Sergio BERKOWSKI: "De la enfermedad incurable a la enfermedad mortal"
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Existen seres que se llaman a sí mismos enfermos incurables. Por distintos caminos han llegado a denominarse así. Algunos dicen haberlo aprendido de su enfermedad. Otros haber sido ilustrados acerca de ella durante los intentos que han llevado a cabo a los fines de su curación. Esto les han dicho: como su mal es incurable cuanto pueden hacer es vivir pendientes de su enfermedad y estar atentos al primer síntoma. Basados en esta teoría (o tal vez a partir de tal concepción) se han organizado comunidades de incurables, agrupaciones donde los pacientes comparten sus experiencias y llaman a otros incurables para que los auxilien en el alivio de sus males.
El nombre de la enfermedad varía. Unos la llaman toxicomanía, como si alguien tuviera alguna manía mórbida por envenenarse. Otros lo llaman consumos problemáticos como si hubiera algún consumo que no fuera un problema o por lo menos una cuestión. Pero no todos se envenenan o tal vez como el mundo humano es proliferante, venenos hay muchos. Para algunos la comida o el hambre; entonces los llaman bulímicos o anoréxicos según el caso: también ellos han sido instruidos en la cura a través de su incurabilidad. Para otros el veneno es el fruto invisible de su trabajo. Otros se envenenan con la pasión también invisible del juego. Esto solo para mencionar algunos.
El síntoma principal de esta enfermedad consiste en una especie de excitabilidad general, casi inefable, que el paciente pareciera no poder explicar y apenas describir. Algo asi como una acumulación de excitación o una incapacidad para resistirla. Muchas veces el solo estar les resulta insoportable. El tiempo se les hace infinito en una espera ansiosa que se les hace interminable y los lleva a una visión pesimista de las cosas. Otras veces los lleva a una especie de obsesión por la salud cuando no a un estado de temor permanente.
La espera angustiosa, la ansiedad es el síntoma nodal de esta enfermedad. Una cantidad de angustia libremente flotante siempre dispuesta a abrazar la representación adecuada. Así fobias, obsesiones, incluso el insomnio y el terror nocturno no le son ajenos. Para el oído docto estamos siguiendo la descripción freudiana de la neurastenia de Beard. Y en efecto Beard la llamó la enfermedad del hombre americano. Decía que la vida en las grandes ciudades de la floreciente Norteamérica de finales del siglo XIX y principios de XX había llevado a la exacerbación de la ansiedad y el sobresalto haciendo al hombre americano más propicio al juego y al consumo de drogas y alcohol (¿habría que incluir el espectáculo?).
Fue necesario el genio de Freud para separar de la neurastenia este complejo de síntomas a título de neurosis de angustia. Y esto no por un debate teórico o una pretensión academicista sino para poder apreciar su mecanismo. En su artículo de 1894 nos dice que “la psique es invadida por el afecto de la angustia cuando se siente incapaz de suprimir por medio de una reacción adecuada un peligro exterior y cae en la neurosis de angustia cuando se siente incapaz de hacer cesar la excitación sexual endógenamente nacida. Se conduce pues como si proyectase dicha excitación al exterior. El afecto y la neurosis correspondiente se hallan en íntima relación, siendo el primero la reacción a una excitación endógena análoga. El afecto es un estado rápidamente pasajero y la neurosis un estado crónico pues la excitación exógena actúa como un impulso único y la endógena como una fuerza constante. El sistema nervioso en la neurosis reacciona contra una fuente de excitación interior, del mismo modo que en el afecto correspondiente contra una excitación análoga exterior”[1].
Recapitulando los actores del drama: una excitación sexual interior insoportable que no encuentra medios de descarga adecuada se proyecta hacia el exterior manifestándose en síntomas de espera angustiosa. Paradójicamente el enfermo parece calmarse por medios que no hacen sino hacer más sostenida su excitación. Ya se trate de la embriaguez, ya se trate del incremento o la supresión de sus apetitos.
Lacan advierte que el rehusamiento de un objeto de satisfacción torna en real la agencia proveedora del objeto (que ahora lo niega) y en simbólico el objeto real. No es difícil ver entonces en el objeto el aporte de una nada, una nada de afecto -tal vez amor- y en el sujeto ansioso el apetito insaciable por el valor simbólico que el objeto porta: comer amor /comer nada[2].
Hemos hecho el salto de la embriaguez; el del objeto que alimenta simbólicamente al objeto que colma excitando.
Para lograrlo el objeto debe reunir ciertas condiciones. Veremos cuáles.
La enfermedad mortal.
