ANNA FIORAVANTI: "Cómo juzga Kierkegaard la política oficial de cualquier signo"
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Si se parte del hecho indiscutible de que KIERKEGAARD se define a sí mismo como un escritor religioso, puesto que todas sus obras, incluidas las estéticas, tienen que ver con el “llegar a ser cristiano” y con la polémica “contra la monstruosa ilusión que llamamos cristiandad”, como él dice en “Mi punto de vista”[1], no cabe ninguna duda de que no se interesó por bosquejar siquiera un pensamiento político que pudiera exponerse en una forma sistemática o más o menos ordenada. De ahí que se haya acordado que el título de estas Jornadas fuese “Derivaciones políticas del pensamiento de Kierkegaard”. A pesar de eso, su obra abunda en derivaciones para descubrir y entresacar de los diferentes libros, siguiendo la muchas huellas que ha dejado y que finalmente conducen al objetivo. Veamos su propia advertencia en este sentido:

“Naturalmente, no me importa el placer que ha encontrado o pueda encontrar el llamado público estético al leer, atentamente o de pasada, las obras de carácter estético, las cuales son un disfraz y un engaño al servicio de la cristiandad; porque yo soy un escritor religioso. Suponiendo que un lector de tal clase entiende a la perfección y aprecia críticamente las producciones estéticas individuales, siempre me entenderá totalmente mal, en cuanto no comprenda la religiosa totalidad en toda mi labor como escritor. Supongamos, pues, que otro entiende mis obras en la totalidad de su referencia religiosa, pero no entiende ni uno solo de los productos estéticos contenidos en ellas; en este caso yo no diría que su falta de entendimiento fuera esencial.”`[2]

Esto por un lado.

Por el otro, hay que destacar que contrariamente a lo que puedan sugerir estas palabras, en el sentido en que un oyente o un lector no familiarizado con esta obra pueda interpretar como fanatismo o fundamentalismo, objeción que de todos modos se le ha hecho, en Kierkegaard no encontraremos jamás la intolerancia disfrazada de tolerancia tan característica de nuestro tiempo. Ni siquiera en los momentos más ásperos de su enfrentamiento con la Iglesia oficial y la intelectualidad de Dinamarca. Su actitud, en todo caso, es más bien la de un profundo respeto disfrazado a veces de intolerancia. Baste una sola de sus citas, a título de información: “No es preciso decir que no puedo explicar toda mi labor como escritor en toda su integridad, o sea con la interioridad puramente personal en la que poseo la explicación de ella. Y esto en parte se debe a que no puedo hacer pública mi relación con Dios. [.....] En parte porque yo no puedo querer (y nadie puede desear que yo pudiera) introducir a la fuerza en nadie lo que únicamente concierne a mi persona....”[3]

