Nada más riesgoso, para el que esté interesado en el estudio del pensador danés Sören Kierkegaard, que proponerse una tarea que pretenda ser clarificadora con los escasos elementos que provee la lengua española, puesto que apenas una mínima parte de su obra ha sido traducida, y ésta sólo fragmentariamente, al castellano. Más aún, si se tiene en cuenta que grandes filósofos, de la talla de Karl Jaspers, por ejemplo, han podido escribir estas cuando menos apresuradas palabras, que no le hacen justicia: "Lo que realmente fue Kierkegaard, lo que ha querido decir, nadie, creo, lo sabe." * En la certeza de que algunos sí lo saben o quieren llegar a saberlo, los que posean un oído atento podrán aventurarse confiadamente, no obstante la modestia de los medios, en las profundidades de este mar inagotable y tan poco o mal explorado como es la obra de Kierkegaard. Uno de los conceptos de más difícil traducción y comprensión es precisamente el de Stemning, un sustantivo que tiene variadas acepciones y que los exégetas traducen, entre otras posibles, como estado o temple de ánimo, talante, tonalidad o tono afectivo, acorde, clima, atmósfera, actitud, disposición, tensión. Las alusiones que el propio Kierkegaard hace sobre este tema en la Introducción de El concepto de la angustia permiten una aproximación a su sentido. Tras considerar que el pecado no tiene ningún lugar determinado en ninguna ciencia y que precisamente en esto consiste su determinación, se advierte luego que quien trata el tema del pecado en un ámbito que no es el adecuado no sólo altera la naturaleza del concepto sino que al mismo tiempo turba el estado de ánimo (Stemning) único que corresponde al concepto justo. De esta manera, en vez de la estabilidad del verdadero estado de ánimo, se obtiene "el fugaz juego ilusorio de una falsa situación interior"**, es decir un falso Stemning. En una nota al pie de página, aclara, además, que también la ciencia, la poesía y el arte presuponen un estado de ánimo tanto en el creador como en el receptor, y agrega que un error en la modulación perturba en la misma medida que un error en la lógica del pensamiento, si bien cada error engendra su propio enemigo: la dialéctica para el del pensamiento y lo cómico para la falsificación del estado de ánimo. Una imagen que quizás ayude a comprender mejor podría ser la de un aparato de radio mal sintonizado, pues tal situación refleja de manera bastante gráfica que el emisor no logra transmitir el mensaje que quería y que el que lo recibe no llegará a descifrarlo. Es decir, a menos que se sintonice bien la onda, no habrá forma de alcanzar el objetivo, ni por parte del que transmite el mensaje ni por parte del que lo recibe. Otra imagen menos tecnológica podría ser la de una persona que habla en voz tan baja que resulta imposible captar el sentido de los murmullos que emite y el receptor entiende cualquier cosa o directamente se queda en ayunas. Esta segunda imagen también da idea de la poca consideración de dicha persona hacia el que trata de escuchar, lo cual es todavía más grave. Su preocupación (que es el hablar por hablar o, como diría Kierkegaard, utilizar incluso el error para poder completar su sistema) excluye por completo al interlocutor, quien no será el otro polo del diálogo sino a lo sumo un espectador desorientado que tratará de hacer pie aquí o allá, seducido por infinidad de murmullos, sin llegar a lograrlo * Citado por Cornelio FABRO en "Sören Kierkegaard-Opere", Sansoni Editore, Firenze, 1998, pág. LV. ** Sören KIERKEGAARD, "Il concetto dell'angoscia", en el volumen de Fabro, op.cit., pág.114. nunca. Otro de los sentidos del sustantivo Stemning, y que por otra parte es el más habitual y común en Dinamarca, alude al "clima" o "atmósfera", a aquello que circunda o rodea a los que están en relación o juntos. A tal punto esto es así que, hablando de una fiesta o una reunión, se suele decir que hay o hubo un buen o mal Stemning. Ahora bien, que haya buen o mal Stemning depende obviamente del estado de ánimo o tonalidad afectiva de sus participantes, de su actitud o disposición, de su armonía o desarmonía interior. Y a propósito de armonía, es importante consignar al menos un significado más, que es el que tiene que ver con la afinación de un instrumento