JOSÉ GARCÍA MARTÍN: "Ser singular, ser social: la invectiva a la alteridad categórica en los 'Diarios' de S. A. Kierkegaard"
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     La postura kierkegaardiana parece no dejar ningún género de dudas: el individuo, el verdadero individuo, se enfrenta o confronta con lo numérico (el grupo, la masa, la multitud, el género, el público, el pueblo, los partidos). Se acentúa, pues, la singularidad frente a lo social.

A continuación se indicará la lid que mantuvo Kierkegaard contra una manera de pensar incorrecta, social, política y cristianamente hablando. 

1. Crítica a las categorías asociativas

Kierkegaard se sirve de la categoría de singular[1] de una forma polémica contra dos situaciones presentes en su época: a) el Sistema o la filosofía hegeliana establecida; b) la cristiandad establecida.

Tal utilización se puede entender como dialéctica, al menos en un doble sentido. En primer lugar, porque es precisamente polémica, es decir, en el sentido de la dialéctica socrática. Como Sócrates, Kierkegaard era irónico y su labor estaba en su misma línea, que consistía, por un lado, en hacer que sus contemporáneos cayeran en la cuenta de la situación (de engaño e ignorancia) en la que se encontraban respecto al cristianismo verdadero; y por otro, la de provocar un cambio de actitud, ético, en sus vidas. Por consiguiente, la categoría de singularidad pertenece al ámbito de la ética. Porque se trata de la praxis humana, o si se quiere de la acción moral; no de la pura teoría alejada o que no da cuenta de la existencia y su complejidad.

En segundo lugar, es dialéctica también en cuanto la usa en contraposición a otras categorías que son opuestas, o incompatibles desde el punto de vista religioso; como son las de muchedumbre, masa, género, número, pueblo y público. Resulta de utilidad advertir cómo Kierkegaard gusta de mantener una tensión entre ambos tipos de categorías; frente a la dialéctica hegeliana, trataría poner de manifiesto, de la forma más contrastada, la no-conciliación y la irreductibilidad de ambas clases de categorías. Por esta causa, debemos eliminar, en cuanto a la verdad y la existencia religiosa, las categorías asociativas (excepción hecha de la comunidad, como ya veremos más adelante). En el caso de Kierkegaard, más que de superación dialéctica habría que hablar de suplantación. Recordemos que para Hegel “la verdad es el todo”, lo universal, de tal manera que el individuo no es nada más que un fragmento de ese Todo. Lo cual hacía que el individuo singular se subsumiera y estuviera por debajo del género humano (“Slægten”). Sin embargo, para el pensador danés sucedía precisamente lo contrario.

La defensa de la categoría de singular iba encaminada a resolver el problema de cómo llegar a ser cristiano en la cristiandad. Kierkegaard pensaba que ser cristiano significaba ser individuo singular; pero se encontraba con que los así llamados cristianos vivían en categorías ajenas al cristianismo (estéticas, paganas, sociales, materiales, temporales). Se trataba de introducir la categoría por excelencia del cristianismo: la de “den Enkelteo individuo singular. El olvido[2] de la misma —parafraseando a Heidegger— transformó el cristianismo en paganismo, reduciéndolo a mera cháchara.

2. Comparación y distinción entre la categoría de singular y las categorías asociativas

Frente al individuo singular se alzan una serie de agrupaciones humanas[3] caracterizadas todas ellas por la despersonalización, por la inconciencia e irresponsabilidad del individuo o por su anulación: la masa (“Massen”), la multitud o muchedumbre (“Mængden”), el público (“Publikum”), el pueblo (“Folket”), los partidos (“Partier”), la plebe (“Plebs”), el género (“Slægten”), e incluso la cristiandad misma (“Christenheden”); en conclusión, todo aquello que representa un número de individuos, o, como lo denomina Kierkegaard, todo lo numérico (“det Numeriske”).

