Liliana GOYA: Personajes, máscara y espiritualidad en “La repetición”
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                                                                                             Sentado en el sillón de mi vejez,
                                                                                             Sueño en el amor primaveral de mi juventud
                                                                                            Y siento una íntima nostalgia hacia ti,
                                                                                            Oh! Luz y sol de las mujeres.
                                                                                                           Pablo Möller, “El viejo amante”.
  La primera cuestión notable es que Kierkegaard titule su libro “La repetición (Ensayo de psicología experimental)”.  Este subtítulo entre paréntesis ya nos da una idea de lo que el autor intenta hacer en el texto. Es a partir de una experiencia personal que el argumento del mismo se hará factible de su tesis: la repetición como único modo de concebir la existencia humana, único modo que la puede dirigir hacia la trascendencia y el infinito.
 Sabemos que está basado en su decepción de una experiencia amorosa, la de su relación con Regina Olsen, más específicamente el enterarse de que ésta se unirá en matrimonio con otro hombre. Si bien no entraré en consideraciones de índole personal de Kierkegaard, podríamos afirmar que ésta es la primera máscara que el autor se pone: la de situar en términos de experiencia externa, no personal, lo relatado. (La otra será el seudónimo que utiliza para firmar el escrito).
 Deducimos que el personaje del joven que sufre por su relación amorosa no es otro que él mismo, su doble. Duplicidad que a su vez desdoblará entre el confesor escéptico y el joven atormentado. Pero es de sumo interés que el joven en cuestión no sufre por un desengaño amoroso, más bien sufre por no poder consumar la dicha, haciendo a su vez desdichada a la muchacha de la que se halla enamorado. Es por haberse convertido en poeta a causa de ese amor que él se verá imposibilitado de consumar ese amor. En palabras de Kierkegaard: “Ni la furia salvaje del mar, ni la adormecedora quietud del bosque, ni la sugestiva soledad del atardecer lo podían liberar de aquel estado de profunda nostalgia melancólica en el que, más que acercarse a su amada, lo único que hacía era apartarse más y más de ella. Su error era irremediable. Y este error suyo consistía en creer que ya había alcanzado el fin sin haber comenzado todavía. Un error semejante constituye, fatalmente, la ruina del hombre.(….) (Pero)La muchacha no era en realidad su amada, sino simplemente la ocasión que despertó en él la vena de la actividad creadora y lo convirtió en un poeta. Por eso mismo la amaba, por esto mismo no la podía olvidar mientras viviese, ni nunca sería capaz de amar a otra mujer. Claro que, como hemos dicho, esto no significa que la amara, ya que solamente seguía suspirando por ella, como consumido por su nostalgia. La joven había impregnado todo su ser, de suerte que el recuerdo de ella permanecería siempre vivo en su memoria, eternamente fresco. Ella lo había sido todo para él, porque lo había transformado en poeta. Pero con esto la joven había firmado también la sentencia de la pena de muerte para el pobre muchacho.”Luego continúa, hablando de los encuentros que mantenía con el joven: “Y allí mismo nos separábamos a esa otra hora en la que el día sale victorioso y todas las criaturas se alegran con la existencia; a esa hora en la que la muchacha amada, a quien el joven nutría sin cesar con sus dolores y sus penas, levantaba la cabeza de la almohada y abría sus hermosos ojos, al mismo tiempo que el dios del profundo sueño, que la había amparado fielmente durante toda la noche en su tierno lecho, la abandonaba hasta la noche siguiente; y a esa misma hora en la que el dios de la duermevela, con sus breves y ligeros sueños, volvía a cerrar nuevamente los dulces párpados de la joven y le contaba cosas que ella no había sospechado jamás, cosas sugestivas y adormecedoras, narradas con una voz casi imperceptible, leve como un susurro, tan leve que la muchacha, al despertarse de nuevo, las había olvidado por completo.”
 Esto basta para darnos cuenta que el poeta es el propio Kierkegaard: el libro está plagado de pasajes bellos como éste, también cuando narra su paso por el teatro Königstädter de Berlín, buscando repetir la experiencia del año anterior y quedando prendado de una muchacha sentada en un palco, ajena a todo lo que despertaba en él. Esto es fundamental en este libro: el lugar de la mujer como causa de una fascinación que sólo puede darse a condición de no requerir de parte de quien la ama acción alguna dirigida a consumar ese amor: la mujer ha de quedar como musa inspiradora sin pretender otra cosa. (Estamos tentados de parangonar aquí la figura del amor cortés en Jacques Lacan, que, dicho sea de paso, toma de estas escenas kierkegaardianas del teatro la frase “Lo único que se repitió fue la imposibilidad de la repetición”(pág.74).
