MOISÉS CORALES HERRERA: "La desesperación: la ruptura con uno mismo y con el otro"
Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima - FTPCL

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¿Podríamos afirmar que el mundo es uno y que en esta unidad existen diversas conexiones? Si así fuese, ¿qué rol cumpliría el hombre? ¿No somos acaso un agente, un punto en la larga y continua red que se extiende por el universo? ¿Qué hace que pensemos que nuestro paso por este mundo es un acontecimiento tan magnifico? Todos los días nacen nuevos seres y otros dejan de existir, en el tan limitado tiempo que tenemos de existencia cuánto perdemos el tiempo en actividades sin importancia, que nos distraen y nos hacen salir continuamente de nosotros olvidándonos de las cuestiones esenciales como: ¿Quién soy? ¿Qué quiero? ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi propósito en la vida?

En nuestros mundos actuales cuán necesario es tener un tiempo a solas para saborear (del sapere, del conocer) del silencio y estar con nosotros mismos, sin miedo a recriminaciones de ningún tipo, sin la necesidad de ocultarnos bajo alguna máscara. Para ello, nos dicen los psicólogos que es necesario una relación intrapersonal. Seguramente Sócrates estaría de acuerdo al afirmar que no vale la pena una vida tan corta sin ser examinada. La experiencia de examinarnos permite que podamos alcanzar una relación de conocimiento, de aceptabilidad y de descubrimiento de nuestra fragilidad, de saber distinguir entre quienes somos y quienes dicen que somos.
En ese contexto, el silencio debe ser recibido, como un espacio de autodescubrimiento y autoexploración, de un análisis escrupuloso de nuestras acciones, emociones y sentimientos. Nadie mejor que nosotros para poder hacer este trabajo de análisis e interpretación. Solo en este estado, de silencio, seremos capaces de ver y distinguir nuestras luces y sombras. Sería bueno, recuperar una práctica ya olvidada y que aún mantienen los cristianos es el examen de consciencia en las noches, que consiste en estar unos minutos en silencio y pasar revisión todos los sucesos de nuestro día.

Pero el silencio es mucho más que cerrar los labios, es también dejar que nuestras pasiones y emociones se expresen desequilibradamente a su antojo. Optar por el silencio es un don que nos permite admirar la creación que vive dentro de nosotros y poder contemplar cómo Dios nos ha hecho todo nuestro ser: bueno.

Por otro lado, la relación con nosotros no sería posible si no tuviéramos momentos de soledad: un espacio de recogimiento, un lugar interno donde se puede estar. La soledad no es sinónimo de aislamiento, aunque muchos intentan presentarlo de esta manera, es tener un tiempo con nosotros mismos, para poder confortarnos y reconfigurar continuamente según nos ha enseñado el Maestro. La soledad es mantener viva una relación íntima con nosotros que se extenderá por toda nuestra vida. Uno puede vivir en soledad y andar con alegría, sabiendo que uno está solo, pero dentro de nosotros cohabitan muchos, tantas personas que continuamente llenan nuestra existencia, en cambio cuando se vive en aislamiento las comisuras de nuestro rostro se vuelven tétricas, uno se siente presionado a estar con uno, sin querer estar.

Hace unos años se inventó la palabra autoestima, que indica esta relación con uno mismo, sin embargo, en el seno de la palabra hay una confusión, pues sugiere la relación con uno, puede ser quebrantado por otro, frente a ello, conviene precisar que cuando uno tiene una relación seria y sincera, por más que traten de convencerte de ser quien no eres, esto no será posible, pues tú sabes quién eres y eres consciente de tu valor. Por ello, es necesario guardar una relación auténtica, que verdaderamente permita tener un correcto conocimiento de uno, solo cuando uno es capaz de conocerse bien, y de “admirar la creación que Dios ha hecho en nosotros”, tal como menciona el Salmo 8, entonces el encuentro con el otro, con similares características a uno, se convierte en enriquecedor, en tanto que el otro ya no se convierte en una extensión mía, sino que uno va con la intención de buscar su felicidad.

