DIEGO ORLANDO HOYOS CARDONA: "El amor como concepto antagónico de la desesperación"
Universidad del Valle - Colombia

Resumen

La desesperación es un concepto relevante descrito enfáticamente en la obra La enfermedad mortal por el pseudónimo de Anti-Climacus. La desesperación es según el autor consecuencia del pecado determinado por la negación de la posibilidad en el deseo de ser sí mismo u otro sin Dios, generando una relación no efectiva del individuo consigo mismo y los otros. Lo anterior denota una crítica inminente al hecho de ser un verdadero cristiano y ser subjetivo en la modernidad. En el siguiente artículo realizaré un análisis hermenéutico del concepto de la desesperación en la obra La enfermedad mortal con el fin de identificar las categorías dialécticas que dan lugar al pecado como principal causa. Posteriormente, argumentaré porque el concepto del amor descrito en la obra directa de Kierkegaard Las obras del amor, se articula de forma opuesta a la desesperación como una propuesta ética-cristiana en contra del egoísmo moderno.

Kierkegaard (2006) ratifica la relación inminente del amor con la desesperación cuando señala, “El amor inmediato puede volverse desdichado, puede dar en desesperación” (p. 62). Posteriormente el autor señala de qué manera el amor a otro podría superar el amor a sí mismo y al fundamento eterno conduciendo también a la desesperación:

La muchacha que está desesperada de amor. Desespera, pues, por la pérdida de su novio, porque este ha muerto, o porque le ha sido infiel. Pero ninguno de estos síntomas son los de una desesperación declarada; lo grave está en que la muchacha desespera de sí misma. Este propio yo, del que ella se hubiera desentendido o lo hubiera dejado perder de la manera más deliciosa para convertirlo en el de “su” amado…, este propio yo, repito, le resulta ahora a ella un verdadero suplicio, ya que tiene que ser un yo sin “el”. Este propio yo, que habría podido ser la riqueza de toda su vida –en otro sentido no menos desesperado- se le ha tornado ahora en un vacío repugnante, puesto que “él” ha muerto; o ha llegado a ser para ella algo que le da asco, ya que le recuerda constantemente que ha sido engañada. En esta situación, intenta acercarte a la muchacha diciéndole: ¡ah, que más querría yo; pero no, ¡mi tormento consiste precisamente en no poder consumirme del todo! (Kierkegaard, 2008, pp 40-41).

El concepto del amor desarrollado por Kierkegaard se relaciona con la abnegación, principio cristiano que es fundamenta en las sagradas escrituras, y resume en la tarea de amar al prójimo como a sí mismo. Ahora bien, el amor inmediato y sensual se fundamenta en la diversidad y semejanza que pueden encontrar dos personas en una relación, de manera que su interés radica en exaltarse a sí mismos, pues el otro contiene características propias, “…por tanto gracias a la semejanza mediante la cual son distintos de los demás lo seres humanos, o en la cual se asemejan mutuamente en cuanto distintos de los demás seres humanos…” (Kierkegaard, 2006, p. 81). El amor al prójimo según las convicciones religiosas del autor debe fundamentarse en el amor abnegado del cristianismo. El mérito del amor al prójimo radica entonces en amar al otro sin considerar la diferencia o la predilección, el amar al prójimo como así mismo, no solo se convierte en una norma bíblica, sino en una condición ético-existencial que determina el valor del amor en una connotación ética, y la aniquilación de la desesperación como efecto del pecado que imposibilitó la relación efectiva con la finitud y la infinitud.

En Las obras del amor Kierkegaard también realiza una crítica interesante a su contexto moral de la época pues cuestiona el actuar ético de las relaciones personales de la modernidad. Los individuos establecen relaciones con el otro en tanto puedan obtener alguna ventaja, más adelante señala, “Ay, pero el mundo ha cambiado; y a medida que el mundo va cambiando, las figuras de la corrupción también van haciéndose más maliciosas y más difíciles de señalar; pero lo que es mejorar, en verdad no” (Kierkegaard, 2006, p. 103). Esta concepción del amor criticada por Kierkegaard se refiere también a la concepción del amor inmediato del hombre estético que solo busca a aniquilar la desesperación mediante la pasión, evidenciando el egoísmo e individualismo del amor pasional equiparado al moderno, de allí que Kierkegaard en la obra Diario de un seductor mediante el personaje Juan señale:

No quiero acordarme de mi relación con ella; ha perdido el aroma y ya han pasado los tiempos en que una joven, dolida por su infiel amante, se transformaba en un heliotropo. No me despediré de ella; nada me resulta más aberrante que el llanto de una mujer y las súplicas de la mujer que todo lo cambian, aunque propiamente nada significan. La he amado; pero a partir de ahora ya no puede tener mi alma ocupada. (Kierkegaard, 2006, p, 434)
 
