EDGAR FARÍAS: "La elección y el valor eterno del yo"
Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino

Sören Kierkegaard (1813 – 1855), el filósofo que hoy nos congrega, es contemporáneo nuestro. Como bien lo advierte Oscar Cuervo, el hecho de haber vivido en el S.XIX no lo hace menos contemporáneo, dado que la contemporaneidad no es una categoría meramente cronológica.
Para una época, como en la que vivimos, donde la indiferencia ante el pensamiento, y aun el aburrimiento, se ven favorecidos por todo lo que distrae de la reflexión sobre el sentido y la justificación de la propia vida, de la propia existencia,  una existencia  cada vez más arrojada a la exterioridad,  a la inmediatez de las elecciones superfluas; sin dudas, Kierkegaard, el Don Quijote de la existencia, como solía llamarlo Miguel de Unamuno,   puede decirnos algo en la medida en que su pensamiento aspira a convertir la propia existencia interior en una pensamiento válido para los demás. El danés es el pensador  por antonomasia, que supo poner en tención la existencia concreta hacia la búsqueda  profunda de su sentido, hacia una comprensión del yo.  Debemos decir que su clara convicción, de que tenía una misión importante por cumplir en su época, tiene un profundo y relevante eco para la nuestra.  En su “Diario” (1 de agosto de 1835) escribía:
 “Lo que me importa es entender el propio sentido y definición de mi ser, ver lo que Dios quiere de mi verdaderamente, lo que debo hacer; es preciso encontrar una verdad; la verdad es para mí hallar la idea por la que yo quiero vivir y  morir”   . 
 Captar en la existencia del individuo, la nota esencial en la que ésta radica, fue lo que mantuvo a Kierkegaard en una constante tensión. Y  para ello, asumió  los problemas y asuntos filosóficos de la existencia de una manera concreta, desde la singularidad humana. Alejado de una posición simplemente especulativa de la mera razón, lejos de pretendidos sistemas objetivantes,  Kierkegaard no admitió nunca que el punto de vista de la existencia pudiera constituirse en un cuerpo de doctrina formando sistemas, formando una teoría sobre la existencia. Para el danés estos tienden a reducir los seres en géneros cada vez más generales y más pobres de contendido.
Kierkegaard convierte así la subjetividad en criterio; más aún, la subjetividad  es el medio que proporciona la existencia autentica y verdadera, situando al existente real, particular y concreto como centro y origen de todo pensar y sentir. Así, el espacio interior, ese espacio que nos distingue esencialmente de los seres carentes de este núcleo íntimo, pernocta los impulsos que nos mueven  en el camino de la vida y por lo tanto se vuelve determinante para tal búsqueda.  Como apunto Mounier:
“la soledad es un medio necesario para el recogimiento: en la muchedumbre no se tiene la tensión necesaria para la existencia autentica, solo el individuo puede percibir, conocer y  trasmitir la verdad”
Es aquí, en la soledad, en el espacio interior donde  Kierkegaard comprende que entra en juego la pasión con la que uno vive la posibilidad de la propia existencia. El espacio interior, en el que el sujeto puede estar a solas consigo mismo, cobra en algunos casos la forma de la desesperación, como así también la posibilidad de la fe.  Cuando Sören nos introduce  en los tres estadios: el estético, el ético y el religioso, que emergen de “Estadios en el camino de la vida”(1945) nos está adentrando en una reflexión  sobre su propia trayectoria vital, sobre su propia experiencia. Estos tres estadios se afirman en la conciencia de nuestro pensador como hilo conductor de todo su pensamiento. Los estadios se podrán pensar simultáneamente pero no vivirlos en simultaneidad. O es lo uno o es lo otro. De ahí, que lo que permite distinguir estos estadios, sea la elección concreta y personal del individuo particular dotado de libertad finita. Cada uno de estos estadios representa de forma concreta un modo de vida, una elección o falta de ella. De esta manera, Kierkegaard pone al individuo en una encrucijada, en la que permanentemente tendrá que tomar una decisión; hacer una elección.
