Juan Carlos MUNIZAGA VERA: "Sobre la figura del ironista y del individuo particular en Kierkegaard"
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Esta ponencia está basada en el escrito Sobre el concepto de Ironía, redactado por Kierkegaard a los 24 años como tesis para obtener el grado de magister, este análisis toma especialmente la segunda parte de esta tesis: Sobre el concepto de ironía.
El objetivo de este ensayo es analizar la figura de la ironía como acto del individuo ironista o romántico y como medio del individuo particular o cristiano para llegar al humor.
El ironista romántico no dice lo que piensa y dice distinto a lo que piensa, se aleja de la realidad y con su decir deshace los fundamentos de la realidad, por eso el ironista está en un permanente movimiento de aniquilar la realidad, o mejor dicho, los fundamentos de la realidad, porque encuentra que las bases en donde se supone que se levanta la realidad cotidiana no tienen legitimidad y validez, tal como las asume el hombre cotidiano y esto supone que el ironista no tiene cotidianidad, no comparte un mundo en forma intersubjetiva con otros, es decir, se encuentra en una radical soledad. Una soledad que no es de encontrarse físicamente solo, sino que de no tener una subjetividad compartida, es por eso que su subjetividad es infinita y por lo tanto, libre.
Si lo dicho no es lo que pienso o es lo contrario de lo que pienso, en ese caso soy libre respecto de los demás y de mi mismo (276)
Ahora, el ironista está condenado a  deshacer estos momentos de realidad con las que se encuentra, porque no tiene otro paso que dar, está obligado a hacerlo, de allí que entonces que al mismo tiempo que goza en cada momento con la libertad de deshacerse de las ataduras de la realidad cotidiana, el goce de tomar distancia de la naturaleza de las cosas, pero también el ironista se aburre, dado que finalmente tornase una monotonía mantener como único estilo de vida la conducta irónica.
También hay aburrimiento dado que el ironista tampoco puede comunicar a otro el proceso que realiza como ironista, no lo puede compartir, porque de hacerlo hablaría en forma positiva de algo que sólo conoce en forma negativa, aquello por lo cual no es lo que parece ser a los demás. El acto irónico no puede decir a otro el conjunto de aquello que niega, porque al hacerlo positiviza su acto y pasa a ser algo presencial, y el acto irónico es diluir lo denso de lo fundamentado en frente del sujeto que ironiza, porque la ironía es una ‘determinación del sujeto que es para sí’. El acto irónico es más que un acto lingüístico, es un acto práctico para el que habla, porque insiste en aumentar el vértigo de que este algo que enfrenta es nada, la ironía es un acto subjetivo, o más bien, constituye al ironista como sujeto.
“La ironía es una determinación de la subjetividad” (p.286), por lo tanto es histórica, depende su existencia de la presencia de una víctima sujeto; la ironía no pertenece al sistema o totalidad como un excedente de información que esté disponible para cualquier sujeto y que cualquiera pudiera tomarlo, no, se requiere la construcción de una víctima irónica. Víctima, porque no puede escapar al sino de obligarse a ser libre en su acto irónico, que lo lleva a convertirse en un ser solitario.
¿Cómo se construye esta víctima irónica? Este sujeto está libre de las ataduras de lo social, es libre negativo, porque nada lo retiene, por lo tanto está suspendido, flota encima de lo social, y este movimiento de suspensión lo embriaga, porque viaja entre todas las posibilidades que se le presentan y que no puede encarnar, y lo que importa es este viaje, este infinito pasar de posibilidad en posibilidad aunque sepa que no cree en ninguna de estas posturas, porque sabe de su origen arbitrario y casuístico. Pero es una víctima porque, al revés de la figura profética que avizora el futuro en el presente, la figura del ironista esta en el presente vuelto a espaldas del futuro, lo que ve es el carácter arbitrario que proviene del pasado de este presente y que sus contemporáneos observan con total certidumbre.
