CAROLINA SAYLANCIOGLU: "«In vino veritas» o la pregunta por el ser de la mujer"
Fundación Descartes

carosay@hotmail.com
 


I
            Así como en El Banquete de Platón unos hombres se proponen elogiar al amor –el demonio Eros-, dos milenios después en In vino veritas de Søren Kierkegaard unos hombres desplazan ese elogio del amor a la mujer. El elogio que tiene por objeto a la mujer intenta responder la pregunta que suscita su existencia, intenta capturar su ser mediante la reflexión. En In vino veritas, Eros, el demonio, es la mujer.
            En El Banquete de Platón hay una mujer, Diotima de Mantinea, que si bien está ausente, enseña por medio de un hombre –Sócrates- sus verdades sobre el amor. Dicho de otra manera, allí hay un hombre que transmite su sabiduría inspirado en las enseñanzas de una mujer. En In vino veritas, en cambio, se atienen a la regla de no contar historias de amor, o sea, de no hablar de mujeres particulares, haciendo tender los discursos sobre las mujeres a un universal que daría cuenta de que todas son una en «la mujer» de la que se habla: un imposible. La pregunta por el ser de «la mujer» alrededor de la que giran los discursos vuelve imposible el acceso al menos a una de la que se extraiga una respuesta.
 
II
            In vino veritas se presenta como un recuerdo evocado por William Afham. Así como en El Banquete Platón se sirve de las máscaras de sus oradores para hacer pasar sus ideas, en In vino veritas Kierkegaard se sirve de las suyas, pero a diferencia de El Banquete, cuya narración trata un relato que ha pasado de boca en boca, de Aristodemo a Apolodoro y etcétera, la narración de In vino veritas se excusa como un recuerdo. La complejidad que evocar un recuerdo acarrea es advertida y desplegada en un preámbulo que el texto le dedica al arte de recordar. Recordar es un arte y lo que de él resulte caracterizará la transmisión de una época, así como la narración oral caracteriza a la antigua y la escrita a la moderna.
            Recordar, distinto de acordarse y de hacer memoria, es un arte que exige de la reflexión. “Para la formación de un recuerdo se requiere el conocimiento de las contradicciones de los sentimientos, de las situaciones y del medio”
[1]. Por ejemplo, el arte consistiría en experimentar nostalgia de la patria permaneciendo en la propia casa. Solo en el caso de que se trate de un recuerdo verdadero no existirá el olvido, dice Kierkegaard. Lo verdadero está en el arte de evocar. En este banquete, el arte evoca a la mujer.

III
            Constantino es quien ha invitado y quien adopta como símbolo de la fiesta las palabras «in vino veritas» para indicar que los discursos deben realizarse estando in vino, y que las verdades deben ser las que se encuentren en ese estado, pues “el vino es la defensa de la verdad, como la verdad es la del vino”. La defensa será el estado que los hombres de este banquete encuentren para evocar su recuerdo de la mujer. Si en El Banquete se evocaban las enseñanzas de una, la extranjera Diotima, aquí serán más de una las que se recuerden para evocar alguna enseñanza, pero en el afán de definir con ellas un solo ser. Constantino Constantinus, “modelo de anfitriones”, propone, en cuanto a los temas de los discursos, que se hable del amor o de las relaciones entre hombres y mujeres, pero sin contar historias de amor, aun cuando éstas pudieran formar la base de las concepciones. La ausencia de la primera -Diotima- en el banquete antiguo, y la abstención de las segundas en el banquete moderno son transcripciones masculinas de lo imposible.
            Las reflexiones variarán entre dos polos que podrían ser, en un extremo, los argumentos sobre por qué las mujeres jamás deberían participar de un banquete, y en el otro, el preguntarse, el último de los oradores, para qué hablar aquí si el vino está muy bien pero es menester que “una niña” le haga compañía para que tome la palabra.
            Así, de manera menos idealista y más romántica, la mujer –en más de una versión- será la protagonista de este banquete que la homologa a Eros. Hasta tal punto se volverá objeto de la reflexión, que prolongará así una de las verdades socráticas del banquete de Platón: el hombre que busca sabiduría en el amor la encuentra en la mujer mejor que en ningún otro lado.
Cercana a la verdad, la mujer en tanto polo opuesto se vuelve, por momentos en esta obra, la máxima realidad, y por momentos un espejismo o una broma.
 