La existencia se nos presenta como  posibilidad, es decir como apertura a lo infinito, aunque también a lo finito. “La elección es decisiva para el contenido de la personalidad; por la elección ella se hunde en lo que ha sido elegido, y si no elige, se empobrece”.
[1]
La existencia estética conduce inevitablemente al fracaso. El esteta, es en el fondo un desventurado; vive el instante arrojado a las sensaciones, al goce de los sentidos,  que se desvanecen de inmediato. El esteta, queda completamente arrojado al vacío en una profunda angustia manifestada en la melancolía.  Transformada toda realidad en pura posibilidad; éste solo obedece a los imperativos cambiantes del placer, yendo sin cesar  hacia nuevos deseos.    Es decir, se encuentra  en un constante devenir en que todo es y nada es; un devenir donde se muere para vivir y se vive para morir. El hombre del estadio estético se encuentra, sabiéndolo o no,  en una angustia  desesperada. Es la no aceptación de la propia verdad. Como bien lo ha señalado Kierkegaard, en “Los Estadios del camino de la vida”, “al esteta le falta un yo.”
Así, arrojado  a los placeres del momento, el hombre estético se da cuenta, al fin, de la fugacidad de los goces sensibles, de que no logra dar una dirección firme a su vida, apoderándose de él  la decepción y el disgusto y una profunda tristeza; no sabe precisar qué es lo que le afecta, por la razón de que no es dueño y guía de su existencia.
“Si se pregunta a un melancólico cuál es la causa de su melancolía, de lo que le oprime, contestará que no lo sabe, que no puede explicarlo. En eso consiste lo infinito de la melancolía” [2]
Kierkegaard describe intensamente  el tedio y el aburrimiento que experimenta el hombre  que se ha  lanzado a recorrer fútilmente los entusiastas placeres de una vida licenciosa.
El aburrimiento será quién arroje al hombre estético a la desesperación, cómo última palabra. Por el aburriendo, el estadio estético declara su fracaso. En lo profundo del hombre estético ronda  la desesperación. Como ya lo hemos señalado, el hombre estético es un desesperado,  aunque él no haya elegido serlo. Ahora lo que importa es darse cuenta de esta desesperación y  desesperar de verdad. Cuando se desespera de verdad, se ha sobrepasado a la desesperación.
“(…) elige pues la desesperación, pues la desesperación misma es una elección, pues uno puede dudar sin elegirlo, pero no desesperar sin elegirlo. Y cuando desespera, a su vez, ¿elige, y qué elige? Se elige así mismo, no en su inmediatez, no como este individuo accidental, sino que se elige así mismo en su valor eterno.”[3]
Esta decisiva elección connota una intensa conciencia del carácter real de posibilidad,  libertad y del sujeto.
La “desesperación” funciona como pieza clave en la crítica ética de la existencia estética porque dicha categoría facilita una comprensión más profunda de aquella vida dañada, que el esteta sólo puede mostrar, pero de la que no puede dar razones.
El termino elección aparece de manera concreta en la segunda parte de lo “O lo uno o lo otro” bajo la pluma del seudónimo ético, el juez Guillermo. Aquí la elección está muy lejos  de  ser un acto superfluo, relativo a los gustos o preferencias, propio del hombre estético o algo que haya que evitar. Sino que la elección es un momento necesario para emerger de la inmediatez de los placeres y de la concepción del yo como algo meramente finito: “Uno se elige a sí mismo en su validez eterna.”
[4] Es el pasaje a la existencia ética donde el sujeto asume  la responsabilidad del propio pensamiento y del propio actuar. La elección implica una estabilidad y una continuidad, que la vida estética, como búsqueda incesante de variedad, ha excluido de sí misma. Esto último sitúa a un individuo que se comprende y comprende el mundo en su simplicidad. Al comprender, tenemos la facilidad de poder elegir acertadamente lo que queremos. Contrario a la duda, principio de desesperación en aquel que no cree, es más no cree en sí mismo, vuelca su mirada hacia lo objetivo, lo externo, como salvación en una radical negación de sí mismo.