El oído analítico, esto es el oído de la atención igualmente flotante, puede percibir en estos relatos resortes, articuladores que trascienden su monotonía.
La embriaguez aporta a la ansiedad otra cosa que la calma: algo tan simple y tan complejo como una satisfacción. En la distorsión perceptual mediatizada por el objeto embriagante el sujeto experimenta distintas formas de apaciguamiento. Cual sea converge en lo siguiente: el mal ha cesado. El mal: la sensación insoportable, la ansiedad, la angustia expectante permanente. Si se escucha con sensibilidad, si es paciente, podrán advertirse los colores sensoriales del temor y del dolor que van poniendo en escena representaciones insoportables, conflictos irresueltos o imposibles para el sujeto de resolución.
El empleo aquí de la palabra sujeto y no ser o individuo se debe a que a esta altura el ser se encuentra dividido en la tensión entre lo que experimenta como insoportable y lo que experimenta como apaciguamiento. Bascula entre su vivencia de dolor y su vivencia de satisfacción y entre ambos, las acciones que lleva a cabo para conseguirla.
Pues bien el término con que el enfermo nombra esta sensación insoportable es el de desesperación. En ella narran la insoportable ansiedad de que lo que les ocurre no les esté ocurriendo o no les hubiera ocurrido jamás. El anhelo irrefrenable de no ser quienes son. La impotencia de no poder llegar a ser quienes verdaderamente son o bien la necesidad ocasional de calmar su normalidad lo que es incongruente ya que ¿para qué quiere curarse quien está sano?
En su ansiedad desesperada y desesperante estos pacientes parecieran haber leído Kierkegaard: actúan como si en algún momento de su historia esta hubiera culminado: se embriagan para soportar una existencia de muertos o más bien una existencia inmortal en la que la embriaguez misma les provee la satisfacción alucinatoria de un des-enlace histórico, como una especie de redención anticipada. Como no pueden morir tampoco pueden vivir. Esa es su condena. Tal su abstinencia.
Kierkegaard entiende la desesperación como una enfermedad del espíritu. Para él espíritu es el yo y el yo una relación que se relaciona consigo misma, lo que en la relación hace que esta se relacione consigo misma. “Si la relación se relaciona consigo misma entonces esta relación es lo tercero positivo y esto es realmente el yo”[3]. Así en la desesperación hay un rechazo de la relación del yo con el poder que lo fundamenta.
Quien esto escribe no es filósofo. Es psicoanalista. En tanto tal no puede dejar de percibir allí una relación con lo que Lacan llama El estadio del Espejo.
No es ánimo del autor hacer una excursión en un territorio que no es el suyo. Entonces con la venia del auditorio dejará aquí a Kierkegaard y volverá al psicoanálisis y a los desesperados.
El sujeto se constituye en la matriz del lenguaje. Se sostiene en relación a Otro que le provee sustento simbólico y material; también el material simbólico para su sustento: entre los materiales que el Otro provee figura el sostén de Su mirada porque como decía el poeta argentino Roberto Juarroz:
“Una red de mirada
mantiene unida al mundo
no lo deja caerse.
Y aunque no sepa que pasa con los ciegos,
mis ojos van a apoyarse en una espalda
que puede ser de dios.”
Entre los seis y los 18 meses de edad y en coincidencia con la maduración del sistema extrapiramidal y la adquisición de la motricidad fina, el sujeto se aliena a una imagen ideal, armónica, que contrasta con su incoordinación e inmadurez. ¿Desde dónde se aliena a esta imagen? ¿Quién provee el material para esta identificación? La mirada del Otro ve (¿quién no lo ha visto en sus hijos?) en el niño la imagen de la perfección. ¿Qué pasa cuando el niño vuelve la mirada a quien lo sostiene? El encuentro de las miradas puede ser la inmensa alegría del armónico encuentro pero también para el sujeto la angustia y el odio de saberse sostenido que le devuelven la verdad de su extrema dependencia.
Imaginemos si en este encuentro el Otro, antes de ver en el niño la línea de sus ojos, el ideal de las generaciones, ve la bestia feroz que –también- es[4].
Desnuda de la vestidura del poder simbólico que lo fundamenta el Otro, ¿Qué vería? Y el niño ¿Qué sentirá?
El capitalismo religión de la desesperación.
Freud nos muestra en su obra de 1913 “Tótem y tabú”[5] como el tabú, la religión del tótem, satisface los concernimientos inquietudes martirios y desvelos similares a los que los neuróticos encuentran en sus síntomas… incluso sin llegar a ser tales es el modo en que los concernimientos, los cuidados y las preocupaciones neuróticas aparecen bajo la forma aparentemente absurda que abarca sus suplicios, sus martirios sin sentido aparente, sus sufrimientos constantes, sus desvelos y sus postergadas inquietudes.
