idem. p.392, negrita nuestra.
[12] cf. KIERKEGAARD, Søren. Two Ages: The Age of Revolution and The Present Age – A Literary Review. Edited and translated by Howard V. Hong and Edna H. Hong. Princeton University Press, 1978. p. 84.
[13] ARENDT, Hannah. Eichmann in Jerusalem. A report on the Banality of Evil. New York: Penguin Books, 2006. p.25
ROSSATTI, Gabriel Guedes, Doctorando del Programa Interdisciplinar en Ciencias Humanas de la Universidad Federal de Santa Catarina – UFSC – BRASIL
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