PABLO ROSI: "Notas sobre el talante científico"
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Cuando leemos la frase de Kierkegaard en El Concepto de la Angustia: “... la ciencia, tan plenamente como la poesía o el arte, presupone un talante tanto en el que la produce como en el que la recibe...” podemos preguntarnos ¿qué tiene que ver el talante con la ciencia?, ¿acaso la ciencia depende de quién la produce en una medida mayor a la de ser un mero y simple artífice?

Estas preguntas pueden ser insuficientes para expresar lo que me ha producido la frase arriba citada.  Quiero decir, cuando la leí por primera vez la pasé por alto como muchas otras veces paso por alto palabras que no logro entender acabadamente.  Sin embargo, al releerla no me aparece una tranquila sensación de acercarme al entendimiento de lo que en ella se dice.  Muy por el contrario, la cosa se torna oscura.  Pero debo aclarar que no es una oscuridad de la cual se puede salir con ayuda de un diccionario, eso ya me fue demostrado como insuficiente.  Es una clara oscuridad, la frase no dice ni más ni menos que lo que dice, y entonces hay que meterse de lleno en ella para tirar de los hilos que nos están esperando.

Por empezar esta frase pone en un mismo campo a la  poesía, al arte y a la ciencia.  Esto es algo sobre lo cual merece la pena fijar nuestra atención.  Casi inmediatamente podemos decir que lo que tienen en común estas tres actividades es que son hechas por hombres, pero como todo lo inmediato no nos lleva muy lejos en la reflexión.  Sin embargo, este pequeño paso inmediato, como todos los pasos inmediatos que partiendo de esta frase,  parecen ser los únicos que podemos dar.  Para avanzar debemos ampliar la mirada al resto de la oración.  “Presupone un talante” dicen las palabras que siguen a continuación.   Esto no es algo inmediato que podamos decir.  Pero, ¿qué quiere decir?  Tanto el “arte” como la “poesía” están mencionadas en la frase bajo la forma de una aposición.  Una aposición en general cumple una función explicativa de aquello que lo antecede, en este caso, la “ciencia”.  También, esta aposición guarda relación con el predicado, es decir son un ejemplo claro y sencillo, o mejor dicho más claro y más sencillo que el sujeto de la oración.  Es decir, es más claro hablar de talante en la poesía o en el arte, o por lo menos es menos oscuro que vincularlo con la ciencia.  Pero Kierkegaard muestra ese vínculo, aún más, eleva la tensión de ese vínculo a la misma magnitud que en los otro ámbitos mencionados pues escribe “tan plenamente como la poesía o el arte”. No es difícil para nosotros aceptar que tanto la poesía como el arte tratan con los sentimientos.  Es totalmente sensato afirmar que tal poema habla o no de amor, de la libertar o de la tristeza, en el arte pasa otro tanto.  Más aún no nos imaginamos que esto que decimos de la obra esté en contraposición con el estado de ánimo de autor.  Sería ridículo imaginar alegría en el corazón del poeta que escribe un poema triste.  Ahora bien, ¿cómo aceptar que esto mismo sucede con la ciencia? ¿qué tiene que ver el ánimo del científico con lo que investiga? ¿qué tienen que ver el átomo, el número o el Producto Bruto Interno con el ánimo de quién lo investiga?  Decir que estas cosas tienen que ver con los sentimientos, con el amor, o con la libertar ni siquiera es falso, es sencillamente incorrecto, una incorrección de la magnitud de decir que la velocidad de caída de un cuerpo depende del color con que esté pintado.  El átomo, el número o el PBI están ahí afuera del laboratorio y son llevados a éste para ser observados y hallar sus leyes y para ninguna otra cosa más. Estos objetos una vez que pasaron por el laboratorio quedan inmodificados respecto de cómo entraron.  Los instrumentos de medición deben ser lo más sutiles posibles, para no perturbar la medición que realizan.  Así es la ciencia moderna y otra cosa distinta de ella no es ciencia.  .

Sin embargo, aquí nos hemos deslizado a un terreno que nada tiene que ver con lo que dice la frase de Kierkegaard.  Debemos retroceder y precisar dónde hemos errado el camino.  Volvamos a lo que dijimos de los poetas y sus poemas.  Más o menos podemos resumirlo en la siguiente fórmula: “poetas tristes producen poemas tristes”.  Ahora bien, nos es forzoso preguntarnos ¿cómo sabemos que un poema es triste?  Es más que claro que no necesitamos que un verso diga expresamente “estoy triste” para que nos enteremos de su estado de ánimo.  Pero, ahora en general, ¿cómo hacemos para saber el estado de ánimo del autor de una obra, justamente, a través de ella?  Responder directamente esta pregunta implica explicitar un procedimiento para detectar cada estado de ánimo, que se suponen bien caracterizados y distinguidos entre sí.  Lo importante en este punto es tener en cuenta que cualquiera sea el procedimiento siempre va a presupone esos estados de ánimo.  Para no errar una vez más el camino, detengámonos un momento aquí y recordemos la frase una vez más.  “... la ciencia, tan plenamente como la poesía o el arte, presupone un talante tanto en el que la produce como en el que la recibe...” fijemos nuestra atención en su última parte: “...tanto en el que la produce como en el que la recibe...”  Esto nos demuestra nuestro mal entendido del principio.  Habíamos fijado nuestra mirada en el que produce la obra, pensamos que su estado de ánimo queda marcado en su obra independientemente que quien la observa.  La tristeza de un poema no termina de estar si quien lo lee, es decir “...el que lo recibe...”,  no se involucra, no se abre a esa tristeza *.