Hechas estas aclaraciones que es necesario no perder de vista para evitar malentendidos, y volviendo al título de estas Jornadas, es notable, no obstante, que las derivaciones de su pensamiento político hayan inquietado tanto a pensadores llamados de derecha y de izquierda y que desde ambas posiciones se lo haya atacado con igual virulencia por desconocimiento, quizá, que el propio Kierkegaard en cierto modo ha provocado y que ha hecho de él casi un desconocido hasta para algunos de sus exégetas. Sin tomar en cuenta el hecho de que siempre se confunde a Kierkegaard con sus seudónimos, de la lectura de muchos de sus detractores y defensores surge la penosa impresión de que ha sido muy poco comprendido. Así, Adorno, Lukács, Léfèbvre, por poner algunos ejemplos, ven en él a un representante del romanticismo decadente, que vive fuera de la realidad, como un espíritu desencarnado y vacío, negador de la solidaridad y del amor. El primero de los nombrados, Adorno, lo acusa de haber trasladado “su desprecio del mundo a sus individuos, menospreciando la autonomía” y de que “sin sospecharlo, sirvió para dar buena conciencia intelectual al agudo oscurantismo de los tiempos totalitarios”.[4] Lukács, por su parte, le atribuye un “irracionalismo radical” que anula el carácter esencialmente histórico y social de los hombres, de resultas de lo cual el concepto de hombre deviene una mera abstracción.[5] Y, por si esto fuera poco, le achaca además la idea de que sólo “la subjetividad del individuo desplegada hasta el extremo”[6] se conecta con la única realidad auténtica que es la paradoja de que la verdad eterna —Cristo— se haya hecho carne en el tiempo . No obstante, en el párrafo siguiente, Lukács afirma que “el único acceso que, según Kierkegaard, tenemos al hecho absoluto es el de que sólo puede llegar a ser discípulo de Cristo «quien reciba de Dios mismo esa condición».”[7] La pregunta es, entonces, ¿cómo se puede hablar de subjetividad extrema en Kierkegaard cuando se debe recibir de Dios la condición? Pregunta que también alcanza a Adorno, quien en más de una oportunidad hace acreedor a Kierkegaard de una pretendida indiferencia por la gracia.[8] Herbert Marcuse expresa una interpretación similar con las siguientes palabras: “Hegel había demostrado que la existencia más plena del individuo es su vida social. El empleo crítico del método dialéctico tiende a revelar que la voluntad individual presupone una sociedad libre, y que, por lo tanto, la verdadera liberación del individuo requiere la liberación de la sociedad. El fijarse en el individuo aislado significaría, pues, adoptar una posición abstracta, ya desechada por Hegel.”[9] Ahora bien, el propio Marcuse, unas páginas después, cita textualmente estas palabras de Kierkegaard: “Lo que existe es siempre un individuo; lo abstracto no existe” y, además, aduce como causa de una supuesta desvalorización que haría Kierkegaard de conceptos básicos relacionados con “la igualdad y dignidad esencial del hombre” justamente sus ataques contra el pensamiento abstracto.[10] De tal manera que nuestro autor atacaría lo abstracto desde lo abstracto, así como para Adorno destruiría la posibilidad del amor desde el amor. En fin. ¿No es demasiada pobreza intelectual la que se adjudica a alguien que por haberse preocupado tan poco o casi nada de lo social y lo político, según las exégesis que —desgraciadamente—muy a vuelo de pájaro estamos viendo, ha ocupado y preocupado a tantos políticos y sociólogos? De entre los autores que están en esta misma línea, el francés Henri Léfèbvre muestra su desprecio por el escritor danés con un lenguaje de lo más violento y ofensivo, cuando afirma,por ejemplo, que “con un «secreto» miserable llenó volúmenes” y que los juegos de seducción, el pudor y el impudor, la reserva y la coquetería y la habilidad con que una mujer es capaz de usarlos para provocar el deseo y reprimirlo “no son nada al lado de las truhanerías kierkegaardianas. Un exotismo abstracto y femenino a la vez recorre la obra de Kierkegaard. Careció de virilidad filosófica. Filósofo y viril, no hubiera guardado un «secreto»; no hubiera llevado consigo un secreto inconfesado e inconfesable.”