Matías TAPIA WENDE: “La transformación cristiana de la razón: Lutero y Kierkegaard”
***

(Universidad de Chile)

I.


En Para un examen de sí mismo, Kierkegaard nos hace considerar un ejemplo[1]. Imaginemos que un hombre recibe una carta de su amada, que no obstante está escrita en un idioma extraño. Con profunda desesperación, el amante toma un diccionario y se sienta a tratar de descifrar el contenido de la carta. En medio de esa tarea, lo interrumpe un amigo, que sabe de la llegada de la carta, y le pregunta si la está leyendo. Nuestro hombre se enfurece e increpa a su imprudente amigo, diciéndole que si cree que traducir la carta de la amada es leerla, entonces se burla de él y, lo que es mucho peor, se burla de la amada. Lo que hace en realidad el amante es el trabajo erudito antes de comenzar a leer verdaderamente el contenido de la carta.
Ahora supongamos que la carta tiene, además de la expresión de un sentimiento, una orden, alguna tarea que la amada espera que el amante lleve a cabo. Luego de la premura del trabajo objetivo y de haber leído propiamente la carta, el hombre se vuelca a la acción e intenta cumplir con lo que su amada requiere de él. Pero imaginemos que días más tarde la amada llega a verlo y se da cuenta que el amante no hizo lo que realmente ella quería, sino que posiblemente tradujo mal una palabra y desvió la comprensión del contenido. Si esto ocurriera así, nos plantea Kierkegaard, ¿creeríamos que la amada se enfadaría con el amante y le recriminaría su error por no haber comprendido bien lo que la carta decía? Por el contrario, la amada perdonará el error y rescatará que el amante, en vez de reflexionar sesudamente sobre la posibilidad de traducir de tal o cual manera tal o cual palabra, se apresuró a cumplir lo que ya entendía, aunque lo entendiera mal. Kierkegaard nos invita a llevar esta suposición a la lectura de la Palabra.
Dios no reprenderá a quien se entregue a la acción de lo que comprende en la Palabra, aunque comprenda tan sólo una cosa y la comprenda mal. Si el cristiano hace de más porque no ha descifrado rectamente lo que se espera de él, no habrá que echarle en cara una culpa. De la misma forma que un profesor no reprobará a un alumno que hace más de lo que se le pedía en la lección, tan sólo porque no ha escuchado bien cuáles eran sus deberes. El caso en que nos pone Kierkegaard, entonces, es en el de exceder el mandamiento, pero queda abierto lo que pasa cuando se hace menos de lo que se exige.
Lo que veremos sucintamente en estas páginas será esta dificultad representada en un pasaje concreto del Nuevo Testamento (Mt. 4, 17), añadiendo algunas consideraciones que podemos encontrar en Lutero. Esta empresa tendrá como fin sacar a la luz la concepción kierkegaardiana acerca del conocimiento ligado esencialmente a la existencia que trajo como nueva perspectiva la irrupción histórica del cristianismo.


