LILIA JORGE: "LA PALABRA POÉTICA COMO PROYECCIÓN HACIA UNA INALCANZABLE COMUNICACIÓN DIRECTA"
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   En estas Jornadas dedicadas a Soren Kierkegaard nos referiremos a algunos temas de su extensa producción que han inaugurado caminos de reflexión que serían transitados por filósofos y poetas, y cuyas resonancias habremos de encontrar en Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes y Guillermo Enrique Hudson, autores en los que no ha tenido una influencia directa pero en los que podemos descubrir intereses comunes.
 
   Lo cierto es que sin conocer a fondo su obra, estos autores comparten el interés de Kierkegaard por el instante en el que un individuo vive experiencias inusitadas que vienen a cambiar el curso de su historia, por la imposibilidad de entablar un diálogo con Dios, o por la importancia que otorgan a la entonación o stimning como elemento medular de la escritura
 
   Borges menciona a Kierkegaard en diversas oportunidades, y aunque no haya incursionado a fondo en la vastedad y complejidad de sus escritos, en un breve comentario sobre Temor y Temblor le rinde tributo, prodigándole una de sus felices frases con la que dibuja con trazo escueto y certero la importancia de su labor: “frecuentó la duda y la angustia, voz de origen latino a la que dotó de un nuevo escalofrío”.
 
   No hay despliegue de argumentos ni análisis detallados. Una sola palabra, la contundencia del sustantivo “escalofrío” es suficiente para apuntar a lo medular de la obra comentada.
 
Fugaces experiencias de eternidad
 
   El instante concebido como un momento de transformación que cambia abruptamente la vida de un individuo, es un tema recurrente en la obra de Borges. La estructura dramática de algunos cuentos gira en torno al momento en el que un personaje se ve enfrentado a una circunstancia inesperada que exige una decisión inmediata, y está obligado a elegir, a ejercer su libertad en plenitud, a poner en práctica mediante acciones concretas lo que Kierkegaard define como su “ideal ético”.
 
   En Biografía de Tadeo Isidoro, Cruz el personaje se enfrenta a un instante crucial que cambia radicalmente su destino. Aquí Borges retoma el episodio del Martín Fierro de José Hernández en el que Cruz, como integrante de la policía rural, persigue al fugitivo Martín Fierro y lo encuentra escondido en un pajonal. Pero cuando lo enfrenta, cuando se apresta a capturarlo tiene “la impresión de haber vivido ya ese momento”; y en medio de la pelea le da un giro crucial a su vida cuando comprende “que todo hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió que las jinetas y el uniforme ya le estorbaban. Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro gregario; comprendió que el otro era él (…) arrojó por tierra el quepis, gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra los soldados, junto al desertor Martín Fierro
 
   Cruz se enfrenta “a una lúcida noche fundamental”, esa noche que cambiará su vida y  descubrirá su propia naturaleza “Cualquier destino, por largo y complicado que sea comenta el narrador-, consta en realidad de un solo momento: el momento que el hombre sabe para siempre quién es”. Esa energía latente que yace en lo profundo de ser desplegará toda su potencia en determinadas circunstancias. Para Kierkegaard ese instante crucial será un punto de inflexión en el que la subjetividad incorpora la idealidad como realización de un “si-mismo”, aunque no se trate de una verdadera elección puesto que es fruto de la pasión. No surge de la deliberación sino que brota de la liberación espontánea de impulsos no reprimidos, como expresión de la auténtica libertad, constituyéndose en un accionar sobre el propio sujeto.
Pasado y presente
 
 
   El cuento El cautivo narra la historia de un niño que fue cautivo de los indios y creció junto a ellos desconociendo su historia y su identidad. Cuando finalmente se reencuentra con sus padres que lo buscaron durante años, no los reconoce, ni a ellos ni a la casa; el muchacho los mira como a extraños, pero de pronto, se precipita hacia el patio del fondo, busca con desesperación en la campana de la cocina hasta que finalmente encuentra el cuchillito con mango de asta que había escondido cuando era niño; el recuerdo lo llena de júbilo, y el narrador comenta “querría saber qué sintió en aquel instante de vértigo en el que el pasado y el presente se confundieron
 
   Ese instante de vértigo es el que aparta al hombre de la sucesión temporal que marca su existencia cotidiana para vivir un instante de eternidad que afecta su identidad y la representación de sí mismo. Experiencia singular que no puede ser valorada con los parámetros habituales de la cotidianidad puesto que se trata de un estallido, de la asunción de una nueva identidad, de un presente que viene a modificar su pasado .El cautivo volverá con los indios porque añora el desierto y no puede vivir entre paredes, pero ya será otro.
 
