Reunión I: LA REPETICION - UN LIBRO DE TRES CARAS
19 de Marzo de 2004

         La Repetición que Søren Kierkegaard publicó bajo el seudónimo de Constantin Constantius es uno de sus libros más llanos y sencillos de leer, pero a la vez es uno de los más complicados de entender, características que lo hacen más que interesante para ser trabajado en un seminario. Digo esto porque no es un típico libro conceptual, es decir, uno en el que se desarrollan ideas y argumentos sin abandonar nunca ese plano, sino que es una mezcla de narrativa literaria con exposición conceptual y comentarios bíblicos, donde la narrativa literaria misma contiene de manera encriptada un pensamiento. Esto nos enfrenta a un trabajo de desciframiento, de trabajo de extracción y de producción de sentido a partir de una comunicación indirecta.

         Además de lo anterior, La Repetición es un libro complicado porque el tema que trata en sí es muy complicado, tal vez el más complicado del pensamiento de Kierkegaard, dado que es un tema prácticamente inédito, no sólo en la historia de la filosofía sino incluso en la historia del pensamiento. Y no sólo esto, sino que a pesar de haber sido puesto a la vista de todos y elevado a problema existencial decisivo por Kierkegaard, sin embargo no ha sido retomado por la filosofía posterior. La única disciplina que toma el asunto de la repetición como un tema central de su praxis es el psicoanálisis, y dentro de él tampoco se trata de un asunto diáfano y sencillo, más bien todo lo contrario.

         No hay duda de que la repetición desborda el campo de lo que tradicionalmente se entiende por filosofía, dado que más que un concepto a lo que apunta es a ubicar y delimitar un acto, a nombrar un acto y a predisponernos para realizar dicho acto. En todo caso si queremos ligarlo a un concepto, lo podemos hacer siempre y cuando no entendamos “concepto” en sentido tradicional, como una representación, sino por lo menos en sentido hegeliano, es decir, a un decir que actualiza o hace real el contenido del que se está hablando, y no una mera referencia a algo por fuera del decir que se está diciendo.

         Durante todo el seminario vamos a trabajar centralmente sobre dos libros, uno es La Repetición, y el otro es el Libro de Job. Este es otro aspecto que complica y a la vez vuelve muy interesante este libro de Kierkegaard, puesto que está concebido también como un comentario del Libro de Job, lo cual presentifica todos los temas y asuntos que este texto bíblico trata y que son de una extrema complejidad. El Libro de Job, tanto por la problemática que plantea como por el punto de vista que adopta, para la mayoría de los exégetas y estudiosos es más cercano al Nuevo que al Antiguo Testamento, ya que es un texto en el que se prefiguran puntos de vista y posiciones fundamentales del mensaje cristiano, referidos básicamente a los temas de la culpa y el castigo, y por ende también a los de la inocencia y el perdón. ¿Qué carácter tienen éstos problemas?, ¿son problemas morales, psicológicos, religiosos, u ontológicos?

         La Repetición es un libro que tiene tres caras bien definidas y diferenciadas, pero también firmemente articuladas. En el seminario trataremos sucesivamente estos tres grandes temas y, al mismo tiempo, trataremos de ir conectándolos a cada uno con los otros, una veces adelantándonos otras veces retrocediendo. El primer tema, que comenzaremos hoy, se refiere a una historia de amor, lo que remite al aspecto literario del libro. Es la historia de un joven enamorado y su relación con un confidente, un hombre de más edad que él. Este confidente, a la vez, es el narrador del libro que, a su vez, no es otro que Constantin Constantius. En la textura misma de la historia amorosa está encriptada, como ya dije, todo un pensamiento filosófico existencial. El segundo tema se refiere al asunto que Kierkegaard denomina la repetición;  en este caso se trata de un desarrollo conceptual y filosófico. A la repetición la introduce en oposición a la reminiscencia griega, y en estrecha relación con el otro tema decisivo para Kierkegaard, lo que él denomina el instante. Y el tercer tema se refiere al Libro de Job. Son tres grandes módulos bien diferenciados uno de otro pero que, de todos modos, vamos a ir conectando y que al final tratremos de anudarlos firmemente en una unidad.  

        

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         En su libro Temor y Temblor, en el comienzo del capítulo titulado «Panegírico de Abraham», bajo el seudónimo de Johanes de Silentio, Kierkegaard dice así:

         «Si no existiera una conciencia eterna en el hombre, si como fundamento de todas las cosas se encontrase sólo una fuerza salvaje y desenfrenada que retorciéndose en oscuras pasiones generase todo, tanto lo grandioso como lo insignificante, si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación? Y si así fuera, si no existiera un vínculo sagrado que mantuviera la unión de la humanidad, si las generaciones se sucediesen unas a otras del mismo modo que renueva el bosque sus hojas, si una generación continuase a la otra del mismo modo que de árbol a árbol continúa un pájaro el canto de otro, si las generaciones pasaran por este mundo como las naves pasan por el mar, como el huracán atraviesa el desierto: actos inconscientes y estériles; si un eterno olvido siempre voraz hiciese presa en todo y no existiese un poder capaz de arrancarle el botín, ¡cuán vacía y desconsolada no sería la existencia!».

         Desde el fondo de los tiempos, el hombre ha padecido como una desesperante condena la fugacidad de la vida y del mundo; pero también desde el origen de los tiempos ha intuído que un trasfondo firme y seguro subyace a la diversidad y al continuo cambio del mundo visible. Esto nunca fue, ni es, un tranquilo asunto académico, pues «si un abismo sin fondo, imposible de colmar, se ocultase detrás de todo, ¿qué otra cosa podría ser la existencia sino desesperación?». Si la vida y el mundo no tienen ningún trasfondo, nuestra vida tampoco tiene ni podría tener ningún sentido, pues cualquier sentido que trabajosamente lográramos anudarle no sería más que una inútil y arbitraria ilusión, un vano espejismo a fin de apurar el mal trago de la existencia. Desde la más profunda angustia, entonces, una serie de razones nos han hecho acceder a ese trasfondo firme y seguro, al que se le ha dado y se le puede dar el nombre que a cada cual convenga, pero que se llame como se llame siempre es la instancia que da el sustento, la sustancia y la permanencia a este mundo en continuo cambio y en fugacidad.

         Casi al comienzo de La repetición, y en el mismo tono de lo que recién he leído de Temor y Temblor, Kierkegaard dice:

         «¿Quién desearía ser nada más que un tablero en el que el tiempo iba apuntando a cada instante una breve frase nueva o el historial de todo el pasado? ¿O ser solamente como un tronco arrastrado por la corriente de todo lo fugaz y novedoso, que de una manera incesante y blandengue embauca y debilita al alma humana? ¿Qué sería, al fin de cuentas, la vida, si no se diera ninguna repetición? El mundo, desde luego, jamás habría empezado a existir si el Dios del cielo no hubiera deseado la repetición. Porque entonces una de dos, o Dios había seguido los planes fáciles de la esperanza, o se había contentado con evocar todas las cosas en su memoria, conservándolas en el recuerdo. Pero Dios no hizo ni lo uno ni lo otro, por eso hay mundo y subsiste gracias a que es cabalmente una repetición. La repetición es la realidad y la seriedad de la existencia. El que quiere la repetición ha madurado en la seriedad. Este es mi firmísimo criterio particular, en virtud del cual opino, además, que la seriedad de la vida no consiste de ninguna manera en estarse cómodamente sentado en un sofá y escarbarse los dientes con un palillo, al mismo tiempo que se es, por ejemplo, abogado del Estado; ni tampoco en pasearse ensimismado por las calles y ser, como ejemplo de otra profesión, jerarquía de la Iglesia. En este sentido de falta de seriedad en la vida daría lo mismo que se fuera caballerizo de cuadras reales. Todas estas cosas son, a mi juicio, una pura broma, y a veces, en cuanto tal broma, bastante pesada».