musical, con el temple. Así como para cantar acompañado de una guitarra, hay que previamente templarla (de lo contrario, será imposible lograr los justos acordes para que ni el instrumento ni el cantor desafinen), del mismo modo para abordar cualquier aspecto que refiera al espíritu humano hay que hacerlo con el temple apropiado, a fin de impedir que se caiga en lo cómico. No podemos cantar en sol mayor si queremos tocar la música en si bemol menor y con alguna de sus notas, para colmo, equivocada. Mejor dicho, podemos, pero lo que sale es un zafarrancho que sólo puede mover a risa, lo que en el fondo resulta trágico. Hay que notar que tanto la introducción de Temor y temblor como la de El instante llevan por título "Atmósfera", en castellano y Stemning, en danés. También la segunda parte de Ejercitación del Cristianismo lleva una especie de prólogo denominado "Acorde". De acuerdo con el testimonio de Fabro en el libro ya citado, el título que Kierkegaard había elegido para la introducción de Temor y temblor en el bosquejo del mismo era, precisamente, "Preludio", otro concepto muy relacionado con la música, que no sólo da cuenta del clima general de la pieza y prepara al oyente para que vaya poniéndose en el estado de ánimo apropiado que le permitirá apreciar y disfrutar la obra, sino que además lo vuelve receptivo para lo que constituirá el núcleo principal, y esto es lo que importa. Si el buen Stemning no se produce, el clima de fastidio, impaciencia, desajuste o distracción hará fracasar cualquier intento de comunicación profunda, de comunión con aquello que gratuitamente se brinda. No habrá nada para compartir. Una ficción de urbanidad, a lo sumo. Una impostura. Tan importante es el concepto de Stemning que por el estado afectivo es posible ver de inmediato si el concepto es el justo y viceversa. "Una sencilla investigación psicológica orientada hacia el problema dogmático del pecado original" es el subtítulo que lleva El concepto de la angustia. Por esa razón, Kierkegaard toma como ejemplo el pecado y hace notar de qué manera se puede distorsionar o falsear su concepto si se lo trata como a una enfermedad, una anormalidad o un veneno; es decir, como el objeto de alguna ciencia cuando en realidad no tiene cabida en ninguna. Sin embargo –dice- la actual pedantería científica ha tomado a los sacerdotes por locos y éstos se han convertido en sacristanes de los profesores por considerar que el arte de predicar está por debajo de su dignidad. No se dan cuenta de que es la más difícil de las artes, la que más pondera Sócrates: la del diálogo. El hecho es que, lejos de exaltarla, se avergüenzan de ella. Del mismo modo, un psiquiatra que crea que su cordura está asegurada para siempre y que jamás correrá riesgos en toda su vida, aunque esté más cuerdo que los dementes, resulta finalmente más imbécil que ellos y tampoco será capaz de curar a muchos, pues le falta aún la simpatía verdadera, la de reconocer en la intimidad de su ser "que lo que ha alcanzado a uno puede alcanzarnos a todos." * El mismo Stemning inadecuado por el que, según trae a colación unas páginas más adelante Kierkegaard, un hombre de la Iglesia como San Jerónimo le reprocha a Erasmo errores de fe por admitir que la tierra es redonda y no plana. O incluso cuando se dice que alguna calamidad climática, el granizo o la sequía, son obra del demonio, pues es así, con las mejores intenciones, como se distorsionan el concepto del mal y el concepto del bien. Y nuevamente se cae en lo cómico, aunque más de una vez resulte trágico. De semejante incomprensión cómico-trágica dan cuenta desdichados personajes como Giordano Bruno, Miguel Servet, Galileo Galilei y tantos otros. En una de las partes en que se divide su obra Enten-Eller ("O lo uno o lo otro"), titulada Estética y ética en la formación de la personalidad y publicada por editorial Nova en forma de libro independiente, Kierkegaard o, mejor dicho, su seudónimo Víctor Eremita, hace afirmar a uno de sus personajes, el juez Wilhelm, que en la concepción estética de la vida se considera la personalidad sólo en relación con lo que la rodea, en relación con la finitud y lo mundano. El que vive estéticamente trata, dice, de perderse u ocultarse enteramente en el estado de ánimo, de manera de vivir sólo el momento, ya que su personalidad no tiene el centro en sí misma.