La cita anterior pone de manifiesto el amor inmediato, efímero y egoísta del hombre estético en correspondencia con el amor pasional y confundido de la visión moderna, en donde se niega la posibilidad de permitir una relación efectiva de tipo ético entre el yo y el otro. Juan es la representación del hombre esteta, un desesperado que arroja todas sus esperanzas en la inmediatez de seducir a Cordelia, una joven de la que finge estar enamorado. Sin embargo, lo más importante de este personaje representativo es gozar de la finitud de los sentimientos inmediatos como el placer, la emoción, y la intensidad de la vida, aferrándose a una desesperación de la finitud que le impide establecer una relación ética y con los otros. El amor sensual representado en los estadios estético no posee un grado de conciencia que permite distinguir lo irreal de lo real (Hoyos, D, 2016, p. 46), como si lo haría el individuo que logre aplicar el amor autentico en la conjunción de lo ético y lo religioso.

Ahora bien, ¿cómo lograr poner en práctica esta forma abnegada de amar al otro? Kierkegaard considera que se requiere una relación existencial con Dios, “Cada cual primeramente, antes de relacionarse en el amor con el amado, el amigo, lo seres queridos o con los que convive, tiene que relacionarse con Dios y con las exigencias de Dios” (Kierkegaard, 2006, p. 143). Esta relación conociendo la intencionalidad indirecta y directa de Kierkegaard como escritor, no conduce a la necesidad pertenecer a una iglesia o congregación cristiana, sino en practicar en la vida concreta la ética cristiana del amor para así lograr un restablecimiento de los valores morales desde el reconocimiento de la subjetividad el otro. Cómo mencioné anteriormente el pensador danés realiza una distinción importante entre el amor fundamentado en el cristianismo, y el amor moderno, pues este último considera común el amor hacia uno mismo y hacia los amantes, de manera que “El mundo no llega más allá de la determinación de lo que es el amor, ya que no tiene ni a Dios ni al prójimo como determinación inmediata” (Kierkegaard, 2006, p. 151). En síntesis, Kierkegaard realiza una crítica interesante a la concepción del amor moderno, con el fin de concientizar a la sociedad de su condición de desesperación evidenciada en sus relaciones egoístas e individualistas.

El amor auténtico: una propuesta ética.

Así como en el ser humano se hizo manifiesta la desesperación hacia la finitud e infinitud y la posibilidad, considero que el concepto del amor se relaciona con lo temporal y lo eterno respectivamente. Recordemos que la infinitud hace parte de lo posible, así mismo lo eterno conduce al principio de esperarlo todo, mientras que lo finito corresponde a lo temporal, al presente. De allí que Kierkegaard afirme, “El esperar se relaciona con lo futuro, con la posibilidad, la cual, por su parte, es distinta de la realidad, y en cuanto tal es siempre doble: posibilidad de progreso, o de retroceso, de elevación o de ruina, del bien o del mal” (Kierkegaard, 2006, p. 300). La cita anterior ayuda a comprender la manera en que se relacionan las categorías de la finitud-infinitud, o lo temporal y lo eterno, con los conceptos de la desesperación y el amor. Lo finito y lo temporal se refieren al presente para luego ser pasado, y lo infinito y lo eterno corresponden a la posibilidad, por eso, “Eternamente lo eterno es lo eterno; en el tiempo lo eterno es lo posible, lo futuro” (Kierkegaard, 2006, p. 301). Por consiguiente, el amor lo espera todo es posibilidad pura, y la desesperación es imposibilidad pura, el amor cristiano propuesto por el filósofo danés lo espera todo sin esperar nada a cambio, el amor mundano, ama condicionalmente. En este orden de ideas el desesperado corresponde al sujeto que actúa bajo los parámetros del amor inmediato, porque actúa cegado por el exceso de posibilidad y carencia de necesidad, por eso Anti-Climacus lo describe de la siguiente manera, “lo único que ha hecho es perderse a sí mismo, dejando que su propio yo se proyectara fantásticamente en el mundo de la posibilidad” (Kierkegaard, 2008, p. 58). El exceso de posibilidades comparado por el autor como un niño que solo le interesa que le consientan antes de participar de un juego al que ha sido invitado, y es equiparable al sujeto que espera recibir todo del prójimo para luego amarle como corresponde. Así pues, la posibilidad en el amor de determina en la capacidad de esperar en la abnegación, porque ofrece amor al otro posibilitando la relación efectiva.