Dice Kierkegaard: “Solamente en estos casos, cuando se vive el amor como una idea, tiene aquél sentido. Y se puede afirmar, sin ningún género de dudas, que se hallan excluídos del reino de la poesía todos aquellos individuos que no estén íntima ya ardientemente convencidos que la idea es el principio vital en el amor, hasta tal punto que en caso necesario, a la idea se le debe ofrecer la vida e incluso, lo que es mucho más, el amor mismo, y esto por muy favorablemente que le sonría a uno en la realidad. Cuando, por el contrario, el amor arranca de la idea, entonces cada movimiento e incluso el más pequeño roce o impulso tienen un significado auténtico. Porque entonces se verifica lo que es esencial en el amor, es decir, esa colisión poética que lo caracteriza y que en verdad puede llegar a ser, según lo que yo sé por experiencia, mucho más espantosa que la que ahora les estoy describiendo en este libro (ya retomaremos el asunto del estilo dirigido al lector potencial). Claro que el que quiere servir a la idea –lo que en el caso del amor tampoco tiene nada que ver con servir a dos señores-, se echa sobre sus hombros una tarea sumamente difícil, pues ninguna beldad exige cuentas tan exactas como lo hace la idea, ni el enfado de ninguna muchacha puede abatirle a uno tanto con la cólera de la idea, la cual es más imposible de olvidar que cualquier cosa en este mundo.” Ya vemos la idea del amor que tiene nuestro filósofo. Y no dejaremos de aprovechar la ocasión para equipararla a la que da Henry Rey-Flaud en “Elogio de la nada”, cuando se refiere a la operación que realiza el neurótico obsesivo respecto de su objeto de amor, tomando “El Misántropo” de Moliére.
“No la amaría si no creyera serlo”: esta sentencia,-dice Rey-Flaud-,  que podría servir de divisa de la elección narcisista de objeto, es lo que le hace elegir a una “coqueta” como reflejo del rey de gallinero que él mismo encarna orgullosamente debajo de sus cintas verdes, despreciando a los adoradores que fanfarronean alrededor de la bella. La naturaleza narcisista de la elección se verifica en aquel grito en el que el amor, revestido de los fuegos del odio, descubre que no es más que la remisión al otro de la pasión ambigua que le suscita al sujeto su propia imagen.
“Quisiera (…) que el cielo no os hubiera dado nada,
Que no tuvierais ni rango, ni nacimiento, ni bien,
Para que mi corazón, el abierto sacrificio
Pudiera de semejante suerte reparar la injusticia,
Y que tuviera yo el gozo y la gloria ese día
De veros tenerlo todo de las manos de mi amor”
“Así, -prosigue el autor-, esta danza ante el espejo a la que se reduce su relación con la mujer tiene como fin último captar el significante que, precisamente, falta en el espejo, revelando al mismo tiempo la pretensión más secreta de Alcestes, la que revela el verdadero objeto de su pasión: rivalizar con el falo.”(págs.104) Hay que decir que las últimas cartas del poeta kierkegaardiano hacen figurar mucho de este narcisismo de la individualidad, pero dejemos al psicoanálisis por ahora.  
