(Universidad Católica del Maule - Chile)
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En la siguiente ponencia pretendo presentar la relación existente entre la idea de mutismo en la filosofía de Sören Kierkegaard, y el capítulo III de Sobre Héroes y Tumbas de Ernesto Sábato, Informe Sobre Ciegos.
Las motivaciones para desarrollar este trabajo surgen al leer Sobre Héroes y Tumbas, justo después de haber presentado, hace ya algunos años, mi tesis de licenciatura sobre el concepto de Angustia que desarrolla Kierkegaard. Al llegar a la maravillosa locura llamada Informe sobre Ciegos, se me presentó la exposición de algo que había pasado desapercibido en mi trabajo con la filosofía kierkegaardiana. La narrativa de Sábato describe experiencialmente al mutismo en su homologación con el estar ensimismado, lo que permite acceder a una comprensión más cabal del concepto kierkegaardiano. El formato de tratado que tradicionalmente utiliza la Filosofía, no logra exponer completamente toda la gravedad de los temas que trata Kierkegaard. En este caso, la literatura de Sábato ofrece ese complemento perfecto para una recepción más completa de esta filosofía. Al buscar bibliografía que profundizara en el tema, encontré algunos textos que hacían alusión a la recepción a modo de influencia, del pensamiento del filósofo danés en la literatura de Sábato, en ningún caso aparece el autor argentino como una potencial clave para interpretar el pensar kierkegaardiano. Por lo que, humildemente, pretendo ofrecer luces de esta relación en la siguiente ponencia. Hay niveles del pensar filosófico que la forma lingüística de la filosofía no logra expresar, en este caso se debe dar paso a otras manifestaciones de lo humano (como puede ser, la literatura o la música, por nombrar algunas) para su mejor entendimiento y profundización.
Para presentar este descubrimiento (para mi, un descubrimiento) lo primero que haré, será distinguir los conceptos de silencio, mutismo y ensimismamiento presentes en la obra de Kierkegaard, para luego ver cómo es que esto repercute, y se manifiesta en el Informe sobre Ciegos de Sábato.
Sería un error confundir los conceptos de silencio y mutismo en el pensamiento kierkegaardiano, a pesar que se aparenta en ambos una ausencia de sonidos, debemos determinar que tan solo hay ausencia en el caso del mutismo, ya que en el silencio hay una acción voluntaria, en la que me detengo y privilegio la escucha, por sobre el hablar. El acto de silenciarse, implica estar en una predisposición a la apertura de todo lo que se encuentra fuera de mi subjetividad, como puede ser el mundo o Dios. Hacer silencio, es ofrecerse a la comunión con todo aquello que no soy yo, es honrar “la aflicción y… al afligido, como los amigos de Job que por respeto se sentaron silenciosos junto al que sufría y con ello le honraban”[1]. ¿Acaso puedo escuchar mi entorno, cuando yo no paro de hablar? Si deseo escuchar lo que me rodea, debo silenciarme, ya que la totalidad me habla y podría ser importante lo que tiene que decirme, en todo hay sonido y también hay mensaje. Y no confundamos esto con un acto puramente asociado a los órganos de los sentidos, pues al estar predispuesto a la apertura, soy yo entero el que percibe y no un órgano puntual. El pensamiento kierkegaardiano nos indica que se debe estar atento y en silencio a lo que Dios tiene para decirme, sin ponerse uno, como yo interior, por sobre el mensaje de Dios[2]. Incluso su silencio es mensaje, tiene contenido, por lo que no puede haber ruidos que obstruyan aquella palabra. El yo subjetivo, interior, es silencioso frente a la totalidad que es Dios, y este silencio es lenguaje activo y vivo, es el yo que escucha a Dios por medio del silencio, al mundo por medio del silencio, al otro por medio del silencio, completamente abierto y receptivo. En Temor y Temblor, nos indica que no hay palabras para expresar el acto de sacrificar un hijo[3]. ¿Cómo podría Abraham decirle a su hijo, que Dios le ha exigido que le quite la vida? Es más, ¿tiene realmente, algo que decir a su hijo? ¿Tiene algo que decirle a Dios? ¿Se puede decir algo frente a la inmensidad? “Abraham no dice nada y, de ese modo, dice cuanto tenía que decir”[4], no cabe más que el silencio frente a lo absoluto del absoluto. El silencio de Abraham no es vacío, ya que al callar, se entrega a lo absoluto que es Dios, el silencio de Abraham es el constante decir sí a lo absoluto que es Dios. Este ejemplo ofrecido por Kierkegaard, podría ser aplicado en otros niveles, como puede ser el momento en que el hombre se enfrenta a algo tan majestuoso como un paisaje, o a una belleza que se sale de la norma, pues en esas relaciones pareciera que las palabras sobran, o simplemente se hacen innecesarias.