Y en ese sentido el ironista es víctima, porque su herida es no poder participar de la socialización desde los demás, en otro sentido de juego, entiende las reglas pero no la valida y hace como si las creyera, porque estas reglas no le hacen sentido.
Por eso es una víctima, porque su herida es que no puede olvidar el origen arbitrario y por lo tanto perenne de sus reglas de juego, y esta relativización sólo se le hace soportable a través del humor, de reírse de la formal seriedad de sus contemporáneos de creer que en lo que creen se esconde un fundamento per se para tratarse como seres sociales.
Porque el ironista sabe que toda época tiende naturalmente a su fin, lleva en su seno el germen de la destrucción de su época.
Pero el ironista, a pesar de su aburrimiento, o por su aburrimiento, ríe, y lo hace de manera burlona…
La ironía no se burla de ese algo que ironiza, porque sería darle sustantividad, permanencia y existencia a tal algo. A la ironía no le importa que ese algo pase a lo negativo, no le da importancia al tamaño o medida de su acto irónico, no hay adversario grande ni chico, esto no tiene importancia, sólo lo tiene el viaje entre esos algo y el no quedar paralizado ante la sustantiva nada que como aureola enmarca la desaparición de los fundamentos de ese algo.
El ironista no toma nada en serio, sonríe, es una suerte de bailarín que donde pisa desaparece el piso de apoyo y al llegar a otro lugar, se apoya y salta, porque este lugar también ha quedado vacío… pero al estar obligado a este juego, se aburre.
Por eso, en este momento podemos preguntar si el ironista puede descansar de ejercer una y otra vez el acto irónico, y si lo hace, si deja de ironizar qué es lo que hace en este descanso, a que acto existencial pasa después de negativizar todo fundamento de algo. Puede recordar la gesta de sus actos irónicos o avisorar que tipo de aventura le depara el destino. Pero en un caso descansa recordando el pasado y en el otro descansa imaginando el futuro, y ambos serían momentos positivos, lo que en contra de su estilo, que es negativizar los usos y costumbres del presente.
Pero hay una especie de colega del ironista que Kierkegaard muestra como el individuo particular, una suerte de individuo cristiano que no vive en la ironía, sino que se sirve de ella:
“Puesto que, como dije anteriormente, la realidad se ofrece, en parte, como un don, con ello queda expresada la relación del individuo con un pasado, este pasado quiere tener valor para el individuo. No quiere que se le pase por alto ni que se lo ignore. Pero para la ironía no había propiamente ningún pasado. Esto se debe a que la ironía había surgido de meditaciones metafísicas. Había confundido el Yo eterno con el Yo temporal y puesto que el Yo eterno no tienen pasado alguno, tampoco lo tiene el Yo temporal”. (p. 299)
En esta cita Kierkegaard. rescata al individuo que a su vez rescata la realidad como un don, como una gracia que espera a su agraciado y no la desgracia de ser negada desde una posición fuera del tiempo, que es lo que hace el ironista, porque abandona su Yo temporal y lo confunde con el Yo eterno. El primer individuo, en cambio, valora la realidad, porque valoriza momentos del pasado, se hace a sí mismo una memoria.
y este nuevo sujeto que aquí afirma K es aquel que surge de su propio trayecto, trayecto que lo ha formado gracias a su actitud crítica, negativa, irónica, a los momentos que históricamente le toco vivir o, más bien, padecer. En el fondo va preñando, este sujeto, su nuevo momento, un momento histórico totalmente autoproducido. Y con ello este sujeto cambia su estatuto de víctima a victimario, y ataca ahora todo aquello real que aun expresa ese pasado doloroso y que el ya destruyo en si a costa de haber casi destruido su propio yo. 
Este sujeto usa la ironía, pero no es el ironista…entonces  ¿quién es?