 “Este hombre descubre entonces que el sí mismo que ha elegido contiene una infinita multiplicidad, y ello porque tiene una historia, una historia en la que él reconoce la identidad consigo mismo. Esa historia es variada, pues en ella se relaciona con otros individuos de la misma especie, y aunque esa historia contiene algo doloroso, él es sólo en virtud de esa historia. Por eso se necesita para elegirse a sí mismo, pues cuando más pareciera aislarse, más penetra al mismo tiempo en la raíz a través de la cual se conecta con el todo. (…)
No puede rechazar nada de ello, ni lo más doloroso, ni lo más gravoso, pero la expresión de esa lucha, de esa adquisición, es el arrepentimiento. Se arrepiente en dirección de su propio pasado, a su familia, a la especie, hasta que se encuentra el mismo en Dios. Sólo con esa condición puede elegirse así mismo, y esa es la única condición a la que espira, pues solo así puede elegirse así mismo de manera absoluta.”[5]
El sujeto ético ha sometido a la infinitud de sus posibilidades al arduo examen de la desesperación, rompiendo de ese modo la ilusión de la interioridad secreta al tomar una decisión manifiesta, visible y significativa para otros. Ha desesperado y en esa desesperación no solo se ha elegido así mismo una vez, sino que permanece en esa elección, y en esa elección llega a hacerse manifiesto.  Es decir, es un proceso mediante el cual el secreto de la existencia se trasforma en fundamento de la existencia manifiesta.
A diferencia del hombre del estadio estético, que solo se elige de manera ilusoria, el individuo ético se elige a sí mismo en la desesperación, elige la historicidad concreta en la que se relaciona con sus semejantes. Adentrase al fondo de sí mismo lleva al existente real a reconocerse en la desesperación  como un ser histórico, que ha mantenido relación con sus semejantes, pero también como algo más. Reconoce su identidad autentica. Se reconoce como espíritu más allá del cuerpo y del alma.
El seudónimo ético del juez Guillermo en O lo uno o lo otro pone la elección de si mimo en tensión a una búsqueda del valor eterno del yo, una búsqueda guiada por el arrepentimiento respecto a todas las relaciones finitas. Este valor eterno del yo solo puede ser objeto de una elección absoluta. Es necesario entonces que el individuo ponga nuevamente  el centro de su existencia  en su propio ser. “es necesario que el yo se elija a sí mismo y, de este modo, logre ser plenamente sí-mismo en el mundo y con los otros.”
“La elección de la desesperación   es, por tanto, yo mismo, pues si bien es cierto que, al desesperar desespero de mí mismo tanto como todo lo demás, el sí mimo del que desespero es algo finito, al igual que cualquier otra cosa finita, pero el sí mismo que elijo es el sí mimo absoluto, o mi si mismo en su valor eterno.  Es absoluta la elección únicamente cuando el yo se elige a sí mismo según su valor absoluto, esto es, según la relación íntima de sí mismo con Dios.”
Este descubrimiento de sí mismo, impulsado por la experiencia de la desesperación, lo acompaña la conciencia de que el plano de lo inmediato no es el único ni el absoluto, y esta conciencia de sí le genera profunda vergüenza por el error de haberlo considerado de semejante modo. Se manifiesta así, la experiencia del pecado y con ella la del arrepentimiento. Mientras, que en ese mismo instante, se descubre el tembloroso valor eterno del yo que trasciende el ámbito de todas las relaciones finitas.     