Podemos añadir otra perspectiva para destacar el concepto de silencio en Kierkegaard. En el acto de hacer silencio es que se nos permite tomar conciencia del Otro. Yo no puedo saber quién es el que está a mi lado, si no le permito hablar, y para permitirle hablar debo callar. De esta manera, lo único que me corresponde es un eventual ¿Quién eres? o ¿Qué necesitas? Para luego hacer silencio. En aquel silencio aparece el Otro tal y como también aparece Dios, como totalidad, sin ataduras y legitimado. Al hacer silencio, yo me relego como centro y me ofrezco humildemente a lo que el Otro tiene para decirme.
Ahora el mutismo. Este, a diferencia del silencio, no posee aquella impronta positiva y fundamental en el yo interior. El mutismo, en principio, implica ausencia de palabras, y donde no hay palabra no hay verbo. Kierkegaard, incluso indica que “por horribles que sean las palabras,…, siempre conservaran el poder liberador que le es propio. Porque sin duda que toda la desesperación y todos los horrores del mal reunidos en una sola palabra, nunca llegaran a ser tan terrible como el silencio mismo”[5]. En esta frase extraída del Concepto de Angustia, Kierkegaard indica que la palabra, sea como sea, es mejor que la total ausencia de esta. Como he dicho anteriormente, en el silencio se ofrece el espacio para la palabra del Otro, de todo aquello que se encuentra fuera de mí interioridad, por lo que realmente nunca hay vacío o ausencia de algo. En el mutismo no hay Otros, no hay acción, hay nada, vacio y ausencia, lo único que queda es el yo clausurado en su mismidad. Para Kierkegaard, el horror en este escenario radica que al final de cuentas, en el mutismo es la ausencia de Dios la que atormenta, ya que Él es la palabra, el Verbo. Cuando niego a Dios al cerrarme en mi mismidad, las palabras desaparecen dando paso a lo demoniaco. Como ejemplo, Kierkegaard cita en el Concepto de Angustia a la figura de Mefistófeles, como personaje en una interpretación de la obra trágica “Fausto” en formato de ballet, destacando lo asertivo de presentarlo como aquel que “es esencialmente mímico”[6], ya que, como he dicho, en la ausencia de palabra se encuentra lo demoniaco, por lo que tiene sentido que un demonio no exprese ningún tipo de vocalización, solo mímica, para tan solo mantener una mirada constante, sin palabras, sin el verbo.
Luego de dilucidar la diferencia entre silencio y mutismo, podemos referirnos al concepto de ensimismamiento. Kierkegaard indica que “el ensimismamiento es cabalmente mutismo; el lenguaje y la palabra son, en cambio, lo salvador, lo que redime de la vacía abstracción de ensimismamiento”[7]. Ensimismarse es encerrarse en sí mismo, por lo que se deja de escuchar y se deja de estar abierto a lo que se encuentra fuera de lo que soy interiormente. El hombre ensimismado se hunde en su encierro, más y cada vez más, solo queda él y su mismidad, aislándose. Se hunde paso a paso en la soledad, en el mutismo. El estar atrapando en sí mismo desemboca en el pecado, ya que al encerrarse, clausurándose a todo lo externo, se cierra también a Dios, y pecar es actuar sin tener presente la voluntad de Dios, sin querer escuchar lo que Dios quiere para mí[8]. Ahora bien, un ensimismado puede susurrar o gritar, lo que no quitará, que en el fondo lo único que pretende con su grito o susurro es cerrarse a la palabra de Dios, a los sonidos del mundo y finalmente, a todo lo que lo rodea. El ensimismado aparenta emitir sonidos con sentido, cuando en realidad todo lo que tiene es nada, y el hombre frente a la nada se angustia.
El Informe sobre Ciegos, es el tercer capítulo del libro de Ernesto Sábato, Sobre Héroes y Tumbas. En este se narra la obsesión de Fernando Vidal Olmos (el personaje, que escribe este informe, padre de uno de los personajes centrales de la novela), por resolver y detener un supuesto complot ancestral por parte de los ciegos, para tomar control del mundo de los que pueden ver. Para esto se ayuda de la desgracia de Celestino Iglesias, un hombre que luego de un accidente laboral, pierde completamente la visión. Fernando construye un plan para acercarse al mundo de los ciegos. Se hace cargo de Iglesias, esperanzado de que los ciegos lo busquen y lo inicien en su secta, por ende en su complot. Por otro lado, aprovecha la oportunidad para presenciar la transformación que sufre Iglesias, de ser un hombre que podía ver, a uno que ha perdido por completo esa capacidad, un ciego. La espera le permite enfrentarse cara a cara a su obsesión y también lo pone en el principio de su final.