            El joven, inexperto en el amor, sabe sin embargo lo suficiente como para rehuirle. Teme al amor por la idea que se hace de él. En la idea encuentra la contradicción y, por ende, lo cómico. “Yo digo que el amor es cómico a los ojos de una tercera persona”. Ignora si esto se debe a que los enamorados odian siempre a un tercero, pero sabe que la reflexión es siempre un tercero. ¿No es cómico que el amor, que debe explicar y embellecer la vida no sea como un grano de mostaza del que saldrá un árbol sino algo más minúsculo, es decir, nada en absoluto? No hay en el amor un solo criterio que pueda ser indicado de antemano, ni una sola razón para la elección de «ésa» mujer, la única en el mundo entero, «como lo hizo Adán cuando eligió a Eva porque no había otra». La explicación que dan los enamorados es cómica pero nadie se ríe del amor. Así, cada enamorado es tan risible como cualquier otro, y siempre hay razones para reírse de otros enamorados porque el amor no se deja explicar en absoluto. El joven que se burla del amor confiesa, sin embargo, que su iluminación sobre el aspecto cómico es consecuencia de un temor de especie trágica. Se aparta del camino porque teme ridiculizarse por el amor, lo considera un peligro. Se pregunta qué hacer para evitar el peligro de ver a una mujer enamorarse de él. Sus respuestas quieren agotar la reflexión y componen un discurso lleno de dudas que encuentra el límite de la experiencia.
 
            Constantino quiere ir más lejos que el joven y se propone hablar de la mujer. Es también por reflexión como se aproxima a su categoría. Su descubrimiento impar consiste en haber encontrado en la categoría de la broma la única concepción justa de la mujer. La torna inofensiva y divertida, y evita así el mal irreparable que haría ver al hombre como un ridículo que avizora lo trágico. “La broma no es una categoría estética sino una categoría ética en estado embrionario.”
[2] A causa de la broma, siempre hay que tener un mínimo de seriedad. De aquí derivará la cuestión de la fidelidad, que pone al amor y a la muerte en relación recíproca. Nuestro joven amigo, dice Constantino, parece querer comenzar en el amor por la infidelidad, pero aterrado, se abstiene. La mujer que ama, muere, muere de amor. Muere porque ella es hombre, al menos para decir lo que no sería digno de un hombre.
 
            Víctor Eremita habla. Agradece ser hombre y no mujer: “ser mujer es algo tan extraño…”. Víctor Eremita habla y no solo hace aparecer la negatividad de la existencia, sino toda su ironía. Da algunos consejos sobre matrimonio y galantería, o sea, sobre relaciones positivas y relaciones negativas con la mujer; habla de la idealidad que el hombre solo encuentra en una reduplicación; y sobre lo turbado, por naturaleza, de la relación erótica del hombre, que encuentra siempre su vida en lo que constituye el aniquilamiento de la vida de ella. Víctor Eremita no abandona la reflexión, pero sus categorías están fundadas en la existencia, aun cuando el espíritu no se deja expresar de manera espontánea
[3].
 
            El comerciante de modas acusa de conspiradores a los anteriores y se jacta de conocer a la mujer realmente, por su lado débil, lo que lo hace un rabioso. Entre cuchicheos, coquetería y adorno, él entiende que la mujer desea siempre estar a la moda y que es en la única cosa en que piensa, pues ella tiene espíritu
[4]. La máxima expresión del adorno -del pañuelo- es la moda, “ese fantasma formado por las desnaturalizadas relaciones de la reflexión femenina con la reflexión femenina”. La idea de la moda podrá variar, pero « ¡desgraciada de la mujer fuera de rango, de la cenicienta que no lo comprende![5]», pendiente de si la dama que pasa ha notado la idea que ella se ha formado de la moda: « ¡pues para quién se adorna ella sino para las otras damas!». Asimismo, la manía por la moda llevará al comerciante de modas a decir algo interesante sobre el pudor femenino.
 
            Por último, Johannes, el seductor, se considera un enamorado feliz. Es una concesión hecha a la mujer porque él quiere gozar. Por eso, le gusta la mujer como es, y es galante con ella. Y así, como erótico, es un ser feliz. Dice que pensar a la mujer es hundirse en un mar de fantasmagorías, pues ella no se deja agotar por una fórmula cualquiera. Ella es un ser terminado, pero un engaño en un segundo tiempo. Falaz para la ilusión divina y humana, un engaño para quien se deje engañar.
 
