GRACIANO CORICA: "Entre Spinoza y Kierkegaard, del amor a la sabiduría a la sabiduría del amor"
Universidad Nacional de Quilmes (UNQUI)

La convocatoria de este año me generó muchísima incomodidad. Quizás porque sin quererlo ni pensarlo nuestra existencia real se virtualizó abruptamente. Para quienes gustamos del encuentro presencial, del diálogo cara a cara, del gesto, de la mirada, del intercambio directo, la materialidad informática y electrónica de lo virtual nos puso frente a un desafío inesperado.

Paradójicamente ese no-lugar que genera lo virtual abrió el espacio y la posibilidad de diálogo y encuentro sistemático y fluido con otras existencias, con otros existentes, que se sienten convocados por la figura de Soren Kierkegaard o, al menos, por los problemas que Soren nos plantea.

Entre esos posibles que abre la virtualidad, se concretó la reedición, 10 años después, del taller de lectura de "Las Obras del Amor" que coordinaron Anna y Andrés en la iglesia dinamarquesa. La lectura comunitaria de ese texto despertó algunas reflexiones que voy a compartir con ustedes.

Sumado a este taller, y con la destacadisima participación de Oscar Cuervo, organizamos algunos encuentros mensuales en los que pusimos en tensión y diálogo a Kierkegaard con autores como Puig, Freud o Nietzsche. De esos cruces me surgió la idea de sumar también al filósofo judío-holandés Baruch Spinoza, uno de los más grandes pensadores de la historia.

En lo personal me interesa muchísimo el diálogo entre filosofía y religión y la apertura que puede darse a partir de una lectura "filosófica" de las sagradas escrituras, de la Biblia. Tanto Spinoza como Kierkegaard, cada uno a su modo, llevaron adelante esa experiencia, abonando con sus reflexiones a toda la cultura occidental y universal. Resistidos, criticados, excomulgados, ambos autores hicieron de la honestidad intelectual y el coraje de la libertad para pensar un  modo de existencia auténtica. En la serenidad del estudio y la escritura y con la contundencia y la claridad de sus ideas se ganaron para sí enemigos y persecuciones temporales pero la admiración y el estudio minucioso de sus ideas de las generaciones posteriores.

En el caso de Spinoza, la publicación ¿anónima/seudónima? del Tratado Teológico-Político le valió la excomunión de su comunidad con un edicto de expulsión (herem) que todavía resulta estremecedor. Su Ética, convenientemente, la dejó escrita para ser publicada post-morten. 

Concretamente vamos a abordar una de las nociones comunes, por usar un término spinoziano, más potentes y decisivas de la historia de las religiones y las culturas. Nos referimos al mandamiento del amor al prójimo. Spinoza trabaja esa noción en el mencionado TTP. Kierkegaard le dedica profundos discursos edificantes que reúne en ese texto decisivo que es Las Obras del Amor, una de las pocas que firma con su nombre.

Las intenciones, el tono, el público al dirigen sus reflexiones son muy diferentes. Pero veamos cuáles son los puntos comunes que se pueden entramar.

Spinoza plantea de entrada, en su prefacio, que el propósito de su libro es distinguir claramente la teología de la filosofía. Para ello, propone una lectura racional y racionalista del texto bíblico y de la tradición judía. El método que utiliza es el de interpretar el texto desde lo que el mismo texto bíblico señala, haciendo uso de las herramientas que le proporciona su conocimiento de la lengua y la cultura hebrea. Esos modos de abordar la lectura llevan a Spinoza a concluir que el objetivo de la tradición religiosa no es la verdad en un sentido filosófico, sino la piedad y la obediencia a la ley divina, cuya máxima expresión es el adagio "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Cualquier lectura o interpretación bíblica que aparten el fervor religioso de esa justicia amorosa es traicionar el mandato divino expresado en el texto bíblico.

La claridad de Spinoza para ver el riesgo, el peligro político que supone la tergiversación de la interpretación bíblica es de una actualidad espantosa. Podemos citar algunas pasajes del Tratado que dan cuenta de esa fuerza expresiva y de esas resonancias actuales:

  • "Me ha sorprendido a menudo ver a hombres que profesan la religión cristiana, religión de paz, amor, de continencia, de buena fe, combatirse los unos a los otros con tal violencia y perseguirse con tal terribles odios, que más parecía que su religión se distinguía por este carácter que por los que antes señalaba. Las cosas han llegado a tal punto que ya no se puede distinguir un cristiano de un turco, de un judío o de un pagano, sino por la forma exterior del traje, por la iglesia que frecuenta, o sabiendo qué sentimientos le dominan, y sobre los libros de qué maestro jura. En cuento a la práctica de vida, no veo entre ellos ninguna diferencia." (TTP. Prefacio. Parágrafo 14.)

  • "así se ha visto a los hombres más infimos animados de prodigiosa ambición apoderarse del sacerdocio, trocar en ambición y sórdida avaricia el celo por la propagación de la fe, convertir el templo en teatro donde no se oye a doctores eclesiástico sino a oradores que se cuidan muy poco de instruir al pueblo, y mucho de hacerse aplaudir por él, cautivándole con la docrtrina común, enseñándole novedades y cosas extraordinarias que sorprenden su admiración." TTP. Prefacio. 15.