* Su centro está en lo externo y pasa de una decepción a otra sin encontrar nunca reposo. En cambio, en el que vive éticamente el estado de ánimo está centralizado. Él no vive en el estado de ánimo sino que lo tiene en sí, pues su tarea no es gozar de la fugacidad del momento; su tarea consiste en adquirir la continuidad que domina el deseo y se hace dueña del estado de ánimo. Hasta aquí queda más o menos claro que el Stemning, entonces, sería el modo en que pueden expresarse la propia existencia y su singularidad, por tanto es posible plantarse frente a la vida desde un Stemning falso o verdadero, adecuado o inadecuado. Un reproche recurrente de Kierkegaard a toda la modernidad es que sus mayores exponentes creen tener autoridad para hablar de todo y explicarlo todo. Es más, los califica de "incansables" en su tarea de querer hacer que cada cosa lo signifique todo. El ingenio, el capricho, el afán de figurar, la necesidad de adoctrinar, de incrementar el número de adeptos, las altas pretensiones especulativas carentes de fundamentos sólidos, justifican la desfiguración de la verdad hasta el punto de no poder reconocerla. Raramente se habla con la justa disposición de ánimo, con el Stemning justo, acerca de cualesquiera de los aspectos referidos a la naturaleza humana. En unas líneas dedicadas a la pecaminosidad y la sensualidad, dice: "Mucho se ha charlado ya en el mundo, de palabra y por escrito, sobre la ingenuidad. Sin embargo, sólo es ingenua la inocencia, la cual es también ignorante. Tan pronto como se adquiere conciencia de lo sexual, es irreflexión, afectación, y a veces algo peor aún: a saber, un manto para cubrir el placer, hablar de ingenuidad. Pero de que el hombre ya no sea ingenuo no se sigue en modo alguno que peque. Esto es sólo insípida charlatanería, que seduce a los hombres, desviando la atención de lo verdadero, de lo honesto. La cuestión entera de que la significación de lo sexual y de su significación en las distintas esferas ha sido resuelta hasta ahora, es innegable, de un modo muy insuficiente y, en especial, muy raras veces en la justa disposición de ánimo. Hacer un chiste sobre el asunto es un mísero arte; amonestar no es difícil; predicar, pasando por alto la dificultad, tampoco lo es; pero hablar justa y humanamente de este asunto es un verdadero arte." * Se ha transcripto esta deliberadamente larga cita, para que se pueda apreciar con claridad cómo en lugar de la estabilidad del verdadero estado de ánimo, del verdadero arte del Stemning, se prefiere caer en la frivolidad del ya mencionado "fugaz juego ilusorio de una falsa situación interior". Frivolidad en la que, sin embargo, no cayeron los griegos, a pesar de no haber conocido el cristianismo. Pues ellos sí tuvieron la capacidad de comprender que "esto es lo maravilloso de la vida, que cualquier hombre que atienda a ella sabe lo que ninguna ciencia sabe, puesto que sabe cómo es él mismo; y esto es lo más profundo del helénico , que en la época moderna se ha entendido bastante tiempo en el sentido de la pura conciencia del yo, de la regocijada diversión del idealismo." ** Precisamente este fugaz juego ilusorio de nuestra falsa situación interior nos conduce a un callejón sin salida. En efecto, no llegamos a alcanzar la serenidad griega que, como bien apunta Kierkegaard, no se puede conseguir sino sólo perder, ni tampoco la eterna determinación del espíritu. Y para continuar con el mismo ejemplo, cuando incorporamos el problema sexual en la determinación del espíritu desde un falso Stemning, lo único que hacemos es confundir todo. Así, en el transcurso de tantos siglos se ha evitado, distorsionado, empobrecido o magnificado, este aspecto básico de la existencia humana. La negación de este problema, el interés por ocultarlo, por rechazarlo externamente, por no enfrentar su dificultad, el no haberlo tratado con el Stemning adecuado, han llevado a extremos que van desde el rigorismo victoriano hasta la licenciosidad más grosera y chabacana, que son las dos caras de la misma moneda: la incomprensión, la falta de afinación, el desacuerdo o desacorde en nosotros y entre nosotros. Pero el triunfo del amor en un ser humano, que reclama