Este sujeto una vez que abandona su rol de victima también abandona su metodología de ironía, cambia de paso, y ahora parece ser que es el humor su nuevo método de ataque al detritus de los momentos de esta realidad histórica que él ya superó…estamos frente ya no al sujeto irónico, sino frente a un individuo cristiano, aunque Kierkegaard no lo llama directamente asi.
Este individuo es dueño de sus premisas para actuar en su momento histórico, el ironista no tiene nada en que asirse. La realidad de la ironía es mera posibilidad y su actuar es pura poesía. El individuo autónomo tiene en su realidad la responsabilidad de la respuesta: responde al don de la realidad.
Porque para el individuo la realidad es también Pero la realidad es también, para el individuo, una tarea que hay que realizar.
Aquí Kierkegaard pone en pugna a este individuo frente al sujeto irónico, porque el primero puede hacer del momento histórico una validez relativa, porque si bien puede desprenderse de toda realidad tal como hace el ironista, sabe que tiene y quiere volver a su momento histórico, aquello que ha salvado de esta realidad histórica, y comenzar allí a actuar en forma resposnable. En cambio el ironista deshace la realidad como algo absoluto y juega en el existir como poeta que no tranza con su momento histórico, se aísla de ella y se torna irresponsable de sus actos. Justamente el individuo vuelve a su historia, después de un proceso análogo a la ironía, para actuar en forma responsable, esto es, que sabe responder en forma autónoma a cuestiones generales, es decir, responde desde su individualidad, y ya no como parte, como parte de un sector social. Este es individuo particular, no un individuo general.
Por eso el ironista no tiene responsabilidad con nadie, está por encima de dios y abierto a todas las posibilidades, en cambio este individuo está atado a lo que el porta como individualidad en sí, tiene que desarrollar su potencia, tiene un aprendizaje ante sí.
El ironista no tiene potencial, busca por doquier cualquier acción.
De manera que el ironista quiere poetizarse a sí mismo y el individuo particular se deja poetizar. ‘Para el ironista toda la realidad tiene únicamente valor poético’ (p.305). 
El individuo cristiano o particular responde a su origen, que es desarrollar el don que Dios otorga y que él acepta y que no es más que desarrollar su individualidad, su singularidad, dentro de la realidad.
El ironista, en cambio, manifiesta ‘un yo eterno ante el cual ninguna realidad es adecuada’ es demasiado abstracto la vida del ironista para fijarse en algo tan concreto como la eticidad y la moralidad. ‘el mismo es un espectador, pese a ser el mismo quien actúa’.
Por eso el ironista sucumbe a su propio estado de ánimo, ‘su vida es puro estado de ánimo’, porque para una vida sana, el estado de ánimo no es sino una potenciación de la vida que de por si se agita y se mueve en uno mismo’.
En el ironista no hay continuidad como es en el individuo cristiano, de los estados de ánimo, porque este es dueño de sus estados de ánimo, en cambio en el ironista,’ los estados de ánimo mas contrastantes se suceden unos a otros. Sus estados de ánimos son azarosos.’ (p. 306)
El individuo cristiano, después de usar la metodología irónica, porque para él la ironía no es un acto teórico que funda un estilo de vida, sino que un medio para responder a la realidad desde su propia responsabilidad individual, funda su Yo temporal, porque ‘la individualidad es un fin absoluto’.(303), pero este absoluto lo vive en el tiempo finito,  y no eterno e infinito como en el caso del ironista.
El individuo cristiano goza con algo que nunca alcanza a finiquitar que es el despliegue de su propio yo individual, entonces este ser crea, en cambio el ironista goza con la destrucción de la certidumbre de los hombres cotidianos, es decir, hombres genéricos.
‘De este modo la individualidad es un fin, es su fin absoluto y su actividad apunta precisamente a realizar ese fin y a gozar de sí mismo en y durante esa realización’ (303).