Ciertamente, uno desespera cuando la relación se quiebra con uno mismo, y no somos capaces de darnos cuenta que dentro de nosotros cohabita Dios, cuando nos parece que estar a solas es algo interminable y buscamos escapar bajo diferentes mecanismos que en la actualidad cada vez más se han sofisticado por medio de la tecnología y la virtualidad (y que parece que se incrementarán con una realidad virtual según se comenta con META), seguro que en esta cuarentena muchos hemos sentido la impaciencia de tener muchos momentos de soledad, de poder estar con uno. Seguro que, ante la inclemencia de los acontecimientos, hayamos sucumbido, dándonos cuenta de nuestra finitud, seguro que, en ese momento, muchos habrán clamado como Jesús “Abba”, y habrá sido un verdadero “Hallel” (un momento de alabanza y agradecimiento), para poder reconstruir esta relación y ver porque nuestro corazón estaba inquieto. Para otros mortales en cambio, fue lo contrario, al verse vulnerables optaron por consumir cualquier medio que les ayude a olvidar el instante que se está pasando. Sin poder eliminar la realidad, Hebe Uhart al respecto mencionaba que este intento de evadir la realidad era un intento de suprimirla, decimos “ya no está” y creemos que no está, pero la realidad sigue estando ahí, sigue interpelándonos.

La desesperación subyace en nosotros, aún más cuando no prestamos atención a lo que nos pasa, preocupándonos en cosas que no tienen importancias. Una de estas cosas y que más nos agobia según el modelo económico en el que nos encontramos es el dinero. Antiguamente nuestros padres se rebelaron porque trabajaban por 14, 16, 18 horas seguidas, en nuestra actualidad, los seres libres y dotados de razón trabajan esas mismas horas, aunque ya esté normado hace mucho que solo debemos trabajar ocho horas, nos hemos creado frases como “el tiempo es dinero”, para ello, nos hemos esforzado en estar continuamente ocupados, imponiéndonos regímenes de dos o tres trabajos continuos. Asimismo, en el aspecto profesional ya un título no es suficiente, así que nos hemos esforzado en coleccionar títulos, cartones, grados, y condecoraciones que dicen cuánto valemos, con los que ocupamos grandes jornadas entreteniéndonos, auto - explotándonos sabiendo claramente que todo ello nos podrá llevar al éxito, pero habremos perdido la vida en el transcurso sin haberla disfrutado. Verdaderamente hemos olvidado el mensaje evangélico que dice: “Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?” “Miren los lirios del campo, cómo crecen. Ellos no trabajan ni hilan; pero les digo que ni aun Salomón, con toda su gloria, fue vestido como uno de ellos”.

La desesperación evita que podamos centrarnos en lo importante de la vida, hace que nos cansemos y olvidemos lo reconfortante que es una puesta de sol junto a nuestros amigos, qué interesante se torna una noche estrellada en el cielo limpio y claro en medio del campo, qué trágico y espantoso se torna una tormenta de lluvia en medio de la carretera, que alegría es compartir con quienes tenemos al lado como nuestra madre, o nuestros hermanos, momentos tan gratos que se quedan grabados.

Cuando hay una buena relación uno mismo, entonces hay una buena relación con el otro, pero para ello, es necesario poner a Dios como garante como medio que garanticen en nuestros encuentros y nuestras discusiones. Dice Exupery en el capítulo 21 del Principito que la amistad se basa en crear lazos, se imaginan una vida donde Dios esté en medio de nosotros, escuchando su voz continuamente que nos va hablando a lo largo de nuestra vida. Seguro que habría más respeto para poder estar aquí y ahora. Quizá entonces también la relación con la naturaleza sea más óptima y nos ayudemos más los unos a los otros.

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