         Lo que Kierkekaard plantea como repetición, entonces, está íntimamente ligado con aquello que está más allá de lo fugaz, incluso aparece como lo opuesto a lo fugaz y como lo que le da sustento a la vida. Sin repetición sería imposible tomarse en serio la vida, ni que aparezca eso que él llama «seriedad», que no es, por supuesto, como bien lo aclara, ser una persona seria, como un abogado del Estado o un jerarca de la Iglesia; tomarse en serio estas cosas, dice Kierkegaard, no es más que una broma, y una broma bien pesada.

 

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         Desde la antigüedad griega, a la instancia que subyace a lo fugaz se la asoció con lo eterno, y en ese mismo marco, y hasta con la misma angustia, también apareció ligada a la verdad, no entendida por supuesto como correspondencia de las proposiciones con los hechos sino como la aparición de lo verdaderamente real. Desde el momento en que se plantea ese más allá de lo fugaz, se plantea también la articulación entre ambas instancias. Pero fue Platón quien instaló definitivamente el alma de occidente en la encrucijada dicotómica entre un mundo sensible y un mundo inteligible más allá del sensible. De allí en más el mundo sensible no es más que la manifestación o la participación en el mundo inteligible de las Ideas, que de ahí en más pasa a ser el verdadero mundo real. Al quedar planteada así la dicotomía, quedó también planteado el problema de la relación o articulación entre ambos mundos. El mundo platónico inteligible sigue siendo eterno, inmutable, perfecto, mientras que el mundo sensible no sólo es cambiante, imperfecto y perecedero, sino que para ser depende de su participación en el Ser. La articulación entre ambos mundos se planteó de diversas maneras, y Platón mismo la articula de diversos modos en otros tantos diálogos. En el anterior seminario Kierkegaard dedicado a «La ironía en relación con Sócrates» hemos trabajado la articulación que plasma en el Banquete, específicamente el camino de ascensión del alma que Platón pone en boca de Sócrates, camino que partiendo del amor sensual va ascendiendo al amor ideal hasta alcanzar la contemplación del Bien, fuente de toda verdad. Por eso es que Sócrates ubica al amor en lugar preferencial, como el único camino que nos conduce a la verdad y al Bien. Esta articulación, por lo tanto, es una propuesta que no se queda ni es posible reducir a un mero conocimiento teórico o académico del Bien o de la Verdad; por el contrario, ese camino casi es una guía de vida, toda una filosofía práctica, una verdadera articulación existencial. A partir de esto presentamos y nos preguntamos cómo Sócrates habría articulado en su vida real y concreta la relación entre ambos mundos, más allá del posterior planteo platónico.

         Se impone entonces retomar la articulación platónica, pues no sólo es la que ha marcado toda la existencia del alma occidental por 25 siglos, sino que aún hoy estamos firmemente atados a ella, pues seguimos orientándonos dentro de esa dicotomía entre el mundo eterno, perfecto e inmutable que sostiene al mundo contingente, cambiante y perecedero. La articulación entre ambos mundos también sigue siendo problemática. Retomaremos esto leyendo extractos de tres diálogos platónicos: La República, donde aparece el mito de la caverna, y en el Menón y el Fedón, donde Sócrates habla acerca de la reminiscencia, acerca de cómo el alma humana está conectada con lo eterno y participa de la eternidad. Este punto, es decir, la conexión de lo finito con lo eterno, está trabajado por Kierkegaard de manera precisa en su libro Migajas Filosóficas, por lo cual también lo trabajaremos en el momento que abordemos estos asuntos.

         En la modernidad se opera una transformación en este planteo, al aparecer ahora la verdad ligada y asimilada a la certeza subjetiva, transformación que se inicia con Descartes y que funda la verdad en el saber que se sabe sabiéndose saber. Aparece ahora la subjetividad en todo su esplendor, y el acento decisivo recae sobre la posibilidad de una subjetividad no relativa, tampoco general o consensuada, sino una subjetividad que si no llega a ser necesaria al menos que no sea contingente, es decir, una subjetividad trascendente y condición de posibilidad de toda experiencia. Este camino culmina en Hegel con lo que podríamos llamar una “subjetividad absoluta”, bajo el nombre de Espíritu Absoluto o Idea Absoluta, lo que es un intento, a mi entender, de volver a las fuentes, de volver a los griegos, superando el subjetivismo moderno a través de la superación de la separación sujeto-objeto. Cuando nombro a Hegel practicamente ya estamos hablando de Kierkegaard pues, como todos sabemos, Kierkegaard se formó dentro del pensamiento hegeliano y es a partir de su ruptura con Hegel desde donde él afirma y levanta su pensamiento. Este libro La Repetición, como muchos otros de Kierkegaard, está escrito desde una trinchera de lucha contra Hegel.

 