En la relación entre pueblo e individuo, el primero debe dejar paso al segundo. Para Kierkegaard, el pueblo es en primer lugar la fuente, la materia prima de la cual surgen los individuos singulares. Pero al final de dicho proceso el pueblo como tal debe desaparecer, para que se manifieste plenamente la singularidad. Queda claro, pues, que el género humano evoluciona en el sentido de su desaparición como masa para constituirse por verdaderas individualidades. Si se fija uno, se advierte que la dialéctica histórica de Kierkegaard no gira sobre ninguna categoría social (caso de Marx), sino todo lo contrario. No se trata tampoco de una dialéctica idealista (a la manera de Hegel), en la que el Todo, lo universal todo lo engulle. En la dialéctica pueblo-singular el primero es subsidiario y secundario respecto al segundo. Siempre lo importante será la categoría de singular sobre las categorías sociales; y las relaciones entre ambas, aunque no siempre son de exclusión, sí son al menos fuertemente contrarias.

Las ideas mencionadas se complementan y confirman con un texto de los Diarios de Kierkegaard, en el que aparecen de forma aún mas clara las relaciones entre la multitud y el singular: «Antiguamente vivía solo un singular; la multitud, los miles se malgastaban por él. Luego llegó la idea de la representación. Los que en sentido propio vivían eran de nuevo singulares, pero la multitud se vio a sí misma en ellos, participando sin embargo en sus vidas. La última formación es: el individuo singular, entendido del modo en que el individuo singular no está en oposición a la multitud, sino que cada uno es un singular»[4].

El primer momento histórico se correspondería con la etapa clásica, medieval y moderna, en la cual contaba un solo individuo, social y políticamente hablando. Era el individuo más importante o eminente; ya fuera el rey, el emperador, el tirano o el héroe. Todos los demás estaban a su servicio, no siendo en verdad relevantes; al contrario, la masa de ellos se derrochaba por aquél. El segundo se correspondería con la etapa de la democracia representativa, en la que ya no había un solo individuo significativo, sino aquellos que representaban a la multitud, al pueblo; de esta manera, de forma indirecta, la gente podía participar. Por último, vendría la etapa en la que todos serán individuos singulares, y por tanto ya no habría confrontación con la multitud; es evidente que se trataría de una época venidera que está por ver, pero en la que Kierkegaard creía.

De todas maneras, en realidad no fueron exactamente así las cosas. El esquema presentado no puede ser entendido de manera literal, puesto que en la Antigüedad misma encontramos casos (como la República romana o la democracia ateniense) que entrarían más bien en la segunda etapa, así como en el Renacimiento (la Repúblicas italianas); de igual modo, en la segunda época podemos encontrar regímenes absolutistas. No obstante, lo importante es que en esa historia de las relaciones entre la multitud y el individuo, éste termina imponiéndose a aquella. En este sentido, se puede afirmar que, pese a todos los contratiempos al respecto, Kierkegaard fue un optimista histórico; alguien que supo ver con esperanza el futuro de la humanidad, a pesar de sus males y errores.

Habría otro texto de Kierkegaard también importante. En él se distingue tres maneras diferentes de entender la relación dialéctica entre individuo y sociedad[5]. Según dicho texto, serían: a) una primera en donde las individualidades o singularidades (“Enkeltheder”) son inferiores a la relación que mantienen entre ellas; p. ej. las partes del organismo; b) las individualidades son iguales ante la relación mutua, como p. ej. en el amor mundano; y c) las individualidades son más altas que la relación entre sí; sería el caso de la comunidad religiosa o congregación, en el que el individuo se relaciona primeramente con Dios y después con la comunidad. Si prestamos un poco de atención, podemos deducir que, por un lado, habría una gradación de menor a mayor importancia; por otra parte, no toda agrupación humana tiene que ser de manera necesaria negativa.

No es lo mismo hablar de la muchedumbre (“Mængden”) o el público (“Publikum”), que de la comunidad (“Menigheden”). Existen unas diferencias claras entre las primeras y la segunda con relación al individuo singular. En la muchedumbre o público no hay propiamente individuos singulares; en cambio, la comunidad está formada por individuos singulares. En palabras de Kierkegaard: «La diferencia entre la “muchedumbre”, el “público” y la “comunidad”. En el “público”, y cosas por el estilo, el individuo como tal no es nada, no hay ningún individuo singular, lo numérico es lo constituyente y la ley para una generatio aequivoca; separado del “público” el individuo aislado no es nada, y dentro del público tampoco es, entendido de manera más profunda, propiamente nada. En la comunidad el individuo singular es; el individuo singular es lo dialécticamente decisivo como un prius para formar la comunidad. Y en la comunidad el individuo singular es cualitativamente lo esencial, y puede también en cada momento llegar a ser más alto que la “comunidad”; a saber, tan pronto como “los otros” reniegan de la idea. Lo que une a la comunidad es que cada cual sea un individuo singular, y después la idea; la aglomeración del público o su falta de cohesión es que lo numérico lo es todo. Cada individuo singular (en la comunidad) garantiza la comunidad; el público es una quimera. El individuo singular es en la comunidad el microcosmos que repite de manera cualitativa el macrocosmos; aquí vale en el buen sentido unum noris omnes. Nadie es individuo singular en el público; el todo es nada. Es imposible decir unum noris omnes, porque no hay nadie. Una “comunidad” es, por supuesto, más que una suma; sin embargo, es en verdad una suma de unidades. El público es un absurdo: una suma de unidades negativas, de unidades que no son unidades, que llegan a ser unidades con la suma, en vez de que la suma tiene que llegar a ser suma con las unidades»[6].