Volveré al punto de la idea del amor en Kierkegaard, puesto que quiero tomar a Edward Said y su texto “El mundo, el texto y el crítico”, en el artículo “Sobre la repetición”, donde afirma que “el núcleo de atención de Kierkegaard, tanto aquí como en Temor y temblor no es la noción general de repetición, sino su infinita particularidad, su excepcionalidad.(…) La repetición es “regreso, concebido en un sentido puramente formal”(citado por Said). Para el poeta, igual que para el Caballero de la fe, hay un conflicto entre el yo y el conjunto de la existencia, que es Dios. (…) La propia existencia, representada por el matrimonio de la persona amada con otro o por la súbita disponibilidad de un carnero para Abraham, absuelve al yo “en el instante en que por así decirlo acabaría consigo mismo”(citado por Said). Por tanto, Abraham y el poeta pueden recuperar la posesión del mundo, repetir en él los diminutos detalles de la experiencia, regresar a la realidad con “cierta conciencia elevada a la segunda potencia, (que) es la repetición”(idem). Y refiere que “Kierkegaard contrapone ese tipo de experiencia a la meditación hegeliana que, por su parte y a diferencia de lo repentino de la repetición detallada, envuelve la realidad en y con categorías que la privan de la propia inmediatez factual que Kierkegaard parece ansioso de preservar a toda costa.” Y compara a Kierkegaard con Conrad y James. Lo que a Said le interesa, dado que ha tomado largamente a Vico en “Principios de una ciencia nueva”, es “la repetición como algo que sucede dentro de la realidad, ya sea dentro de la acción humana en el dominio de los hechos o dentro de la mente mientras ésta inspecciona el dominio de la acción. Ciertamente, la repetición vincula la razón con la experiencia en bruto. En primer lugar, en el plano del significado, la experiencia acumula sentido a medida que retorna el peso del pasado y de las experiencias similares. Los hombres siempre entierran a sus muertos, tienen miedo de sus padres; rinden culto invariablemente a una divinidad hecha a su imagen. Estas son las repeticiones en las que se basa la sociedad humana. En segundo lugar, la repetición contiene experiencia en un sentido; es el marco en el cual el hombre se representa a sí mismo para sí mismo y para los demás. (…) Por último, la repetición restablece el pasado para el erudito, iluminando su investigación con una constancia infatigable.” Un poco antes, decía: “A la metáfora familiar del engendramiento filial, cuando se extiende a lo largo de toda la actividad humana, Vico la denominó poética; porque los hombres son hombres, dice él, porque son productores, y lo que hacen, antes que cualquier otra cosa es a sí mismos. Hacer es repetir; repetir es saber debido a que algo se hace. Esta es una genealogía del conocimiento y de la presencia humana.” Concluirá entonces “En la filología, en la ficción, en la psicología, en donde la repetición se convierte en un aspecto de la técnica analítica estructural, se produce un proceso afiliativo paralelo. Probablemente la repetición está obligada a desplazarse progresivamente de la reagrupación inmediata de la experiencia a cierta remodelación y redistribución de ella más mediada, según la cual aumenta la disparidad entre una versión y su repetición, puesto que la repetición no puede escapar por mucho tiempo de las ironías que lleva consigo en su seno. Porque, mientras tiene lugar, la repetición plantea la siguiente pregunta: la repetición realza o degrada un hecho¿” Kierkegaard, sabemos, le respondería que lo realza, en tanto trascendencia del hombre hacia Dios. El demiurgo es para nuestro filósofo la razón de toda existencia y su voluntad hace que toda repetición vuelva al hombre hacia el designio divino, en un re-encause de la experiencia vivida. La espiritualidad, el infinito está en Dios. Pero no es por una promesa de vida después de la vida, esto lo critica Kierkegaard con sumo énfasis; se trata de la experiencia particular de una vida que encuentra en lo religioso su sentido.
Finalmente, concluiremos este largo recorrido con un autor alemán muy interesante, discípulo de Jaspers y Weber, como también de Gadamer y Löwith, discípulos a su vez de Heidegger. Dice Reinhard Koselleck en “Estructuras de repetición en el lenguaje y en la historia”: “El principio y el fin de todas las historias de amor (…) se diferencian ad infinitum cada vez que las parejas de amantes se encuentran, se separan o son separadas. Y sin embargo, se trata de una y la misma cosa: de ese amor que, alimentado por la pulsión sexual, se repite continua y constantemente en la multiplicidad de todas las historias particulares. Por más que la pulsión sexual haya sido orientadas de diversas maneras según la etnia, o haya sido dirigida y encuadrada culturalmente en diferentes formas, la diferencia y la tensión sexual provocan con cada nuevo comienzo una repetición sin la cual no existirían ni el género humano ni sus historias.