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         Sobre la articulación entre el mundo inteligible y el mundo sensible, Hegel tiene un abordaje absolutamente novedoso para la modernidad, pues él desconoce radicalmente semejante escisión, pudiéndose afirmar sin temor a equivocaciones que el pensamiento de Hegel al respecto es “monista”, es decir, no reconoce dos campos o instancias sino sólo una, y ese campo único es el campo del Espíritu. Y en relación al asunto del “llegar a ser”, del camino de ascenso platónico, o del llegar a ser espiritual, Hegel también plantea, siempre en consonancia con su “monismo”, una modalidad propia y tal vez novedosa para la modernidad, modalidad que podemos llamar el camino de la inmanencia. No hay separación entre el campo del espíritu y el campo de la experiencia terrenal, no hay dos mundos ni dos partes, y por tanto la necesidad de ver, a partir de allí, cómo se articulan ambos campos; en Hegel siempre estamos dentro del mismo campo, de allí que todo se produzca de manera inmanente desde adentro, sin que exista ni pueda existir un afuera que influya ni determine el desarrollo. Lo inmanente en Hegel está en oposición  y en combate con lo trascendente, él no admite trascendencia en ningún sentido. Kierkegaard, por su lado, rompe con Hegel a partir de lanzar un combate total y definitivo contra su inmanencia, contra esta idea hegeliana de que el espíritu se va autodesarrollando a sí mismo a partir de sus propias contradicciones internas, de que no hay nada por fuera que lo cause ni lo oblige ni lo determine, sino que sólo por las contradicciones existente dentro de sí mismo se va desarrollando, y es en ese desarrollo que llega a pensarse a sí mismo y este pensarse a sí mismo llega a ser un nuevo motor contradictorio que vuelve a impulsar el movimiento hasta alcanzar el Espíritu Absoluto.El despliegue de la verdad en el mundo y, por ende, de la realización de la verdad en el mundo, el proceso de volverse y hacerse real es para Hegel un movimiento inmanente, es decir, no depende de ningún factor por afuera de dicho proceso. Estamos hablando de lo que se entiende por inmanencia. En Kierkegaard, en cambio, el despliege de la verdad y el desarrollo de lo real no se produce desde y por sí mismo, sino que siempre se relaciona con algo que está más allá del mismo proceso, algo por fuera del hombre que él, dentro de la tradición judeocristiana, llama Dios. En Kierkegaard hay escisión, hay dos campos, hay dos instancias; sin embargo se impone la pregunta de si él sostiene que hay una trascendencia, sea en sentido tradicional como en otro sentido. Si mal no recuerdo, en muy pocas ocasiones usa Kierkegaard “trascendencia” en el sentido habitual que le conocemos, y cuando él presenta esta dimensión de otro campo, lo otro absoluta y radicalmente diferente, no lo presenta como otro homogéneo enfrentado al primero, como si fueran las dos mitades de una naranja, sino como realidades heterogéneas imposibles de enfrentar al unísono, imposibles de pensarlas como reunidas haciendo un todo, como separadas por su misma esencia pero articuladas también por su misma esencia. A esta modalidad de ser Kierkegaard la nombra como Otro, también como “lo desconocido”, también como “la paradoja”; y la figura que permite acercarse definitivamente a esta instancia es Jesús. En este sentido es imposible entender a Kierkegaard si no es desde el cristianismo, como un cristiano que entiende que su tarea es la de volver a proclamar el cristianismo como una fuerza viva y presente en la tierra, pero ahora dentro de la cristiandad.

         La relación entre el alma humana y lo absolutamente diferente Kierkegaard no la plantea, como es la costumbre, como la relación del ser humano con otro ser, en este caso un ser omnipotente, omnisciente y omnipresente, sino como la posibilidad de la repetición en el instante. La repetición es el nombre de un acto decisivo en la existencia humana, pues en ese acto la histórico se conecta en un instante con lo eterno, o donde, usando palabras filosóficas, el mundo sensible se conecta con el mundo inteligible. En el cristianismo, como sabemos, este contacto va más allá de las ideas, se encarna y se llama Jesucristo.                               

         Este asunto de la relación con la eternidad es decisivo; es además el punto que venimos trabajando desde hace unos cuantos años. Muchas veces he repetido que yo no soy cristiano; pero como lo he repetido igual o mayor cantidad de veces, eso sin embargo no me deja por fuera de una relación con la eternidad. Adoptando los nombres con que Kierkegaard denomina las diferentes posiciones existenciales, siempre me he reconocido dentro de lo que él llama “la resignación infinita”, una posición existencial que si bien es anterior y nunca llega a alcanzar la fe, sin embargo es, según él mismo, condición necesaria para llegar a ser cristiano y abrazar la fe.

 

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         En la resignación infinita la eternidad ya se hace manifiesta. ¿Cómo se manifiesta? Bajo el seudónimo Johanes de Silentio, Kierkegaard la presenta y desarrolla en su libro Temor y Temblor, en el que piensa la conocida historia del sacrificio de Isaac a manos de Abraham. Como lo desarrollamos en el seminario del año 2001 dedicado a Temor y Temblor, la resignación infinita comienza con la afirmación: ¡Todo está perdido! Recapitulando: como posición inmediatamente anterior a la resignación infinita podemos pensar a la resignación “trágica”, la que llega a su consumación diciendo: “Debo aceptar que todo está perdido”. Mientras que la resignación “trágica” no consiste más que en acatar la realidad de un hecho irremediable o la imposibilidad de que ocurra aquello tan anhelado, la resignación infinita, por el contrario, es una disposición activa a perderlo todo como condición ineludible para dejar atrás las ilusiones y falsas esperanzas, y poder así acceder a la afirmación ¡Sólo quien empuña el cuchillo salva a Isaac! La Resiganción Infinita, entonces, lejos de ser el movimiento de resignación ante a una pérdida inevitable, es el movimiento necesario para alcanzar una ganancia que es inconcebible para la virtud y el bien general. A este movimiento el psicoanálisis lo denomina «castración».

         Hace muchos años que estoy absolutamente seguro de que los hombres no podemos remediar este mundo, y que ningún afán humano podrá salvar el abismo que nos separa de la verdad. Es lo que en la tradición psicoanalítica se indica con la voz alemana Spaltung (escisión). Estoy seguro, además, de que es decisivo que entendamos esto y actuemos en consecuencia, pues de no hacerlo, es decir, de seguir pensando y actuando como si nuestro destino y el del mundo dependiera únicamente de nosotros, lo que seguramente vamos a conseguir es el progresivo deterioro y degradación general.

         Y lo que resulta asombroso es que no estemos peor de lo que estamos, pero si no lo estamos no es por nuestra capacidad de acercarnos a la verdad, sino exactamente al revés, es porque la verdad se nos acerca tanto hasta casi llegar a cercarnos, incluso si por su acercamiento llegamos a sufrir. Es decir, incluso si nuestra traición a nosotros mismos se perpetúa y hagamos síntoma, es decir, enfermemos. Así, entonces, es indudable que «eso» nos cuida, protege y ampara: eso es invencible e insiste en ser reconocido. Una vez puesto “solo ante la verdad”, uno se da cuenta de que eso estuvo ahí desde siempre, que desde siempre eso nos estuvo esperando, que uno no es ni el primero ni el último en enfrentarlo, y que eso seguirá estando ahí, esperando a todos y cada uno mientras el mundo sea mundo.

         No estoy repitiendo con esto la conocida cantinela de que en el fondo los hombres somos seres irremediablemente malvados; lejos de eso, soy el primero en reconocer y exaltar la capacidad humana también para el buen obrar; lo que digo simplemente es que ni aún así llegaríamos a buen puerto si no fuera porque la verdad es más fuerte que nosotros y toda nuestra maldad, y que no sólo ella no depende de nosotros sino que somos nosotros los que pendemos de ella.      

         Todo esto, digo yo, es Resignación Infinita. No es fé —según lo que Kierkegaard dice a través Johanes de Silentio—, sino un movimiento plenamente alcanzable por medios puramente humanos. A pesar del nombre, sin embargo, no es una posición triste y desesperanzada que se queja del mundo por ser tal como es sino que, todo lo contrario, es una afirmación alegre y bien dispuesta ante el mundo tal como es, sin necesitar de ningún relato tranquilizador ni de vanas promesas de un final feliz.