[11] Ese secreto, al decir de Léfèbvre, “montado alrededor de una «nada»” proviene de una impotencia psicológica y —agrega irónicamente— “haciendo entrar el caso de Kierkegaard (un sacrilegio más) en lo general, de una impotencia del individuo individualista para vivir.”[12] Considera cómica la situación de Kierkegaard, que renuncia voluntariamente a Regina, su novia y casi amante, para después clamar por ella, como clamaba Job en su estercolero, para fundar su fe en la esperanza de recuperarla. “¿Cómo no estremecerse ante ese abismo de la desesperación y de la nada, ante esa miseria humana disfrazada de literatura y de religión? ¿Cómo no reír ante la situación ridícula del atolondrado que vocifera —¡eh, los de arriba!— al cielo vacío y reclama el pan que él mismo acaba de sacarse de la boca...?”[13] Y unas páginas más adelante, sigue con igual saña: “Para el desdichado Kierkegaard, tan impotente para crear en lo imaginario como para vivir en la realidad, solamente capaz de confidencias artísticamente veladas, esas categorías se convierten en categorías de lo real. Cree, quiere creer en la «existencia» real de su Dios, y define su fe por la Repetición... Retornando al nivel del «pensamiento mágico» se debate miserablemente en pensar lo impensable...”[14] Por supuesto, no es éste el lugar para tratar las confusiones y vulgarizaciones en que incurre Léfèbvre, pero baste señalar que al menos se perdió de leer un párrafo de los Papirer que cita Fabro en su nota de presentación de “El Evangelio de los sufrimientos” (que no está traducido al castellano) y que aclara el tan mencionado y a la vez desconocido concepto de repetición: “El sufrimento es la expresión cualitativa para la heterogeneidad con este mundo. En esta heterogeneidad (la expresión es el sufrimiento) consiste la relación con la eternidad. Donde no hay sufrimiento, no hay ni siquiera conciencia de la eternidad y donde hay conciencia de la eternidad hay también sufrimiento. Es en el sufrimiento donde Dios mantiene vigilante a un hombre (heterogéneo con este mundo) para la eternidad. En el Antiguo Testamento, la situación era ésta: el sufrimiento (la prueba) duraba algunos años y luego aun en esta vida se obtenía la satisfaccción que es la heterogeneidad con los bienes de esta tierra. Dios pone a Abraham a prueba, lo incita como si debiera sacrificar a Isaac, mas luego la prueba pasa, Abraham obtiene a Isaac y su alegría se da en esta vida —por eso Abraham no muestra ni siquiera la conciencia de la eternidad, puesto que el sufrimiento no va hasta el fondo. El cristianismo es sufrimiento hasta el fin — es la conciencia de la eternidad.” Y comenta a continuación Fabro, que sí leyó más en serio a Kierkegaard: “Él mismo, confiesa, ha sentido la tentación de vivir según esa idea del Antiguo Testamento..., pero esto después no sucedió; él fue más allá, puesto que comprendió que el Nuevo Testamento es «sufrimiento hasta el fondo» (Lidelse indtil det Sidste).”[15] De manera que la acusación de «pensamiento mágico» referida a Kierkegaard es, cuando menos, apresurada, injustificada e injusta.