El texto no tiene ningún desperdicio; por eso he creído conveniente verterlo en su integridad, a pesar de su extensión. Recojamos de forma resumida lo principal y comentémoslo.

En las categorías sociales o asociativas (como la “multitud”, “masa”, “muchedumbre” o “público”), el individuo se constituye no por sí mismo, sino por pertenecer a alguna de ellas. En realidad no es tal, porque solo es una unidad o parte o miembro del grupo. Este hecho hace que no sea nada fuera de él; pero tampoco es un verdadero individuo dentro de él. El individuo dentro del grupo no actúa como tal, con iniciativa propia ni responsabilidad; simplemente se sumerge o diluye en la masa.

Las categorías asociativas son opuestas a la categoría de singularidad. A pesar de ello, no ocurre lo mismo con la categoría de comunidad[7]. Si en los anteriores casos el individuo (como unidad negativa) se constituía por pertenecer al público —p. ej. —, aquí es la comunidad la que se constituye como tal por estar formada de individuos singulares, de verdaderos individuos. Por eso dice Kierkegaard que el singular es un prius, y por eso existe una unión entre ellos. Otra diferencia está en que el individuo singular es más importante que la comunidad en relación con la idea; es decir, respecto a los ideales o idealidad y, por tanto, con relación a la religiosidad. En cambio, el “público” está por encima de sus miembros, ya que lo son precisamente por pertenecer a él. En definitiva, y para concluir, la comunidad es una adición de individuos singulares diferentes unos de otros (de unidades positivas), mientras que en el público, y categorías similares, es una resta respecto a la singularidad; o bien, una suma simple de unidades negativas; o incluso, me atrevería decir, un número elevado a la potencia cero, en la que no existe heterogeneidad, o diferencia alguna, ni en sí ni fuera de ella misma.

De todas formas, no se puede realmente terminar con estas reflexiones sin plantearse la relación de la categoría de singular con la de comunidad religiosa. En este caso no existe ningún problema de compatibilidad[8], puesto que el individuo singular es respetado. La cuestión de fondo es que para Kierkegaard no existe, ni tiene ningún valor, el público y demás categorías desde el punto de vista religioso[9], puesto que son políticas; solo lo posee el individuo singular. Por consiguiente, tenemos que distinguir un doble plano cuando nos referimos a las categorías asociativas: el político-social y el religioso. El error estaría cuando los mezclamos o los confundimos, de tal manera que aplicamos categorías político-sociales al ámbito religioso. En éste solamente tiene validez la categoría de singular.

Entonces, ¿qué es la comunidad cristiana? Para explicarla Kierkegaard recurre a una analogía, a una comparación con el mundo o sociedad de los criminales. Esta, como la cristiana, se mantiene en una unión íntima frente a la sociedad en general. De esta manera, en la sociedad cristiana también se rompe con el mundo. Además, cualquiera que quiera entrar a formar parte de ella, debe estar “marcado”; dicha marca es la de ser extremadamente polémico con la sociedad en general. Y añade el escritor danés: «Eso es la comunidad cristiana; es una sociedad que consiste en individuos singulares cualitativos, la entrañabilidad de la sociedad causada también por esta posición polémica contra la gran sociedad humana»[10].

