CHRISTOPHER BARBA: "La angustia como sugerencia dialéctica de la finitud"
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Introducción

 

El yo que ha devenido por la libertad desde un movimiento infinito, no referida a un determinado ejercicio deliberativo, sino más bien, a una elección absoluta en cuanto posibilidad infinita de poder, ha descubierto la necesidad de la relación subjetiva absoluta, y por ello, descubre con mayor claridad el carácter dialéctico de su humanidad.

Este momento es fundamental para Kierkegaard porque coloca al individuo delante de su propia existencia como tarea que le compete realizar sólo a él mismo. No hay nadie más que pueda asumir la responsabilidad de constituirse como existente decidiendo el porvenir de la propia realización vital que configurará toda la significatividad de la propia estructura fundamental. El hombre mismo tiene que hacer frente al devenir desde la libertad y así constituirse como individuo. En este movimiento es donde emerge la angustia como   «parte [irrenunciable] del recorrido de la libertad por el mundo de la posibilidad»[1]. La angustia es una categoría del espíritu que, delante de la condición infinita de su libertad por la diversidad de lo posible, le recuerda al hombre la propia condición finita que anuncia la nada como sustrato fundamental de la posibilidad. Vigilius Haufniensis la define así:

 

La angustia es una categoría del espíritu que sueña, y en cuanto tal pertenece, en propiedad temática, a la sicología. En el estado de vigilia aparece la diferencia entre yo mismo y todo lo demás mío; al dormirse, esa diferencia queda suspendida; y, soñando, se convierte en una sugerencia de la nada. Así, la realidad del espíritu se presenta siempre como una figura que incita su propia posibilidad, pero que desaparece tan pronto como le vas a echar mano encima, quedando sólo una nada que no puede más que angustiar[2].

 

 

1. Libertad y angustia

 

Desde esta perspectiva, podemos afirmar que la angustia no tiene por objeto algo concreto o específico en el orden de lo inmediato, no se trata de una situación de miedo pues «el miedo de algo es siempre miedo a algo determinado»[3].  Es una situación que involucra la totalidad del individuo porque lo coloca frente a la posibilidad de su realización vital en el orden de la libertad infinita. Así, «es verdad que la angustia de... es siempre angustia por..., pero no por esto o lo otro. Sin embargo, esta indeterminación de aquello de qué y por qué nos angustiamos no es una mera ausencia de determinación sino la imposibilidad esencial de ser determinado»[4]. Por ello, hay angustia en cuanto el individuo delante de sí es una mera posibilidad existencial. Sin lugar a dudas, lo que está en juego es la libertad como fundamento de toda la configuración existencial pues sólo cuando se elige dentro de la pluralidad de posibilidades se puede percibir el valor de su propia constitución fundamental como libertad[5].

El yo ha despertado por el movimiento dialéctico de la desesperación, el hombre ético, en torno a su problematización en la finitud desde el deber, intuye el movimiento de la libertad en cuanto libertad y en esta intuición existencial es que se halla delante de la posibilidad de poder, donde la angustia «es precisamente el abandono del ser a la posibilidad»[6] y viene porque el hombre mismo se involucra en esta determinación vertiginosa que anuncia una mera posibilidad donde no tiene contenido sino la pura misma posibilidad. Así, vemos que «la angustia es la realidad de la libertad en cuanto posibilidad frente a la posibilidad. Esta es la razón de que no se encuentre ninguna angustia en el bruto, precisamente porque éste, en su naturaleza, no está determinado como espíritu»[7].

 2. La angustia como carácter dialéctico existencial

 

La angustia da cuenta de que el individuo ha quedado paralizado, no se ha dado un movimiento infinito, se ha intuido, pero, frente a la posibilidad, se ha quedado contemplando, y como la angustia aísla al sujeto hacia su interioridad provoca un repliegue poniendo en juego la integridad subjetiva del devenir como forma propia del sujeto. «En la angustia hay un retroceder ante... que no es ciertamente un huir, sino una fascinada quietud»[8], porque se trata de una libertad no ejecutada en el movimiento de la infinitud que incluye un sentido propio de la libertad como fuerza creadora. Por ello, «la angustia es una libertad trabada, donde la libertad no es libre en sí misma, sino que está trabada aunque no trabada por la necesidad, más por sí misma»[9].

