JUAN CARLOS SÁNCHEZ SOTTOSANTO: "Presencia de Kierkegaard en las lecturas de Alejandra Pizarnik"
***

Bibliotecario - Lic. en Ciencias Sociales (UNQ)
Estudios de posgrado en Teología (ISEDET)
División Control de autoridades
Biblioteca Nacional Mariano Moreno - Argentina
carlos.sanchez@bn.gob.ar
sanchezsottosanto@yahoo.com.ar



Resumen

En el marco de su interés temprano por el existencialismo, Alejandra Pizarnik leyó y releyó a Kierkegaard, admirándolo y discutiéndolo. El presente trabajo da cuenta de ciertas huellas que han quedado de esas lecturas, a saber, los subrayados y algunas notas manuscritas marginales en ediciones populares de Kierkegaard de su biblioteca personal, que hoy resguarda la Sala del Tesoro de la Biblioteca Nacional. Se confrontarán las mismas con las apariciones concretas del autor danés en los Diarios de la poeta, tal como han sido publicados hasta el momento. Futuras investigaciones podrán ir más allá, y buscar la impronta –o la ausencia– de esas lecturas en su obra literaria, lírica y en prosa.


…estoy escribiendo con la voz. Es lo que tengo: la caligrafía
de las sombras como herencia.

                       A. Pizarnik, Los perturbados entre lilas 


Es bastante habitual leer, en textos que van desde artículos de divulgación y entradas en la Wikipedia hasta sesudos estudios literarios, que Kierkegaard influyó decididamente en la poética de Alejandra Pizarnik. El breve podio de los influencers es compartido por otras grandes figuras, tan disímiles como Proust, Dostoyevski, Kafka, Rimbaud, Breton, el conde de Lautréamont. Sin embargo, hasta donde sabemos, no existen estudios específicos sobre el influjo puntual del danés en la poeta argentina[1]. Tengo para mí que, en parte, la mentada influencia, real o supuesta, está condicionada en su estudio por los eternos clichés que han sufrido tanto uno como la otra. Así, un Kierkegaard convenientemente angustiado, convenientemente subjetivo, supuestamente siempre atormentado, sería un espejo ideal en el cual se mirase la convenientemente siempre angustiada, torturada Pizarnik, siempre condenada al suicidio, suicidada toda su vida sin haber hecho otra cosa que suicidarse y nada más, como si la decisión última pudiera iluminar –o más bien oscurecer– una vida y una poética por cierto harto complejas.
Desechada esta mirada neorromántica y ñoña, nos adelantamos, sin embargo, a decir que no estamos aquí para llenar ese vacío. Nuestro propósito es muchísimo más modesto. Solo queremos proporcionar algunos datos objetivos. Alejandra menciona unas doce veces a Kierkegaard en su diario personal[2], en la versión no expurgada; dos veces en su obra en prosa editada[3] (gran parte permanece inédita en el Departamento de libros raros y ediciones especiales, sección manuscritos, de la Universidad de Princeton); al menos una vez[4] en el epistolario que hasta hoy ha logrado reunirse –y que, nuevamente, solo es la punta del iceberg–; y una sola vez[5] (¡pero por cuántas citas equivale esa sola vez!) en su obra lírica. Si bien esta estadística no parece decir todo –al cabo, es solo una estadística–, lo que dice, lo dice bien dicho: Alejandra amaba a Kierkegaard, de una forma heterodoxa quizás, y ese amor la acompaña a lo largo de su vida. Las pruebas textuales demuestran que lo conocía ya por 1954, es decir, a fines de sus estudios secundarios en Avellaneda, y las últimas referencias al danés aparecen poco antes de su muerte, 1971-2.
A esto queremos agregar, como información inédita, las intervenciones manuscritas –36 subrayados y una anotación marginal– que Alejandra realizó en ejemplares de obras de Kierkegaard. Primero hagamos un breve recorrido por el destino de sus papeles y libros personales[6]. Sus manuscritos, dijimos, están en Princeton. Cuando Alejandra se fue a vivir sola a su departamento de Montevideo 980, gran parte de su biblioteca quedó en casa de su madre, y otra se trasladó al nuevo domicilio. Muerta Alejandra, los libros de calle Montevideo le fueron regalados en 1974 por su madre a la amiga y albacea literaria de la poeta, Ana Becciu, quien los donó en 2008 a la Biblioteca Nacional del Maestro, aunque es probable que aún conserve parte de la colección. Entre lo donado, no hemos localizado ningún ejemplar de Kierkegaard. La parte que había quedado en casa de la madre, le fue regalada a Pablo Ingberg, escritor y traductor, por Mario Nesis, sobrino de Alejandra, hijo de su hermana Myriam Pizarnik. Ingberg, a su vez, la vendió a Victor Aizenman, reconocido librero anticuario.  Finalmente, durante la gestión de Horacio González en la dirección de la Biblioteca Nacional Argentina Mariano Moreno, en el 2007, el Estado nacional decidió comprar esta sección de la biblioteca personal de Alejandra Pizarnik, que hoy se encuentra en la Sala del Tesoro Paul Groussac (los libros intervenidos manuscritamente) o en los fondos generales (los libros sin marca alguna). Es entre los primeros –los intervenidos– que logramos localizar tres obras de Kierkegaard[7], o más bien, de sus seudónimos, distinción que Alejandra parecía desconocer. Los datos técnicos son los siguientes:

Kierkegaard, Søren, El concepto de la angustia: una sencilla investigación psicológica orientada hacia el problema dogmático del pecado original. Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1946. 3ª. ed.  (Colección Austral. Serie Verde; 158). Inventario 00826793; localización: TES3C171377. En la hoja de respeto lleva firma y fecha manuscrita: “Flora Alejandra Pizarnik, agosto de 1956”.
------, Diario de un seductor; traducción de Arístides Gregori.  Buenos Aires, Santiago Rueda, 1951. Inventario 00826291; localización: TES3C172219. Manuscrito autógrafo: “Flora Alejandra Pizarnik. 1959”.
------, Estética y ética en la formación de la personalidad; [trad. de Armand Marot].  Buenos Aires, Nova, 1955. (Colección La Vida del Espíritu / dirigida por Eugenio Pucciarelli). Inventario 00826290; localización: TES3C172218. En hoja de guarda, firma manuscrita en tinta negra y minúsculas: “flora alejandra pizarnik, abril de 1956”; en la anteportada se lee una dedicatoria de autoría desconocida en tinta negra: “Para Alejandra Pizarnik, en el arco iris que inaugura la rueda de sus años [firma ilegible], abril 1956, Día de la primavera” (efectivamente, Alejandra nació en abril, en 1936).