            La fiesta va concluyendo y los comensales se retiran. Emprenden el regreso pero se detienen a observar una escena entre el consejero y su esposa, dos enamorados que cuando se encuentran uno junto al otro no logran sentirse tranquilos como dos esposos, aun cuando nada tenga la intención de perturbar su felicidad. Sea cual fuera la firmeza de su abrazo, conversan y es como si hubiera un enemigo contra el cual se defendieran.
            Víctor Eremita se aparta del resto, entra por la ventana en la casa del señor consejero y obtiene un manuscrito. Su deber, considera, es publicarlo, así como publicó otros manuscritos del señor consejero. Pero, ¿qué sucede? El manuscrito le es arrebatado por una existencia, que es la que narra. «Yo soy la pura existencia en sí»
[6].  Existencia que es casi menos que nada. Esta existencia de la cual ni siquiera es propia la idea de sustraer el manuscrito a Víctor, esta existencia cuya nulidad es una Némesis de Víctor, no sería nada si publicara el manuscrito que Víctor cree tener derecho a publicar, porque esta existencia es tan nada por sus propias fuerzas que hasta la idea súbita de sustraer el manuscrito a Víctor es incluso un arrebato de la idea de Víctor. 
 
IV
            ¿Qué es una mujer?, se preguntan en este banquete moderno unos hombres. Las reflexiones, encaminadas por ciertas categorías, componen un elogio al genio femenino. Las categorías conducen a la verdad de la antinomia, a la (no) contradicción, al arrebato. El autor devela una marca de época, aquella del giro lingüístico en la filosofía, cuando ella capta que su sustancia es la palabra. Desnuda a la mujer de sus categorías para dar con su existencia, y así, al final, descubrir un poco menos que nada, es decir, aquello que de ser solo puede nombrarse. Es el cuerpo de mujer aquello que insiste en categorías de existencia.
            El quiasmo característico en las definiciones de Kierkegaard hace aparecer la broma, como en el ejemplo en que parte de la estética para definir la ética, define una a partir de la otra, esto es, partiendo a la otra (est-ética / ética), dando con la broma  como efecto (en estado embrionario) de sus juegos con el lenguaje.
            La pregunta por la mujer, por su existencia, aparece como una preocupación masculina a la que solo puede responderse por categorías que hacen un mar de fantasmagorías. Esta expresión alude al extravío –fantasmagorías- de querer decir qué es la mujer, al agua que se hace al hacer un universal –mar- de particulares. Si las categorías se contradicen al decir la existencia, o si conducen a la antinomia, se extrae de ello, sin embargo, que ellas son algo, distinto que nada.
            Lo que en este banquete se quiso excluir de los discursos, las historias de amor en la base de las concepciones, hubiera probablemente dicho algo de las particulares fantasmagorías de cada uno.  
 