La comunidad cristiana es una sociedad humana. Pero no una sociedad cualquiera; es una sociedad donde sus miembros son verdaderos individuos, singularidades diferentes entre sí desde el punto de vista cualitativo. Así pues, sus individuos no son meros números, y no puede ser entendida cuantitativamente. Son individuos que forman una unión íntima y de, incluso, complicidad en su lucha contra el mundo, en cuanto éste es injusto o no cristiano

Estas cuestiones son más comprensibles si se fundamentan en la antropología. En el hombre existe una doble determinación: la animal y la espiritual. Según esta doble determinación, o bien nos abocamos hacia la multitud, o bien hacia el espíritu respectivamente[11]. En la medida que estemos condicionados por nuestra naturaleza animal, se impondrán las categorías como la masa o la multitud; si, en cambio, nos ponemos bajo nuestra determinación espiritual, será la singularidad la que se manifieste. Lo decisivo es no dejarse llevar por lo animal, ni dejarse impresionar por lo numérico: «Cualquiera para quien la determinación animal es prepotente, cree firmemente que millones son más que uno; y el espíritu es justamente lo contrario, que uno es más que millones, solamente que cada cual puede ser único»[12]. Pero muchos seres humanos no pueden resistirse a la animalidad, lo que es muy perjudicial, sobre todo desde el punto de vista cristiano. La determinación animal proporciona seguridad[13] y tranquilidad[14], además de impulsarnos hacia la reproducción o propagación del género[15], todo ello algo muy difícil de rechazar. Cuando el hombre se asocia lo hace como criatura animal[16] que es, y la colectividad[17] le hace la vida fácil y comparativa, donde lo que se consiguen son bienes terrenales pero no los celestiales.

 

3. Crítica al hombre como género o al género humano

El ser humano, como todos los demás seres vivos, forma un género o especie. Todos nosotros poseemos, pues, unas mismas características genéticas, fisiológicas y anatómicas. En ese sentido, todos somos idénticos. Pero a partir de ahí nada es igual. Porque la humanización más que la hominización es lo que nos caracteriza: los procesos culturales y sociales nos distingue de los animales, pero además entre nosotros.

También cultural y socialmente nos asemejamos mucho, tanto quizá como biológicamente. Lo que en verdad nos hace ser diferentes unos de otros es nuestra singularidad; esto es, el hecho de que seamos cada uno yoes o espíritus. Podríamos afirmar que el género humano es aquel que está constituido únicamente de excepcionalidades o individualidades. O expresado con otras palabras, es aquel género que justamente no lo es, que sus miembros no son —como los animales— meros ejemplares o repeticiones genéricas.

Con todo, esa grandeza que posee el hombre la puede perder; de tal modo, que lo que debe ser género humano se transforma en género animal. Y ¿cuándo sucede tal cosa? Precisamente cuando dejamos de ser individuos singulares, cuando nos comportamos como animales, no como yoes o espíritus. El declive del género humano se produce cuando desaparecen las individualidades[18]. Lo que significa que el género humano, para Kierkegaard, está desespiritualizado, sin autoestima, sin autoconfianza y próximo a la criatura animal[19].

La degradación del género humano se encuentra también en el quebranto de la idealidad: «La idealidad, la cual se perdió y por la cual la degradación a la criatura animal llegó a ser tanto más perceptible, es, sí, esa es como nunca ha sido. El género, desde innumerables generaciones y en continuo descenso, está bastante contento con ser criatura animal, encontrando el significado, las ganas y la seriedad de la vida en ello»[20].

Con dicha “idealidad” se refiere Kierkegaard a ser persona, al ideal de ser un ser humano o individuo singular. En este sentido, señala que el mal de su época estaba en el estrangulamiento que lo social hacía de los ideales; la picardía de su etapa consistía en no comprometerse de verdad con los ideales, sino con lo social[21].

Otro aspecto que el autor danés menciona en la degradación del género humano es la envidia hacia los individuos singulares eminentes[22]. Este hecho hace que se instale un afán nivelador según el cual nadie debe destacar; y es lo numérico, con su poder lo que elimina todo lo eminente. ¡Cuánto de lo que estamos hablando sigue sucediendo hoy día!

El problema se convierte en realmente grave cuando lo referimos al ámbito religioso cristiano. Según Kierkegaard, está muy claro que se produce una tremenda confusión respecto a aquella instancia que debe relacionarse con la verdad[23]: en vez de ser el singular, lo es el género o el ser humano en su conjunto. Se equivoca el hombre, pues, cuando antepone el género al individuo en la esfera religiosa. Porque desde el punto de vista religioso la salvación no está dentro del género[24]. Uno no se salva en masa sino en cuanto individuo singular.