El amor abnegado propuesto desde la naturaleza del cristianismo según el filósofo danés posibilita la reciprocidad en la relación, pues aquel que lo práctica demuestra su capacidad de ofrecerlo el amor en el otro, significa ante todo que el amor es paciente, que no guarda ni envidia ni rencor, que no busca lo suyo, que no se alegra de la injusticia, que lo soporta todo, que lo cree todo, que espera todo, que lo tolera todo” (Muñoz, 2005, p. 54). Las características de esta forma de amor contradicen la lógica del amor moderno referenciado anteriormente en lo pasional y la inmediatez, pues es paradójico que un individuo ofrezca amor al otro sin recibir algún tipo de retribución. Lo anterior, iría en contra de la noción de amor propio según el filósofo moderno Kant, pues el ser humano en su actuar ético con los otros es influenciado de manera inminente por sus sentimientos y el exterior configurando su moral en lo conveniente para sí mismo:

 
[…] el hombre (incluso el mejor) es malo solamente por cuanto invierte el orden moral de los motivos al acogerlos en su máxima: ciertamente acoge en ella la ley moral junto a la del amor a sí mismo; pero dado que echa de ver que no pueden mantenerse una al lado de la otra, sino que una tiene que ser subordinada a la otra como su condición suprema, hace de los motivos del amor a sí mismo y de las inclinaciones de éste la condición del seguimiento de la ley moral, cuando es más bien esta última la que, como condición suprema de la satisfacción de lo primero, debería ser acogida como motivo único en la máxima universal del albedrío. (Kant, 1981, p. 36)
 
Según lo anterior, el ser humano incluso más virtuoso guiado por el amor auténtico podría desviarse hacia el amor a sí mismo, pareciendo contradecir la ética del amor auténtico propuesto por Kierkegaard, sin embargo, considero que en  la ética práctica lo refuerza, pues el amor abnegado planteado implica la renuncia de los beneficios personales con tal de mantener la relación efectiva del individuo con los otros, mientras que el imperativo categórico determina de manera racional y objetiva lo moral e inmoral en las relaciones sociales eliminando la incidencia de emociones subjetivas como el amor. Ahora bien, Kierkegaard hace alusión a la subjetividad mediante un ejemplo de un sujeto que decide perdonar el delito de robo de su criado sin dirigirse a una autoridad competente, ya que la última no podría comprender la relación privada entre ambos. Posteriormente, fundamenta la relación del criado y su amo en la del fundamento eterno cuando señala “Dios no te perdonará ni más ni menos, ni de otra manera que como perdones a tus deudores. Figurarse que uno mismo obtiene el perdón, a pesar de ser reacio a perdonar a otros, es sólo una alucinación.” (Kierkegaard, 2006, pp 453-454). El poder de la acción ética es potencializada por el amor abnegado porque invita al perdonado a perdonar a sus ofensores mediante la acción; si la víctima es perdonada sentirá en su interioridad el deseo de replicar el acto así lo determine en sentido contrario. Lo anterior coincide de cierta manera con la concepción de justicia según Sócrates, pues ser justo con el otro le conduce a la injusticia, mientras que ser injusto motivará al otro a ser injusto[1], sin embargo, la diferencia consiste en que para Kierkegaard el individuo que actúa en contra del amor abnegado y es un desesperado en el pecado, es responsable de su acto, mientras que en Sócrates desconocer lo justo de lo injusto justifica de cierta manera su acción moral. En consecuencia, Kierkegaard acude a la ignorancia socrática para patentar la incongruencia entre su noción de injusticia y el concepto de pecado posiblemente como una manera de explicar la incomprensión del mismo.[2]
No obstante, retornando a Kant, el imperativo categórico recobraría poder argumentativo al fundamentar las acciones morales en la buena voluntad[3], pues la condición necesaria para que una acción sea moral, es que la voluntad previa sea naturalmente buena. Según el pensador alemán, la acción buena se determina porque el sujeto que la realiza comprende en su interioridad el sentido de la máxima universal, de manera que sería factible cuestionar a favor del imperativo categórico, si realmente la naturaleza del Dios cristiano es un modelo de individuo bueno para fundamentar una teoría ética práctica en las relaciones sociales, pues como menciona Roberts (2008), no existe certeza de que esta representación moral fundamentada en la religión cristiana cumpla con los mismos parámetros abnegados del amor (p. 79). La ética del amor auténtico no obedece a la justicia humana resumida en la máxima del ojo por ojo  ni tampoco de hacer coincidir la acción con la voluntad como lo planeo Kant, con el fin hacer que el otro lo comprenda y retribuya mi buena acción (Muñoz, 2005, p. 59), Sino en lograr una relación unilateral entre el yo, los otros y Dios desde una mirada ético-existencial en contraposición a la concepción del amor pasional egoísta. El amor abnegado en Kierkegaard mediante la suspensión teleológica de la moral[4] también resaltará la relevancia de la subjetividad en la experiencia religiosa, pues su ejemplo del personaje bíblico Abraham desafía los parámetros éticos kantianos fundamentados en la razón objetiva sin olvidar su compromiso ético con la finitud (Benbassat, 2013, p. 25), sin embargo, esta figura alegórica y bíblica de gran importancia para el filósofo danés se abordará con mayor profundidad en otra ocasión.