En cambio el ironista busca su experiencia en el Yo arbitrario que desarrolla en su imaginación y en los ‘blandos placeres’ sensuales y, por tanto, no puede acceder a su Yo profundo, ‘que se adormece  en un estado de sonambulismo’.(315)
Ambos, el ironista y el individuo cristiano entran al goce, con la diferencia es que el primero goza mientras busca vivir poéticamente y el segundo, sólo goza en su yo profundizando la realidad que vive, ‘es un goce interiormente infinito’; mientras que al vivir poéticamente, el ironista busca escaparse de la realidad, huye de ella a través de la poesía y está fuera de sí mismo, se trata de ‘una infinitud exterior’.
Por eso que el individuo cristiano puede reconciliarse con la vida y el ironista, no, porque aquel se constituye en un individuo religioso, Kierkegaard dice religioso en el sentido de que el individuo está ligado consigo mismo, tan así, que se hace transparente  para sí mismo en su actuar en la vida social y esta transparencia, este asentarse en si mismo, este no huir de la existencia mediante la imaginación poética o la fantasía de los sueños, lo lleva a la felicidad.
‘la verdadera felicidad en la que el sujeto ya no sueña sino que se posee a sí mismo con una claridad infinita y es el mismo con absoluta transparencia, pues esto es posible sólo para el individuo religioso, cuya infinitud no está fuera de él, sino en él’. (317)
Entonces mientras el religioso experimenta el amor, el ironista actúa desde la venganza, o sueños de venganza y aquí el amor sería no vengarse ante lo que ya fue, sino entender con claridad lo que ocurrió en uno, que eso que paso paso como paso. ‘la venganza es un goce pagano’, no religioso.
Y aquí entonces Kierkegaard hace un giro y retira del ironista que viva de manera poética, porque sólo el hombre transparente para sí mismo que vive en la infinitud interior vive la poesía, que aquí K. lo deja entender como alegría y felicidad por hacerse uno mismo.
Y esto es importante, porque entonces la transparencia a que puede llegar el hombre no es de mirarse estáticamente a sí mismo, sino que afrontar la existencia en forma clara respecto de los móviles que uno tiene para actuar, pero que no son móviles que reparte la existencia, sino que movimientos que el propio sujeto se ha dado a sí mismo, y esto no desde una facultad teórica, sino que, creemos, apropiándosela mediante la mimesis y la emulación del entorno, así como en abandonar esas pasiones que oscurecen, esto es, jugando en la existencia y no quedando adherido a una imagen cristalizada de sí mismo, que es lo que tiene el ironista, el romántico, el hombre que vive de sueños y que también posee en algún grado el hombre común.
‘pues vivir de manera poética no quiere decir oscurecerse, exudarse en una repugnante torridez, sino que quiere decir hacerse uno mismo claro y transparente, no en infinita y egoísta satisfacción, sino en su validez absoluta y eterna’ (317)
Dos comentarios sobre esta cita, que el ironista o el hombre común goza en su propio ego, podemos decir que se satisface en su propia imagen, queda por tanto estancado en su propio ego y no avanza, sólo avanza su imaginación, en cambio el hombre religioso al hacerse claro en sí mismo, podemos decir que gusta de actuar y moverse desde su infinito yo, y esto tiene una validez absoluta y eterna.
Lo importante también es que esto de vivir en forma reconciliada consigo mismo no es un camino para el elegido, para aquellos buscadores solitarios, sino que se trata de algo que está a la mano de todos los hombres, en el sentido de humano, sino la vida sería una locura como dice Kierkegaard, entonces es posible para todos vivir en forma poética.
Ahora como llegar a este estado espiritual desde un acaecer de sentido común, Kierkegaard lo señala como la resignación, que entendemos como la resignación a la experiencia que uno vive en el mundo, no rechazándola, no negándola, no olvidándola, usando una palabra que no utiliza Kierkegaard, pero que podría utilizar, resignarse es asumirse y entender con claridad cómo fue que el yo actúo de esa manera, aceptándola en toda su extensión, no importando las valoraciones negativas que provengan del sentido común. El camino a lo espiritual que es lo mismo a la manera poética de vivir y de vivir la eticidad, parte entonces de la aceptación de uno mismo.