   En el “Poema Conjetural”, una transformación similar experimenta el doctor Francisco Laprida en el instante de su muerte. En los versos finales leemos:  
 
Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.
 
Pisan mis pies la sombra de las lanzas
Que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos
se ciernen sobre mí… Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta
 
   El letrado Laprida, abogado, político, legislador, muere en uno de los enfrentamientos entre unitarios y federales producidos en los años posteriores a la Independencia. El hombre “de sentencias, de libros, de dictámenes… cuya voz declaró la Independencia”, se ve envuelto una batalla contra las huestes de Aldao, y cuando las lanzas se ciernen sobre él, descubre “la letra que faltaba, la perfecta forma que supo Dios desde el principio”: descubre su destino sudamericano.
 
   Como en “El Cautivo”, el centro de interés está puesto en el instante en que el presente viene a modificar el pasado con una verdad que estaba latente y la contingencia actúa como disparador, como  algo que irrumpe intempestivamente revelándose como “plenitud del tiempo”, como consumación, como cumplimiento.
 
   En El milagro Secreto cuenta la historia de un escritor, Hladík, que es apresado por los nazis que invadieron Praga a quien ejecutarían el 29 de marzo a las 9 a.m. Mientras espera el momento fatídico Hladík lamenta no haber concluido la obra teatral titulada “Los enemigos”, un drama en verso que esperaba se convirtiera en su obra mayor. La noche anterior a la ejecución le pide a Dios un año más de vida para poder concluirla:
 
    “Si de algún modo existo –le dijo- si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de quien son los siglos y el tiempo
 
   La noche anterior a la ejecución sueña que buscaba a Dios en una biblioteca y que el bibliotecario le dijo que lo hallaría en una de las letras de los cuatrocientos mil libros que allí se encontraban, pero era una tarea inútil, que muchos la habían emprendido pero habían quedado ciegos en el intento. Mientras conversa, Hladík abre un atlas al azar, toca una letra cualquiera y en ese instante, una voz ubicua le dice: “el tiempo de tu labor ha sido otorgado” A la mañana siguiente espera la descarga frente al pelotón de fusilamiento pero repentinamente el universo físico se detiene, todo queda inmovilizado; la gota de sudor que corría por su rostro se detiene, el brazo del sargento que intentaba dar la orden de ejecución queda paralizado “Un año entero había solicitado a Dios para terminar su labor: un año le otorgaba su omnipotencia”. En su memoria empieza a corregir, abreviar, simplificar la obra y cuando termina de resolver el último detalle, el universo se pone otra vez en movimiento, la gota de agua sigue resbalándose por su mejilla, la voz de ejecución se concreta y la descarga lo derriba. “Murió el veintinueve de marzo a las nueve y dos minutos” Los dos minutos que habían transcurrido en la medición humana del tiempo, fueron vividos como el año que el Ser que vive en la eternidad le había otorgado para terminar su obra.
 
   A diferencia de los cuentos anteriores, aquí el cumplimiento de un destino no es fruto de una decisión individual ni surge como ejercicio de la libertad sino que se concreta mediante la intervención de la divinidad que otorga al personaje la vivencia de un instante fuera del tiempo.
 