El hecho de que Vigilius Haufniensis atribuya la traba a la misma angustia, acentúa el carácter dialéctico de la existencia dado que este mismo estado existencial ha sido conseguido por la misma condición libre del hombre que, en la configuración, tiene una necesidad en el orden de la negación y de la afirmación existencial como formas de superación, pero, dentro de este ámbito, la libertad se queda estupefacta frente a sí misma porque a su vez le es presentada su realidad más íntima conjuntamente con la nada, poniendo en juego el destino y la construcción de la significatividad individual.

Por ello, podemos afirmar que la angustia es la forma propia en que el hombre entra en contacto con su propia existencia. Es una afirmación que puede ser arriesgada, en cuanto puede interpretarse como fatalidad y absurdo, pero en efecto, para Kierkegaard la construcción existencial de individuo está marcada por momentos y estados, que estremecen y sacuden al propio hombre, causados por la condición sintética del yo, por su más íntima verdad, por ello, «no sería posible la angustia si, en lo más profundo de sí misma, no reconociese el bien y la existencia de una verdad significativa»[10].
3. Conciencia y angustia


 
Ahora bien, si la angustia viene frente a la posibilidad de la posibilidad es porque el hombre que ha intuido la libertad desde su condición infinita en el devenir, necesariamente, inicia una relación que lo lleva hacia sí y hacia su condición finita. El ser humano en esta situación no puede suspender la relación porque de suyo es enfrentar esta situación de angustia que lo inserta en el orden más humano, pues «la angustia en su desnudez es la angustia de no ser último»[11]. No es que la angustia sea un movimiento teleológico, sino que, al igual que la desesperación, es dialéctica en la que el individuo, dentro del orden de su infinitud como movimiento original, ve la necesidad en cuanto manifiesta la propia finitud misma, que lo coloca delante de la acentuación de la libertad infinita que está en juego.

¿Cómo se relaciona el espíritu consigo mismo y con su acción? Respuesta: esta relación es la de la angustia. El espíritu no puede librarse de sí mismo; tampoco puede aferrarse a sí mismo mientras se tenga a sí mismo fuera de sí mismo, el hombre tampoco puede hundirse en lo vegetativo, ya que está determinado como espíritu; tampoco puede ahuyentar la angustia porque la ama; y propiamente no la puede amar porque la huye.[12]

 

Desde lo anterior, podemos afirmar que el hombre, en cuanto es más consciente de su condición y del significado de su posibilidad, vive con más intensidad su angustia. Si el individuo quiere llegar a lo más profundo del significado de su finitud, necesariamente tiene que emprender el riesgo de la angustia porque esta categoría del espíritu es la que posibilita y anuncia con su negatividad relacional la necesidad del devenir desde la libertad infinita. Así, «es menester afirmar que la angustia es tanto más profunda cuanto más original es el hombre»[13]. Así lo reafirma Vigilius Haufniensis en páginas posteriores:

 

El hombre no podría angustiarse si fuese una bestia o un ángel. Pero es una síntesis, y por eso puede angustiarse. Es más, tanto más perfecto será el hombre, cuanto mayor sea la profundidad de su angustia. Sin embargo, esto no hay que entenderlo –como suele entenderlo la mayoría de la gente- en el sentido de una angustia por algo exterior, por algo que está fuera del hombre, sino de tal manera que el mismo hombre sea la fuente de la angustia[14].

 

Por ello, la angustia, como forma negativa que anuncia la finitud, es a la vez nostalgia de infinitud. El hombre que experimenta el vértigo de sí mismo, al mismo tiempo, intuye que este vértigo trae consigo la necesidad de la infinitud como movimiento propio, esta conciencia problematiza aún más la angustia, porque anuncia al individuo su rotundo fracaso en cuanto opta por lo inauténtico. La angustia, en este sentido, incluye el deseo de salir de dicho momento, pero al mismo tiempo, anuncia la posibilidad de escudriñar el sentido existencial porque en dicho movimiento el individuo se aferra hacia la nada que le repercute, proclamando su deseo de realización desde la libertad como fuerza y poder. De esta forma podemos comprender porque «la expresión de una nostalgia semejante es la angustia; pues en la angustia se anuncia aquel estado del cual el individuo desea salir, y precisamente se anuncia porque el sólo deseo no basta para salvarlo»[15].

El deseo de salir de dicho movimiento se da porque la angustia es ante todo dialéctica y por la nostalgia de infinitud está en relación directa con la libertad del sí mismo, es decir, del espíritu sintético. Cuando el hombre ha intuido este movimiento necesario para su propia construcción viene la angustia a manera de vértigo porque conjunta, de manera problemática, la posibilidad desde la finitud y la realización de la infinitud como forma más original.