II.
En el primero de los Tres discursos edificantes de 1843, El amor ha de cubrir multitud de pecados, Kierkegaard plantea que la palabra apostólica no es un mero giro poético, sino que es un pensamiento fidedigno, un testimonio plenamente válido que, para ser comprendido, debe ser tomado al pie de la letra[2]. Esta comprensión apegada a lo que se nos dice y se nos pide en la Palabra, no debe darse con un trabajo de hermenéutica profundo, sino que siempre se debe tener en cuenta que lo allí está escrito está dicho con autoridad divina y, por lo tanto, es un discurso directo. A este respecto, en Acerca de la diferencia entre un genio y un apóstol, Kierkegaard critica a un obispo alemán, llamado Sailer, por creer que una breve frase apostólica soluciona algo así como los tres grandes enigmas de la humanidad[3]. Esto lo hace, pues no hay nada que buscar donde todo es claro y directo; la autoridad divina del apóstol le permite exceder la relación normal entre un ser humano y otro, y poder decir sin mediación alguna lo que se comunica. Concretizando esto, podemos considerar lo que ocurre universalmente con la traducción del pasaje del Evangelio de San Mateo, capítulo 4, versículo 17: “Arrepentíos, porque el Reino de los Cielos está a la mano”[4]. El verbo que profiere Cristo, y que se traduce en español por arrepentirse (en latín, paenitentiam agere, en danés, omvend, en inglés, repent y en alemán, Buβe tun) es μετανοω, que se compone de la preposición μτα, comúnmente traducida por después, en medio de, más allá, y el sustantivo, en este caso verbalizado, νοuς, que significa pensamiento, inteligencia, mente. El sentido griego que tenía este verbo, no muy corriente, por cierto, tiene tres aristas principales[5]: 1) darse cuenta o reconocer, con el matiz implícito de haber captado algo muy tarde[6], 2) cambiar de opinión o de sentido (νοuς) [7] y 3) arrepentirse o hacer penitencia[8]. Como vemos, cada uno de estos significados parece estar enlazado con el otro: si reconocemos haber pensado mal algo, cambiamos nuestra opinión y, al hacerlo, nos arrepentimos por haber sostenido una falsa creencia. Del sustantivo, μετανοi α, por su parte, es de destacar que fue usado por Cebes[9], un supuesto discípulo de Sócrates, en su Tabla, como un personaje que guía a los hombres perdidos y les ayuda a salir de sus opiniones infundadas, a manejar sus pasiones y a encontrar el buen camino; tómese en cuenta que se dice que un Pseudo-Cebes fue el que realmente compuso esta obra alrededor del siglo I o II d. C[10].

En el Nuevo Testamento, tanto el verbo como el sustantivo se hacen más habituales, hallándose 34 veces el primero y 22 veces el segundo. El pasaje del que nos valemos ha sido uno de los más comentados con respecto al sentido que tienen ambos vocablos, encontrándose en Lutero una de las primeras y más profundas discusiones al respecto, al menos fuera de la canónica católica. El teólogo alemán, en la explicación de la primera de sus 95 tesis, y también en una carta dirigida a Johann von Staupitz, acompañada de sus conocidas Explicaciones, redefine lo que ha entendido con el imperativo μετανοv
ιε τε. Vale la pena ver cuánta coincidencia podemos encontrar entre estos planteamientos luteranos y lo que sabemos del cristianismo de Kierkegaard[11].
A pesar de que en su versión final de la Biblia, publicada en 1545, Lutero mantuviera la posición del arrepentimiento o de la penitencia heredada desde la Vulgata, no dejó de reforzar su pensamiento de que a partir de la traducción latina, y podemos extrapolar esto a las demás transliteraciones que le siguen, no se le ha hecho justicia a la profundidad que abarca el término griego. Citaremos in extenso lo que a este respecto podemos encontrar en la obra luterana:

"[L[a palabra griega μετανοiε τε en sí misma… significa arrepentirse y puede ser traducida más exactamente por el latín transmentamini, que significa cambiar de opinión o de sentir, recuperar el sentido, hacer una transición desde un estado mental a otro, experimentar un cambio de espíritu[12].
Después de haber aprendido – gracias al trabajo y al talento de los hombres más ilustrados que nos enseñaron griego y hebreo con gran devoción – que la palabra paenitentiam significa μετανοi α; que deriva de μετα y νους, de más allá y mente; que paenitentiam o μετανοi α, por lo tanto, significan llegar a pensar bien y la comprensión del mal propio del que uno ha aceptado el daño y reconocido el error…
Entonces, progresé más y vi que μετανοι α puede ser comprendida como compuesta no sólo de más allá y mente, sino también de trans y mente (aunque ésta podría ser una interpretación forzada), de manera que μετανοi α podría significar la transformación de la mente y de la disposición. Incluso parecería expresar no sólo el cambio real de la disposición, sino también la forma en la que este cambio se lleva a cabo, esto es, la gracia de Dios. Tal transición de la mente, esto es, la más verdadera paenitentiam, se encuentra a menudo en la Sagrada Escritura.
Continuando con esta línea de razonamiento, me volví muy resuelto a creer que estaban equivocados aquellos que atribuían tanto a los trabajos de penitencia que difícilmente dejaban algo más que la paenitentiam misma, excepto por algunas satisfacciones triviales, por un lado, y el más laborioso trabajo de confesión, por otro. Es evidente que éstos estaban confundidos por el término latino, pues la expresión paenitentiam agere sugiere más una acción que un cambio en la disposición, y de ninguna manera esto le hace justicia al griego μετανο
ειν"[13].