El tiempo recobrado
 
   Guillermo Enrique Hudson, literato y naturalista argentino también describe sus experiencias de eternidad vividas en la llanura pampeana donde nació y vivió 33 años, hasta que decide trasladarse a Inglaterra, la tierra de sus abuelos, pensando que le quedaban pocos años de vida. Allí pasa el resto de sus días escribiendo sobre pájaros, plantas y personajes que conoció en la pampa y sobre las experiencias vividas cuando se internaba en la llanura con su caballo y su perro, experiencias que sólo puede trasmitir la sensibilidad del poeta porque la capacidad analítica del científico quedaba paralizada:
 
“Montado en un caballo, me sentía incapaz de reflexionar: mi mente, que era antes una máquina de pensar, se había transformado repentinamente en una máquina para un fin desconocido. Para pensar, me parecía que necesitaba poner en movimiento todo un ruidoso engranaje en mi cerebro, y había algo allí que me ordenaba no moverlo, por lo que me veía obligado a permanecer inactivo. Sólo estaba en suspenso y atendía; sin embargo, no esperaba encontrar ninguna aventura y me sentía tan libre de temores como me siento ahora, en una habitación de Londres. El cambio producido en mí era tan grande y maravi1loso que me parecía haber convertido mi identidad en la de otro hombre o animal; pero en aquellos momentos no me hallaba capacitado para meditar sobre él. Ese estado no me resultaba extraño, sino más bien familiar, y aunque se encontraba acompañado por un poderoso sentimiento de júbilo, no lo advertí; no me di cuenta de que algo se había interpuesto entre mi persona y mi inteligencia, hasta que lo perdí, volviendo a mi primitivo yo pensante y a la antigua e insípida existencia”
 
   Otras experiencias similares las vive mientras pasea por las calles de Londres cuando un pájaro o una flor lo llevaban a rememorar aquellas que había conocido en la pampa y a experimentar esa sensación de fundir el pasado y el presente en un fugaz instante de eternidad,En “El perfume de las buenas noches” narra el encuentro con una flor que actúa como disparador para trasladarlo a otros tiempos y espacios. Ella es “como un eslabón que me liga al pasado y trae a mi mente pasajes olvidados (…) en las noches de verano contemplaba sus capullos abiertos, amarillos y delicados, llamándola cuando hablaba en castellano, por su curioso nombre nativo: “dondiego de noche” y en inglés, por “prímula” simplemente (…) cuando acerco la flor a la nariz y aspiro su perfume siento un placer infinito (…) Por un lapso tan breve que si fuera dable medirlo no ocuparía más que una fracción de segundo, el tiempo y el espacio parecen haber desaparecido. No estoy ya más en un jardín inglés, añorando el pasado, sino que me encuentro de nuevo en las hermosas pampas, durmiendo profundamente bajo las estrellas”
 
 
Murmullos de la llanura
 
 
   Los místicos suelen imaginar el acercamiento a Dios como un ascenso. Algunos pueblos intentan otros caminos, como  convocar a la divinidad con estruendo de tambores, con danzas vertiginosas. Los poetas pampeanos realizan esta búsqueda en la amplitud de una llanura que no ofrece pintoresquismos ni invita a exaltaciones; su generosa y plácida extensión convoca al tono íntimo, pausado, que la música popular supo plasmar en las tenues modulaciones de la milonga campera o del estilo.
 
   Borges traslada a la escritura  el ritmo pausado y denso de los hablantes de la llanura, organiza la periodicidad de la frase con un estilo característico, considera que la entonación no sólo va marcando el ritmo de la trama sino que la modela, como lo señala en un texto de los tempranos años 30:
 
   “En mi corta experiencia de narrador he comprendido que saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis peculiar es haber descubierto un destino”
 
   Ivonne Bordelois dice que el aporte más importante de Borges es haber encontrado una tonalidad que vino a transformar la literatura argentina. Y podríamos agregar que lo hizo desarrollando un estilo propio que tiende a armonizar la duración, la intensidad, la frecuencia en la organización acústica, a introducir ciertas acentuaciones, a cuidar la pausada articulación de la melodía, buscando “una cierta respiración de la frase” Tanta importancia le da a este aspecto que en un comentario sobre la obra Shakespeare, afirma que para comprenderla “acaso bastó la mera música de sus imperecederas palabras”
 
 
   Kierkegaard analiza el stimning como un tono, una entonación, una atmósfera, un clima, marcando la diferencia entre el que genera el discurso científico basado en argumentaciones racionales, donde “el hombre está ausente de sí mismo”, y el discurso del individuo singular que se compromete con lo que dice y debe templar su voz para lograr una buena sintonía con el oído que recibe. Subraya así la diferencia entre la situación del hablante que se refiere al mundo, a objetos ajenos al sí-mismo, y el mayor grado de implicación del sujeto cuando aborda temas que comprometen su propia subjetividad
 