         Cuando uno llega allí se da cuenta de que eso estuvo desde siempre allí, uno se da perfecta cuenta de que eso no es un invento ni personal ni general, y que estuvo allí esperándonos desde siempre: la verdad siempre estuvo allí esperándonos, y por suerte que estuvo allí porque eso nos permite apoyarnos en algo seguro y firme y salvarnos. A eso puedo llamárselo como cada uno quiera, históricamente en la tradición filosófica griega se le llamó verdad, también se le llamó el dios, en la tradición judía se la llama Dios, etc. Que estuvo desde siempre allí quiere decir que es eterno, y uno se encuentra allí con lo eterno de una manera existencial cuando enfrentamos lo que se llama “el momento de la verdad” y el llegar a encontrarse “solo ante Dios”. Ahora bien, desde la perspectiva kierkegaardiana no es esta la manera cristiana de relacionarse con la verdad o con Dios, puesto que la manera cristiana necesariamente debe ser en relación con Jesucristo; de todos modos el cristianismo no niega la posibilidad de la relación con la verdad en la antigüedad anterior a Jesucristo, quien viene a renovar la alianza de Dios y la verdad con el hombre, y tal vez tampoco niega la posibilidad de la relación con Dios y la verdad por fuera de la figura manifiesta de Jesús. ¿Cómo renueva la alianza? ¿Qué novedad trae al mundo? Estas son preguntas decisivas a plantearnos en nuestra búsqueda de relación con lo eterno. Es en este sentido decir que el instante o la repetición establecen la relación e lo histórico con lo eterno en verdad no alcanza, pues en el pasado lo eterno ya tenía ligazón con lo sensible, puesto que la reminiscencia ya era ese mismo contacto, esa era la ligazón griega con lo eterno. Sin embargo, la repetición y el instante apuntan a una articulación diferente, a una praxis específicamente cristiana; esto lo vamos a trabajar estrechamente con Migajas Filosóficas, y también con Temor y Temblor.

 

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         Como ustedes saben en 1843 Kierkegaard inició su carrera como escritor. Ese año, además de publicar con su firma dos Discursos Edificantes, publicó los primeros libros bajo seudónimo: en primer lugar los dos tomos de Enter-Eller, cuya traducción sería O lo uno o lo otro, o Una cosa o la otra, o literalmente O-O; y después, también bajo seudónimo, publicó otros dos libros: uno es Temor y Temblor, y el otro es La Repetición. Los seudónimos de éstos últimos, Johanes de Silentio y Constantin Constantius respectivamente, indican que el punto de vista que expresan no es el punto de vista de Kierkegaard, ni tampoco un punto de vista cristiano. Por si quedara alguna duda, esto es lo que tanto Johanes de Silentio como C. Constantius aclaran con todas las letras cada uno por su lado en sus libros. Hay bastantes indicadores como para afirmar que el punto de vista desde el que está escrito Temor y Temblor es el de la resignación infinita.

         La repetición está escrito en primera persona, un narrador que a la vez es uno de los personajes, “el confidente”, un hombre de edad madura y más también. Este narrador-personaje, a su vez, al mismo tiempo es el supuesto autor del libro, es decir, el seudónimo Constatin Constantius. Para más datos aclaratorios, el libro termina con una carta firmada por Constantin Constantius dirigida a “Mi querido lector”, es decir, a nosotros.       En relación al punto de vista desde el que está escrito el libro, tenemos que decir que Constantin Constantius no es un hombre religioso. Al final de la introducción a la segunda parte de La Repetición [pag 98 de la Ed. Psiqué], el seudónimo manifiesta lo siguiente:  

         «Para terminar este prólogo [a la segunda parte], diré que aunque el muchacho quisiera aconsejarse conmigo en este nuevo estadio o meta de su evolución, yo no podría ofrecerle ningún consejo útil. Porque a mí me resulta absolutamente imposible hacer un movimiento hacia lo religioso. Esto es algo que repugna mi naturaleza. Lo que no significa que yo niege la realidad de esa esfera de valores, o que no admita que en este sentido se pueda aprender muchísimo de un joven como el nuestro. Por cierto que si mi amigo logra verificar ese movimiento que ha iniciado hacia la religión, encontrará en mí su más entusiasta admirador y, por su parte, ya no tendrá por qué irritarse conmigo en adelante y hacer el blanco de su solapada mordacidad».    

         Fíjense qué notable semejante tienen estas palabras con las siguientes de Temor y Temblor firmadas esta vez por Johanes de Silentio:  

         «Se oye decir que Hegel resulta difícil de entender, pero que comprender a Abraham… es una bagatela. Superar a Hegel es una hazaña prodigiosa, mientras que superar a Abraham es la tarea más sencilla que se pueda imaginar. Por lo que a mí respecta, puedo decir que he dedicado muchas horas a la filosofía hegeliana, con la intención de llegar a comprenderla, y creo haberlo logrado en grado aceptable; es más, tengo la osadía de afirmar que si, pese a tantos esfuerzos, me he estrellado ante ciertos pasajes que nunca he llegado a entender, ello se debe sin duda a que ni siquiera el mismo autor veía claro lo que trataba de decir. Mis pensamientos fluyen con facilidad, y mi cabeza no sufre durante dicho proceso mental. En cambio, cuando doy en pensar en Abraham me siento anonadado. En todo momento se me presenta a mi consideración la inaudita paradoja que constituye el contenido de la existencia de Abraham, y me siento como empujado hacia atrás, y mi pensamiento, pese a toda su pasión, es incapaz de penetrar en la paradoja ni tan aiquiera por el espesor de un cabello». Y también unas pocas páginas más adelante cuando dice: «Corre frecuentemente la opinión de que las realizaciones de la fe no son obras de arte, sino productos toscos y groseros al alcance de las naturalezas más desmañadas; muy al contrario, la dialéctica de la fe es la más sutil y singular de todas y posee una elevación de la que yo llego ciertamente a hacerme una idea, pero sin poder pasar de ahí. Puedo dar el gran salto de trampolín que me lanza a lo infinita, eso me resulta fácil. Pero el salto siguiente, ese no me atrevo a intentarlo, porque no soy capaz de realizar prodigios y me conformo con asombrarme al contemplarlos».

         ¿Es el punto de vista de La Repetición el mismo que el de Temor y Temblor? Si no es un punto de vista religioso ¿expresa el punto de vista de la resignación infinita? Este es uno de los asuntos que deberemos pensar en el seminario. Recordemos, como un dato a tener en cuenta, que ambos libros fueron escritos casi simultáneamente. También que cada uno de estos libros desarrolla una de las posiciones o ideas fundamentales del pensamiento existencial religioso de Kierkegaar. Temor y Temblor hace eje en el Enkelte, que se ha traducido por el singular, el individuo, no en el sentido del individualismo sino en el de la absoluta soledad en que cada uno se encuentra en la existencia y ante Dios; justamente hace eje en esa existencia singular y su relación con Dios, por intermedio de la fe. La repetición, valga la redundancia, hace eje en la repetición y en el instante, es decir, en la especialísima manera de conexión cristiana con lo eterno, con Dios. No creo equivocarme mucho si digo que el Enkelte por un lado, y la Repetición-el Instante por el otro, son los dos grandes aportes del pensamiento de Kierkegaard. Y a mi entender, es en ambos aportes donde se afirma, se opoya y descansa el filo de su pensamiento existencial; es imposible pensar el singular por aparte del instante y las repetición, y viceversa.