Para Lutero, como es claro, no basta con el arrepentimiento, sino que la tarea que se nos legó con las palabras de Cristo es más profunda y radical: hay que cambiar la disposición, la visión del mundo, y así detener la ilusión que nos generan las filosofías y las vanas falacias (Col. 2, 6). En el hacer penitencia que propone la traducción latina, vemos tomado el camino que se seguirá a lo largo de toda la historia occidental de dar a μετανο α un carácter mucho más superficial que el que en realidad lleva consigo. Lo que falta es una concepción más acorde a lo que en sí propone el cristianismo y a la renovación que viene con él, entendiendo, por ejemplo, que μετανο
εω y μετανοi α son las formas en las que el Nuevo Testamento abarca las ideas antiguas de un cambio ético y religioso[14], y no la mera acción de pagar ciertas culpas.

III.

Ver un parentesco entre lo que propone Lutero con respecto a la μετανοi α y la visión que arma Kierkegaard del cristianismo a lo largo de toda su obra, no parece ser tan difícil. La profundización de la labor de conciencia en el hombre en contraste con la simpleza que afecta a la cristiandad en el devenir cristiano de cada individuo, es un denominador común claro. Así también lo es la consecuencia universal que tiene la venida de Cristo al mundo, pues todos los paradigmas de la relación entre el hombre y Dios se vieron alterados, dándose a conocer la primera huella divina humanizada en lo terreno. Y esto no puede ser un hecho nimio. En el Postscriptum, Kierkegaard describe el cristianismo como una comunicación de la existencia[15]. Esto significa que no es simplemente una religión pasajera, cuya práctica se pueda dar esporádicamente en el individuo que se precie de cristiano, sino que abarca la existencia toda del existente y lo fuerza a vivir a cada momento dentro de los parámetros que exige el ser cristiano. La tarea es la más difícil de todas y en su dificultad se ve su carácter decisivo: en la lucha constante, en el odio a todo lo que pertenezca a este mundo y en la mirada siempre puesta en la esperanza de la muerte radica la salvación eterna.
 Así como se ve modificada la parte espiritual del hombre, así también se debe ver transformada la porción intelectual en él. La razón[16] ya no es la misma razón calculadora del pensamiento especulativo ni menos la del pensamiento puro, sino que es una razón apasionada, que reconoce sus límites al colindar con la paradoja y es capaz de echarse a un lado cuando sabe que debe entrar en un juego un nuevo órgano, mucho más elevado y divino: la fe[17]. Con esta razón apasionada no deviene cristiano el individuo, pero sí llega a los umbrales de la fe y se prepara desde aquélla para dar el salto que lo lleve a ésta. En la Ejercitación del cristianismo, podemos leer en una bellísima imagen lo que aquí bosquejamos con pobres palabras:

“(…) cuanto más claro, más preciso y, en el buen sentido, más apasionado es el entender, más se ligera proporcionalmente el obrar, o es más fácil para el que obra hacerse con la acción, como acontece con el pájaro, a quien le es más fácil levar las alas desde la rama trémula, pues la oscilación de ésta es como un movimiento muy relativo al del vuelo y conforma la más ligera transición del volar”[18].

Y del cambio de la razón al cambio del conocimiento hay un solo paso. Todo se vuelve esencialmente ligado a la existencia con el cristianismo y el desarrollo epistémico no será la excepción. Volviendo al Postscriptum, encontramos certeras referencias que refuerzan este punto. La consideración que históricamente se ha tenido del conocimiento de la verdad siempre deja de lado el carácter deviniente del sujeto que conoce. La versión aristotélico-tomista y la versión cartesiana-kantiana buscan la objetividad y, por lo tanto, necesitan que el objeto conocido se mantenga uno y el mismo[19]. Pero en los parámetros del tiempo tal conocimiento es imposible. Y con mayor razón lo es si el mismo cognoscente está en medio del devenir. De ahí la necesidad de que, si ha de generarse algún tipo de conocimiento, éste tenga siempre en consideración los marcos de la existencia:

"Todo conocimiento esencial atañe a la existencia o, con otras palabras, sólo es conocimiento esencial el conocimiento cuya relación con la existencia es esencial. El conocimiento que en lo hondo de la reflexión de la interioridad no atañe a la existencia, esencialmente considerado, es un conocimiento contingente, y su proporción y su grado, esencialmente considerados, son indiferentes"[20[.