Kierkegaard, y por el cual es posible sublimar la sensibilidad en espíritu y disipar la angustia, está muy lejos de ser alcanzado y el problema sigue tan candente como en el universo victoriano o en el del marqués de Sade. De todos modos, la falta de espíritu siempre sigue siendo, y no puede dejar de serlo, una relación con el espíritu. Lo terrible es que esta relación no sea nada o sólo sea charlatanería, superficialidad, ligereza, juego, ingenio, fraseología. El mejor medio para verse libre de los ataques del espíritu, dice Kierkegaard, es volverse falto de espíritu y cuanto antes, mejor. Al falto de espíritu lo llama "una máquina parlante" * y lo mismo puede serlo un filósofo, un político o un pastor. Ahora bien, a esta máquina parlante no sólo se le dificulta distinguir entre lo que sabe y lo que no sabe (distinción que hacía grande a Sócrates, según reza la cita de Hamann que figura en el epígrafe de El concepto de la angustia), sino que se hace susceptible de cometer el pecado que no tiene perdón: el pecado, no ya contra el Hijo del hombre, que ése también será perdonado, sino el pecado contra el Espíritu de santidad, es decir, la confusión del Espíritu del amor con lo demoníaco. En otras palabras, el activo no reconocimiento (que no es lo mismo que desconocimiento) del amor, el no querer que haya amor. Pretendemos haber vivido cuando nos dejamos arrastrar por el torbellino de momentos fugaces y pasajeros. Creemos que esos momentos son la vida y así permitimos que se nos escape lo eterno. Dilapidamos nuestro ser singular, lo socavamos incluso por bagatelas, por tonterías. Esclavizamos nuestra libertad porque somos demasiado cobardes para producirla actuando con seriedad. Justamente, es la seriedad el Stemning que corresponde al espíritu. Según la definición que da Rosenkranz en su "Psicología", el espíritu es la unidad del sentimiento con la conciencia del yo, de manera tal que el sentimiento se abre a la autoconciencia y el contenido de la autoconciencia es sentido como suyo por el sujeto. Sólo esta unidad puede denominarse espíritu, pues si falta la claridad de la intuición, a la que Rosenkranz llama "el saber del sentimiento", sólo existe la inmediatez, el impulso del espíritu natural; y, en cambio, cuando falta el sentimiento, sólo existe un concepto abstracto, que no ha alcanzado la última interioridad de la existencia espiritual, que no se ha hecho uno con el yo del espíritu.** Por otro lado, si se tiene en cuenta lo que dice acerca de que el sentimiento es la unidad inmediata de la psiquicidad del espíritu y de su conciencia y que esta psiquicidad del espíritu se considera como la unidad con la determinación inmediata de la naturaleza, entonces se obtiene la idea de una personalidad concreta. Una vez admitido esto, Kierkegaard concluye que el espíritu es una determinación de la inmediatez, pero que la seriedad, en cambio, es la originalidad que el espíritu tiene que conquistar. Es la originalidad del espíritu conservada en la responsabilidad de la libertad y afirmada en el goce de la beatitud. Esta originalidad del espíritu, en su desarrollo histórico, manifiesta en la seriedad precisamente lo eterno, es decir lo que nunca puede convertirse en hábito o costumbre. Si la originalidad es conquistada y conservada en la seriedad, entonces hay repetición, es decir restauración, recuperación de la personalidad en su forma superior, en su conexión con lo eterno. La verdadera repetición es la eternidad, pues aun el ardor del sentimiento más vivo llega a enfriarse inevitablemente, si no se ocupa de él la seriedad, dice Kierkegaard. La seriedad significa, por lo tanto, la personalidad misma; sólo una personalidad seria es una verdadera personalidad. Y aquí volvemos al Stemning, porque, como apunta en una nota al pie de página, no forma parte de la seriedad de la vida ser caballero del rey, aunque cuantas veces monte a caballo, lo haga con toda la seriedad posible.