Por otra parte, si se pone el acento en el género o en la colectividad desaparece la categoría de singularidad, sin la que es imposible la imitación (“Efterfølgelse”)[25]. Ser individuo singular significa esforzarse; pero en vez de eso se está al servicio del número[26]. La conclusión es que el individuo singular ha sido sustituido por el género humano con relación al cristianismo[27].

 

4. La oposición a la masa, multitud o lo numérico

Si el hombre se junta formando multitud es porque se lo dicta su naturaleza animal, porque “naturalmente” es una criatura animal. Lo cual significa que el hombre es animal cuando está en masa, o también se animaliza cuando pertenece a una multitud. De esta manera, uno se libra de la medida de la singularidad y de la idealidad; esto es, rehuimos de la exigencia contenida en nuestra naturaleza espiritual y personal. A partir de aquí solo caben dos posibilidades respecto a la relación que como individuo singular podemos mantener con la multitud: «Cristianamente la ley es entonces esta: o en soledad fuera de la gente, para que puedas conseguir la medida de la idealidad sin ser molestado por el regateo y el disparate del número (porque contar es aquí regatear); o bien, si te quedas entre los seres humanos, entonces tienes que sufrir persecución para conservar la heterogeneidad, que a su vez asegura la singularidad. Pero en continuidad directa con la multitud el cristianismo es imposible»[28].

No debemos «ceder a la alucinación de lo numérico y al vértigo de la determinación animal»[29]. De este modo, convendría hablar en una reunión como se habla a un individuo aislado. Así fortaleceríamos nuestro ánimo y pensamiento. Sin embargo, ¡qué fácil es sentirse tranquilo dentro de la multitud, bajo la determinación animal! Y es que, según Kierkegaard, de nuevo se ha impuesto en la historia del mundo el principio de la multitud; incluso de una forma más terrible que en la Antigüedad: «la “multitud” es la instancia, la “multitud” es Dios, la multitud es la verdad, la multitud es el poder y el honor. Ahora se trata, pues, solamente de quedarse y jugar con la multitud. Igual como se juega al dinero, así la “multitud” lo es todo, y se trata únicamente de apoderarse de ella y tenerla a su lado. Ante este poder todo se doblega»[30].

Por tanto, la multitud se convierte en lo absoluto, en un poder tiránico que esclaviza y destruye la personalidad[31], el individuo singular. Y como absoluto no admite ningún límite ni cortapisa; de este modo se llega a la idolatría o deificación de la muchedumbre y, en definitiva, a la sustitución de ese verdadero absoluto que es Dios. La manifestación de esta nueva religiosidad del hombre se ve en multitud de aspectos de la vida cotidiana y social (p. ej. en los grandes espectáculos, grandes supermercados o centros comerciales). Pero especialmente repercute en la falta de protagonismo del individuo, en la ausencia de una actuación o comportamiento individual responsable; es decir, la plebe se reconoce, a diferencia del individuo singular, en el hecho de que los seres humanos no sirven más que para ser “espectadores” pero no “actores”[32] o protagonistas de sus vidas, y mucho menos querer ser individuo singular que actúa en el sentido más elevado.

 

5. Conclusiones

Antes que hombre o mujer, soy persona. Y como soy persona, puedo ser hombre o mujer. El concepto de persona comprende, pues, tanto uno como otro sexo. Constituir o afirmar nuestro ser personal significa a la par hacerlo, irremediablemente, como hombre o mujer; pero nunca contra o frente al otro sexo, como en algunos ambientes sociales o políticos actuales se manifiesta. Por tanto, existe una alteridad fundamental en el ser humano como persona, que impide su confusión o indeterminación natural o biológica, si bien no su identidad genérica. El problema actual que aprecio en mi sociedad es que se pretende sobreponer la identidad genérica a la biológica, de tal modo que la identidad personal se reduce simplemente a lo que elijo o quiero hacer con mi masculinidad o feminidad; incluso hasta el punto de desear la transmutación total.