Conclusión
Para finalizar la desesperación es un concepto ligado de manera intrínseca al yo comprendido como espíritu y su poder vital de ente libre, en un devenir relacional dialéctico con las categorías de la finitud-infinitud, y necesidad-posibilidad respectivamente. La primera parte de La enfermedad mortal permite comprender la antropología del yo como un espíritu determinado por el poder de elegirse a sí mismo, desde una relación dialéctica con las categorías de la finitud-infinitud, y la necesidad y la posibilidad, respectivamente (I). Segundo, Climacus el seudónimo de carácter humorístico complementa lo anterior poniendo en evidencia las dificultades de ser un auténtico cristiano en la modernidad, pues resulta imposible ser subjetivo en un contexto donde predominaba la objetividad de la razón; la negación de la subjetividad es la desesperación por lo finito e infinito oculta en una forma libertad fantasiosa realizada como crítica al yo cartesiano y la realidad racional de Hegel. Este seudónimo también evidenció de cierta manera la incapacidad que sentía Kierkegaard de considerarse un auténtico cristiano (Golomb, 2013, p. 11). (II). Y por último, el concepto del amor auténtico soportado por la teología cristiana resulta ser una propuesta ético-existencial subjetiva opositora a la modernidad objetivista representada por concepto del amor pasional, egoísta y racional ejemplificado por la inmediatez del hombre estético en el personaje de Juan en Diario de un seductor, el amor egoísta descrito de forma directa en Las obras de amor y del mismo imperativo categórico kantiano (III), sin negar, desde luego, la necesidad de la relación efectiva del yo con los otros y Dios (Svensson, 2013, p. 133) como una propuesta presente ético-existencial fundamentada en la subjetividad.

Referencias

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[1] - En cuánto a los hombres, amigo mío, ¿no diremos, análogamente, que, si los perjudicamos, se volverán peores respecto de la excelencia de los hombres?
- Ciertamente.
-¿Y no es la justicia la excelencia humana?
- También esto es forzoso.
- Entonces también aquellos hombres que sean perjudicados se volverán necesariamente injustos. (Platón, 1988, p. 335c)
[2] En Migajas Filosóficas Kierkegaard ratifica la libertad y responsabilidad del ser humano en el acto del pecado cuando señala: “¿Dónde está entonces, la diferencia ¿Dónde sino en el pecado, puesto que la diferencia, la absoluta, ha de ser responsabilidad del hombre mismo?” El pecado según mi perspectiva resulta ser un concepto que conduce irremisiblemente a la libertad y la responsabilidad, pues la conciencia y no conciencia de pecado descrito por Anti-Climacus, se relaciona también con la conciencia y no conciencia de la desesperación. (Kierkegaard, Migajas Filosóficas, p. IV, 240).
[3] En Fundamentación a la Metafísica de las costumbres Kant caracteriza la acción buena desde el imperativo categórico en dos máximas vitales, la primera es “obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se tornó ley universal.” (4: 421), y la segunda “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.” (4:429). (Immanuel Kant, Fundamentación a la metafísica de las costumbres, (Estados Unidos: 2007).  De las dos máximas anteriores se deduce que una acción buena se determina en el carácter de las relaciones humanas, pues el interés o usar otro como medio anula la universalidad de la acción buena. En Las obras de Amor Kierkegaard también hemos estudiado el sentido del amor cristiano desde la abnegación, sin embargo, la diferencia entre ambos gira en torno al fundamento que soporta su conducta, pues el primero lo hace desde la razón trascendental, y el segundo en el amor auténtico.
[4] El caballero de la fe no renuncia de forma absoluta a lo general debido a que simplemente sabe cómo actuar conforme a lo general, y sabe en qué momento suspender la ética teleológica, pues sabe jugar de manera hábil desde los lugares comunes a los menos comunes ya que: “El caballero de la fe sabe muy bien donde se halla y como se relaciona con los demás hombres. Estos en su lenguaje propio, lo consideran sencillamente como un loco y nadie lo puede comprender” (Kierkegaard, 1992, p. 104). Según Cañas es “…propiamente no es un estado, es una acontecimiento relacional dentro del estadio religioso que se produce cuando una realidad atrae poderosamente al hombre sensible a sus valores, pero no lo arrastra, sino que lo invita y apela a la libertad…”[4]. La suspensión teleológica de la moral no es una obligación que limita la libertad humana, sino que por el contrario la seduce. El individuo religioso se siente convencido y apasionado actuando conforme a la paradoja de la fe, ya que su acción confirma su libertad y la autorrealización de su sí mismo. (Cañas, 2003 p. 116)

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