(…) Lo que se da “una y otra vez” se repite en cada caso particular y, sin embargo, el caso particular no se agota en la repetibilidad que lo condiciona y ocasiona, y que se halla inscripta en la sexualidad. “ Es claro que Koselleck se refiere a la cuestión de lo particular y lo universal (o en términos de Kierkegaard, lo general y la excepción, de la que el poeta en el texto aludido es la representación por excelencia), y que afirma, se asienta en “dos polos: repetibilidad constante e innovación permanente”, que se verifican en “retardamientos y aceleramientos en función de la frecuencia en que se conjugan repetición y unicidad. Habría así aceleramiento cuando, en una serie comparativa, los elementos que se repiten lo hacen cada vez menos que antes y aparecen en cambio elementos novedosos que van despachando las premisas anteriores. En cambio, los retardamientos se darían cuando las repeticiones que nos son legadas describen un bucle o se consolidan de tal manera que se frena o incluso impide cualquier modificación.”Lo que Koselleck llama “estructuras de repetición “ son todas las escalas en las que tienen lugar los distintos modos condicionantes de la experiencia humana, y son: las condiciones no humanas, esto es los fenómenos físicos (climáticos y otros) que no dependen de los hombres; los presupuestos o condicionantes biológicos del hombre (rasgos que comparte con el mundo animal); las estructuras de repetición propiamente humanas (instituciones); también los sucesos que sólo ocurren una vez tienen la posibilidad de repetirse, dentro de los cuales Koselleck incluye las profecías, las prognosis (pronosticabilidad) y las planificaciones racionales (aquí pone el ejemplo de Hitler, de cómo tomó de sucesos previos una cierta lógica que le permitió planificar su estrategia de guerra). Pero “ni la repetición constante ni la innovación permanente bastan para explicar un cambio histórico”. Así llega a la última estructura de repetición, que es la que permite entender todo cambio y repetición o proceso histórico: la que corresponde a las estructura s de lenguaje. Sobre el lenguaje se basa la posibilidad de interpretar el mundo, vale decir, su capacidad metafórica. Es porque se comparte un código que una determinada comunidad puede sentar sus bases sociales. “El carácter referencial (la capacidad del lenguaje de abrir el mundo) y la fuerza para crear sus propias formas que le es igualmente inherente pueden estimularse de modo recíproco. Pero las historias del mundo contienen siempre algo más y algo menos que lo que es lingüísticamente posible decir sobre ellas, así como, a la inversa, en todo discurso previo, simultáneo o posterior a una historia se dice siempre algo o algo menos sobre ella que lo que efectivamente sucede o sucedió. (…) el cambio político, que es siempre a la vez lingüísticamente inducido (ex ante) y lingüísticamente registrado (ex post), se produce a menudo más rápido que el cambio lingüístico.” Lo ejemplifica con la semántica alemana en tiempos posteriores a la guerra, aunque “los responsables por la utilización de las palabras y los matices de sus significados no son las palabras mismas, sino los hablantes.” Por lo tanto, habría que preguntarse cuánto de lo que decimos cotidianamente, sin darnos cuenta, está teñido de tendenciosidades (intencionalidad) lingüísticas que no nos detenemos a pensar, dado que está íntimamente incorporado, al punto de naturalizarlo. Freudianamente, Koselleck llega a decir que “el lenguaje no puede jamás llegar a acoger el evento único de la muerte como tal”, aunque lo ritualicemos, como modo también de exorcizarlo, no hay significación inconciente de la muerte, vale decir, no hay representación de tal evento. Y finaliza nuestro autor con un ejemplo muy interesante, relativo a un término alemán Bund, que originalmente, hasta la reforma luterana, tenía el sentido de un pacto legal, “la ejecución institucionalizada de acuerdos entre distintos estamentos”. Así, de ser una cuestión entre hombres, pasó a ser desde Lutero un pacto con Dios, lo cual dejaba fuera de juego el libre acuerdo. Esta significación teológica fue la que tanto Marx como Engels rechazaron cuando se les “pidió redactar una #profesión de fe de la Alianza o Bund comunista”(subrayado del autor). En su lugar redactaron el célebre y vasto de consecuencias “Manifiesto”. Sin embargo, aunque la tendencia teológica haya querido ser quitada, concluye Koselleck que “No caben dudas de que en el régimen lingúïstico marxiano se trasluce también la vieja estopa teológica alemana. Aquella marcha de Dios por la historia que era conocida de antemano, la manifestatio Dei, confirió incluso al nuevo programa del partido una plausibilidad sólo en apariencia sorprendente. De esta forma, también nuestro último ejemplo, -dice el autor maliciosa pero lúcidamente-, confirma que no puede haber ninguna innovación ya sea lingüística o del ámbito de las cosas, que sea tan revolucionaria como para no depender de estructuras de repetición previamente dadas.” De este modo provocativo concluye Koselleck su artículo. Suscribimos a sus conclusiones.
 
 
Referencias:
  • Kierkegaard, Soren: “La repetición. (Ensayo de psicología experimental)”. Clásicos. JCE. Bs.As. 2004.
  • Koselleck, Reinhart: “Sentido y repetición en la historia”. Hydra. Bs.As. 2013.
  • Rey-Flaud, Henry: “Elogio de la nada. Por qué el obsesivo y el perverso fracasan donde triunfa el histérico”. Col. Campo Freudiano. Paidós. Bs.As. 2000.
  • Said, Edward: “El mundo, el texto y el crítico”. Debate. Bs.As. 2004.  

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