         El libro La Repetición tiene dos partes. Las dos partes se titulan “La Repetición”, y tienen más o menos la misma cantidad de páginas. En la primera parte Constantin Constantius, el narrador, el hombre mayor y confidente del joven, relata cómo conoce a este joven enamorado, cómo se desarrolla la relación con él y cómo, finalmente, se interrumpe la relación entre ellos. Después, ya estando solo, relata el intento fracasado de repetir la experiencia maravillosa que había tenido en un anterior viaje a Berlín. La segunda parte, después de unas breves reflexiones del narrador sobre la experiencia del joven, consiste directamente en la transcripción de ocho cartas que sorpresivamente el joven le envía a su confidente desde un ignoto lugar. Después de la octava y última carta, el libro finaliza con otra carta, esta vez firmada por el autor-narrador-personaje Constantin Constantius dirigida “Al ilustrísimo Sr XX, verdadero lector de este libro. Mi querido lector”. Dos importantes informaciones adicionales. Las referencias al Libro de Job las realiza el joven en sus cartas, las que al mismo tiempo que comparten sus pericpecias amorosas, van desgranando una serie de comentarios sobre la posición existencial de Job. Por otro lado, a lo largo de todo el libro, a medida que va relatando los hechos de la historia amorosa y de su relación con el joven, narrador va desgranando por aquí y por allá, de manera asistemática y como al pasar, jugosas reflexiones fiolosóficas sobre el amor, la reminiscencia, la repetición, el instante, la eternidad, y otros varios temas, que constituyen el lado conceptual del libro.        

        

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         Lo que vamos a hacer ahora, entonces, es comenzar a meternos en la historia de amor del joven narrada por el autor, y sus reacciones ante la misma. Como ustedes aún no tienen el libro, voy a leer varias páginas a fin de presentar la historia del joven. En este relato debemos tratar de enetender lo mejor posible dos asuntos; el primero es qué le está pasando al joven, porque en una primera leída no es tan fácil entender qué le pasa; y el segundo es qué maniobra le propone el confidente que haga el joven para lograr alejarse de la joven, o mejor dicho para que la joven se aleje de él. La relación con su amada al joven ya se le ha vuelto insoportable, y el confidente le propone realizar una maniobra de retirada. Esta maniobra no queda nunca muy en claro, por eso los alerto a fin de abrir los oídos. En esta maniobra se halla encriptada en acto lo que para Kierkegaard sería la repetición, es por ello que es muy importante poder entenderla al dedillo. Por tanto aquí no estamos frente a un mero desenlace sentimental entre tantos, sino frente al posible despligue en acto de una posición y un acto filosófico muy preciso. El joven en un principio está de acuerdo y acepta realizar la maniobra, pero finalmente huye sin dar la cara, ni ante la amada ni ante su confidente.

   Por último quiero recordar que poco tiempo antes se había dado la famosa ruptura de compromiso de parte de Kierkegaard con Regina Olsen, con semejanzas muy sugerentes con la historia narrada en La repetición, con lo cual también plantea no ya la pregunta de si este libro no tiene un trasfondo autobiográfico, sino si no tiene una manifiesta intencionalidad de intervención en la relación con su ex prometida. Más allá de esto, lo que el libro sí nos hace es interrogarnos sobre la vida de Kierkegaard, específicamente acerca del por qué de su ruptura con Regina Olsen. Como saben sobre este punto hay las más variadas suposiciones: unos dicen que estaba medio loco, “depresivo” para más datos, otros que era un inmaduro incapaz de asumir las responsabilidades del matrimonio, etc. Este libro nos da la oportunidad de pensar de si tal ruptura no fue su forma de dar el paso para asumirse en una posición diferente en la vida, para salir de una disposición poética hacia una posición existencial ético-religiosa. Esta es una posibilidad por lo menos tan admisible como las anteriores, y me parece que se puede y se debe pensar la vida más íntima de Kierkegaard no sólo a partir de sus diarios y papeles sino también a través de sus obras públicas. Y esto no está orientado a conocer ni a entender la intimidad personal de Kierkegaard, sino a encontarse con su pensamiento, puesto que la obra de Kierkegaard nunca estuvo divorciada de su vida, tanto pública como privada, él realmente vivió lo que pensaba y pensó lo que vivía y lo que la vida le presentaba como tarea. Esta es una de las condiciones que define lo que es existencial, es decir, la no separación de la obra y la vida.

         Leo, entonces, La Repetición: [de pag.13 a pag.29 de Ed Psiqué]      

         «Hace poco más o menos un año que empecé a interesarme verdaderamente por un joven con el que ya antes me había relacionado con cierta frecuencia. Siempre me habían atraído, casi seducido, su bello aspecto exterior y la expresión espiritual de su mirada. El mismo modo brusco de mover la cabeza y una singular arrogancia en todas sus actitudes me llevaron al convencimiento de que se trataba de una naturaleza especialmente profunda y complicada, de la que se podía sacar mucho partido. De otro lado, una marcada inseguridad en todos sus modales, delataba que el muchacho se encontraba en esa encantadora edad en la que comienza a anunciarse la madurez del espíritu, así como en un período mucho más temprano la madurez del cuerpo se anuncia y manifiesta con los típicos cambios de la voz. Con ayuda de mis descuidadas y divertidas maneras de hombre habituado a las tertulias de café, logré hacer que también él se sintiera atraído hacia mí, frecuentara mi trato y viera en mí un verdadero confidente. Con los mil recursos de mi conversación, lograba fácilmente que la melancolía encerrada en su espíritu se desbordase de la forma más violenta y apasionada. En este papel de confidente me consideraba como un Farinello que, con sus artes, arrancaba al enajenado rey del lóbrego escondrijo de su melancolía. Claro que como mi amigo era aún joven y flexible, esta operación no exigía por mi parte mayor esfuerzo.

         «Así estaba nuestra relación cuando el muchacho, hace de esto aproximadamente un año, según dije antes, se presentó un día en mi casa totalmente fuera de sí y emocionadísimo. Su actitud era más enérgica que de ordinario, su aspecto físico todavía más hermoso y sus grandes ojos, brillantes, querían como salírsele de las órbitas. En una palabra, parecía un iluminado, transfigurado por la emoción que le dominaba. Cuando me explicó que estaba enamorado, no pude por menos que pensar que, necesariamente, tenía que ser muy dichosa la joven que era amada con tanta intensidad y arrebato. Lo de su enamoramiento, según sus propias palabras, era un hecho bastante antiguo, pero había creído oportuno no descubrírselo a nadie, ni siquiera a mí mismo. Ahora, en cambio, ya no había ninguna razón para seguir ocultándolo, puesto que acababa de conseguir el cumplimiento de sus deseos más ardientes, esto es, acababa de declararle su amor a la muchacha y había comprobado que ésta le correspondía con la misma moneda.