V
            Si bien no estamos en un contexto ibseniano, sus réplicas siguen despertando a la audiencia
[7]. Aquel contexto, en el que jóvenes, mujeres y vanguardias intelectuales y artísticas sacudían el viejo yugo[8], tiene hoy ecos que replican lo que pudo ser una necesidad[9]. Si Ibsen había leído a Kierkegaard supongo que In vino veritas fue uno de los textos que compuso la escena de aquella época. Fue en esa época en la que maduró el pensamiento de Freud, del que tenemos el deber de recuperar la pregunta por el deseo de la mujer. Was will das Weib? – ¿Qué quiere la mujer? Si la pregunta supone un universal de la mujer, no hay por ello que dejar de advertir que, a cada una, el análisis inventado por Freud le ha hecho soñar lo que quisiera. A propósito, me ha indicado Germán García que esta pregunta, Was will das Weib?, condensa lo trágico y lo cómico, en especial si se tiene en cuenta cómo era usada en aquella época, por hombres que sabiendo de las tragedias a las que podían conducir ciertas versiones de la respuesta, usaban la pregunta como el modo cómico de dirigirse a ellas. Así, la pregunta se las arreglaba con la pretensión platónica de saber componer, en lo que hace al amor, tanto tragedias como comedias.
            La pregunta por lo que ella quiere, así como la pregunta por lo que ella es, no se deja expresar por ningún predicado porque los predicados se contradecirían.
[10] Sus incontables predicados dan cuenta de que ella no es una. Tanto el ser como el deseo producen en su definición un inevitable deslizamiento. Quizás nada más que un juego de palabras sea colocar al deseo en el lugar del ser. Es lo que Freud descubrió con el nombre « inconsciente ».
            En In vino veritas (1845) ya puede leerse que ella no se contenta con la categoría estética, “va más lejos, quiere emanciparse”…
[11], lo que da con la categoría ética. Lo que llegue a ser lo veremos muy pronto […] Una vez consumado el hecho, la broma sobrepasará, entonces, toda medida.”, anticipaba Kierkegaard. Desde entonces, avivadas por el deseo, las mujeres han consumado hechos desandando más de una categoría, delineando éticas. Han encontrado objetos, modos de hacer, hábitos y pensamientos.
            Las feministas, en sus movimientos de emancipación, se cuentan de modos conjuntivos en expresiones
[12] que pluralizan la fuerza con la que una sola mujer ¿podría? contar la pregunta por su ser. De respuesta metonímica, como el deseo mismo, la pregunta por el ser de la mujer encuentra en el feminismo una respuesta y una acción con ese ser. Empeñadas en la lucha, « ni una menos », o ni una más, cuentan las existencias de las que se convierten en heroínas si no para todas, al menos para muchas. « Ser feminista » -máxima, expresión del adorno- es la moda, fantasía de la reflexión femenina con la reflexión femenina, expresión de lucha de los últimos tiempos, incluso de las que no aceptan nominaciones o categorías, o solo aceptan números, o prefieren dejarlas en suspenso para reclamar con ellas lo que luego convenga. El reclamo de las mujeres, reclamo de una existencia que quiere eximirse de las fantasmagorías masculinas, puede ir de la broma y su efecto cómico, a lo trágico en un santiamén –o viceversa. Hoy, la categoría «feminista» agrupa y nombra varias existencias. La que no es feminista parece arriesgarse a ser menos que nada, lo que linda con lo innombrable.
 
VI
            El psicoanálisis, por su parte, produce una emancipación una por una, de las categorías y las fantasmagorías, o un habitar en ellas a sabiendas de la elección que implican. Aun si hay decisiones insondables, una mujer puede dar en un análisis con una ética propia, un hábito o un objeto que cuente una existencia sin contarla por eso toda. Existencia que habitará universales a merced de su solución singular. Un análisis es el rastro de un deseo que conduce –ya invertidas las fantasías- de lo trágico a la broma.
            Uno de los casos de Freud insinúa la búsqueda de una joven en el sentido de la pregunta por el ser de la mujer. Su respuesta, (el síntoma de Dora) es un saber inconsciente sobre la sexualidad femenina encarnada para ella en la existencia de otra mujer. En otro de los casos de Freud, la pregunta insiste en las relaciones de una joven con una dama que le proveería de ciertas categorías pero la frustra con ellas, dejando la pregunta por el ser de la mujer ligada al desazón de un respuesta acerca de cómo debería amársela. En ambos casos, el teatro de estas jóvenes llama la atención por en su apelación al padre.
            Réplicas de ese teatro psicoanalítico surgido del contexto ibseniano no faltan en la actualidad. La joven ya emancipada de ciertas categorías busca en otra las referencias con que orientarse en la sexualidad. Como « la pura existencia en sí » de In vino veritas, que profana al Otro las ideas… con que nombrar su ser de mujer. ¿Y qué dice esta existencia? Lo difícil es emanciparse del lenguaje.
 

[1] Søren Kierkegaard, Etapas en el camino de la vida. In vino veritas, Santiago Rueda editor, Buenos Aires, 1951, p. 17.
[2] Ibid. p. 52
[3] Ibid. p. 70
[4] Ibid. p. 72
[5] Idem.
[6] Ibid. p. 92
[7] Sigo a Graciela Musachi en Mujeres en movimiento, eróticas de un siglo a otro, 0. Comienza el movimiento, 1. Freud y el contexto ibseano, Fondo de cultura económica, 2001.
[8] Ibid., p. 13 (edición de 2012).
[9] Entiendo la necesidad de una réplica como aquello despertado por una conciencia de inmortalidad. (A partir de las páginas 64 y 65 de In vino veritas.
[10] In vino veritas, p.60, 61.
[11] ¿De algunas letras?
[12] “Vivas nos queremos”

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