ELSA ELIA TORRES GARZA: "El individuo singular en la era del tedio y la vacuidad"
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)

Tras la Revolución Francesa surgió una ola transformadora de la civilización occidental que inaugura las formas que darán las pautas  ideológicas de todos los órdenes: sociopolíticas, económicas y culturales que devendrán hasta nuestros días. El antiguo régimen representado por la hegemonía absolutista de la figura del rey va siendo desplazada por la formación de organismos desligados de ésta que darán paso a las reivindicaciones humanas representadas por ejemplo por la declaración de los derechos del Hombre y el advenimiento de la república constitucional parlamentaria, los Estados nacionales y las democracias. En el orden cultural, Occidente ve nacer el Romanticismo como una fuerza avasallante que tiene como figura central al individuo. Como contraparte surge el avatar del señor feudal en la figura del señor burgués que, como clase se convierte en una fuerza económica que buscará en su provecho la fuerza productiva de la mano de obra. A partir de ahí el individualismo apasionado será representado sólo por figuras aisladas que crearán la crítica del nuevo orden socioeconómico.

Una de esas voces impulsoras de la crítica del estado social resultante será la de Soren Kierkegaard que como Bauer, Feuerbach, Marx, Stirner y otros, a motu proprio y desde su Dinamarca boreal señalará de forma singular y desde la filosofía el quebrantamiento de las expectativas de la revolución. Meritoriamente, Kierkegaard advierte los mecanismos instrumentados por las instituciones del Estado, la Iglesia y el poder económico para someter y conducir a la colectividad (o las masas, que ya entonces se estrenaba como concepto).

Como prueba fehaciente de esta crítica filosófica de índole política contamos con el texto titulado “La época presente”. Quizá estratégicamente Kierkegaard lo deslizó en medio de una reseña titulada a su vez, “Una recensión literaria” dedicada a una novela de Thomasine Gyllembourg (la madre de Johan Ludwig Heiberg).

Kierkegaard, en “La época presente”, expresa una visión del mundo contemporáneo que pasa por raseros que siguen vigentes. Kierkeggard denunció por este medio (y no es gratuito que el reseñar una novela fuera la ocasión perfecta), sobre la base del concepto de “nivelación”, la unidimensionalidad humana (término de cuño marcusiano que, en un sentido muy esquemático, puede equivaler a la enajenación. Para aquellos interesados en este tema, remitimos a la obra de Herbert Marcuse, El hombre unidimensional).
La nivelación pues, corresponde a ese vaciamiento de sentido de la vida de los individuos producto de los aparatos de comunicación masiva y publicitaria que permite que todo permanezca en pie, mientras vacía todo de significado mediante circunloquios reiterativos.

De acuerdo con Karl Löwith,
[1] junto a la crítica económico-política de Marx al orden burgués en defensa del proletariado, Kierkegaard realiza una crítica a la burguesía cristiana de la molicie y la indolencia, en donde el cristianismo ha quedado rebajado a una mera fórmula sin contenido. La sociedad que describe Kierkegaard con despiadada ironía es una sociedad desapasionada en donde privan los mezquinos intereses de clase y se exhorta a los individuos al ahorro como práctica virtuosa en lugar de ser exhortados a la acción y a la vida. La inanidad y la inercia dominan, el suicida no se suicida por impulso sino después de una meditación. Todo esto lo critica Kierkegaard acerbamente. Toda esta acidia es señalada por el danés como “nivelación”, una consecuencia del orden establecido con la que se rasa a los individuos bajo la misma enajenación. “La nivelación –escribe– no es la obra de un individuo, sino un juego de reflexión en manos de un poder abstracto”.[2]

Sin adoptar directamente un lenguaje político, Kierkegaard señala un estado de ánimo colectivo sumido en el aburrimiento y la falta de expectativas, aunado a un simulacro reflexivo que se ha viciado tanto quizá, como lo hizo también, de acuerdo con el danés, la pretendida objetividad hegeliana, como dice el texto aludido: “Cansada de sus quiméricos esfuerzos, nuestra época descansa a ratos en completa indolencia. Su condición es la del que se queda en cama por la mañana: grandes sueños, luego adormecimiento, finalmente una cómica o ingeniosa idea para excusar el haberse quedado en cama”.[3]

Este simulacro reflexivo al que me he referido apunta a que la afición al pensamiento había excedido sus límites, pretendiendo forjar mentes omniabarcantes, cuando en realidad lo único que hacían era seguir fórmulas preelaboradas, modas. Lo lamentable de la época diagnosticada por Kierkegaard, que es también la nuestra, es que se haya paralizada para la acción. Es buena para vaticinar y adelantar los hechos, así como para esperar un cambio indefinido, siempre prometido y nunca cumplido, e igual para lucubrar cualquier cosa.

Como vemos, la crítica de Kierkegaard incide en la falta de acciones que logren auténticos cambios, proposiciones concretas y el deber de sacudirse esa inercia que se justifica en un círculo de reflexiones viciosas. La reflexión se levanta como un fantasma, de pura abstracción, y se perfila como un proceso que envuelve las relaciones humanas en el dominio de la envidia egoísta que por falta de carácter niega los méritos de la excelencia al no poder valorarla. Antes la denigra que reconocerla aunque fuera negativamente como sucede en el ejemplo del ostracismo en Grecia en que se confinaba al destierro a alguien destacado por sus valores, o se condenaba a beber la cicuta a quien no obstante se le reconocían esa excelencia.

