LAS OBRAS DEL AMOR (PRIMERA PARTE)
Esta obra lleva por subtítulo "Meditaciones cristianas en forma de discursos".  Este subtítulo nos pone de frente a algo de lo cual no se puede decir que sea un mero libro sobre el asunto del amor.  Y para reafirmar esto, en el prólogo somos advertidos por el propio autor: "Estas son "meditaciones cristianas", por lo tanto no tratan acerca del "amor", sino de "las obras del amor"".
En el capítulo I Soren Kiekegaard escribe que el amor es algo esencialmente oculto y que el amor del hombre encuentra su fundamento en el amor de Dios "como el lago tranquilo se fundamenta profundamente en el oculto manantial".  En virtud de su naturaleza, el amor necesita darse a conocer en el mundo a través de sus frutos.  El autor no nos deja pasar por alto el preguntarnos acerca de qué son las obras del amor.  Sin embargo, el amor no se muestra en el qué sino en el cómo se realice la obra.
El capítulo II está dedicado a la frase "tú debes amar al prójimo".  Cada una de las partes de este capítulo reflexiona sobre un aspecto distinto de esta frase.
La primera parte pone el acento en el "debes".  Este deber aparece contradiciendo la concepción muy difundida de que el amor es algo que surge espontáneamente y que de ninguna manera puede ser mandado.  A partir de esta frase, "amar" se convierte en un mandato y el amor en un amor de abnegación.
En la segunda parte se pone el acento en "prójimo".  Definitivamente "prójimo" no quiere decir nuestras personas próximas, amigos y conocidos.  No, el autor pone en claro que esta palabra hace referencia a todos y cada uno de los hombres sin distinción ya que el amor de abnegación no puede ser un amor de predilección.
Finalmente en la tercera parte el acento está puesto en "tú".  La presencia de este pronombre en la frase tiene perfecta articulación con el sentido de mandato.  No hay escapatoria para quien la oye, es a él a quien le están dirigiendo la orden de amar.
En el capítulo III se ponen en relación el amor, la ley y la conciencia.  El amor y la ley están relacionados a partir de la respuesta que dio San Pablo frente a la pregunta "¿Qué es el amor?", "El amor es el cumplimiento de la Ley".
La segunda parte de este capítulo está enfocada sobre la relación entre la conciencia y el amor.  Afirma el autor: "El amor es asunto de la conciencia; por tanto no es cosa del instinto o de la inclinación, ni cosa del sentimiento, ni tampoco de un cálculo racional."
En el capítulo IV vuelve sobre el amor al prójimo de una manera más amplia reflexionando sobre la frase "nuestro deber es amar a los hombres que vemos".  Y escribe. "Porque cuando éste es el deber, entonces la tarea no consiste en encontrar el ojeto amable; sino que consiste en encontrar amable el objeto dado o elegido una vez por todas, y en que se pueda permanecer encontrándolo amable, cambie lo que cambie."
Por último, en el capítulo V medita sobre la frase "nuestro deber es permanecer en deuda mutua de amor" y respecto de la cual escribe: "dado que el deber es permanecer en deuda mutua de amor, hay que afirmar que estar en deuda no es una expresión fantástica, ni una mera representación del amor, sino que es una acción; de este modo, gracias al deber, el amor se convierte en el sentido cristiano en acción, y cabalmente por esto mismo en una deuda inmensa."
Como corolario de toda la obra lanza una advertencia: "En dondequiera que esté lo cristiano, habrá indefectiblemente posibilidad de escándalo, y el escándalo es el peligro supremo."

Pablo E. Rosi

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