JIMENA SCHRUPP CRISTALDO: "Kierkegaard y el temblor en la palabra"
Instituto Albert Schweitzer

Podríamos comenzar el presente texto exponiendo la definición que la Real Academia Española propone de la fe y que la presenta como “el conjunto de creencias de una religión”[1]. Sin embargo, desde una lectura kierkegaardiana, esta definición no alcanza a la fe como aquel movimiento capaz de sacudir el mundo de alguien que realmente cree. En este sentido, para el sujeto, la fe no es aquello que meramente establece ciertas pautas sobre cómo vivir su vida sino que es su vida.   
En relación a esto bien podemos recordar la dicotomía expuesta por el filósofo entre  cristianismo y  cristiandad. La misma puede entenderse como una diferenciación entre dos modos de vida: Por un lado, se encuentran aquellos que adscriben a la religión por una necesidad de “curar” la muerte, puesto que -como sostiene el autor en Tratado de la desesperación- para el cristiano la muerte no es más que el pasaje a una nueva vida, acabando así con el carácter terminal de la muerte que tanto aterra a la cultura occidental evidencia de esto se puede leer en La enfermedad mortal, cuando el filósofo comenta:
               “(…) en el lenguaje de los hombres, la muerte es el fin de todo y como ellos dicen mientras dura la vida, dura la esperanza. Pero para el cristianismo, de ningún modo la muerte es el fin de todo, ni un simple episodio perdido en la única realidad que es la vida eterna; y ella implica infinitamente más esperanza de la que comporta para nosotros la vida, incluso desbordante de salud y fuerza. Así, para el cristianismo, ni la misma muerte es la enfermedad mortal (…)”  
[2]
 Y por el otro, aquellos que realmente tienen fe. Esta diferencia no afecta exclusivamente al motivo que lleva a los creyentes a creer, sino que también interviene en la forma en la que se vive esa creencia. Es posible rescatar un ejemplo de esto en Temor y temblor cuando Johannes de Silentio se pregunta: “Generaciones innumerables han sabido de memoria y palabra por palabra la historia de Abraham; pero ¿a cuántos ha entregado al insomnio?”[3].
            Podemos afirmar que la diferencia entre estos dos modos de vida recae principalmente en cómo cada uno de ellos se deja afectar por la fe: Por su parte el cristianismo es capaz de recibir y vivir el don de la fe y, consecuentemente, vivir la religión de modo tal que el sujeto no sólo se deja llevar por ella sino que también existe a disposición de esta y de Dios.
“Leemos en la Escritura: "Y Dios puso a prueba a Abraham  y le dijo: Abraham, Abraham, ¿dónde estás? Y Abraham  le respondió: "Aquí estoy". ¿Has hecho otro tanto tú, a quien se dirige mi discurso? ¿No has clamado a las montañas "¡ocultadme!" y a las rocas "sepultadme" cuando viste llegar desde lejos los golpes de la suerte? O bien, si tuviese más fortaleza, ¿no se adelantó tu pie con lentitud suma por la buena senda? ¿No suspiraste por los antiguos senderos?  Y cuando el llamado resonó ¿guardaste silencio o respondiste muy quedo, quizás con un murmullo? Abraham  no respondió así; con valor y júbilo, lleno de confianza y a plena voz exclamó: "¡Aquí estoy!"
[4]
Por el contrario, y aun a pesar de que vivir religiosamente, la cristiandad se ve incapacitada de dar el salto necesario en “lo Absurdo” que involucra la fe, esa misma incapacidad de prescindir de la razón provoca que, a diferencia del cristianismo, la cristiandad se pregunte qué pueden hacer Dios y la fe por ella y no al revés, transformando a la relación entre Dios y los  hombres en una relación especulativa y mundana. El filósofo danés alude a esto al decir que: “Aunque podamos formular conceptualmente la sustancia de la fe, no por eso hemos asido la fe, como si penetrásemos en ella o ella se introdujese en nosotros”[5]. O sea que uno puede conocer la fe en cuanto a teoría sin ser capaz de poseerla o, en otras palabras, sin permitirse ser afectado por esta.
            Unos párrafos atrás citamos la historia de Abraham, expuesta por Kierkegaard en Temor y temblor, el uso de esta historia bíblica sobre el nombrado "padre de la fe" puede entenderse como una forma indirecta de comunicarse con un receptor que ya muestre cierta predisposición a ser conmovido por la historia y que sea capaz de comprender que al utilizar esta analogía nuestro autor busca cuestionar hasta qué punto puede llegar un hombre cuando es realmente guiado, incluso arrastrado en cierta medida, por la fe. En este sentido, Abraham y su presentación como “caballero de la fe” sirven como disparador para detenerse en cómo la fe determina el modo en el que un individuo se desenvuelve por y a partir del otro.