La contingencia y la indeferencia del conocimiento objetivo, esto es, del conocimiento donde el sujeto puede ser fácilmente olvidado sin hacer mella en lo conocido, nacen del acento que el cristianismo ha puesto sobre lo interior y lo individual. Ahora se puede distinguir entre aquello que tomamos como verdades y aquello que entendemos como la verdad. Las verdades de la ciencia, por ejemplo, son fácilmente heredables y pueden ser comprendidas por cualquiera en mucho menos tiempo del que tomó descubrirlas. La verdad esencial, en cambio, no puede ser legada ni entregada como quien entrega una posta, sino que debe ser apropiada y vivida, reflejada en cada individuo que vive verdaderamente y debe ser concebida, en consecuencia, como lo único que puede ser la verdad para el que todavía está existiendo: como un camino, una vida (Jn. 14, 6-14):

"(…) el ser de la verdad es la duplicación en ti, en mí, en él, de manera que tu vida, la suya, la mía, en el esfuerzo de aproximarnos a ella, exprese la verdad; que tu vida, la suya, la mía, en el esfuerzo de aproximarnos a ella, sea el ser de la verdad, como la verdad era en Cristo: una vida, pues Él era la verdad" [21].

La cosa es mucho más profunda que una simple prédica o una simple oración. El cristianismo que nos muestra Kierkegaard está esencialmente unido al individuo y esencialmente une a él una serie de elementos primarios. La existencia se pone como el único campo de batalla donde el cristiano deviene tal, la individualidad se impregna de una responsabilidad sin parámetro conocido y la transformación en el creyente es total: ya no hay una razón oscura y todopoderosa, ahora está la fe en tanto gracia y la razón apasionada que reconoce que ya no es ella el órgano decisivo en el hombre. Y cuando éste llega a la verdad gracias a la conversión consciente, se despide de la no-verdad con el arrepentimiento[22].

IV.

Con Kierkegaard veíamos al principio de esta comunicación que no era un problema excusarse en la incomprensión de la Palabra cuando se hizo más de lo que se pedía en ella. Pero todo parece ser distinto cuando se hace menos. En el arrepentimiento o la penitencia que se promulga entre los cristianos de la cristiandad, hay un cierto dejo de simpleza. La acción exterior de purgar las culpas con las rodillas desnudas en la arena caliente del desierto nunca alcanza ni menos sobrepasa el cambio de disposición al que parece invitarnos propiamente Cristo cuando nos anuncia la llegada del Reino de los Cielos. Y así lo entendió también Lutero. La tradición lo arrastró fuerte, pero no lo detuvo de hacer ciertas consideraciones que marcan un punto central en la comprensión de que la doctrina cristiana, tal como lo mostró fervientemente Kierkegaard, no es meramente una letra muerta. De ahí la verdad ligada a la existencia y la transformación del conocimiento objetivo en conocimiento existente.
El trabajo de objetiva erudición nos muestra que hay un error de traducción, la lectura individual, por su parte, nos apunta a una deficiencia en la voluntad de los que dicen de sí mismos que son cristianos. Y allí radica el problema de no hacerle justicia a la Palabra, y más aún siendo que es una comunicación directa y con autoridad de la que estamos hablando. Quizás con Lutero y Kierkegaard unificados, podemos reinterpretar el pasaje y proponer que Cristo nos dijo en realidad: “Cambiad de mente, porque el Reino de los Cielos está a la mano”. Cuando se refleja que lo pedido es un cambio de pensamiento, se entiende que lo cristiano es lo radicalmente distinto. Si nos dejamos llevar por la razón que nos condujo hasta la llegada de Cristo, es muy poco probable que asintamos cuando ésta se quiera mover a un lado para dar cabida a la gracia. Por el contrario, si nos decidimos a hacer honor a lo que realmente nos dice el mensaje apostólico o más, cumpliremos a cabalidad la exigencia general de volcarnos a la acción. Y así también se vuelve mucho más comprensible que para lo socrático el pecado esté en la ignorancia y que lo cristiano lo reposicione en la voluntad.