Por otra parte, la llamada “derecha” hegeliana, constituida por discípulos directos de Hegel y por otros seguidores, entre quienes se encuentra nada menos que el obispo Martensen, continuaron desarrollando algunas de sus concepciones fundamentales, como la del equilibrio entre la razón y la fe, la apropiación que la razón debe hacer de la religión traduciendo a lenguaje filosófico los misterios de la Revelación, la afirmación de la racionalidad de la realidad y la identidad del Espíritu con el Espíritu de este mundo.

Es notable el hecho de que Kierkegaard sintiera infinitamente más respeto por la posición de aquellos no cristianos, los de dentro y los de fuera de la “izquierda” hegeliana (tal como aparece reiteradas veces en los escritos de “El instante”) y, en cambio, dirija sus dardos más agudos contra los que hipócritamente se dan el nombre de cristianos al mismo tiempo que trabajan por la conciliación de Cristo con el mundo en lugar de trabajar por la del mundo con Cristo.

Por ejemplo, de Feuerbach y otros dice, también en el Diario [2025], que si uno los observa de cerca, verá que ellos en el fondo han asumido la tarea de defender el cristianismo contra los propios cristianos.

Pero la cosa cambia con Hegel, quien había afirmado que "el Espíritu del mundo ha dado a la época la orden de mando de avanzar... el partido más seguro es el de no perder de vista a este gigante que avanza" y, en una carta a un amigo escribió, refiriéndose a Napoleón Bonaparte: “Ahí viene el Espíritu Universal montado en un caballo blanco”. Esa seguridad en la bondad y la justicia de las solas fuerzas del hombre, fueron heredadas y conservadas con todo optimismo por derechas e izquierdas a lo largo de todos estos años. En nombre de ese entusiasmo y ese optimismo, hemos asistido y seguimos asistiendo a las guerras más sangrientas y feroces y al despojo sistemático e ininterrumpido de valores, ya no de los más elevados sino de los más elementales que puedan hacer digna la vida de un hombre. Parecería que si algo tenemos de eterno es precisamente esa ciega confianza en la capacidad constructiva de las pasiones humanas desvinculadas del Poder que las fundamenta, diría Kierkegaard, y esto es para él la existencia perdida, malgastada: “Y luego nosotros vivimos (por intermedio de pensadores profundos, abismalmente profundos como Hegel y no menos abismalmente clarividentes como Grundtvig) en la cristiandad (por ejemplo, también aquí en Dinamarca) a tal punto que la cuestión de la nacionalidad y del Estado y la relación que, a través de ellos, el Singular tiene con la idea, debe ser una cuestión más elevada que el cristianismo del Nuevo Testamento. ¡Qué bestias!”[16]

Defensor de lo abstracto, oscurantista, menospreciador de la autonomía del individuo, irracionalista radical, impotente para vivir tanto en lo imaginario como en la realidad, pensamiento que se debate miserablemente en pensar lo impensable... No es poca cosa para un hombre que escribe en su Diario: “Aunque desdichado, yo amaba con simpatía melancólica a los hombres y a la multitud de los hombres.”[17] Y que incluso en la hora de su muerte, dirigió el saludo final a todos los hombres con la confesión de lo mucho que los había amado.

En todo caso, habría que prestar un poco más de atención a sus palabras: “No, el error reside principalmente en esto: que el universal, en que el hegelianismo hace consistir la verdad (y el Singular llega a ser la verdad si es subsumido en él), es una abstracción, el Estado, etc.”[18] “Mas la existencia corresponde a la realidad singular, al singular (cosa que ya enseñó Aristóteles): ella permanece fuera, y de todos modos no coincide con el concepto. Para [.....] un hombre singular, la existencia (ser —o no ser) es algo muy decisivo; un hombre Singular no tiene ciertamente una existencia conceptual.”[19] “Toda comunicación personal, toda personalidad se ha desvanecido: nadie dice «Yo» ni habla a un «Tú».”[20] “La comunicación de la prensa es una abstracción que pretende ser más elevada que la personalidad singular”.[21] De su virulenta polémica con un semanario llamado El Corsario, justificada o no (algo que no viene al caso ahora), procede esta observación cuya actualidad no necesita ser destacada: “el hecho de que se entrometa incluso la prensa, confiere al mal una fuerza tremenda. Si no fuera por la prensa, osaría confiar en mis propias fuerzas: pero que un hombre solo pueda cada semana o cada día obtener que en un momento entre 40 y 50.000 personas digan y piensen exactamente lo mismo, esto es horrible. Y los culpables no se pueden nunca aferrar; y las multitudes que se levantan contra quien sea son en cierto sentido inocentes.”[22]

