ARIEL FERNANDO GARIS: "De Babel a Pentecostés o de la palabra como división y unión"
Universidad Católica de Córdoba

En la tradición cristiana Dios se reveló a los hombres y les dio su Palabra. Pasando por innumerables controversias, los Padres de la Iglesia entre los siglos IV y V, dejaron establecido el canon y la organización de los libros inspirados que integran la Biblia o base doctrinal de la fe cristiana. Las autoridades romanas aceptaron la traducción que San Jerónimo hizo del griego y del hebreo al latín, la Vulgata del año 382. Andando el tiempo, en el siglo XVI, durante la Reforma protestante, del latín se tradujo a los idiomas populares. En las traducciones a las que la Biblia se sometió, las palabras perdieron el peso simbólico que por naturaleza y tradición llevan consigo, pero lo que no perdió potencia fueron las imágenes. Éstas tienen una fuerza singular, la que remite a nuevas lecturas de los eventos relatados. La Biblia es una fuente invaluable de sabiduría, la respuesta a una pregunta que hacemos en la actualidad. A la respuesta, no obstante, también debemos elaborarla o interpretar el mensaje recóndito que entre las imágenes desea salir y alumbrar.
La herencia del pueblo judío está presente en el Antiguo Testamento. Con una rica literatura, cuyas fechas de composición resultan muy difíciles de precisar en la historia, estos textos fueron gestándose en distintas épocas y con objetivos disímiles. Contamos con el Génesis, el libro de Job, los Salmos y aquellos que contienen las arengas y visiones de los profetas vertidas al pueblo de Israel. Los símbolos, las imágenes, las metáforas, los recursos poéticos con el que se redactaron, exponen el carácter puro del estilo empleado, alejado de toda confusión retórica para transmitir a pueblos de escasa formación un mensaje. Los recursos alegóricos para explicar el origen de la vida se entremezclan con consejos o proverbios que encierran una sabiduría práctica para que el hombre adopte frente a sus semejantes. En el caso de los profetas, sus discursos están dirigidos al respeto de Ley. Pero el mito era otra vez utilizado para achicar las distancias culturales y explicarnos lo que un discurso convencional no puede contemplar. Generalmente presentan a Yahvé como un Dios que desde lo alto lo observa todo y que puede −si así lo decide− intervenir en el mundo, algunas de las características del Dios veterotestamentario, propios de la Tradición yahvista. En ocasiones, está enojado y parece abandonar la tierra sumergiéndola en la oscuridad.
El primero de los libros del Antiguo Testamento, el Génesis o libro de los comienzos, nos cuenta cómo sucedió la creación del mundo y la aparición del hombre, de su pecado de desobediencia y de su expulsión del Paraíso; del fratricidio cometido por los hijos de Adán y Eva y nos presenta Noé como el principal protagonista de una gran catástrofe; también menciona una curiosa historia en la que Yahvé se interesa por la ciudad de Babilonia. En ella, tanto había reinado la maldad y la perdición, que el castigo no se hizo esperar.
Descifrar el contenido implícito de la Biblia continúa causando perplejidad y disensos. Es de amplio conocimiento el pasaje en Génesis 11 en torno a la historia de la torre de Babel. En aquel tiempo la humanidad hablaba una sola lengua y el orgullo de los hombres hizo que se rindieran culto a sí mismos levantando una elevada torre para sentirse agradecidos de su propio ingenio. Este comportamiento fue desaprobado por Yahvé que se ocupó de volver a castigar semejante desvío.
El capítulo comienza diciendo que en toda la tierra se hablaba una misma lengua y se usaban las mismas palabras. Desde Oriente, los hombres llegaron a un lugar dentro de la geografía mesopotámica, en lo que hoy es Irak. La ciudad pronto comenzó a poblarse y se alzaron edificios. Es de subrayar la siguiente referencia a los materiales utilizados para construir la ciudad: el ladrillo unido con betún, técnica desconocida en la Palestina, donde las construcciones eran de piedra y de cal. La zona era arcillosa, por lo tanto, era propicia para la fabricación del ladrillo. En cambio, a la piedra se la encuentra, se la moldea y se la usa directamente para la construcción. El avance tecnológico es otro atributo del orgullo. Mientras la ciudad se desarrollaba, sus habitantes levantaron una torre cuya cúspide debía llegar hasta el cielo. Todo el mundo podría verlos, los demás pueblos podían identificarse con la ciudad, naciendo de esta manera una incipiente idea del cosmopolitismo.