   Podemos encontrar en el stimning algunas conexiones con la comunicación indirecta que  Kierkegaard señala como la única que está al alcance del hombre, mientras la comunicación directa es sólo atributo de Dios (como lo señala en “Ejercitación del Cristianismo”). Por eso, cuando Jesús dice “yo soy Dios”, Kierkegaard está hablando desde el lugar de la “contradicción” en el que se encuentra ese “Dios-hombre” que vive en un “entre” lo finito y lo infinito. En tanto individuo singular que no puede desprenderse de su condición humana, Jesús genera un stimning orientado a la búsqueda de oídos receptivos, dispuestos a ubicarse en esa sintonía.
 
   Cuando Jesús pregunta “Padre, ¿por qué me has abandonado?”; no obtiene respuesta, como no la obtienen quienes intentan un dialogo imposible con Dios y  sólo pueden acceder a un estado de comunión, en el que no median las palabras.
 
   Esta imposibilidad de constituirse en interlocutor de Dios es lo que Borges aborda en varios cuentos. En “La escritura de Dios” narra la historia de Tzinacan, un mago del pueblo azteca que ha sido encarcelado por el conquistador Pedro de Alvarado. Recluido en su celda se obsesiona en descubrir el lugar en el que la divinidad estampó la sentencia mágica que le permitiría conjurar todos los males. Observa al jaguar que está en la celda contigua y de pronto lo reconoce como uno de los animales que representa los atributos de Dios. Allí descubre la clave tan ansiada, en la piel del jaguar reconoce las catorce palabras que contienen “todas las cosas que serán, que son y que fueron” puede ver ahí todo lo que el mundo ha sido desde los primeros días y se reconoce a sí mismo como una hebras de esa trama total. Entonces comprende que si dijera en voz alta esa fórmula podría equipararse a Dios en omnipotencia. Y medita:
 
    “Me bastaría decirlas para abolir esta cárcel de piedra –piensa- para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal, para que el tigre destrozara a Alvarado, para sumir en santo cuchillo en pechos españoles, para reconstruir la pirámide, para reconstruir el imperio. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo, Tzinacán, regiría las tierras que rigió Moctezuma. Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán (…) Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales desdichas y desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad”
 
   En el intento de penetrar en los dominios vedados al hombre Tzinacán pierde su identidad, se transforma en otro, invalida el sentido de su existencia, aunque sólo haya vislumbrado la fórmula y no se haya permitido enunciarla. El cuento pone en escena la imposibilidad del hombre de acceder a la palabra divina. Los signos trazados en la piel del jaguar no corresponden a los códigos empleados por el hombre ni son aplicables a la realidad humana. “Dios tiene que estar en la incognoscibilidad –dice Kierkegaard - que es la negación de toda manifestación directa
 
   La búsqueda de Dios también es narrada en “El zahir”, cuento en el que Borges recibe una moneda que condena a quien lo ha visto a recordarla eternamente. La moneda le recuerda que “para perderse en Dios los sufíes repiten su propio nombre y los noventa y nueve nombres divinos hasta que éstos ya nada quieren decir” Con esta mención nos está diciendo que para llegar a Dios el lenguaje debe perder su sentido utilitario, debe transformarse en una letanía que va despojándose de significados hasta quedar reducida a sus aspectos fónicos. Borges espera que algo similar ocurra con la moneda: que a fuerza de pensarla y tenerla presente en su memoria vaya perdiendo su condición de objeto hasta transformarse en algo intangible, capaz de revelar sus sentidos ocultos: “Quizá ya acabe de gastar el zahir a fuerza de pensarlo, quizá detrás de la moneda está Dios”
 
   La obra literaria de Ricardo Güiraldes es una clara expresión de una búsqueda similar, como lo que descubrimos en el poema en prosa “Reposo” donde el poeta intenta proyectarse hacia lo infinito  esperando que el contacto con la tierra le permita descubrir las claves de la existencia, las que no ha podido encontrar el pensamiento racional ni en los sistemas filosóficos:
 
   Algunos párrafos del poema en prosa “Reposo”:
 