         (…)

         «El joven del que os estoy hablando se había enamorado del modo más íntimo, profundo y humilde. Hacía ya muchísimo tiempo que yo no había experimentado un gozo tan maravilloso como el que me causaba su contemplación. Porque, la verdad, eso de ser un mero espectador resulta no pocas veces una cosa bien triste. Le hace a uno tan melancólico como lo de ser agente de la policía. Y cuando un espectador ha cumplido a fondo su tarea, se le puede comparar con un policía secreto o un espía al servicio de los más altos intereses de la nación. El arte del espectador, al fin y a la postre, no consisten en otra cosa que en descubrir lo que está oculto.

         «Mi joven amigo me habló de la muchacha de la que se había enamorado, pero lo hizo sin ninguna verborrea, escuetamente. Su discurso, en este sentido, no se parecía en nada a esas peroratas insípidas a que nos tienen acostumbrados los novios, mientras se deshacen en elogios a la amada. No se daba la menor importancia, como suelen hacerlo muchos mozos presumidos que pretenden convencernos de que acaban de pescar en sus redes una muchacha estupenda. Tampoco se mostraba muy seguro de sí mismo o infatuado. Todo esto demuestra que su amor era puro, sano y, por así decirlo, un amor virgen, completamente intacto. Me confesó, con una franqueza encantadora, que uno de los motivos de su visita era la enorme necesidad que había sentido de confiarse a alguien, en cuya presencia pudiera hablar a sus anchas y en voz alta consigo mismo. Otro de los motivos, también muy decisivo, era que le había entrado un miedo espantoso de poder llegar a aburrir a la muchacha si estaba todas las horas del día con ella. Más de una vez se había decidido a visitarla en su propia casa e incluso había estado ya a punto de llamar a su puerta, pero en el último instante cambiaba de intención y, haciéndose no poca violencia, se volvía sobre sus pasos.

         «Después de contarme todas estas cosas, me rogó que saliéramos juntos a dar un paseo en coche, pues necesitaba expansionarse y dejar que corriese el tiempo. Accedí muy gustosamente a sus deseos, ya que el buen muchacho, una vez que se me había confiado con tanta sinceridad, podía y debía estar completamente seguro de que me tenía a su completa disposición. La media hora que tardó el coche en venir a buscarnos, la empleé en escribir algunas cartas de negocios, mientras que a mi amigo, para que no se aburriera, le invité a que fumase una pipada y hojease en un álbum que había sobre la mesa de mi despacho. El joven, sin embargo, no tenía ninguna necesidad de semejantes ocupaciones, por cuanto que estaba demasiado ocupado consigo mismo. No era capaz de estarse sentado ni siquiera un minuto. Lo único que hacía era recorrer la habitación a grandes pasos, de un lado para otro. Sus andares, sus movimientos y todos sus gestos eran sumamente elocuentes y expresaban el amor que le ardía en el pecho como una llama viva. Y este amor que lo devoraba por dentro se manifestaba de una manera casi vivisbl en toda su figura, algo así como el racimo de uvas que al término de su sazón se hace transparente y lúcido, mientras su delicioso jugo se rezuma y filtra a través de las finísimas venas, o como cuando se rompe la cáscara de otra fruta plenamente madura.

         «Yo, mientras escribía mis cartas, no dejaba ni un momento de mirarle de soslayo, casi como si me hubiera enamorado de él. Pues sin duda ver a un joven en semejante estado puede ser tan seductor y atrayente como contemplar a una muchacha en flor.

         «Los amantes recurren con frecuencia a las palabras de los poetas para expresar de la forma más explosiva y alborozada los dulces tormentos de su amor. Esto mismo es lo que hacía nuestro joven. Mientras recorría la estancia de un lado para otro, repetía incesantemente aquella estrofa de Pablo Möller:

 

         Sentado en el sillon de mi vejez,

         sueño en el amor primaveral de mi juventud

         y siento una íntima nostalgia hacia ti,

         oh luz y sol de las mujeres.

 

         «Estos versos, repetidos una y mil veces, le hacían llorar la lágrima viva, hasta que no pudo resistir más y fue a tumbarse en uno de los sillones de mi estancia. La escena me causó una impresión enorme. ¡Santo Dios —pensé y exclamé para mis adentros— jamás en toda mi vida me he tropezado con un caso de semejante melancolía! Yo, desde luego, sabía muy bien que se trataba de un temperamento melancólico, pero lo que no podía ni siquiera sospechar era que precisamente la pasión de su enamoramiento le iba a producir un efecto de este tipo. Claro que también se puede afirmar que hay mucha lógica en todo estado de alma, incluso cuando es anormal, si se desarrolla normalmente según la propia personalidad de cada uno. La gente suele aconsejar con mucho énfasis a los melancólicos que se echen novia, como si con ello se curasen de raíz todos sus males. Pero yo me pregunto, si un determinado individuo es realmente de temperamento melancólico, ¿cómo podrá su alma actuar sin melancolía cuando está cabalmente ocupada con aquello que es lo más importante de todo en la vida de tal individuo?

 

8

         Detengámonos brevemente aquí para preguntarnos qué debe entenderse por melancolía. ¿Es una forma antigua de nombrar lo que hoy llamamos depresión? ¿El narrador se está refiriendo de manera simple a que el joven está bajoneado? ¿La melancolía se refiere y se resume en ser un estado de ánimo sombrío y apático? No, nada de esto. Menos aún se refiere al sentido médico habitual, que remite a ser una enfermedad mental. Hace unos años justamente escribí un artículo referido a este asunto titulado Elogio de la Melancolía, en el que trataba de mostrar que la melancolía a la que se refiere Kierkegaard lejos de ser una enfermedad mental es una auténtica y preciosa posición existencial. [NOTA: este artículo se agrega al final como Anexo]. En ese artículo decía lo siguiente:

     «No, definitivamente no: Kierkegaard no tenía un “problema de melancolía” (y mucho menos una enfermedad). Lo que Kierkegaard soportaba era una guerra contra el mundo. Y ese odio, él lo sabía muy bien, era su único camino de salvación. Porque por más que quisiera, por más que lo intentara, él no podía “reconcialiarse con el mundo”; todas las cosas con las que los demás pasan por la vida (un trabajo, familia, hijos, dinero, prestigio,etc.), a él no le alcanzaban ni siquiera para empezar a soportar la vida. Y de una manera definitiva: no se trata de que a él personalmente no le gustara; no, se trata de que es así y punto. Y eso, más que “un” problema (personal o psicológico), eso es “EL” problema. Pero “de eso”, por supuesto, muchos ni se enteran ni se quieren enterar».

         Esto mismo es lo que le pasaba al joven: en la «edad en la que comienza a anunciarse la madurez del espíritu», nada de lo que el mundo le ofrece le parece valedero. De todo lo que se ofrece en ese colorido y bullicioso y multitudinario mercado persa que es el mundo, nada le interesa; más aún, nada de eso alcanza siquiera a llamar su atención. Para él, el mundo está perdido, y él está perdido para el mundo. Todo está perdido; esta es la fórmula, les recuerdo, con que se inicia la posición de la resignación infinita. ¿Es la melancolía otro nombre de la resignación infinita?