* El objeto de la seriedad no es esto o aquello, sino un objeto que todo hombre tiene, es decir él mismo. Y quien se vuelve serio por toda clase de cosas extraordinarias y grandiosas, pero no ante sí mismo y ante Dios, no es, para Kierkegaard, más que un frívolo que a la larga se volverá cómico. La seriedad es, entonces, la eternidad o la determinación de lo eterno en el hombre. El problema es que no se quiere pensar seriamente en la eternidad, en la posibilidad de la libertad cuyo auténtico sentido es que para Dios todo es posible. Pero lo que se siente ante la eternidad es angustia y la angustia busca todos los escapes posibles, escapes que constituyen lo demoníaco, ese poder incapaz de expulsar lo que hay de miseria y finitud en nuestra alma para conducirla al camino de la libertad y la reconciliación, ese poder que, llevado al extremo, pone de manifiesto dos maneras de expresar la misma cosa: que las cabezas de todos los hombres se asienten sobre un sólo cuello para cortarlas de un sólo hachazo, como quería el emperador Calígula, o que un hombre se mate a sí mismo.** En La enfermedad mortal, firmada con el seudónimo de Anti-Climacus, por oposición al Johannes Climacus que intentaba erguirse sobre una subjetividad aislada de lo divino, Kierkegaard retoma el tema de la seriedad y la opone a lo que llama esa especie de "cientificidad indiferente" que, desde el punto de vista cristiano, no es otra cosa que curiosidad inhumana, broma y vanidad. "El heroísmo cristiano –dice en la primera página del Prólogo—, y esto se ve en verdad muy raramente, es atreverse a ser sí mismo, un hombre singular, este hombre singular determinado, solo frente a Dios, solo en este inmenso esfuerzo y en esta inmensa responsabilidad; pero no es heroísmo cristiano el de hacerse los payasos disertando sobre el puro hombre o divertirse con la historia universal como en un juego de prestidigitación." *** La seriedad, el justo Stemning de lo religioso, impide que una cosa se tome por otra y constituye a su vez lo que edifica, dice Kierkegaard en el mismo Prólogo. Vale la pena detenerse un poco en la expresión "edificar", por cuanto todos sus libros firmados sin seudónimo, además de La enfermedad mortal, se consideran Discursos edificantes. Kierkegaard distingue entre "edificar" y "construir". El primer verbo en danés se dice "opbygge" y lleva unido el prefijo "op-", que significa "de abajo arriba". De ahí que lo que caracteriza al hecho de edificar es construir partiendo desde la base, desde los cimientos. Por eso, todo el que edifica, construye; pero no todo el que construye, edifica, explica. Si alguien construye una habitación o un piso más en su casa, lo que hace no es edificar, sino añadir algo a lo que ya había sido edificado. Porque edificar no se puede, si no es a partir de los cimientos. El prefijo "op-" señala una dirección de altura, pero de tal modo que esta altura debe guardar una determinada proporción respecto de los cimientos, proporción que, de no guardarse, llevaría al derrumbe del edificio. Así, explica Kierkegaard, se puede decir de alguien que empezó a edificar, pero que luego no terminó la casa. En cambio, es imposible decir que edifica, por muchos pisos que hiciese, alguien que no puso los cimientos, pues edificar es construir sólo a partir de los cimientos. Sin ellos, lo único que se puede es "hacer castillos en el aire" *, con lo que, en sentido espiritual, volvemos a obtener "el fugaz juego ilusorio de una falsa situación interior". En La enfermedad mortal, se afirma que absolutamente toda existencia humana es desesperación, se tenga o no conciencia de ello. En el capítulo I del Libro Tercero de esta obra, justamente se habla de cómo se relaciona la fantasía con el sentimiento, el conocimiento y la voluntad, de manera tal que una persona puede llegar a tener un sentimiento, un conocimiento y una voluntad fantásticos. El yo es síntesis, entre otras, de lo finito, que limita, y de lo infinito, que ensancha. Pero "lo fantástico es en general aquello que transporta al hombre de tal manera hacia lo infinito, que no hace sino descaminarle todo lo que puede lejos de sí mismo, manteniéndole apartado en la imposibilidad de retornar a sí mismo." ** Cuando el sentimiento, el conocimiento y la voluntad se tornan imaginarios, el yo no hace otra cosa que perderse, volverse inhumano y abstracto. Y esta pérdida del yo, que es la enfermedad mortal, puede pasar incluso tan desapercibida que ni los demás ni uno mismo dan cuenta de ella, como si fuera una nadería. De hecho, la enfermedad mortal no es ninguna de las tremendas calamidades y