Como puede verse, dos de estos libros son, en realidad, “mutilaciones” o extractos de una obra mayor, O lo uno o lo otro. Son ediciones populares, sin pretensiones estéticas en el terreno gráfico, y, como era típico de la época, ninguna es una traducción directa, sino vía el francés. Lamentablemente, no ha aparecido aún su ejemplar de Temor y temblor, que, por referencias de los Diarios y otras externas, debió estar entre los libros más intervenidos de su biblioteca; quizás fue a parar a manos de algún amigo cuando, tras el suicidio de Alejandra, se hizo una suerte de repartija de suvenires dentro del círculo que tenía acceso a su departamento. Puede verse, por las fechas e incluso por la firma (la autora dejó de usar el nombre “Flora” en su etapa de madurez creadora), el temprano contacto entre nuestros protagonistas; es también la época de los frustrados escarceos de Alejandra con las carreras universitarias o terciarias de periodismo, literatura, filosofía y pintura, todas abandonadas, y de su primera bohemia de contactos con la intelectualidad vanguardista porteña. Según puede colegirse de los diarios, llega a Kierkegaard quizás por el interés que ya tenía, durante su secundario, por Sartre y Simone de Beauvoir; recordemos que el existencialismo sale a la búsqueda de antecedentes ilustres y mitos fundadores, y cree hallarlos en el solitario de Copenhague. Intenta leer a Heidegger y lo desecha; también lee las críticas positivas de Unamuno sobre Kierkegaard, y las negativas de Marjorie Grene, que la desconciertan (Diarios, 25 de agosto de 1955). En el futuro, no buscará las afinidades de Kierkegaard con el existencialismo sino con la prosa de Kafka: un aire de familia que, entre nosotros, también percibió Jorge Luis Borges.
Pero volvamos a los subrayados. En esta primera aproximación –ojalá sigan otras, a las que cualquiera puede sumarse–, no es momento de analizarlos en su contexto, ni sistematizarlos en posibles bloques de sentido, ni de buscar ecos posibles de ellos, bien en la poesía, bien en la prosa de Alejandra. Los daremos a modo de inventario, y poco más.
Comencemos con Diario de un seductor. Alejandra subraya: “No pertenecía al mundo de la realidad, pero sus relaciones con él eran muchas” (p. 11); “Apenas la realidad perdía su poder estimulador, se encontraba desarmado y el espíritu del mal estaba a su lado” (p. 12); “Los seres humanos eran para él solamente un estímulo, un acicate” (p. 14); “Yo también me siento arrastrado en aquella zona nebulosa, en aquel mundo de ensoñación, donde nos asustamos a cada instante de nuestra propia sombra” (p. 18). Podríamos preguntarnos si la poeta lectora no encuentra aquí el reproche que se hará así misma vez tras vez en sus Diarios: su incapacidad de insertarse en la realidad, o, más aún, su odio completo por esta en cuanto signifique estructura, rutina, límite. También es interesante que en una entrada (1 de marzo de 1963) se pregunte por el propio danés: “¿Qué hubiera pasado si Kierkegaard se hubiera sentido hermoso y seductor?”.
 Pasemos a Concepto de la angustia. Encontramos estos subrayados: “Cada individuo de una generación tiene, como cada día, su carga especial y bastante que hacer con preocuparse de sí mismo” (p. 11); “¿Y a dónde conduce esto [la disputa entre Ética y Dogmática a propósito de la reconciliación] finalmente? A que el lenguaje tenga que festejar probablemente un gran año sabático, dejando descansar a la palabra y al pensamiento” (p. 16); “Si se habla, por ejemplo, del pecado como se habla de una enfermedad, de una anormalidad, de un veneno, de una desarmonía, también se ha falseado su concepto” (p. 20); “De la Ética puede decirse lo que se ha dicho de la ley, que es una maestra cuyas exigencias condenan, pero no dan vida” (p. 21); “La razón más profunda de este fenómeno [Adán no puede ser considerado un ser aparte] reside en la determinación esencial de la existencia humana, de tal suerte que la especie entera participa en el individuo y el individuo en la especie entera” (p. 32). Debo reconocer que la cita que más me impacta, por la recurrencia de la preocupación en Alejandra, es la segunda: aquella que nos lleva a los límites de la palabra, al peligro del silencio.
Con todo, el libro más intervenido es Estética y ética…, un desprendimiento editorial bastante caprichoso de O lo uno y lo otro. “Está uno tentado no de compadecerte, sino de desear que las circunstancias de la vida te aprieten algún día en su red y te obliguen a mostrar lo que tienes en el alma, que puedan apremiarte de tal manera que no sean posibles los dichos fáciles ni las bromas” (p. 10); “¿No sabes acaso que llegada la medianoche todos deben arrojar la máscara, crees que uno siempre se puede burlar de la vida, crees que te puedes deslizar antes de las doce a fin de evitarlo? (p. 11). Aquí Alejandra inserta el único comentario de puño y letra que hemos hallado: “y si detrás de la máscara no hay nada? y si lo único real fuera la máscara?”. El subrayado prosigue más abajo: “Hay en todo hombre algo que, en cierto modo, le impide ser transparente para sí mismo; y puede serlo en tal grado, puede ser tan inexplicablemente introducido en su vida en circunstancias que se encuentran más allá de sí mismo, que el hombre apenas pueda manifestarse; pero el que no puede manifestarse no puede amar, y el que no puede amar es el más desgraciado” (pp. 11-12); “La elección misma es decisiva para el contenido de la personalidad; por la elección ella se hunde en lo que ha sido elegido, y si no elige, se empobrece” (p. 15); “Se percibe entonces que la voz interior de la personalidad no tiene tiempo para hipótesis, que continúa precipitándose hacia adelante y de un modo u otro plantea alternativamente una u otra cosa, lo cual, en el instante siguiente, hace la elección más difícil, pues debe retomar lo que ha sido dejado” (p. 16); “De acuerdo con lo que acabo de desarrollar, verás también en qué difiere esencialmente mi concepto de la elección del tuyo, y he aquí