El diagnóstico de la época contemporánea a Kierkegaard se emparenta con el actual en donde persisten los mismos síntomas y no es de sorprender, pues la nivelación en sí misma se extiende de nuevo como fantasma aunque ahora muy bien dirigido al cuerpo extenso de la sociedad por los mass media y las manipulaciones del mercado neoliberal. Me atrevería a deslizar una idea arriesgada que es la de extrapolar la desvinculación de los individuos por obra de la nivelación, con lo que parece suceder con la actual racionalización tecnológica, o en palabras de Kierkegaard: “…el vínculo se está acabando porque en realidad ya no se están relacionando el uno con el otro en el vínculo, sino que la relación se ha vuelto un problema, en el que las partes, como en un juego, se observan unas a otras en lugar de relacionarse, y se cuentan mutuamente los recíprocos reconocimientos de relación, en lugar de la entrega resuelta de un verdadero vínculo.”
[4] El desapasionamiento que presiden las relaciones ya no da lugar a la decisión, porque no hay un reclamo de ésta, una necesidad derivada hacia la acción, todo se queda en una reflexión amorfa que enfría las relaciones humanas y las vuelve distantes y rutinarias. El estado de cosas que Kierkegaard advirtió se ha agudizado exponencialmente por los elementos de violencia y abusos innumerables que padecemos actualmente. En palabras de Jean Baudrillard: “Nos encontramos en un mundo virtualmente banalizado, neutralizado, donde, por una suerte de terror preventivo, ya nada puede tener lugar. De forma que, aquí dentro, todo lo que abre una brecha produce acontecimiento. Un acontecimiento que puede pertenecer al orden del pensamiento, de la historia, del arte quizá, pero que, en la actualidad, adopta la forma espectacular del terrorismo”.[5]

Aquí habría que advertir que para Kierkegaard la reflexión tiene un carácter relativo, sólo es negativa cuando es enajenada, cuando está desvitalizada y vuelta en sí misma, porque sólo una reflexión cargada de significado conducente a la acción muestra su potencia que es acto y decisión, de otra forma no habría ningún tipo de progresión humana. “La reflexión no es lo perverso, sino la condición de la reflexión, el estancamiento de la reflexión, el abuso y la corrupción que transforman los prerrequisitos en evasiones: éstos son los que producen la retrogresión”.[6]

Kierkegaard no se conforma en este texto con hacer solamente un diagnóstico del problema de la nivelación pues reconoce su perdurabilidad en el tiempo y su prospectiva, en cierta forma la nivelación no tiene cura, ésta continua actuante e invasiva. Por el contrario, a pesar de todo ofrece una liberación del yugo nivelatorio por la vía religiosa que comporta primero una toma de conciencia, e inmediatamente una decisión en el ámbito individual singular: la salvación por la relación con el Otro absoluto. Esta emancipación sigue siendo válida como opción particular, mas una liberación que desactivara el estado de alienación social debería como condición sine qua non aparte de tomar conciencia integrar ésta a un proceso crítico sobre la alienación dirigida que condujera a una resistencia activa como prerrequisito del cambio.

Lo que nos presenta Kierkegaard es precisamente el drama de nuestro tiempo, el individuo alienado de la existencia comunitaria frente al que Kierkegaard protestó con pertinaz insistencia. De aquí los ejemplos extremos de Kafka y de Beckett, donde el mundo de la justicia divina y el de la ética colisionan entre sí: Gregorio Samsa, el juez de El proceso, el amo de El Castillo,  Godot, Mercier y Camier, Malonne todos sumidos en el paisaje sombrío de la nivelación. Lo cierto es que toda la literatura desde Joyce hasta Bernhard son críticas concomitantes. Como ha señalado Löwith, se trata del “aplanamiento de la disyuntiva apasionada entre el hablar y el callar”, que Kierkeggard veía nivelarse “en la habladuría irresponsable, entre lo privado y lo público, en la publicidad privada-pública; entre la forma y el contenido, en una uniformidad insustancial; entre la reserva y la notoriedad, en actos de representar papeles; entre el amor esencial y el libertinaje, en amoríos desapasionados; entre el saber objetivo y la convicción subjetiva, en un razonar no comprometido”.
[7]  El drama histórico que le tocó en suerte a Kierkegaard no ha dejado de ser el nuestro, un reino de lo postergable.
De aquí entonces que Kierkegaard siga estrechamente vinculado a nosotros. Su pensamiento nos incumbe porque se ocupó de la interioridad subjetiva y de esta forma donó a la experiencia de la existencia algunas llaves maestras.

El mensaje persuasivo de Kierkegaard marcha por el camino de la asunción de cada individuo de ocupar un territorio existencial que lo compromete con la vitalidad del pathos, de la vinculación apasionada con los otros, en lo cismundano, en la acción.
Gracias.

Morelia, Michoacán, martes 8 de abril de 2014.

 
 

[1] Véase Karl Löwith, De Hegel a Nietzsche. La quiebre revolucionaria del pensamiento en el siglo XIX. Marx y Kierkegaard, Buenos Aires, Sudamericana, 1968.
[2] Véase S. Kierkegaard, La época presente, tr. Manfred Svensson, Santiago de Chile, Universitaria, 2001, p. 66.
[3] Ibid., p. 42.
[4] Ibid., p. 57.
[5] Véase J. Baudrillard, La agonía del poder. Madrid, Crículo de Bellas Artes, 2006, p. 18.
[6] CF. S. K., op. cit., p. 81.
[7] Véase, K. Löwith, op. cit., p. 228.

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