Porque en definitiva la resignación es el fin de la lucha entre no querer uno ser su sí mismo y  anhelar al mismo tiempo otro sí mismo, y esta es la base para dominar la ironía. La paradoja es que con esta ironía, el ironista se acerca al placer de la existencia.
Por eso la vigencia paradojal de la ironía: ‘si es preciso alertar contra la ironía como se alerta frente a un seductor, también es preciso ensalzarla en tanto que guía’.
Kierkegaard rescata el romanticismo como fuerza liberada del corsé social que impone las normas del siglo XVII, pero le critica que el ideal de vida lo haya ido a buscar fuera de la realidad, mientras que nuestro autor insiste que está en si mismo:
“El verdadero ideal no está en algún más allá sino que, estando detrás de nosotros en tanto fuerza inspiradora, está al mismo tiempo en nosotros, y delante de nosotros en tanto que meta inspiradora, está al mismo tiempo en nosotros y esa es su verdad”.
Ahora, cuando dice Kierkegaard que ‘está en nosotros’, que es lo que está en nosotros, ese es el estado de ánimo, y esa es el fundamento, puesto que dice del estado de ánimo, ‘del que todo depende’ al referir un comentario a la obra romántica de Tieck.
 Después de la resignación como acto personal viene el paso de la ‘ironía dominada’, esta manera de ser irónica se diferencia del romanticismo en que logra, en la obra poética, dar cuenta de los momentos irónicos uno tras otro, sin que el poema escape hacia aspectos imaginarios o irónicos de manera absoluta.
Para el poeta la ironía es dominada cuando es ‘reducida a momento’, y en este caso ‘la esencia no es diferente del fenómeno, ni el fenómeno algo diferente de la esencia; la posibilidad no es tan remilgada como para no meterse en realidad alguna, sino que la realidad es la posibilidad’(338)                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              
A ese punto queríamos llegar, que para esta ironía dominada no hay un sobrevuelo de la imaginación irónica, sino que se concatena de momento a momento, tanto en la obra como en la vida del poeta, para profundizar en la realidad, para entrar en ella.
Y al mismo tiempo, Kierkegaard estima que este camino también es válido para ‘la vida de cualquier individuo particular’, ambos, individuo particular y poeta, ‘están orientado y situado en relación con la época en la que viven’, de este modo le ponen limite a la ironía, que cesa de devorar todo a su alcance, y la ironía cobra su real significado, porque esta ironía dominada es para Kierkegaard la manera de vivir genuinamente la vida humana.
La función de la ironía así dominada ‘es de extrema importancia para que la vida personal obtenga salud y verdad’ (340).
Lo anterior es en el orden práctico, y en orden teórico ‘es preciso que la esencia se muestre como fenómeno’…esto implica que uno deja de creer que hay algo detrás de las apariencias, y ‘evita toda idolatría del fenómeno.
Finalmente, Kierkegaard se pregunta por la validez eterna de la ironía, porque ya vimos su valor como moral práctica y como experiencia teórica, y señala que su respuesta está en el humorismo, de manera novedosa propone que el escepticismo del humor es más profundo que el de la ironía, ‘porque ya no se trata de la finitud, sino de la pecaminosidad’ (341), y las determinaciones de este humor son teandricas, es decir que mas que llegar a ser hombre mediante el humor es ‘convertir al hombre en Dios-hombre’.
Como entender esta última parte, si no es pensando en la categoría del juego como vínculo del hombre individual o poeta con la realidad, un juego en que el hombre y poeta inauguran la realidad en que viven desde representaciones que contextualizan el presente en forma irónica, pero asumiendo que en este marco de juego lingüístico, que lo que es es lo que existe y viceversa.
 (Soren Kierkegaard. De los papeles de alguien que todavía vive y sobre el concepto de ironía. Editorial Trotta S.A., 2000- 2006, Madrid).

 

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