Y aquí fue cuando Yahvé intervino. Descendió hasta el mundo corrompido para ver la ciudad con su torre aún sin terminar y decidió que el trabajo debía cesar. No le agradó que todos hablaran una misma lengua. Sentenció la empresa en la que los hombres estaban y que los llevaba a ser como dioses. Con su oficiosidad, Yahvé humilló el orgullo colectivo y confundió las lenguas.  Consiguió que un pueblo no pudiera hacerse entender con otro y sin entenderse se distribuyeron en la zona. El mensaje queda claro en cuanto manifiesta el poder de Dios para intervenir y torcer el rumbo de la historia. También conviene sumar que la palabra empleada por el Creador es inmediatamente realidad, se cumple y no tiene revisión. Yahvé manifiesta su visión pesimista con respecto a las formas más avanzadas de urbanización y de progreso, por estas razones decide hacer algo, aunque ese algo esté lleno de paradojas y puntos por precisar.
Babel es ahora un término que usamos como sinónimo de confusión. La raíz hebraica balal equivale a confusión. La ciudad de Babilonia era famosa por su arquitectura deslumbrante, tenía predilección por lo suntuario y pomposo; de naturaleza pecaminosa, desmesurada, el hombre entre sus muros se exaltaba a sí mismo. Esta marca en la ciudad inspiró a Jorge Luis Borges para redactar el cuento La lotería en Babilonia de 1941. En su cuento, Borges nos pone en el terreno del azar y del destino. La libertad y la buena suerte de los babilonios que participan de los sorteos dependen de un giro azaroso, de un pequeño rectángulo de pergamino que contiene un símbolo, así de insignificante puede llegar a ser el vértigo de la vida: “He conocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre”, dice el protagonista. En otro cuento, también del mismo año, La Biblioteca de Babel, Borges retoma la idea del desorden y el caos. Los libros y volúmenes de la biblioteca son interminables y todos se contradicen entre sí. Sin embargo, el personaje, un alter ego del autor, abriga la esperanza de encontrar al libro que contiene a los demás libros, el libro de libros y recuperar la noción de orden dentro de ese universo, aunque las amenazas son continuas. La torre de Babel era uno de los famosos zigurats o templos que cumplían una doble función, como culto y como observatorio. La torre bíblica fue un zigurat, una construcción concreta y real, que Yahvé detuvo mientras se encumbraba.
A lo largo de la lectura de la Biblia hay un juego ambivalente entre la luz y la oscuridad. El Nuevo Testamento posibilita el encuentro del hombre con el Dios lejano y severo. El Dios del amor anunciado en los Evangelios es el mensaje de la Salvación universal, una Nueva Alianza, ésta vez dirigida a todos los pueblos. Los acontecimientos, entonces, transcurren entre la ira o decepción de Yahvé y su Encarnación en Cristo, cuando redime al género humano. La promesa fue cumplida. El Nuevo Testamento nos ofrece al Dios del amor con un mensaje de unidad y hermanamiento, porque de eso se trata el amor, de la reciprocidad entre el que ama y el amado. Jesús lleva en su nombre implícita la noción de Salvación. Los evangelios dan testimonio de su vida, sus milagros, sus enseñanzas, su muerte y su Resurrección.
Entre las costumbres de Jesús estaba retirarse al desierto a orar y meditar en silencio. En esos retiros tuvo que soportar las tentaciones, a la que respondió con el mismo silencio, con palabras escuetas. El silencio debe considerarse como una de las enseñanzas de Jesús. Luego confió su doctrina a sus seguidores, los Apósteles. Tras su muerte, éstos estaban detenidos en la impotencia. El libro de los Hechos de los Apósteles narra la fundación de la Iglesia y la expansión de la nueva fe resistida por el paganismo dentro del Imperio romano. Su propagación sufrió varios escollos y las persecuciones produjeron los primeros mártires. En Hechos 2, del versículo 1 al 13, tenemos el reverso de lo sucedido en Babel. Durante la fiesta de Pentecostés, que para los judíos seguía en importancia a la Pascua y se celebraba cincuenta días después de ésta. Muchos judíos llegaban de varias naciones hasta Jerusalén para esta festividad, por lo tanto, en el día de Pentecostés hubo muchos testigos de lo que allí ocurrió. Los Apósteles se encontraban reunidos discutiendo los asuntos de la iglesia primitiva. La gente se alarmó por el alboroto y fue a ver qué pasaba; de repente un viento que vino del cielo invadió el lugar. El viento cobró forma de lenguas de fuego que se dividían y se apoderaban de ellos. El viento y el fuego simbolizan al Espíritu Santo que obró un milagro y los Apósteles comenzaron a hablar en lenguas extrañas y los extranjeros presentes las comprendían asombrados. El Espíritu reavivó los corazones desfallecidos de los Apósteles después de la muerte de Jesús. Jerusalén es presentada como la contracara de Babilonia. Nuevamente los pueblos volvían a unirse y congregarse, esta vez en la unidad del Cristo resucitado.