 

La angustia puede compararse bien con el vértigo. A quien se pone a mirar con los ojos fijos en una profundidad abismal le entran vértigos. Pero, ¿dónde está la causa de tales vértigos? La causa está tanto en sus ojos como en el abismo. ¡Si él no viera hacia abajo! Así es la angustia el vértigo de la libertad; un vértigo que surge cuando, al querer el espíritu poner la síntesis, la libertad hecha la vista hacia abajo por los derroteros de su propia posibilidad, agarrándose entonces a la finitud para sostenerse. En este vértigo la libertad cae desmayada[16].

 

El hombre, al captar su infinitud en el movimiento de la libertad muchas veces pretende afianzar su devenir nuevamente en la finitud, así es la dialéctica humana: vértigo a la libertad, vértigo a lo más teleológico del movimiento, en cuanto anuncia lo Absoluto como forma propia develadora del sentido de la humanidad encarnada y tensionada.

 

Cada hombre se halla colocado ante la nada y como inclinado sobre el vacío. Vértigo ante lo que no es, pero podría ser, por el juego de una libertad que todavía no se ha experimentado y que no se conoce, la angustia del espíritu se parece al vértigo físico en tanto que es a la vez temor y atracción, simple resplandor de posibilidad y a la par de terrible encantamiento[17].

 

 

4. La nada como contenido de la angustia y afirmación de la finitud

 

Ahora bien, ¿cuál es el contenido de la angustia para que provoque tal dialéctica en el individuo? El único contenido es que «en la angustia nos sale al paso la nada a una con el ente en total»[18], es decir, «un complejo de presentimientos que se autorreflejan y aproximan insistentemente al individuo»[19]. Si la angustia es tensión de posibilidad, su contenido es necesariamente lo ilusorio dentro del terreno de lo posible que no da cuenta de ningún tipo de facticidad objetual en el orden de la referencia directa del movimiento. La angustia ve en la finitud una posibilidad de seguridad frente a la infinitud y esta misma relación coloca al contenido de la angustia como la nada y al entrar en contacto con este contenido lleno de nada viene la angustia delante de la posibilidad, de la libertad infinita, pues, «existir (ex-sistir) significa: estar sosteniéndose dentro de la nada»[20].

 

La nada de la angustia es aquí un complejo de presentimientos que se auto-reflejan y aproximan insistentemente en el individuo, si bien considerados de una manera esencial todavía sigue significando una nada dentro de la angustia […] que está en comunicación vital con la ignorancia de la conciencia[21].

 

La nada manifiesta que la existencia misma está en juego, por ello, la angustia no tiene un objeto particular propio, sino la misma existencia. Así, la angustia, al moverse en la infinitud y la finitud del espíritu, manifiesta la clara referencia a la totalidad existencial del sujeto que arriesga la unidad vital del sentido de su vida. Si la existencia vacila es porque la angustia es una dialéctica que confronta al hombre con su propia libertad infinita porque «no obedece a la temporalidad y finitud del espíritu humano sino más bien a la posibilidad infinita de su poder, cuya decisión no mira el tiempo sino la eternidad y cuya salvación no reside en la diferencias del acto finito sino en la diferencia radical del Absoluto»[22].

 

La angustia de la nada espiritual se reconoce, precisamente, en la seguridad vacía del espíritu. Pero la angustia está presente en el fondo, lo mismo que la desesperación, y cuando el encantamiento de los engaños de los sentidos termina, desde que la existencia vacila, surge la desesperación que acechaba oculta[23].

 

De esta manera, en cuanto la angustia es una forma propia del hombre libre y finito, necesariamente, todo ser humano la experimenta. Pues, la angustia como dialéctica posibilita la misma posibilidad que ha sido causante de dicha determinación categórica en el orden la existencia, porque coloca al hombre delante de su propia interioridad como movimiento subjetivo que tiende a lo Absoluto. Quien no entra dentro de la determinación dialéctica de la angustia cae en el olvido del sí mismo como síntesis humana porque no asume la tensión, el vértigo, que, sin lugar a dudas, enfatiza la pasión propia del individuo existente. Sólo por la angustia se llega a la verdad que se encuentra contenida en la libertad como posibilidad de poder y como fuerza creadora. Una verdad que es punto de partida de la interpretación existencial tanto del yo, de lo circundante y de lo trascedente como posibilidad. Además, quien evade la angustia, necesariamente evade la propia condición humana porque «la angustia es deseo de lo que se tiene, temor de lo que se desea […] instala al hombre ante sí mismo, en tanto que el hombre no es, pero va a llegar a ser por su libertad»[24].