En los ciegos de Sábato aparecen los fenómenos del mutismo y del ensimismamiento, pero bajo el concepto de silencio. Aquí silencio, no es esa instancia en que me detengo para escuchar al Otro, si no que es el concepto que contiene la ausencia de todo sonido, una ausencia sustantivada y la soledad como sujeto. En este sentido, el silencio como soledad y ausencia cobra relevancia como personaje, no sirve solo de contexto, pues por irónico que parezca, se transforma en una presencia constante del relato, se encuentra en los espacios, en las miradas de los ciegos, en los horizontes de los protagonistas, en las discusiones, etc. Sábato ofrece dos elementos con raigambre kierkegaardiana, la angustia producto del enfrentamiento a la nada, en este caso presentada como la incertidumbre del no poder ver y la incertidumbre que tiene el que no sabe que piensan los que no pueden ver[9], y por otro lado, la confrontación entre los que están abiertos al mundo y los que se encuentran encerrados en lo más profundo de sus propias mismidades, ensimismados. Si bien lo central aquí, es lo segundo, es imposible desmarcarse de lo primero, ya que el ensimismado se encuentra sumergido en la nada y por ende en una constante angustia. Los ciegos de Sábato y la atmosfera de la obra de Sábato (también lo encontramos en el Túnel, historia citada por Fernando en el Informe, como si fuera un hecho real, lo que hace que la primera novela del autor, comparta el mismo universo existencial, oscuro y pesimista), están sobrecargados de nada, sobrecargados de angustia.
Sábato comienza caracterizando a los ciegos, como aquellos seres que buscan complotar en desmedro de los que pueden ver, como esos individuos de mirada vacía, que observan detenida e inquisitivamente, aunque sin ver; que se detienen a oír, pero sin oír. Los ciegos están como si no estuvieran ahí, como si no estuvieran completamente instalados en este mundo y habitaran a medias otra realidad. Los ciegos de Sábato viven en el silencio y la soledad[10], pues al igual que el ensimismado, no salen de su interioridad y se cierran a lo que provenga del exterior. El mundo del ciego se encuentra en lo más profundo de su ser, lo que hace de su existencia una muy solitaria. Sábato indica, que esto se debe principalmente, que al perder la vista se rompen todas las conexiones con el mundo exterior, el vacío lo rodea, “el silencio absoluto”[11] aparece donde antes hubo mundo. Al ciego no le queda más que retraerse a su interior. Sábato lo presenta en la transformación que sufre Iglesias, desde que pierde la vista, hasta que alcanza la madurez como ciego. Al principio hay desesperación en la pérdida del sentido, para lentamente ir transformándose en un ser de aparente frialdad, cada vez más lejano al mundo de los que ven y afianzando en su morada interior. Esto al punto que el protagonista del texto indica que “fumábamos en silencio. Y de pronto, para romper el intolerable silencio, yo decía cualquier cosa…”[12]. El silencio se hace intolerable para el que ve, para aquel que no se encuentra encerrado en su mismidad, ya que ese silencio lo hace enfrentarse a la nada, a la incertidumbre; al ciego, en cambio, no le queda más que apertrecharse en lo único que le queda, su interior, donde se encuentra constantemente solo consigo mismo. Aquella desconexión con el mundo lo lleva a perder lentamente su humanidad, el ciego se va llenando cada vez más de nada. Sábato lo expone en esta frase “Bien sabía yo que detrás de aquellos cristales negros no había nada, pero era esa NADA lo que en definitiva más me imponía”[13], y es que el objetivo del clan de los ciegos es llenar de nada al todo, y hacer que el mundo de los que ven sea uno interior, ensimismado. En lenguaje kierkegaardiano, el clan de los ciegos, busca instalar lo demoniaco en el mundo de los que ven.