Un irracionalista radical, que sirvió sin sospecharlo al oscurantismo de los tiempos totalitarios, criticó de este modo al racionalista Kant: “¡De qué ilusión no será víctima Kant! En la disertación citada [La religión dentro de los límites de la mera razón] él escribe que ¡un rey debe decir: «Razonen cuanto quieran, basta con que obedezcan»! No sé de qué debo asombrarme más: si del desprecio de la razón indirectamente expresado aquí por un filósofo con la confesión de que ella sea a tal punto impotente, o bien de esta ignorancia que tiene Kant de la vida humana. Un poco antes, en la misma disertación, Kant afirma que en el mundo hay un solo amo que pueda decir: «Razonen cuanto quieran, basta con que obedezcan». Yo supongo que Kant se refiere aquí a Dios, y lo considero un bello pensamiento, porque en efecto Dios el omnipotente podría hacerlo, —porque Él puede constreñir. Quedaría por ver, sin embargo, que Dios quiera hacerlo. ¡Pero ahora aplicar esto a un rey de la tierra, como si razonar y obedecer no fueran el acercamiento más peligroso, como si el razonar y el obedecer estuvieran separados de manera tal que no tuvieran la más mínima cosa en común!”[23]

Por otra parte, el menospreciador de la autonomía del individuo afirma sin sombras de duda: “«El Singular» es la categoría a través de la cual deben pasar —desde el punto de vista religioso— el tiempo, la historia, la humanidad.”[24] A esta categoría vincula Kierkegaard toda su importancia histórica y su misión en la vida. Ahora bien, esto no significa en modo alguno que haya que anular el tiempo, la historia y la humanidad, sino que deben pasar por la categoría del «Singular» y siempre desde el punto de vista religioso, porque “si el tiempo espera un héroe, esperará en vano”.[25] Y poco importa si ese héroe es un individuo o la multitud. Uno, pocos o muchos pueden constituir la «multitud», si pretenden ser la verdad, el poder, el honor. Calígula, el Senado o las hordas bárbaras, lo mismo da. Si alguna diferencia reconoce Kierkegaard es que un tirano es un hombre solo, que con frecuencia ignora la existencia de sus súbditos. Pero cuando es la «multitud» la que se vuelve tirana, la oposición, por cobardía, no denuncia ni emite palabra. Delante de su fuerza, dice Kierkegaard, cualquiera se doblega . Sólo se trata —y únicamente— de tomar posesión de ella y tenerla de nuestra parte. De esta manipulación creciente de millones y millones de hombres han dado cuenta los pueblos del mundo y es una historia que ya conocemos todos.