 

La angustia es una aventura que todos los hombres tiene que correr, es decir, que todos han de aprender a angustiarse. El que no lo aprenda, se busca de una u otra manera su propia ruina: o porque nunca estuvo angustiado, o porque se ha hundido del todo en la angustia. Por el contrario, quien haya aprendido a angustiarse de la debida forma, ha alcanzado el saber supremo[25].

 A manera de conclusión

 

Con el movimiento de la angustia viene la posibilidad de poder en el orden más extremo de la existencia, en el orden más intensivo de la subjetividad, porque la angustia  nos coloca delante de una humanidad que es tensión sintética de finito e infinito. Por lo tanto, la angustia incluye ya la referencia directa hacia el movimiento infinito de la relación que, dentro de todo el pensamiento de Kierkegaard, tiene su culmen en Dios.

Desde la angustia, el pensador danés, se dirige hacia la afirmación cierta de la certeza infinita, para alcanzar finalmente al Absoluto como fundamento inconmovible y supremo de la libertad[26].

Hemos llegado al extremo existencial del drama humano: la desesperación como forma del despertar de la conciencia antropológica del esteta y la angustia que manifiesta la problematización de la suspensión en la finitud de la humanidad, ambas en tensión directa con la libertad infinita que intuye la relación necesaria con la subjetividad plena. Así, el movimiento absoluto de la interioridad encuentra cauce directo sólo en la Infinitud Absoluta de la relación subjetiva.

Se trata de una tensión que va de lo finito de la condición hacia lo infinito de la posibilidad de la relación con el orden teleológico fundante que se constituye en vínculo sagrado capaz de vencer la angustia. Johannes de Silentio describe cómo sería la existencia del individuo si no hubiera la posibilidad de la relación con lo Absoluto:

 

Y si así fuera, si no existiera un vínculo sagrado que mantuviera la acción de la humanidad, si las generaciones se sucediesen unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol, continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las aves pasan por el mar, como el huracán atraviesa el desierto; actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín ¡Cuán vacía y desconsolada sería la existencia![27]

 

 

[1] L. GUERRERO, Kierkegaard: los límites de la razón en la existencia humana, 80.

[2] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 90-91. Algunas de las críticas frecuentes que realizadas a Kierkegaard giran alrededor de la falsa idea de que su concepción era demasiado pesimista porque era fruto de su propio estado de ánimo. Sin embargo, «esta consideración es falsa; su error consiste en desconocer que la recurrencia a estos temas forma parte de un diálogo con el movimiento cultural de su época, en el que se entrelazan a conciencia y a la historia como progreso, los estados psicológicos de frustración y angustia». L. GUERRERO, Kierkegaard: los límites de la razón en la existencia humana, 67.

[3] M. HEIDEGGER, ¿Qué es metafísica?, 4.

[4] Ibíd.

[5] Cfr., J. SARTRE, El existencialismo es un humanismo, 17-18.

[6] J. SARTRE, «El universal singular» en Kierkegaard vivo, 28.

[7] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 91.

[8] M. HEIDEGGER, ¿Qué es la metafísica?, 6-7.

[9] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 102.

[10] E. PACI, «La verdadera significación de la historia» en Kierkegaard vivo, 63.

[11] P. TILLICH, El coraje de existir, 41.

[12] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 94.

[13] Ibíd., 109.

[14] Ibíd., 279.

[15] Ibíd., 118.

[16] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia,122-123.

[17] R. JOLIVET, Introducción a Kierkegaard,  63.

[18] M. HEIDEGGER, ¿Qué es metafísica?, 7.

[19] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 74.

[20] M. HEIDEGGER, ¿Qué es metafísica?, 7.

[21] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 124.

[22] M. BINNETI, El poder de la libertad, 98.

[23] S. KIERKEGAARD, Tratado de la desesperación, 63.

[24] R. JOLIVET, Introducción a Kierkegaard, 64-65.

[25] S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 279.

[26] Cfr., M. BINNETI, El poder de la libertad, 100.

[27] S. KIERKEGAARD, Temor y temblor, 69.


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