   “Acostado sobre la tierra, en la calma absoluta de la noche, hilvano incoherencias. Mis oídos se tienden hacia los sonidos (…) Junto a mí, un pasto que escapa al peso del cuerpo cruje apenas (…)
    Bruscamente evoco el zumbido inmenso de la tierra, en su girar sobre sí misma, mientras cruza el espacio. Ese ruido, como los otros, escapa a la receptividad de mis oídos incapaces.
   ¿Y si perdiera la tierra su atracción centrípeta?
    Siéntome cruzar la atmósfera, despedido en impulsos gigantescos.
    Y mi alma va tras el infinito, infinitamente”
 
 
   “Su capacidad receptiva es inagotable –señala Ofelia Kovacci-  y a través de ella adquiere un afinamiento de su percepción y comprensión sin descuidar el paciente trabajo de decantación de sus medios expresivos, en procura de un estilo auténtico, que es en definitiva la exteriorización de su ser verdadero
 
   Su poesía trasmite el asombro de reconocerse otro en la llanura, aquel que en un instante puede olvidar su pequeñez y sentirse “empampado de infinito”. Impulsado por una energía que proviene de su propia debilidad, el poeta siente que ese aparente vacío, en esa amplitud visual que acoge al hombre en su soledad, es lo que invita a “tener alma de proa” a desplazarse en su magnificencia tras el imposible encuentro con el horizonte. Se siente parte de esas inmensidades teniendo plena conciencia de su precariedad, y espera que la tierra, en su generosa prodigalidad, le permita vislumbrar lo inefable. No busca explicaciones sino sensaciones. No se limita a reflexionar sino que se ubica en lo que Kierkegaard define como “un escenario de contradicción” donde lo espiritual tercia con la realidad y la idealidad:
 
(en “Poemas Solitarios”)
 
“Pequeña antena de carne alucinada de imposible, espero en la tensión de todos mis anhelos, que algo grande como un Dios me eleve a la armonía universal
 
   Kierkegaard dice que los grandes hombres se reconocen por el objeto de su esperanza; algunos la construyen tensando su existencia hasta los límites de lo posible, otros, se lanzan a la búsqueda de lo imposible. Estas dos manifestaciones aparecen en la obra de Güiraldes. La primera, en la figura de  Don Segundo Sombra, un personaje que lucha por preservar su dignidad y su libertad, que resguarda su integridad hasta los límites de lo posible. Mientras que en los poemas el propio autor es el  que busca alcanzar lo imposible.
 
   El recuerdo, la rememoración, el olvido, el pasado mezclándose con el presente, el tiempo y la eternidad, la finitud y la infinitud son temas recurrentes en los escritores comentados y también lo es “el silencio del Dios” o la imposibilidad de establecer un diálogo directo con él. Los escritores comentados tensan la capacidad poética del lenguaje en espera de una escucha atenta por parte de los lectores, propiciando una conexión/comunión que les permita compartir el “tender a” que describe Güiraldes en “El Sendero”:
 
   “Escuchar es una gran palabra y casi sinónima de tender. Escuchar es prepararse a la recepción –verdadera comunión – de lo ignoto y esencial. Rezar es, en una forma un poco burda, escuchar y tender. Del gesto en tensión, del rezo, puede llegar la capacidad de establecer el contacto que produce la iluminación
 
   Para recibir la “iluminación” se requiere cierta templaza, cierto estado de disposición. No hay pasividad en la recepción poética sino “un abrirse”, “un activo obrar”, dice Heidegger. La plenitud receptiva sólo se logra en el estadio religioso, el más alto nivel a que el hombre pueda aspirar, dice Kierkegaard.
 
  La experimentación de lo bello y búsqueda de lo sagrado se superponen y coinciden en esa disposición a vivir instantes en plenitud. Los poetas anhelan receptores dispuestos a compartir una experiencia única, como lo reconoce Dante en el canto V del Purgatorio cuando el ángel se acerca a él y a Virgilio para decirles que sigan su camino. Dante no puede soportar la luminosidad de esa mirada y aparta la vista. Virgilio comprende que aún no está preparado para soportar ese fulgor, y lo tranquiliza diciéndole que pronto podrá hacerlo y podrá sentir un goce tan grande “quanto natura a sentir ti dispone”, tan grande como tu naturaleza lo permita.

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