¿Cuál es entonces la posibilidad que tiene el «Singular» de separarse y destacarse de la «multitud» indiferenciada? En el libro “La pureza de corazón es querer una sola cosa”, dice que cada uno deberá rendir cuentas ante Dios como Enkelte, como individuo singular, desde un rey hasta el más miserable de los pordioseros.[26] Llegamos aquí al núcleo del pensamiento kierkegaardiano. Sin embargo, más bien parece que la postmodernidad ha estado trabajando para lograr casi lo contrario. Los sucesivos, aparentes o aparatosos cambios producidos por las interminables luchas entre «multitud» y «multitud», es decir las multitudes de diferente signo que, por diferente que sea el signo siguen siendo mundanidad, es decir, preocupación por la apariencia, siempre dejan bien parado el «orden establecido» y, a pesar de que la historia del hombre desde sus orígenes hasta la actualidad, nos lo viene confirmando una y otra y otra y otra vez, seguiremos ofreciendo víctimas al dios Moloch, en la ilusión de que se puede servir a dos señores. Pero lo que Kierkegaard dice una y otra y otra y otra vez es que el «orden establecido» no puede ser apenas modificado si no nos apartamos de la masa y nos volvemos singulares por obra del amor y del amor puesto por obra, “ya que la política empieza en la tierra y permanece en la tierra"[27] y para quien elige un solo maravedí sin Dios (porque el que sea poco o mucho no quita ni pone), la elección ya está hecha. “¡Ser dominador! Sí, ¡qué lucha hay entablada en el mundo por eso! Ya sea que se pretenda dominar sobre reinos y países, sobre millones, o solamente poder dominar a un hombre cualquiera —fuera de sí mismo, porque sobre éste a nadie le importa un comino dominar.” [28]  Aquí aparece, sin duda, el núcleo del pensamiento kierkegaardiano y el que suscita las mayores polémicas y controversias. Si hay algo que allana la vida y que permite apacentar al lobo junto al cordero [Isaías, 65, 25], eso es el amor. La cuestión es: ¿qué entiende cada uno por amor? Y entonces el abanico que se abre comprende desde lo más sublime hasta lo más disparatado y destructivo. El punto de divergencia es la distinción que hace Kierkegaard entre el amor al prójimo y el amor de preferencia. Este último es el que responde a las inclinaciones de nuestro corazón, a las pasiones, a la sensibilidad. Es el que ha reinado y seguirá reinando en este mundo toda vez que el singular no abre los pensamientos de su corazón a la Palabra de Cristo. Porque, según Kierkegaard, esa Palabra trae el amor que ningún hombre puede aprender de otro hombre, sino sólo del hombre que al mismo tiempo es Dios. En “Las obras del amor”, dice exactamente que “cuando la relación de hombre a hombre no reposa sobre algo tercero, no puede por menos de ser malsana”.[29] Ahora bien, el problema es este algo tercero. Y que justamente este algo tercero sea persona, escándalo y locura, incógnito y paradoja. Y es así no menos para los que creen creer que para los no creyentes. A estos últimos les queda al menos una inquietud, una especie de revulsión, una bronca. Sin la aceptación del algo tercero, cae de su peso que es imposible cualquier comprensión y todo lo que puedan decir Adorno, Lukács, Léfèbvre o quienquiera que fuese, es una consecuencia paradójicamente comprensible y lógica. Los que se hacen llamar cristianos, en cambio, se tranquilizan con la más hipócrita y cómoda ilusión. Repiten, como si fuera una canción de moda, “amaos los unos a los otros”, entendiendo por ese “amaos” cualquier cosa y poniendo especial cuidado en olvidar las tremendas palabras que le siguen: “como yo os he amado”. De manera que no es únicamente “amaos los unos a los otros”, sino sobre todo “como yo os he amado”. Estas palabras parece que no las quiere oír, y de modo especial, el que se hace llamar cristiano porque vive en el engaño y, algunos, además, viven del engaño. Pero la eternidad no admite medias tintas. El amor de preferencia (por el amigo, por el amado, por el hijo, por la patria, por la raza, por el grupo religioso o por el grupo político), que tanto defiende Adorno, es el mismo amor que defendieron los persas, los romanos, los cruzados, los nazis, los judíos, los árabes, los ingleses, los yanquis y los argentinos. Y el ideal de la igualdad mundana entre los hombres, por más que quiera engañarse con que va a abolir alguna vez lo que Kierkegaard llama “aquella espantosa abominación del paganismo”[30], que dividía a los hombres entre amos y esclavos, difícilmente llegue a alcanzarse con los brutales medios a que nos tiene acostumbrados: no es más que una forma novedosa de moderno paganismo. “Una multitud de tontos no llega a convertirse en un hombre sabio”[31], pues para ello haría falta que el mismo rey tuviera que elevarse sobre la diferencia del encumbramiento y que el mendigo tuviera que elevarse sobre la diferencia de la pequeñez, pero es bien sabido que los hombres preferimos perder nuestras almas al no querer elevarnos sobre las diferencias terrenas. Y como el Bien no forma ningún partido, no junta a los hombres de a dos ni de a cien ni a todos los hombres en un partido, aquellos que sí forman partidos “llamarán traidor a quien pretenda establecer una comunidad con los otros” [32], con cada uno de los hombres, en el amor al prójimo. ”Ay, existe algo en el mundo que se denomina espíritu de casta. Es algo peligroso, pues toda casta divide. Divide cuando el espíritu de casta expulsa al ciudadano común, si no admite al noble y deja de lado al sirviente. Es divisoria porque impide el ingreso al rey, al mendigo, al sabio y al simple ciudadano.” [33] A esto que puede hacer cada uno de nosotros siendo prójimo con su prójimo, para unir aquí y ahora, y entre todos, desde el rey hasta el mendigo, a esto, como hemos visto, se le llama pensamiento mágico, oscurantismo, irracionalidad, abstracción, abismo de la desesperación y de la nada.