         Cuando aparece en escena, el joven ya es un joven melancólico. En ese estado se enamora y también en ese estado acontece que la muchacha le corresponde a su amor con el ansiado «sí». A partir de allí los acontecimientos se suceden. El joven se ve enfrentado a las alternativas típicas de la situación: ¿se comprometerá con la joven? ¿Terminará casándose con ella y formando una familia? ¿Podrá hacer pié en ese mundo que lo rechaza y él a su vez rechaza? ¿No terminará todo esto en un enorme y horrible fracaso, tanto si logra entrar al mundo como si no lo logra? ¿Tiene derecho a embarcar a una inocente y típica muchacha en semejante mar embravecido? ¿Sospecha ella algo de el mar de dudas y contradicciones en el que se debate, o vive en otro mundo?   

         La posición melancólica no es un invento de Kierkegaard; ha sido tratada, pensada, encarnada y muchas cosas más por diversas corrientes y movimientos culturales, artísticos, filosóficos, y otros de la historia. Por ejemplo, el romanticismo alemán del que Kierkegaard escuchó los últimos ecos. Sin ir tan lejos, nuestro tango abreva y elabora hasta lo inimaginable la melancolía y el spleen. La famosa melancolía porteña es algo mucho más filoso e interesante que una pura queja blandengue. Hasta el mismo rock and roll participa de esta melancolía, de este rechazo absoluto y visceral del mundo. No vamos a agotar este tema hoy, sólo sugiero estas indicaciones como claves para interpretar la historia que estamos siguiendo. Volvamos al texto, sigue así:

         «Nuestro joven, pues, estaba profunda e íntimamente enamorado. De esto no podía caber la menor duda. Y, sin embargo, ya en los primeros días de su enamoramiento se eocntraba predispuesto no a vivir su amor, sino solamente a recordarlo. Lo que quiere decir que, en el fondo, había agotado ya todas las posibilidades y daba por liquidada la relación con su novia. En el mismo momento de empezar ha dado un salto tan tremendo que se ha dejado atrás toda la vida. El que la muchacha muriera de hecho mañana mismo, no representaría ningún cambio esencial para él, porque seguiría haciendo las mismas cosas, arrojarse en el sillón, llorar a lágrima viva y repetir incesantemente los versos del poeta. ¡Qué dialéctica tan extraña! El muchacho desea con todo su ardor a la joven, tiene que hacerse violencia para no estar a todas las horas al lado de ella y, no obstante, ya desde el primer momento se ha convertido en un hombre viejo en lo que concierne a la total relación con su novia.

         «Yo pienso que el punto de partida de esta relación amorosa tuvo que ser, necesariamente, una incomprensión o un error fundamental. A lo largo de toda mi vida pocas cosas me han conmovido e interesado tanto como este episodio. Era evidente que el muchacho se había puesto ya en el camino de ser un desgraciado, e igualmente estaba bien claro que la joven correría la misma oscura suerte, aunque por el momento no se podía preveer todavía la forma concreta de su desgracia. En todo caso una cosa era certísima, a saber, que en el mundo entero no había otro ser humano en mejores condiciones que nuestro joven para poder hablar a fondo del amor-recuerdo. La gran ventaja del recuerdo es que comienza con una pérdida, por eso está tan seguro, pues ya desde el principio no tiene nada que perder.

         [Aquí hay un COMENTARIO de Héctor SOBRE EL AMOR-RECUERDO y la «disposición», que no ha sido desgrabado aun]

         «Entretanto había llegado nuestro coche. Por la carretera de la costo nos dirigimos hacia el norte, hasta internarnos en la zona de los espesos bosques. Una vez que, contra mi voluntad, había tenido que adoptar una actitud observadora hacia el muchacho, no me quedaba otro remedio que intentar con toda clase de experimentos y artimañas, como los pescadores que echan sus redes junto a los bancos de sardinas, seguir el rumbo de su melancolía. También intenté sacarle de ésta, pero de nada sirvieron todos los esfuerzos que hice con el fin de sucitar en él las más variadas emociones eróticas. Traté de aprovechar los maravillosos efectos del paisaje cambiante que íbamos atravesando, pero nada de esto hacía mella en su ánimo abatido. Ni la furia salvaje del mar, ni la adormecedora quitud del bosque, ni la sugestiva soledad del atardecer lo podían liberar de aquel estado de profunda nostalgia melancólica en el que, más que acercarse a su amada, lo único que hacía era apartarse más y más de ella. Su error era irremediable. Y este error suyo consistía en creer que ya había alcanzado el fin sin haber comenzado todavía. Un error semejante constituye, fatalmente, la ruina del hombre.

         «Sostengo, no abstante, que su estado de ánimo es legítimo en cuanto disposición erótica, tan legítimo que quien no haya experimentado lo mismo cabalmente al comienzo de su enamoramiento, no ha amado en realidad nunca. Lo malo, por tanto, en el caso de nuestro muchacho no estaba en que sintiera tal emoción, típicamente erótica, sino en que junto con ella no tuviera otras disposiciones como recursos defensivos. Porque ese recordar potenciador es como la expresión eterna del amor en sus comienzos y señal evidente de amor auténtico».

         En este punto hay una interesante nota del traductor que dice así: “El amor ya en su mismo nacimiento, según la concepción romántica que aquí tiene in mente el seudónimo a lo largo de su particular exposición psicológica, supone un contacto efectivo con la idea de la eternidad. Esta es la función potenciadora del recuerdo en el plano estético de la existencia, muy precario e insuficiente a los ojos del verdadero autor que no es romántico aunque esta su obra lo sea en grado eminente. Esta idea, por otra parte, puede verse más desarrollada en el t.II de Obras y papeles de Søren Kierkegaard, pp 67 y ss., Ediciones Guadarrama.

         [Aquí hay un COMENTARIO de Héctor SOBRE RELACION CON LA ETERNIDAD que no ha sido desgrabado aun]       

         «Pero, por otra parte, continúa Kierkegaard, también es necesaria una cierta elasticidad irónica para manipular debidamente el recuerdo. Y esta elasticidad irónica es la que le faltaba por completo al muchacho, justamente porque era de un talante demasiado blando. Cada uno debe de hacer verdad en sí mismo el principio de que su vida ya es algo caducado desde el primer momento en que empieza a vivirla, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital para matar esa muerte propia y convertirla en una vida auténtica. [Aquí Héctor hace una relación con la RESIGNACION INFINITA que no está desgrabada aun] En el alborear de la pasión amorosa luchan entre sí el presente y el futuro con el fin de alcanzar una expresión eternizadora. Esta forma de recordar es cabalmente la proyección retroactiva de la eternidad en el presente, en el supuesto de que el recuerdo sea sano.    

         «Después de nuestra frustrada excursión nos volvimos a casa y me despedí de él sin decir apenas palabra. Sin embargo mi simpatía hacia el muchacho se había puesto, por así decirlo, al rojo vivo, y había llegado casi a perder mi control habitual de espectador. Estaba completamente convencido de que muy tendría que ocurrir una tremenda explosión.