Allí la religión, muestra cómo el inconsciente antes que hábitos de profundidades insondables se encuentra en la superficie de nuestras relaciones de todos los días, solo que al guardar nosotros respecto de aquellas una relación de represión resultan, como diría el poeta de lo esencial, invisibles a nuestros ojos o más exactamente imperceptibles a nuestra mirada.
Alrededor de ocho años más tarde Walter Benjamin escribe un borrador. Lo llama “El capitalismo como religión”[6] y en él describe lo que denomina la estructura religiosa del capitalismo. Y lo llama estructura en la medida en que satisface los mismos cuidados, preocupaciones y desvelos que otrora satisfaciera la religión. ¿Cuáles? digamos provisoriamente que los derivados de la convivencia del hombre con la ambivalencia afectiva producto de sus impulsos y mociones de deseo inconscientes.
Esta estructura religiosa tiene tres rasgos:
- Se trata de una religión puramente cultual: culto del utilitarismo sin dogma ni teología.
- Se trata de un culto de duración permanente en el cual no hay día que no sea festivo.
- A diferencia de las religiones conocidas se trata de un culto que en vez de expiatorio es culpabilizante.
Una conciencia monstruosamente culpable[7] se apodera del culto no para expiar la culpa sino para hacerla universal hasta implicar a dios en esta culpabilidad a fin de que tenga intereses en la expiación, hasta un estado del mundo afectado por una desesperanza que espera: una religión que antes de buscar la reforma del ser busca su total destrucción. Habrá entonces que esperar la salvación de la desesperación que se extiende de ese estado religioso del mundo.
Si bien la trascendencia divina se ha derrumbado dios no ha muerto. Se ha incorporado al destino del hombre.
¿Por qué el capitalismo es fuente de desesperación? Como forma natural de la economía moderna no conoce ni deja alternativa, reduciendo a la gran mayoría de la humanidad a los malditos de la tierra, llevando a la ruina al ser y al ser a la ruina cambiando relaciones humanas por relaciones mercantiles.
Quien esto escribe se pregunta si acaso Kierkegaard habrá sido sensible a la mutación de cierto cristianismo en capitalismo.
Es observable que cualsea el objeto con que el desesperado se embriaga para calmar sus síntomas, ese objeto tiene una propiedad, una condición: es la de ser una mercancía. Y esto en el sentido más estricto de la economía política: un objeto puesto en mercado, fabricado en condiciones industriales por mano de obra libre cuyo trabajo es a su vez mercancía y cuyas materias primas también lo son.
Si se calma con aquello que lo desespera en un circuito sin fin es lógico que se considere incurable. Sin embargo no necesariamente lo es. Es mortal. Es necesaria una operación de corte.
El sujeto en sus múltiples dimensiones.
El hombre es simbionte de la dimensión simbólica. Sin él ella desaparece, sin esta es el fin de aquel. El lenguaje es la naturaleza del hombre dirá Roland Barthes. Su casa. La mansión de sus dichos y sus deseos.
En cada paso de su historia, el hombre, ha inventado artefactos y preocupaciones diversas cuyo uso en muchos casos se ha perdido en el tiempo. Y sin embargo es posible interrogar cada uno de estos pasos, qué vínculo fue estableciendo con sus preocupaciones y sus concernimientos, con sus asertos y con sus semejantes.
Lacan formaliza esta forma de vínculo en una estructura que denomina discurso. Es la estructura del lazo social en lo Real[8]. En ella un agente se dirige a otro sobre una verdad dando como resultado un producto tal que entre verdad y producto hay una relación de imposibilidad o de impotencia.
A lo largo de la historia advierte la aparición de cuatro discursos: el del Amo, el de la Universidad, el de la Histeria y el último en llegar; el del Analista.
Si el lenguaje es la casa del hombre estas cuatro dichomansiones nos pondrán ante el despliegue de las distintas dimensiones de lo humano.
Kierkegaard tiene la intuición sensible de la metamorfosis que se estaba produciendo en su tiempo histórico sobre lo que él entendía por los términos espíritu humano.
Advierte en la expansión vertiginosa del capitalismo que desfigurará el paisaje ambiental y humano, en la explosión del anonimato y anomia multitudinaria, la generalización de la desesperación.