En términos kierkegaardianos, ser otro es un contrasentido y un peligro que lleva a la desesperación y a la despersonalización. Si algo hay que ser, es ser uno mismo, un individuo singular distinto de todos los demás y, por tanto, irreducible a cualquier otroidad.  La aporía se presenta cuando pretendemos ser lo que no somos (o no queremos ser lo que somos), o bien cuando difuminamos nuestra personalidad escondiéndonos tras la multitud, perdidos de forma anónima en la informe masa (lo que da lugar a esa clase de individuo que llamó Kierkegaard el individuo ejemplar). En todo caso, la conclusión es siempre la misma: la inautenticidad y el disimulo, grandes males de nuestro mundo contemporáneo.

 

6. Bibliografía utilizada

-CARDONA, C.: Ética del quehacer educativo. Madrid, Rialp, 1990.

                             Olvido y memoria del ser. Pamplona, Eunsa, 1997.

-COLLINS, J. El pensamiento de Kierkegaard. México, F.C.E., 1986.

-KIERKEGAARD, S.: Samlede Værker (Obras Completas). Editado por A. B. Drachmann, J. L. Heiberg y H. O. Lange. Copenhague, Gyldendal, 1991. 20 tomos.

                             Søren Kierkegaards Papirer (Papeles de Søren Kierkegaard). Segunda edición ampliada por Niels Thulstrup. Tomos I-XVI. Copenhague, Gyldendal, 1968-1978.

                      Mi punto de vista. Traducción de José Miguel Velloso. Madrid, Aguilar, 1988.

-LÖWITH, K.: De Hegel a Nietzsche: La quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard. Traducción de Emilio Estiú. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968.

-MELENDO GRANADOS, T.: Metafísica de lo concreto. Sobre las relaciones entre filosofía y vida. Barcelona, Ediciones Internacionales Universitarias, 1997.

    -VELOCCI, G.: Filosofia e fede in Kierkegaard. Roma, Città Nuova ed., 1976.

 

 

[i] «Su concepto fundamental, el del individuo, constituye un antídoto contra la “humanidad” socialdemocrática y la “cristiandad” culta y liberal. En efecto, el principio de asociación no es positivo, sino negativo, porque debilita a los individuos al fusionarlos con la masa». LÖWITH, K.: De Hegel a Nietzsche: La quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968, p. 348.

[2] Se puede considerar que tal olvido es paralelo a ese otro del que trata C. CARDONA en su importante, densa y póstuma obra Olvido y memoria del ser (Pamplona, Eunsa, 1997).

[3] «Kierkegaard protestó con pasión contra esa idea de la existencia comunitaria, porque para él, “en nuestra época” cualquier clase de unión —en el “sistema”, en la “humanidad” o en la “cristiandad”— se le presentaba como poder nivelador». LÖWITH, K.: De Hegel a Nietzsche: La quiebra revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1968, p. 225.

[4] «I Oldtiden levede kun en Enkelt, Mængden, de Tusinde ødsledes paa ham. Saa kom Repræsentationens Idee. De, der egentligen levede, var igjen kun Enkelte, men Mængden anskuede sig dog i dem, participerede dog i deres Liv. Den sidste Formation er: den Enkelte, saaledes forstaaet, at den Enkelte ikke er i Modsætning til Mængde, men ligeligt hver en Enkelt». KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 265.

[5] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. VII 1 A 20.

[6] «Forskjellen mellem “Mæangde” “Publikum”-og “Menighed”. I “Publikum” og Deslige er den Enkelte Intet, der er ingen Enkelt, det Numeriske er det Constituerende og Loven for Tilblivelse en generatio aequivoca; løsrevet fra “Publikum” er den Enkelte <Intet> og i Publikum er han, dybere forstaaet, egentlig heller Intet. I Menighed er den Enkelte; den Enkelte er dialektisk afgjørende som Prius for at danne Menighed, og i Menighed er den Enkelte qvalitativ et Væsentligt, kan ogsaa hvert Øieblik blive høiere end “Menighed”, saasnart nemlig “de Andre” falde af fra Ideen. Det Sammenbindende for Menighed er, at hver er en Enkelt, og saa Ideen; Publikums Sammenføien eller dets Løshed er: at det Numeriske er Alt. Hver Enkelt (i Menighed) garanterer Menigheden; Publikum er en Chimaire. Den Enkelte er i Menighed Mikrokosmen, der qvalitativt gjentager Makrokosmen; her gælder i god Forstand unum noris omnes. I Publikum er ingen Enkelt, det Hele er Intet; her er det umuligt at sige unum noris, omnes, thi her er ingen: Een. “Menighed” er vel mere end en Sum; men er dog i Sanhed en Sum af Enere: Publikum er Nonsens: en Sum af negative Enere, af Enere, som ikke ere Enere, som blive Enere ved Summen, istedetfor at Summen skal blive Sum ved Enerne». KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 390.