En el interior el pecado causa una intensa angustia en el individuo. La subjetividad angustiada percibe no solo la culpa sino también la libertad. Este descubrimiento de su naturaleza libre le genera atracción y rechazo ente las posibilidades existenciales que le ofrecen. Nada está determinado, todo depende de su elección libre respecto a su propia vida. Surge así la angustia como conciencia frente a la libertad  y posibilidad que siente el ser humano cuando reconoce su identidad espiritual. El sujeto que se descubre como síntesis espiritual de cuerpo y alma, se sabe existente en el tiempo; es decir entre el pasado - desde la culpa - y el futuro - desde la  libertad-. Ésta última, se da en el instante, entendido éste como irrupción de la eternidad en el tiempo, la decisión en la que el hombre se juega la eternidad.
 Es decir que el sujeto que ha descubierto su valor absoluto y trascendente como espíritu y que siente una enorme responsabilidad frente a sus decisiones, es consciente del eco eterno de su elección, con lo que su ser, que habita el tiempo, se eleva por encima de éste aceptando en el instante la posibilidad real de la libertad. La angustia, es así, la conciencia de que en el instante puede decidirse la totalidad del sentido de la existencia.
El individuo, en especial el cristiano, al hacerse consciente del pecado, descubre  la libertad como posibilidad real que le compromete eternamente ente lo absoluto en el instante de la elección. Como bien lo ha expresado Fabro,  en sus investigaciones, Kierkegaard ha creado un Yo Teológico, un yo delante de Dios que alcanza una cualidad nueva de medida infinita. Un yo que se trnsciende así mismo en razón de su interioridad, que tiene conciencia de que existe delante de Dios. 
«Cuando todo se ha vuelto sereno, solemne como una noche estrellada, cuando el alma está sola en el mundo entero, entonces aparece ante ella, no un ser superior, sino la potencia eterna misma, el cielo se entreabre, por así decir, y el yo se elige a sí mismo o, más bien, se recibe a sí mismo. Entonces el alma ha visto lo más sublime, lo que ningún ojo mortal puede ver y que jamás puede ser olvidado, entonces la personalidad recibe el espaldarazo que la ennoblece para la eternidad. No se convierte en algo distinto de lo que ya era, sino que llega a ser ella misma. Del mismo modo que un heredero no posee antes de la mayoría de edad los tesoros del mundo entero, aun cuando sea el heredero de ellos, así la personalidad más rica no es nada antes de haberse elegido a sí misma y la personalidad más pobre que pueda imaginarse lo es todo cuando se ha elegido a sí misma; pues la grandeza no consiste en esto o en aquello, sino que se encuentra en el hecho de ser uno mismo, y todo hombre puede serlo, si lo quiere»[6]
 
Conclusión
La desesperación permite conocernos, conocer nuestro espíritu, no tal como debe ser, sino tal como está, sumido en el desosiego de haber  llevado un vida de espalda a lo trascendente.  Ahora bien, la desesperación, la auténtica desesperación,  tiene un papel importante; si alguien desespera es porque se conoce: “si uno ha elegido de verdad la desesperación, ha elegido en verdad aquello de la desesperación elige: el sí mismo en su valor eterno.”  Podemos decir que la elección abre el camino de acceso al yo infinito, que es tal,  por estar abierto al ser divino. De ahí que la elección nos pone de frente a quienes somos. El hecho de elegirse a sí mismo es idéntico al hecho de arrepentirse. Arrepentirse es superar es superar los propios límites para ponernos de cara a Dios en un Sí eterno.  
 
 
 
 
 

[1] KIERKEGAARD, Sören. Estética y ética en la formación de la personalidad.p.15
[2] Ibid. p 49
[3] KIERKEGAARD, Sören. “El equilibrio entre lo estético y lo ético en la formación de la personalidad en O lo uno o lo otro, Trotta, Madrid, 2008. p. 192
[4] KIERKEGAARD, Sören. Estética y ética en la formación de la personalidad.p.76
[5]KIERKEGAARD, Sören “El equilibrio entre lo ético y lo estético en la formación de la personalidad” en O lo uno o lo otro. p. 198.
[6]KIERKEGAARD, Sören. Estética y ética en la formación de la personalidad, Nova, Buenos Aires, 1959.p.33

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