la diferencia. El instante de la elección es para mí algo muy grave, no a causa del estudio profundo que implica la elección entre dos cosas distintas y de la multitud de pensamientos que se refieren a cada cosa en particular, sino, sobre todo, porque corro el riesgo de no tener ya, un instante después, la misma posibilidad de elegir, porque entre tanto, algo ya ha sido vivido y debe pues ser vivido una vez más; es un error creer que se pueda mantener la propia personalidad un solo instante en blanco, o que se pueda, en sentido más estricto, detener o interrumpir la vida personal. Antes de la elección, la personalidad, vale decir las potencias ocultas en ella, elige inconscientemente[8] (pp. 16-17); “Si quieres comprenderme correctamente estoy dispuesto a decir que lo que más vale en la elección no es elegir lo que es justo, sino la energía, la seriedad y la pasión con las cuales se elige” (p. 20); “… no una actividad del pensamiento, pues no te falta, sino la seriedad del espíritu. Tal vez sin ella consigas hacer muchas cosas, tal vez llegues a sorprender al mundo (pues no soy mezquino), y, sin embargo, el bien superior, lo único que en verdad da importancia a la vida, se te escapará; ganarás tal vez el mundo entero y te perderás a ti mismo” (p. 21); “Y lo triste cuando se considera la vida humana, es que hay tantas gentes que viven sus vidas en una tranquila perdición; se desgastan a sí mismos, no porque su riqueza interior se despliegue sucesivamente y sea poseída en ese despliegue; no, pero, como si al vivir saliesen de sí mismos, desapareciesen como sombras, su alma inmortal es arrastrada como por el viento, y no se preocupan de su inmortalidad, pues están disueltos antes de morir” (p. 22); “No te dejo fortuna, ni títulos, ni cargos, pero sé dónde está oculto un tesoro que puede hacerte más rico que todo el mundo, y ese tesoro te pertenece y no debes agradecérmelo a fin de no comprometer tu salvación debiéndolo todo a otro ser; ese tesoro  está encerrado en tu propio corazón: ahí hay un aut-aut que hace a un ser más grande que los ángeles” (p. 32); “… los ojos son los últimos en quedar satisfechos” (íd.); “Cuando todo se ha vuelto sereno, solemne como una noche estrellada, cuando el alma está sola en el mundo entero, entonces aparece ante ella, no un ser superior, sino la potencia eterna misma, el cielo se entreabre, por así decir, y el yo se elige a sí mismo o, más bien, se recibe a sí mismo” (p. 33); “… pues la grandeza no consiste en esto o en aquello, sino que se encuentra en el hecho de ser uno mismo” (íd.)
Terminada la sección sobre elección y personalidad, Alejandra continúa con la parte dedicada a la estética: “Por eso sus ojos son tan sombríos que nadie puede mirarlos, tan llameantes que asustan, pues detrás de los ojos el alma está hundida en la oscuridad” (p. 45); “Cuando has hecho espejear una imagen ideal ante los ojos de alguien y hay que reconocer que, en cualquier forma, sabes mostrarte ideal – te retiras prudentemente y sientes el placer de haber engañado a un hombre” (p. 65); “… pues nada finito, ni siquiera el mundo entero, podrá satisfacer el alma de un hombre que siente la necesidad de lo eterno” (p. 66); “… de ella [de la mujer] viene la salvación, tan seguro como que del hombre viene la ruina” (p. 71); “… el hombre que no ha probado la amargura de la vida, ha desconocido la importancia de la vida, por hermosa y rica en placeres que ella haya sido” (p. 72; en p. 76 hay una línea vertical entre dos frases que no sabemos qué indica); “La desesperación es justamente representativa de toda la personalidad, la duda sólo lo es del espíritu” (p. 78); “La razón por la cual un hombre desesperado –calmada su duda– se sobrepone, es que, en el fondo, él no quiere desesperar. En suma, nadie puede desesperar si no quiere” (p. 79); “Pero, ¿qué es este yo mismo? Si quisiera hablar de un primer instante, designarlo mediante una expresión primera, mi respuesta sería ésta: es lo que a la vez es lo más abstracto y lo más concreto –es la libertad–.” (p. 81); “Mientras la naturaleza es creada de la nada, mientras yo mismo en cuanto personalidad inmediata, soy creado de la nada, como espíritu libre he nacido del principio de la contradicción, o he nacido por el hecho de que me he elegido a mí mismo” (p. 83); “… pero existe el amor con el cual amo a Dios, y ese amor tiene en el lenguaje una sola expresión: el arrepentimiento” (p. 84); “… en cuanto amo libremente y amo a Dios, entonces me arrepiento” (íd.); “… sólo eligiéndome a mí mismo como culpable, es como me elijo en sentido absoluto sin crearme a mí mismo” (íd.); “Por eso es tan difícil que las personas se elijan a sí mismas; porque el aislamiento absoluto es aquí idéntico a la continuidad más profunda, porque mientras uno no se ha elegido a sí mismo existe la posibilidad de ser, de un modo u otro, algo distinto” (p. 85).
Tras estos pasajes, donde Pizarnik parece remachar su propia búsqueda identitaria, el libro permanece sin marcas hasta el final, página 237. Los que no gusten de Kierkegaard, habrán llegado aquí con un fastidio comprensible; los que sí, agradecerán esta suerte de antología “curada” por Pizarnik. Por supuesto, las lecturas kierkegaardeanas de Alejandra fueron más allá de estos tres libros. En un par de entradas de sus Diarios, muestra el deseo de leer la Antígona de Kierkegaard –con ese nombre se había publicado, en 1942, una versión castellana sobre el estudio del reflejo de la tragedia antigua en la moderna, una vez más, extirpado de O lo uno o lo otro. La lectura parece haberla decepcionado: “Terminé Antígona. Demasiada ética y demasiado resentimiento personal en K.” (18 de agosto de 1968); sin embargo, con anterioridad (1963) cita en sus Diarios estos fragmentos: “… su sufrimiento es su amor… Toda ella es silencio…”. No sabemos bien qué obra tenía en mente al escribir en su carta del 18 de noviembre de 1967 a Amelia Biagioni utilizando heterodoxamente el leitmotiv kierkegaardeano paradoja/escándalo:

Por eso, imagino, invocás a la dura poesía con términos lujosos y trágicos como si fuera la muerte; y por eso, imagino, ser poeta es, entre otras cosas, poseer esta virtud (sinónimo de “la condena”, naturalmente) de adueñarse de la máxima paradoja –aquella que el viejo amigo Kierkegaard considera un escándalo. Paradoja que constituiría en que el más solitario… crea un lugar –el poema– en donde otros solitarios se reúnen, se reconocen (en tanto afuera llueve y es invierno).
 
Y he aquí, con entrada 18 de diciembre de 1964 de sus Diarios, un no menos heterodoxo comentario a Temor y temblor:

Kierkegaard: Temor y temblor. El conflicto: ética y religión. Sentido del silencio. Actos apartados del mundo.
Actos que interrumpen el fluir del tiempo. De Quincey: los golpes en Macbeth. Aquí es la subida a Morija. El silencio de Abraham. Pero K. ¿Qué sabe de ese silencio? Tal vez A. no pensaba en nada, no sentía nada. Tal vez obedecía y nada más. Se acostumbró a obedecer y eso es todo.
Pero hay que dar por sentado el sufrimiento de Abraham. Aunque tal vez, lo que pasó es que Abraham, simplemente, amaba más a Dios que a su hijo y a su raza. Tal vez ni siquiera eligió. Estaba enamorado de Dios y por ello no le pareció excesivo matar a su hijo.

¿Qué busca y qué no busca Alejandra Pizarnik en Kierkegaard? Aunque quizás lo que siga sea errado, arbitrario, intuitivo y refutable, creemos que no busca ni un sistema filosófico, ni una fe, ni una esperanza, ni un Cristo, ni un Dios, listado con el que nuestro danés ciertamente sí se sentiría representado, salvo el “sistema filosófico”. La misma Pizarnik lo deja claro en una entrada de sus Diarios: “Parecerse a K[ierkegaard] y a K[afka] pero sin sus convicciones espirituales” (29 de agosto de 1964). Alejandra es étnicamente judía, pero “descubre” esa etnicidad bastante tarde: cuando le toca sufrir, en su segunda estadía en París, un rebrote antisemita, al que poco después sigue, en la Argentina, la muerte de su padre y un tardío vislumbre de la liturgia sinagogal. Tardíamente toma conciencia de la muerte de muchísimos de sus parientes tanto en los pogromos de la Europa Oriental como en la Shoah. Jesús se le presenta como
… un pequeño judío enamorado de ciertas ideas (amor, caridad, compasión), y las ama porque nunca las vio en la dite réalité. Culpa de María, madre judía típica, tan típica como la madre de Freud. Ahora bien: J. amaba esas tres ideas pero en tanto ideas … Digo que imagino a J. mandando a la mierda a los apóstoles, golpeando a su madre pero llorando a solas mientras elucubra sus ideas de bondad luminosa. A pesar de la Historia, yo afirmo que era feo (y no homosexual sino conflictuado, impotente u homosexual que [ilegible] ignora) y nunca consiguió amor sino solamente socios y cómplices para su negocio —no financiero sino afectivo—. No le dieron un poco de amor; ergo: pedirá adoración… (25 de noviembre de 1967)
Alejandra busca en Kierkegaard la paradoja como herramienta retórica y disruptiva del mundo; busca la belleza, la posibilidad y los límites de la palabra. Pensada desde Kierkegaard, nunca sale del estadio estético, porque este es el único posible para ella –y ciertamente, no para Kierkegaard. El límite de la palabra, su impotencia, es la verdadera obsesión pizarnikeana, que se confunde con la vida misma, y con su vida misma. Para que la palabra sea posible, le es necesaria la soledad, horas y horas y días y semanas dedicadas a su cincelamiento, su transparencia, su efectividad, su magia, y, finalmente, su irrefutable imposibilidad, como ya lo había intuido Rimbaud. Imposibilidad, entonces, de la palabra y de la vida misma. Por eso no es casualidad que el poema, el único, en que nuestro danés es mencionado, sea casi el último en escribirse, inusualmente extenso, fruto de su internación en el Hospital Pirovano tras un intento de suicidio fallido que sería propedéutico del finalmente “exitoso”, meses después. Allí Kierkegaard es mencionado entre los “amores” posibles de la poeta, amores formados por hombres solitarios que han buceado hasta el límite de la soledad para que la palabra sea una posibilidad:
(¡Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)
Y a Kierkegaard
Y a Dostoyevski
Y sobre todo a Kafka
a quien le pasó lo que a mí,
[…]
fue demasiado lejos en la soledad
y supo – tuvo que saber –
que de allí no se vuelve
se alejó – me alejé –
no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)
sino porque una es extranjera
una es de otra parte,
ellos se casan,
procrean,
veranean,
tienen horarios,
no se asustan por la tenebrosa
ambigüedad del lenguaje
(No es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)