No obstante, “tan poco práctico como es, el hombre religioso constituye, sin embargo, el transfigurado traductor del mejor sueño del político. Ninguna política ha llevado a cabo ni ha podido pensar o realizar hasta sus últimas consecuencias el pensamiento de la igualdad humana.”[34] ”Pero querer una sola cosa, querer genuinamente el Bien, en cuanto individuo, mantenerse firme en el Bien, es algo que cualquier persona es capaz de hacer, es algo que une.”[35] “Y el «prójimo» es la absolutamente verdadera expresión de la igualdad humana" [36] —responde Kierkegaard.


[1] Søren KIERKEGAARD, Mi punto de vista, trad. Miguel José Velloso, Ed. Aguilar, Buenos Aires, 1966, pág. 32.

[2] Idem, págs. 32-33.

[3] Idem, págs. 35-36

[4] ADORNO Theodor, Kierkegaard, Monte Avila Editores, pág. 267.

[5] LUKACS Georg, El asalto a la razón.. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler, Ed. Grijalbo, Barcelona, pág. 213.

[6] Idem, pág. 217.

[7] Idem, pág. 218.

[8] Adorno, op. cit., pág. 240.

[9] MARCUSE Herbert, Razón y revolución, Ed. Altaya, Barcelona, pág. 259.

[10] Idem, págs. 261 y 262.

[11] LÉFÈBVRE Henri, El existencialismo, Ed.Capricornio, Buenos Aires, pág. 96.

[12] Idem, pág. 98.

[13] Idem, pág. 101.

[14] Idem, pág. 106.

[15] [La cita de Kierkegaard es de Papirer 1852, X³ A 560, p. 379 y la transcribe Cornelio Fabro en “Soeren Kierkegaard – Opere”, Sansoni Editore, Firenze, 1988, pág. 826.]

[16] Søren KIERKEGAARD, Diario – Edizione ridotta, a cura di Cornelio Fabro, Biblioteca Universale Rizzoli, Milano, 1992, págs. 259-260.

[17] Idem, pág. 261.

[18] Idem, pág. 219.

[19] Idem, págs. 217-218.

[20] Idem, pág. 214.

[21] Idem, pág. 195.

[22] S. Kierkegaard, Diario, X¹ A 258.

[23] Søren KIERKEGAARD, Diario – Edizione ridotta, pág. 224.

[24] Idem, pág. 243.

[25] Idem, pág. 245.

[26] Søren KIERKEGAARD, La pureza de corazón es querer una sola cosa, Ediciones La Aurora, Buenos Aires, 1979, pág. 210.

[27] Søren KIERKEGAARD, Mi punto de vista, op. cit., pág. 147.

[28] Søren KIERKEGAARD, Los lirios del campo y las aves del cielo, Ed. Guadarrama, Madrid, pág. 75.

[29] Søren KIERKEGAARD, Las obras del amor, Ed. Guadarrama, Madrid, pág. 216.

 

[30] Søren KIERKEGAARD, Las obras del amor, op. cit., pág. 142.

[31] Søren KIERKEGAARD, La pureza de corazón es querer una sola cosa, op. cit., pág. 216.

[32] Søren KIERKEGAARD, Las obras del amor, op. cit., pág. 146.

[33] Søren KIERKEGAARD, La pureza de corazón, op. cit., págs. 233-234.

[34] Søren KIERKEGAARD, Mi punto de vista, op. cit., pág. 148.

[35] Søren KIERKEGAARD, La pureza de corazón, op. cit., pág. 234.

[36] Søren KIERKEGAARD, Mi punto de vista, op. cit., pág. 160.

 

 

 

 

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