 

*  Más adelante en el párrafo Kierkegaard dice “... el desplazamiento o falsificación del talante caen en la adversidad de lo cómico”  Esta expresión es muy acertada, y se podría ilustrar con la situación de leer, por ejemplo, una crítica teatral de Romeo y Julieta en la que se hace hincapié en lo mal que estuvieron representadas las condiciones socioeconómicas de al época en que transcurre la obra, siendo que esta trata de un trágico amor.

 

Pero el dispositivo de la ciencia es distinto al de la poesía o el arte.  Los objetos con los que trata no deben tener la huella de quien los observó y de hecho están constituidos para que así sea, es decir, aquello que al ser estudiado sea inevitable dejarle una huella no puede ser objeto científico, por ejemplo, la opinión una persona.  Pero como en la música, y en la vida, los silencios hablan.  ¿Y qué dicen esos silencios? Pero antes debemos preguntarnos cómo se logran esos silencios en la ciencia.  Debemos recordar que la ciencia habla por sus textos, su libros, sus “papers” (o trabajos especializados).  Esencialmente son discurso, discurso científico.  Pero si el estado de ánimo del que lo enuncia no aparece en, por ejemplo, el átomo, entonces dónde puede aparecer? Los silencios no aparecen en lo que se dice, pues justamente es lo que se dice, sino que aparecen en lo que no se dice y en cómo se dice lo que se dice.  Acá la cosa se vuelve sutil, aparece en cómo lo dice.  Los enunciados científicos se caracterizan por un estilo con ciertos rasgos particulares.  Son algunos ejemplos: el uso del modo impersonal, el uso de lenguaje técnico, las citas en vez de la explicación de un concepto, la supresión de adjetivación, el uso de la pregunta retórica, minimización o supresión del uso de la primera persona del singular (¡incluso cuando un trabajo tenga un único autor!)

Estos dispositivos gramaticales van a contramano de lo que quiere lograr un poeta.  Si éste último quiere hacer un poema sobre el amor quiere que el que lo lea sienta amor.  En el discurso científico cada detalle debe ser guardado en aras de que quien lo lea pierda de vista quien lo enuncia.  El enunciador es uno cualquiera y más aún quien lo lee debe ponerse en la posición de un uno cualquiera.  Tanto que debe olvidarse de sí mismo, y de su estado de ánimo.  Esto que podríamos llamar talante nulo, es nulo no porque no produzca nada, si no que justamente produce nada, una nada que permite que el mensaje transmitido, supuestamente, no se vea perturbado y llegue en forma pura.

Ahora bien, es sospechoso que si el mensaje del discurso científico son leyes que rigen los objetos de la naturaleza éstas se vean perturbadas por, digamos, escribir en primera persona o adjetivar. 

Por otro lado, si prestamos atención, esta forma de escribir, hablar, en fin, de expresarse suele escucharse siendo utilizada para hablar de otras cosas bien distintas de átomos y números.  Por ejemplo, podemos hablar de nosotros mismos como si fuéramos el resultado de lo que fisicoquímicamente sucede en nuestras células.  Con esto que acabo de mencionar quiero decir que el talante científico desborda lo que típicamente entendemos por ciencia, inunda nuestras vidas.  Heidegger habla de que en nuestra época el cálculo lo inunda todo.  Definitivamente este talante, este estado de ánimo, esta forma de ser ha llenado todo, hasta los rincones más insospechados de nuestras vidas.

Aunque no siempre fue así.  Incluso si leemos las obras de los fundadores de grandes disciplinas científicas vamos a encontrarnos curiosamente que no escriben como se escriben los textos científicos.  Por ejemplo mencionaré a Charles Darwin, al comienzo de la sección “Ejemplos de la acción de la selección natural o de la supervivencia de los más aptos” de su obra capital El origen de las Especies escribe: “A fin de que quede más claro cómo obra, en mi opinión, la selección natural, suplicaré que se me permita dar uno o dos ejemplos imaginarios...”  Definitivamente éste no es el lenguaje científico al que estamos acostumbrados, debemos decir, forzosamente que esto no es científico.  Y no lo es, porque Darwin está fundando una realidad, la realidad de que las especies deriven unas de otras, y  debe abrirle paso a sus ideas.  Para los fundadores el discurso científico no sirve, ya que separa al que lo produce del que lo recibe.  Darwin debe abrir una puerta a sus lectores para que hagan contacto con sus ideas, sin forzar a nadie a entrar, sin empujar por detrás.

Ahora se nos aparece un poco más claro algo muy importante, el talante no está definido por los objetos enunciados en el discurso.  Qué quiero decir: que Darwin hable de objetos biológicos, como lo son las especies, no determina que tenga un talante científico.  Por el contrario el talante está tanto en el que produce el mensaje como en quien lo recibe.  Entonces, que hoy nos tratemos a nosotros mismos como un resultado de los efectos de nuestro cuerpo fisicoquímico, es ¿porque están los átomos y sus leyes o es por otra cosa?  Que hoy todo sea cálculo es ¿porque existe la matemática o por otro cosa?

Esa otra cosa es lo que debemos pensar.

 

 

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