[1] SKS 13, 54ss.
[2] SKS 5, 69.
[3] SKS 11, 105ss.
[4] Tomamos como traducción guía: Sagrada Biblia, traducción Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colugna, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1968. Consideramos un despropósito apelar al uso de este pasaje sólo en griego, aludiendo a que Cristo lo habría proferido en hebreo. La versión directa que tenemos es el Nuevo Testamente, y desde ahí nos llegó en la lengua helénica.
[5] Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, editado por Gerhard Kittel, 1953, Stuttgart: Kohlhammer; p. 973ss. Con respecto a la nota 4, en las páginas 980-994 de este útil diccionario se pueden encontrar referencias más amplias.
[6] Cfr. Epicarmo, fr. 41; Demócrito, fr. 66.
[7] Cfr. Jenofonte, Ciropedia, 1, 1, 3; Platón, Eutidemo, 279c, entre otros.
[8] Cfr. Jenofonte, Helénicas, 1, 7, 19.
[9] Laercio, Diogenes, Vida de los filósofos más ilustres, traducción de José Ortiz, 1887, Madrid: Luis Navarro, editores; II, 125.
[10 Cebes, Tablet, edición de Richard Parsons, 1904, Boston: Ginn & Company; p. 11.

[11] Antes de revisar lo que nos hemos propuesto, demos una rápida vista a las primeras cuatro tesis de Lutero, que condensan el tema del arrepentimiento o la penitencia:
1. Cuando nuestro Señor y Maestro Jesucristo dijo: "Haced penitencia...", ha querido que toda la vida de los creyentes sea penitencia.
2. Este término no puede entenderse en el sentido de la penitencia sacramental (es decir, de aquella relacionada con la confesión y satisfacción) que se celebra por el ministerio de los sacerdotes.
3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.
4. En consecuencia, subsiste la pena mientras perdura el odio al propio yo (es decir, la verdadera penitencia interior), lo que significa que ella continúa hasta la entrada en el reino de los cielos.
[12] Lutero, Martin, D. Martin Luthers Werke, 1883 –, Weimar: H. Böhlau; I, 530. Nos ayudamos también de: Maas, Korey, “The Place of Repentance in Luther’s Theological Development”, sin datos. Disponible
electrónicamente en http://www.newreformationpress.com/freebies/Luther_on_Repentance.pdf (consultado el 26 de agostos de 2012)
]13] D. Martin Luthers Werke, I, 525ss.
[14] Thelogisches Wörterbuch..., p. 995.
[15] SKS 7, 346.
[16] No haremos diferencias entre términos como razón, entendimiento o entender, pues todo se reduce en este contexto a una labor, precisamente, racional.
[17] SKS 4, 306.
[18] SKS 12, 165.
[19] SKS 7, 173.
[20] SKS 7, 181.
[21] SKS 12, 202.
[22] SKS 4, 227.

Bibliografía

- Cebes, Tablet, edición de Richard Parsons, 1904, Boston: Ginn & Company.

- Laercio, Diogenes, Vida de los filósofos más ilustres, traducción de José Ortiz, 1887, Madrid: Luis Navarro, editores.

- Lutero, Martin, D. Martin Luthers Werke, 1883 – ,Weimar: H. Böhlau.

- Maas, Korey, “The Place of Repentance in Luther’s Theological Development”, sin datos.

- Sagrada Biblia, traducción Eloíno Nácar Fuster y Alberto Colugna, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1968.

- Søren Kierkegaards Skrifter, edición a cargo del Søren Kierkegaard Forskningscenter, redactores: Niels Jørgen Cappelørn, Joakim Garff, Anne-Mette Hansen, Jette Knudsen, Johnny Kondrup, Alistair McKinson y Finn Hauberg Mortensen, Ed. Gad, Copenhague, 1994 – 2012. Se puede acceder a los tomos publicados en la siguiente página electrónica: www.sks.dk.

- Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, editado por Gerhard Kittel, 1953, Stuttgart: Kohlhammer.

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