El lenguaje
–yo no puedo más,
alma mía, pequeña inexistente,
decidíte;
te las picás o te quedás,
pero no me toques así,
con pavura, con confusión,
o te vas o te las picás,
yo, por mi parte, no puedo más.

Bibliografía[9]

Piña, Cristina, y Patricia Venti, Alejandra Pizarnik: biografía de un mito. Buenos Aires, Lumen, 2021.
Pizarnik, Alejandra, Poesía completa; edición a cargo de Ana Becciu. Buenos Aires, Lumen, 2002.
------, Prosa completa; edición a cargo de Ana Becciu. Buenos Aires, Lumen, 2008.
------, Nueva correspondencia (1955-1972); edición de Ivonne Bordelois y Cristina Piña. Barcelona, Lumen, 2017.
------, Diarios; nueva edición de Ana Becciu. Barcelona, Lumen, 2013 [es la edición más extensa y menos expurgada].
------, y León Ostrov, Cartas; edición de Andrea Ostrov. Villa María, Eduvim, 2012.
Salazar Torres, Fernando, “Árbol de Diana, ausencia y pérdida de Alejandra Pizarnik”; en: Máquina, marzo de 2017.
 
 

[1] Curiosamente, sí existen trabajos sobre Pizarnik, estudiada desde una perspectiva kierkegaardeana, como el de Salazar Torres; para referencias completas, véase la Bibliografía final.
[2] Pizarnik, Diarios…, passim (en el cuerpo del trabajo citaremos diversas entradas).
[3] Pizarnik, Prosa completa…, págs. 90 y 238. Alejandra se proponía dedicar a Kierkegaard un texto que finalmente no escribió, “Cada bruja con su brújula”, que se hubiera insertado en la serie La bucanera de Pernambuco o Hilda la polígrafa.
[4] Pizarnik, Nuevo epistolario…, p. 204.
[5] Pizarnik, Poesía completa…, p. 416.
[6] Cf. Piña y Venti, Alejandra Pizarnik: biografía…, págs. 375-77.
[7] Quiero agradecer especialmente a tres profesionales de esta Sala tan especial: Noemí Cavallo, Viviana Quigley y Jorge Díaz.
[8] En nuestra transcripción, el subrayado indica un énfasis adicional puesto por la propia Alejandra Pizarnik
[9] Para las obras de Kierkegaard intervenidas por Pizarnik, véase el cuerpo del trabajo.
 

Volver

Usted es bienvenido a contactarse mediante el siguiente formulario:

(*) Campos requeridos

Para quienes estén interesados en enviarnos alguna nota, artículo o comentario pueden hacerlo en este espacio:

(*) Campos requeridos

 
Carlos Calvo 257 - C1102AAE Buenos Aires - Argentina -
Ir arriba