- "No es de extrañar, después de esto, que no quede en la antigua religión sino el culto exterior (que, en verdad, es menos un homenaje a Dios que una adulación) y que la fe se halle reducida a prejuicios y credulidades". (TTP. Prefacio. 16.)

- "Demuestro después que el Verbo de Dios no ha revelado cierto número de libros, sino tan sólo esta sencilla idea, en que se resuelven todas las inspiraciones divinas de los profetas, que se debe obedecer a Dios con un corazón puro, es decir, practicando la justicia y la caridad." (TTP. Prefacio. 26.)

- "Yo no creo que nadie haya alcanzado ese grado eminente de perfección, a no ser Jesucristo, a quien fueron reveladas sin palabras y sin visiones las leyes divinas, que conducen a su salvación al hombre. Dios se manifestó a los apóstoles por el alma de Jesucristo, como a Moisés por una voz aérea, y así puede decirse que la voz de Cristo, como la de Moisés, era la voz de Dios. En este sentido puede añadirse también que la sabiduría divina (una sabiduría más que humana) se ha revestido de nuestra naturaleza en la persona de Jesucristo, y que Jesucristo ha sido el camino de la salvación. (TTP. Capítulo 1. Parágrafo 23.)

- "Por otra parte, la misma Escritura enseña clarísimamente en muchos pasajes qué debe hacer cualquiera para obedecer a Dios, a saber, que toda la ley consiste exclusivamente en el amor al prójimo". (TTP. Cap. 14.7)

Diganme ustedes si estos párrafos no podrían estar tranquilamente suscriptos por Kierkegaard. En Kierkegaard también se puede ver esa intencionalidad de distinguir la especulación filosófica del mandamiento religioso, pero en otros sentidos y con otros matices. 

Para Spinoza, la práctica filosófica conduce al conocimiento de la verdad y al entendimiento de lo divino que permiten lograr la beatitud como resultado de la vida feliz. La ética spinoziana comienza por Dios y cierra con el resultado de esa vida EN Dios. Así cierra la Ética, su gran obra. Cito:

  • "La beatitud no es el premio de la virtud, sino la virtud misma; y no gozamos de ella porque reprimamos nuestras concupiscencias, sino, al contrario, porque gozamos de ella, podemos reprimir nuestras concupiscencias." "Demostración: la beatitud consiste en el amor a Dios, y este amor nace del tercer género de conocimiento" Ética, proposición XLII y su demostración.

Las páginas finales de la Ética de Spinoza nos hablan del grado más elevado de conocimiento al que puede llegar un ser humano: el amor intelectual a Dios. A mi esa idea de amor intelectual a Dios me recuerda a la sentencia agustiniana de que filosofar es amar a Dios desde el intelecto. Muchos exégetas de Spinoza se rompen la cabeza tratando de entender esas proposiciones finales escritas al modo geométrico. Quizás en el Tratado Teológico Político haya una clave de lectura. Quizás esa clave esté en transitar el pasaje del "amor a la sabiduría" a la sabiduría del amor.

Esa sabiduría del amor se expresa en el mandamiento de amor al prójimo. En Las obras del amor, Kierkegaard se toma el trabajo de extraer el néctar de cada referencia bíblica sobre el amor y ahondar en cada expresión de modo que la sabiduría del mandamiento del amor se nos haga presente.

En Kierkegaard, el mandamiento de amor al prójimo exige fijar la tarea, tarea que quiere ser llevada a cabo de inmediato. La comprensión implica su inmediata puesta en práctica. La filosofía se distingue del cristianismo, según Kierkegaard, en el modo de preguntar y, sobre todo, en el modo de responder a esas preguntas. Ese modo de responder es siempre un llamado a la acción. No se trata de especular sobre el amor, sino de accionar las obras del amor.  Veamos la conexión con Spinoza, que en su proposición XL nos señala: "Cuanto más perfección tiene una cosa, tanto más obra y menos padece; y, a la inversa, cuánto más obra, tanto más perfecta es."

La relación con el prójimo es, ante todo, una experiencia. Ser el prójimo es devenir prójimo. Es un modo de existencia, es volverse un existente. La experiencia de devenir prójimo es una herencia judía que traspasa la realidad de "lo otro" para vivirlo desde el sí mismo. Es un modo de vivir el cristianismo que asume la condición de lo marginal, es vivir desde el margen de los modos de relación social que exige la pura exterioridad e inmediatez para asumir la plenificación y autenticidad de la existencia en el darse, en ser nada como decía Ángel Garrido y empezar a crear comunidad con una lógica a contrapelo de las que nos impone este sistema-mundo.

En Spinoza no hay panteismo, ni ateismo, ni nada similar. Hay, en última instancia, una pretensión típicamente moderna de racionalizar a Dios. Es el intento serio profundo y existencial de intentar comprender la creencia de su pueblo y permitir una universalización de HaShem, del eterno, del dios único del judaísmo.

 

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