[7] «Donde hay realmente personas puede haber comunidad, y no mera agregación de partes indiferenciadas. Y, después de su directa relación con Dios, lo que constituye propiamente a la persona como tal es su darse a los otros, su benevolencia». CARDONA, C.: Ética del quehacer educativo. Madrid, Rialp, 1990, p. 169.

[8] Según COLLINS son dos polos complementarios de la existencia religiosa; o. c. p. 232 y 248.

[9] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Mi punto de vista, pp. 180 y 181 (ed. española citada); y en la nota 42 (p. 214) nos dice: «Y en cuanto, en un sentido religioso, existe algo como una “comunidad”, éste es un concepto que no contradice a “lo individual”, y al que no hay que confundir en absoluto con lo que puede tener importancia política: el público, la multitud, lo numérico, etc.». ídem: S. V. 18, p. 67. («Og forsaavidt der, religieust, er “Menighed”, da er dette et Begreb, som ligger paa den anden Side af ”den Enkelte”, og som for Alt ikke maa forvexles med, hvad der politisk kan have Gyldighed, Publikum, Mængde, det Numeriske o. s. v.»).

[10] «det er den christne Menighed er et Samfund, som bestaaer af qvalitativ Enkelte, Samfundets Inderlighed ogsaa betinget ved denne polemiske Stilling mod det store Menneske-Samfund». KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 478.

[11] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 81.

[12] «Enhver, i hvem Dyre-Bestemmelsen er overmægtig, troer fuld og fast at Millioner ere mere end een, og Aand er just det Modsatte, at een er mere end Millioner, kun at hver kan være den Ene». KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 518.

[13] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 227.

[14] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 485.

[15] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 2 A 149.

[16] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 438.

[17] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 4 A 441.

[18] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 2 A 127.

[19] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 198.

[20] «Den Idealitet, hvilken tabtes og hvorved Degradationen til Dyre-Skabning blev desto føleligere, den er, ja den er, som havde den aldrig været. Slægten er længst længst i umindelige Generationer og i fortsat Synken, yderst fornøiet med at være; Dyre-Skebning, finder Livets Betydning og Lyst og Alvor deri». KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 2 A 201.

[21] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 3 A 607.

[22] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 93.

[23] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 1 A 218.

[24] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 446.

[25] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 4 A 369.

[26] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 36.

[27] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. X 4 A 581.

[28] «Christeligt er Loven da den: enten ud I Eensomhed, bort fra Menneskene, at Du kan faae Idealitets Maalestok uforstyrret af Tallets Vrøvl og Prutten (thi at tælle er at prutte); eller bliver Du blandt Menneskene, saa maa Du see at lide Forfølgelse -for at bevare Ueensartetheden, der igjen sikkrer Enkeltheden og Idealitets Maalestok. Men i ligefrem Continuitet med Flokken er Christendom umulig». KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 16.

[29] «at give efter for det Numeriskes Sandsebedrag, og Dyrebestemmelsens Svimmelhed». KIERKEGAARD, S.: Pap. X 2 A 485.

[30] «“Mængden” er Instantsen, “Mængden” er Gud, Mængden er Sandheden, Mængden er Magten og Æren. Nu gjælder det altsaa blot om at ville ligge og spille med denne “Mængde”. Ligesom man spiller om Penge: saaledes er “Mængden” Alt, og det gjæelder ene og alene om bemægtige sig den, at faae den paa sin Side. For denne Magt bøier Alt sig». KIERKEGAARD, S.: Pap. VIII 1 A 538.

[31] «Il numero favorisce l′illusione e l′ipocrisia, nasconde la veritá, dispensa dallo sforzo: é una specie di maschera che distrugge la persona». VELOCCI, G.: Filosofia e fede in Kierkegaard, Roma, Città Nuova ed., p.106.

[32] Cfr. KIERKEGAARD, S.: Pap. XI 1 A 137.


*Dr. José García Martín (Universidad de Málaga)


Presidente de la Sociedad Hispánica de Amigos de Kierkegaard (S.H.A.K.)

Director de la revista digital
La Mirada Kierkegaardiana

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