            A raíz de esto, y retomando lo planteado al inicio de este texto, cabe preguntar ¿qué es, entonces, la fe? No podemos jugar a ser capaces de darle una respuesta concreta a esta pregunta, sin embargo, si la entendemos como aquel don otorgado a los hombres por Dios al momento de la creación y que le permite a estos darle sentido a la existencia y a las elecciones que realizan, quizás nos acerquemos un poco más a una definición que se ajuste a nuestras necesidades. La (im)presencia de la fe tiene la capacidad de construir el mundo de los que (creen que) la poseen, definiendo modos de vida, como los ya mencionados, que al mismo tiempo fundan un marco ético en el cual las personas deben desenvolverse. A pesar de esto, tal como muestra la historia de Abraham, la fe rompe con la ética. Podemos interpretar que existe una tensión entre ética y fe debido a la intervención de la razón y el rol que ésta desempeña en la comunidad humana. En el momento que un acontecimiento patentiza la existencia de las fuerzas que se disputan al sujeto aparece un instante de decisión en el que éste debe optar por guiarse por la razón y operar dentro de los marcos éticos, o dejarse llevar por la fe aceptando las consecuencias que esta decisión conlleva y teniendo el coraje necesario para mantenerla hasta el final. Incluso cuando la fe haga temblar el mundo, erradique el tiempo y sumerja al sujeto en una sensación de eternidad e incluso le valga el repudio de toda su comunidad si el sujeto se mantiene fiel a su decisión entonces puede ser considerado un “caballero de la fe”. Esto último representa la historia de Abraham y Kierkegaard no falla en remarcarlo cuando dice:
“Por la fe Abraham dejó la tierra de sus mayores y fue extranjero en tierra prometida. Abandonó una cosa, su razón terrestre, y tomó otra, la fe; si no, pensando en lo absurdo de su viaje no habría partido. Por la fe fue extranjero en tierra prometida, donde nada le recordaba aquello que amó, mientras que la novedad de todas las cosas introducía en su alma la tentación de un doloroso arrepentimiento.(…)El tiempo pasaba, quedaba la posibilidad y Abraham creía. El tiempo pasó, la espera se hizo absurda, y Abraham creyó. Se ha visto también en el mundo a quien tuvo una esperanza. Pasó el tiempo, la tarde llegó á su ocaso, pero este hombre no tuvo la cobardía de renegar de su esperanza; por eso tampoco se le olvidará nunca. Luego conoció la tristeza y su amargura, lejos de decepcionarlo como la vida, hizo por él todo lo que pudo y con su consuelo le dio la posesión de su burlada esperanza. Conocer la tristeza es humano, humano es participar de la pena del afligido; pero más grande es creer y aun más reconfortante contemplar al creyente”
[6]
            Para concluir, podemos afirmar que una de las grandes diferencias que separa a los cristianos entre sí se encuentra en la incapacidad de algunos de ser receptores de algo más que palabras muertas y vacías mientras que otros son capaces de oír y apropiarse de la palabra de aquel totalmente otro, en el sentido de que esta no sólo suspende su mundo sino que, al mismo tiempo, lo transforma convirtiendo a la fe en el motor que mueve sus vidas. Tal es el caso de Abraham quien ante el pedido de Dios respondió con un “heme aquí” sin haber pensado ni cuestionado una sola de las palabras que le eran dirigidas y, en su acto de fe, hizo temblar a su mundo fracturando la ética y arriesgando aquello que más amaba porque así se le había ordenado y atreviéndose a dar ese salto en lo absurdo que tanto horroriza a la cultura occidental desde tiempos remotos.

 

[1] Real Academia Española. (2018). Diccionario de la lengua española (23.a ed.). Consultado en shorturl.at/ijMY5
[2] Kierkegaard, S. (2009). La enfermedad mortal. [archivo PDF]. Madrid, España. https://bit.ly/2UtT9Dc P8
[3] Kierkegaard, S. (1958).  Temor y Temblor. Recuperado de: shorturl.at/bdlzM. P.20
[4] Kierkegaard, S. (1958). Génesis en Temor y Temblor. Recuperado de: shorturl.at/bdlzM. P.16
[5] Kierkegaard, S. (1958).  Temor y Temblor. Recuperado de: shorturl.at/bdlzM. P.5
[6] Kierkegaard, S. (1958).  Temor y Temblor. Recuperado de: shorturl.at/bdlzM. P. 12-13

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