Todos los forasteros se habían dirigido hacia la casa y oyeron que los presentes hablaban en sus lenguas, fuera de sí, como borrachos. El Espíritu se encargó de restablecer la unidad de los hombres dispersos a través del don de lenguas. El mundo estaba presenciando el nacimiento de la iglesia. Dios había llamado a los hombres a su casa.
Si la Palabra es capaz de separarnos o unirnos o de lograr familiaridad con el extraño, son interrogantes contenidos en Babel y en Pentecostés, dos acontecimientos señalados en el universo infinito de un libro para todos los tiempos. La dualidad es una bifurcación en el camino. Creer es entregarse, acoger la Palabra, desmenuzarla en silencio, rumiarla, disponer de la totalidad de su mensaje para hallar sentido a la existencia. el hombre está distraído en el mundo moderno a causa de la marea hedonista que arrastró a la cultura. El malestar de esta situación está sintetizado en cuatro palabras bíblicas: “aguijón en la carne”. Esta figura paulina fue trabajada por el filósofo danés Sᴓren Kierkegaard (1813-1855) en sus Discursos edificantes escritos entre 1843 y 1845, compendio de numerosos textos con lo que inicia una carrera de como escritor y pensador eminentemente religioso. Allí se consagra al estudio de pasajes bíblicos significativos y encuentra su vocación, pensar críticamente el cristianismo burgués. En uno de ellos, justamente la intención es señalar que Pablo en el capítulo 12 de la Segunda Carta a los Corintios, utiliza esa expresión no para referirse a algún tipo de padecimiento físico o externo, como podían ser las calumnias o divisiones de esa comunidad o las persecuciones de las que era objeto, sino que en él están presentes los recuerdos del pecador, la memoria que no da tregua, el implacable Saulo y la ejecución de San Esteban. El aguijón es el pasado que constante y dolorosamente vuelve. Pablo menciona a un extraño ángel que siempre recuerda desconsoladamente el pasado. La batalla espiritual ha comenzado y el hombre es frágil en ese terreno.
Un poco antes, bajo el seudónimo de Johannes de Silentio, Kierkegaard publicó Temblor y temblor en 1843. El sacrificio de Abraham es el tema central del libro. Siguiendo su propia fe, Abraham se dispone a obedecer a Dios y sacrificar a su único hijo. Pero es significó romper con los valores o normas de la sociedad. Cuando el hombre descubre a Dios por la razón, empieza para la razón el problema porque el ser descubierto es inconmensurable. La experiencia religiosa es el dominio de la soledad, una relación privada entre el Creador y el hombre, caracterizada por ser paradójica y escandalosa, pues clocó a Abraham en el infierno de la incertidumbre y la desesperación. Para descifrar lo oculto, penetrar en la interioridad del individuo espiritualmente constituido, el danés introduce en otros trabajos suyos, la categoría del silencio como el nido en el que la Palabra nacerá. La eficacia transformadora se logra porque tiene poder para operar en la realidad. La apertura interior hace posible el diálogo entre Dios y el hombre. El silencio es obedecer, una parte más del lenguaje, conecta al individuo con el infinito y revitaliza su lugar dentro del plan divino. Se necesita abandonar la curiosidad humana y su ansiedad de inmediatez para beber el mensaje de su propia fuente, un estado de disponibilidad para que la Palabra sea fecunda. Abrazar la Palabra nos convierte en testigos y supone la experiencia personal con Dios. En Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo, Kierkegaard, dice: “Oyente mío, con respecto al cristianismo, no hay nada a lo cual todo hombre esté por naturaleza más inclinado que a tomarlo en vano”. El sermón apunta a que la institucionalización de la religión apagó el fuego del amor. El Pentecostés en la filosofía kierkegaardiana es un morir a, un “morir a toda esperanza puramente humana”, una renuncia al mundo y a sus cosas, para que el Espíritu dote al hombre de sus virtudes. Sólo de este modo, el cristianismo no será tomado en vano.
La parábola de Babel refiere a la soberbia humana que se torna rival de Dios, porque supone la construcción de un mundo creado a sus espaldas. La consecuencia de este pecado rompe con la unidad, pero el milagro narrado de Pentecostés es la reparación aquel daño causado, tanto en el individuo como en la comunidad. Babel y Pentecostés no desaparecieron, forman parte de la memora del mundo; ambos episodios sobreviven y se entrecruzan. Ante la desesperanza que provoca un tiempo de aturdimiento y miedo a un viaje al centro más profundo de la dimensión interior, la humildad luminosa del silencio es el remedio propuesto por Kierkegaard. La ciudad moderna es una Babel en la que los hombres no llegan a entenderse y están esclavizados a la ambición o codicia que los fragmenta. Sin embargo, la función reconciliadora del amor cura la enfermedad de la soledad y el egoísmo. Esta dialéctica de sentimientos encontrados, por más curioso que parezca, recién ha comenzado.

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