Lacan encuentra una forma discursiva imperfecta -porque la propiedad de los discursos es la de rotar, mutar de unos a otros, como se puede transitar por las habitaciones de una casa[9]. Existe entre estas dichomansiones, en estas dimensiones que habitamos como los cuartos de una casa, uno construido de modo tal que no muta. No rota. Se cierra en circuito. No es exactamente que no tenga salida pero a los fines de la comprensión establezcámoslo así provisoriamente. Es el discurso del capitalismo. Este discurso imperfecto no permite por su estructura la rotación a otros discursos. Es necesaria entonces una operación de corte para salir de él.
Kierkegaard describe la exigencia objetivizante que le resulta deshumanizadora al límite de la animalidad. Tal lo que pareciera mostrarnos la embriaguez consumista en nuestro tiempo de oferta proliferante de objetos mercantiles.
Para Kierkegaard la desesperación es desesperación de la relación del hombre con la fuerza que fundamenta el espíritu.
El encuentro con sujetos a los que se llama adictos y que dicen sufrir por hallarse desesperados ha llevado a quien esto escribe a interrogarse acerca de la relación de estos sujetos con los elementos que los fundamentan pues encuentra que para desesperar son necesarios algunos ejercicios de voluntad.
El consumo de mercancías y la embriaguez que desencadenan son llevados a cabo a través de acciones específicas que se constituyen en modos de obtener placer y evitar el dolor.
Pareciera como si un obstinado Barthleby se hubiera determinado a preferir no hacerlo desistiendo de sus fundamentos simbólicos.
¿Es que habrá un mecanismo? ¿Qué o quién en el sujeto decide el des-enlace?
La apuesta es que en el encuentro de un sujeto con lo que se oferta como dispositivo en la transferencia analítica se propicie en el trayecto de la enfermedad incurable a la enfermedad mortal un encuentro posible con aquello que lo fundamenta.
Como ocurre con las apuestas es imposible saber de antemano el resultado, pero es la dimensión propicia para la puesta en cuestión del carácter inexorable de lo que se planta como destino.
Bibliografía
Benjamin, Walter (1985) “Kapitalismus als Religion”. Gesammelte Schriften, ed. de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser. Frankfurt am Main, Suhrkamp, tomo VI, 1; 100-103
Freud, Sigmund: La Neurastenia y la Neurosis de Angustia. Sobre la necesidad de separar de la Neurastenia cierto complejo de síntomas a título de “Neurosis de Angustia”. Obras completas. Tomo I. Traducción de Luis López Ballesteros. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid 1968
Freud, Sigmund: Tótem y Tabú. En Obras Completas. Editorial Amorrortu. Tomo XII. Buenos aire3s- Madrid. 2008
Kierkegaard, Søren: La enfermedad mortal. Traducción de Demetrio Gutiérrez Rivero. Editorial Trotta. Madrid. 2008
Lacan, Jacques: seminario 1956-57 La relación de objeto y las estructuras Freudianas
Lacan, Jacques: Seminario 1957-58 Las formaciones del Inconsciente
Lacan, Jacques: Seminario 1969-70 el envés del Psicoanálisis
Lacan, Jacques: Conferencia de Milán del 12 de mayo de 1972
Löwy, Michael: Le capitalisme comme religión. Walter Benjamin et Max Weber. Raisons politiques n° 23, août 2006
[1] Freud, Sigmund: La Neurastenia y la Neurosis de Angustia. Sobre la necesidad de separar de la Neurastenia cierto complejo de síntomas a título de “Neurosis de Angustia”. Obras completas. Tomo I. Traducción de Luis López Ballesteros. Editorial Biblioteca Nueva. Madrid 1968
[2] Lacan, Jacques: seminario 1956-57 La relación de objeto y las estructuras Freudianas
[3] Kierkegaard, Søren: La enfermedad mortal. Traducción de Demetrio Gutiérrez Rivero. Editorial Trotta. Madrid. 2008
[4] Lacan, Jacques: Seminario 1957-58 Las formaciones del Inconsciente
[5] Freud, Sigmund: Tótem y Tabú. En Obras Completas. Editorial Amorrortu. Tomo XII. Buenos aire3s- Madrid. 2008
[6] Benjamin, Walter (1985) “Kapitalismus als Religion”. Gesammelte Schriften, ed. de Rolf Tiedemann y Hermann Schweppenhäuser. Frankfurt am Main, Suhrkamp, tomo VI, 1; 100-103
[7] Löwy, Michael: Le capitalisme comme religión. Walter Benjamin et Max Weber. Raisons politiques n° 23, août 2006
[8] Lacan, Jacques: Seminario 1969-70 el envés del Psicoanálisis
[9] Lacan, Jacques: Conferencia de Milán del 12 de mayo de 1972
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