desgracias que puedan sobrevenirle a un hombre, ni siquiera la muerte. Por el contrario, la desesperación es querer morir y no poder hacerlo. Según las estremecedoras palabras de san Juan en el Apocalipsis: "Buscarán la muerte y no podrán hallarla". Es una enfermedad del yo que consiste en un estar muriendo todo el tiempo, en un morir la muerte, sin siquiera la esperanza de poder morirse. Es una enfermedad del espíritu de la que es imposible curarse con la muerte, ya que el tormento de la desesperación es no poder en realidad morirse y suele identificársela erróneamente con toda clase de talantes (Stemning) pasajeros, mal humor, abatimientos, que no entran en la desperación. El yo o espíritu del hombre es una relación que se relaciona consigo misma, pero a la vez es derivada porque ha sido puesta por otro. El yo, al autorrelacionarse y querer o no querer ser sí mismo, desespera cuando no se apoya "de una manera lúcida en el Poder que lo ha creado". *** La dependencia del yo le impide alcanza por sus solas fuerzas el equilibrio y el reposo. Si pretende sólo por sí mismo y nada más que por sí mismo salir de la desesperación, no hace más que hundirse cada vez más profundamente en ella, ya que la discordancia o mal o falso Stemning de la desesperación proviene de que no apoyarse de manera lúcida en el Poder que fundamenta. Una vez que aparece la discordancia que constituye la desesperación, el yo se empecina o bien en no querer ser sí mismo, enajenándose en todas las tentaciones, desde las más groseras hasta las más elevadas que le ofrece lo mundano (desesperación de la debilidad), como el caso de una muchacha que se ha perdido a sí misma por el amor de un hombre; o bien en querer ser sí mismo (desesperación de la obstinación), como la del que sólo atiende a su deseo de hacer su propia voluntad, aunque sobre él se cierren las puertas del infierno. Sólo el amor edifica, dicen san Pablo y Kierkegaard. Pero esto puede significar dos cosas: "que el que ama deposita su amor en el corazón de otra persona o que el ama presupone que hay amor en el corazón de la otra persona, logrando cabalmente mediante este supuesto que el amor edifique en él a partir del fundamento.......Sólo el que está desprovisto de amor es capaz de imaginarse que se ha de edificar forzando a la otra persona; el amante, en cambio, presupone constantemente que el amor está ya presente, y precisamente por eso no menos por menos de edificar".* De modo que hay que presuponer el amor, pues es insensato que un ser humano se arrogue el poder y la voluntad –dice Kierkegaard— de hacer brotar el amor en el corazón de otra persona, es imposible que el amor humano en este sentido sea edificante. Lo que puede hacer el que ama es forzarse de un modo edificante a sí mismo. "El amor es el fundamento, el amor es el edificio, y el amor es el que edifica." ** Ahora bien, lo único que no puede hacer el amor –ni el mismo Cristo que es el -- lo puede, es que un hombre quiera creer que para Dios todo es posible, que quiera creer que envió a su Hijo para que sus pecados, los de su debilidad o los de su obstinación, le fueran perdonados. Lo único que no puede es evitar la posibilidad del escándalo que para la razón representa esta reconciliación que Cristo ofrece en el perdón de los pecados. Pensar, y sobre todo pensarlo en nuestros corazones, que es blasfemia decir "Tus pecados te son perdonados" ***, es lo demoníaco, es desesperar de la posibilidad de la redención que significa el perdón de los pecados, pues sólo entra en contacto con Dios y aleja la desesperación aquél cuyo espíritu haya conquistado el Stemning de la seriedad por el que quiera creer que todo es posible, aun en medio de la más profunda y absoluta ruina. Si, en cambio, se escandaliza, no podrá llevar a cabo la obra del amor, dejará huir la posibilidad, tornará esclava su libertad y perderá la seriedad para querer ser verdaderamente sí mismo apoyándose en el Poder que lo fundamenta. Y esta falta de seriedad, y no otra cosa, constituye en realidad el verdadero escándalo inserto en el propio seno de la Cristiandad. Hay que notar, por último, que, para Kierkegaard, el que se excluye de la falsificación y la impostura que ella representa, tiene una culpa menos: que él no se burla de Dios. ****