Los ciegos de Sábato son, como ya lo hemos dicho, los ensimismados, ya que son seres que se encierran en sí mismos, cortando todo contacto con el exterior. Pero si vamos más allá en la lectura del Informe sobre Ciegos, nos encontramos con que los ciegos no son los únicos ensimismados del relato, ya que Fernando, el protagonista y escritor del informe, también experimenta un proceso de ensimismamiento y finalmente de mutismo. Podemos hacer un paralelo con la filosofía kierkegaardiana, el sujeto, Fernando, al salir tras Iglesias, se ve atrapado en el cuarto que le ha preparado pacientemente en estos años de búsqueda, la secta de los ciegos. En la desesperación por escapar, se adentra cada vez más en la morada de los ciegos[14], un número no claro de habitaciones cada vez más oscuras, que terminan aparentemente y sin previo aviso, en las alcantarillas de la ciudad, lugar donde desembocan los desechos del gran Buenos Aires. Sábato dice que los desechos de la metrópolis marchan “hacia la nada”[15], y todo indica que hacia la nada es que Fernando debe dirigirse. El ensimismado cuando profundiza su clausura, lo hace de manera progresiva, se va cada vez más adentro de sí mismo, un adentro tan oscuro y tan solitario, que no tiene barreras, es inmenso en la incertidumbre, es el lugar sin límite, pero también es la nada. “Noté, asimismo, que el piso no era ya horizontal, sino que iba paulatinamente descendiendo”[16] para encontrarse finalmente en “la soledad absoluta”[17]. Fernando en su obsesión, en su afán, fue encerrándose en sí mismo. Para usar otra figura literaria, Fernando se va transformando en el imbunche donosiano[18], aquel ser mágico que tiene todos los agujeros de su cuerpo cocidos, clausurando permanentemente cualquier contacto con el mundo exterior, para perderse en la inmensidad de su mismidad y disolverse en la infinitud de esta. El sentido existencial de Fernando estaba construido en torno a la búsqueda, búsqueda que lo dirigía paso a paso, a encerrarse más en aquella obsesión. Fernando es el ensimismado, tanto o más que los ciegos, es probablemente un ejemplo más cercano a lo que pensaba Kierkegaard, cuando desarrollaba este concepto, es el hombre común que se encierra en sí mismo en la búsqueda de sus obsesiones, donde solo hay cabida para una sola voluntad, la propia. Su vida se torna oscura y solitaria, y cada vez es más oscura y más solitaria, al punto de no poder salir, al punto de tener como único horizonte a la angustia. Kierkegaard indicaría que la única salida es dejar al yo mismo, olvidar la voluntad propia y entregarse completamente a la voluntad de Dios, sea cualquiera que esta sea, Sábato, en cambio, ofrece otra salida, “una pesadilla que se ha de terminar con mi muerte”[19], o tal vez, y parafraseándolo, una pesadilla que se ha de terminar con la NADA.
La narrativa de Sábato nos ofrece una perspectiva vivenciada de lo que nos encontramos en el pensamiento kierkegaardiano, abordando temáticas que pertenecen al ámbito de la filosofía (como puede ser el problema del sentido de la existencia del hombre), pero que se tornan problemáticas en el momento de ser expresadas en un texto filosófico. El Informe sobre Ciegos se fundamenta, trata y construye, precisamente sobre el mutismo, el ensimismamiento y la angustia frente a la nada, desarrollándolos en un relato que instala al lector en el terror, la desesperación, y en la gravedad de la existencia, algo que se torna difícil de lograr con un texto filosófico. Por lo que para finalizar, debo decir que el aporte de Sábato a mi lectura de Kierkegaard, esta suerte de “epifanía”, fue el de ofrecerme un nivel de comprensión distinto al que uso normalmente para enfrentar un texto filosófico, sacarme de la pura interpretación racional de un texto, para instalarme en la experimentación y sufrimiento del pensamiento existencial kierkegaardiano. Algo necesario para comprender todos los matices y profundidades del pensamiento filosófico de Sören Kierkegaard.
Bibliografía
· Kierkegaard, S. Los lirios del campo y las aves del cielo. Madrid, Trotta. 2007
· Kierkegaard, S. Concepto de Angustia. Madrid, Alianza. 2008
· Kierkegaard, S. Temor y Temblor. Madrid, Alianza. 2007
· Kierkegaard, S. La enfermedad mortal. Madrid, Trotta. 2008
· Sábato, E. Sobre Héroes y Tumbas. Caracas, Ayacucho. 2004
[1] Kierkegaard, Los lirios del campo y las aves del cielo. Madrid, Trotta. 32
[2] Kierkegaard, La enfermedad mortal. Madrid, Trotta. 103
[3] Kierkegaard, Temor y Temblor. Madrid, Alianza. 182-191
[4] Ibíd. p.190.
[5] Kierkegaard. Concepto de Angustia. Madrid, Alianza. 232
[6] Ibíd., p. 232.
[7] Ibíd., p. 220.
[8] Kierkegaard. La enfermedad mortal. Madrid, Trotta. 108.
[9] Sábato. Sobre Héroes y Tumbas. Caracas, Ayacucho. 290
[10] Ibíd., p. 245.
[11] Ibíd., p. 265.
[12] Ibíd., p. 291.
[13] Ibíd., p. 290.
[14] Ibíd., p. 348-349.
[15] Ibíd., p. 350.
[16] Ibíd., p. 352.
[17] Ibíd., p. 352.
[18] Donoso, EL obsceno pájaro de la noche. Santiago, Alfaguara.
[19] Sábato. Sobre Héroes y Tumbas. Caracas, Ayacucho. 364.