         «Durante los quince días siguientes me volvió a visitar de vez en cuando. Empezaba a darse cuenta de que había cometido un gran error y a sentir la sensación de que la adorada muchacha se le estana convirtiendo en una carga poco menos que insoportable. Y, no obstante, era su amada, la única mujer que él había amado hasta la fecha y, seguramente, la única mujer amada de toda su vida, por muy larga que ésta fuera. Pero, por otro lado, no la amaba en absoluto, sino que lo único que hacía era suspirar por ella.

         «En medio de esta chocante situación emotiva el muchacho experimentó una curiosa metamorfosis. De repente se desprtó en él un enorme afán de actividad poética, y ésta se desarrollaba en tales proporciones que yo jamás lo habría podido imaginar. El conocimiento de esta transformación fue para mí como la clave para descifrar todo el enigma de su intrincada relación amorosa. La muchacha no era en realidad su amada, sino simplemente la ocasión que despertó en él la vena de la actividad creadora y lo convirtió en un poeta. Por esto mismo la amaba, por esto no la podía olvidar mientras viviese, ni nunca sería capaz de amar a otra mujer. Claro que, como hemos dicho, todo esto no significa que la amara, ya que solamente seguía suspirando por ella, como consumido por su nostalgia. La joven había penetrado e impregnado todo su ser, de suerte que el recuerdo de ella permanecía siempre vivo ensu memoria, eternamente fresco. Ella lo había sido todo para él, porque lo había transformado en poeta. Pero con esto la joven había firmado también la sentencia de la pena de muerte para el pobre muchacho.

         «A medida que transcurría el tiempo se fue haciendo su situación cada vez más penosa y atormentada. Su melancolía lo dominaba cada día con mayor intensidad y sus fuerzas físicas se iban agotyando a causa de la terrible lucha que sostenía su alma. Comprendía que había hecho desgraciada a la muchacha, pero no por eso se sentía culpable, sino completamente inocente. [Aquí Héctor hace una REFERENCIA AL LIBRO DE JOB: LA CULPA Y LA INOCENCIA]. El hecho, sin embargo, de haber causado la desgracia de la muchacha de una manera completamente inocente era lo que más le alarmaba, llenándole de desazón y poniendo sus pasiones en movimiento salvaje. Confesarle a ella lisa y llanamente todo lo sucedido, los motivos y la manera adecuada de entenderlo, le parecía a él que sólo serviría para mortificarla todavía más e incluso destrozarla por completo. Porque equivaldría a decirle que ella era de naturaleza inferior, que no se acomodaba en nada a la suya, y que, en consecuencia, ya no la necesitaba para nada, pues solamente había sido para él un motivo de inspiración que le había lanzado por unos derroteros muy distintos. ¿Cuál sería, en definitiva, el resultado de una tal confesión? Que la pobre muchacha, una vez que estaba convencida de que el joven no amaría jamás a otra mujer, no tenía más remedio que considerarse ya como su desconsolada viuda, sin má ideal en su vida que el de recordarle a cada instante, siempre pensando en aquella extraña relación que existió entre ambos.

         «No, el muchacho no le podía confesar ni explicar nada a la joven. Se lo impedía un cierto orgullo, algo así como una mezcla de amor propio y temor a la misma joven, a sus posibles reacciones aniquiladoras. Esto le hacía empoecinarse todavía más en su melancolía, hasta que al fin se decidió a continuar con el engaño y empleaba todas las dotes de su genio poético en alegrar y divertir a la muchacha. Su genio poético, por cierto, podía haber servido para aliviar a muchísimos otros seres humanos, pero él todo se lo destinaba exclusivamente a ella. La joven, pues, era y seguiría siendo su amada y la única mujer adorada por él en el mundo entero y mientras viviese, aunque esto le ponía al borde de perder la razón, angustiado con la idea de la tremenda falsedad que no servía sino para cautivar aún más íntimamente a la pobre muchacha. La existencia o no-existencia de ésta no tenía, en cierto sentido, ninguna importancia real para él. Su melancolía sólo encontraba gozo en hacer que la vida fuera para ella un hechizo y un encantamiento. En tal situación es más bien comprensible que la joven se sintiera a las mil maravillas, pues no sospechaba para nada lo que en realidad estaba sucediendo y, por otra parte, el alimento que se le suministraba no podía ser más apetitoso. El tampoco deseaba de verdad crear nada poéticamente, en el sentido riguroso de esta expresión, pues en tal caso la habría abandonado en un principio. Por eso prefirió, como él mismo solía decir, mantener bajo el control de la podadera los impulsos de su estro poético, y de esa manera, con las flores que cortaba, ir haciendo algunos ramilletes para ofrecérselos sólo a ella. La joven, como queda dicho, no sospechaba lo más mínimo. De esto estoy completamente seguro. Sería, además, una cosa repelente hasta más no poder que una joven estuviera tan dominada por el amor propio que tomase a broma, profanándola, la melancolía de un hombre. No es, sin embargo, la primera vez que esto ocurre. Yo mismo estuve en cierta ocasión a punto de descubrir una relación de este tipo. También es cierto que no hay nada tan tentador para una joven como eso de ser amada por un hombre de naturaleza poético-melancólica. Y cuando una joven ha encontrado un hombre así y es lo bastante orgullosa y egoísta como para imaginarse que lo ama fielmente por el hecho de que se agarra a él como a un clavo, en vez de abandonarlo y dejarle que siga solo su camino de oscura melancolía, entonces se puede decir que semejante joven ha encontrado también una tarea bien fácil en la vida. Porque, por un lado, puede sentirse con la conciencia bien tranquila y gozar una fama estupenda, puesto que lo ama con tanta fidelidad. Y, por otro lado, saborea la más fina y delicada destilación de los amores. ¡Que Dios nos libre de llegar a ser la presa de una fidelidad tan grande!

         «Un día llegó a mi casa sobresaltado. Su sombría pasión le tenía ya dominado por completo. De la manera más furiosa empezó a echar maldiciones de la existencia, de su amor y de la muchacha amada. Me dijo que no le volvería a ver más en mi casa. El muchacho, probablemente, no podía perdonarse a sí mismo el haber confesado a un tercero que la joven se le había convertido en una carga insoportable. Con ello lo había echado todo a perder, incluso aquella primera alegría que le proporcionó el proyecto de fomentar y mantener muy alto el orgullo de la joven, haciendo de ella como una diosa. Yo creo que me había tomado hasta odio. Cuando me divisaba por las calles, daba un rodeo para no tener que cruzarse conmigo. Si nos encontrábamos de improviso en algún lugar, no me dirigía la palabra y se esforzaba en mostrarse sereno y contento. Yo estaba dispuesto a espiar todos sus pasos más de cerca y con ese fin había ya trabado algunos contactos con aquellas personas subalternas que podían suministrarme alguna información preciosa sobre sus idas y venidas. Pues en estos casos de melancolía no suele haber mejor fuente de información que los subalternos o servidores. El melancólico, de ordinario, sólo le confía sus cuitas a un criado o a una criada. A veces suele tratarse de un viejo servidor de la casa, que pasa desapercibido por su humildad e insignificancia, pero que conoce al dedillo todos los secretos de la familia, desde varias generaciones atrás. En cambio, el melancólico nunca suele comunicarse con las personas de su mismo rango social o cultural. En cierta ocasión conocí a un hipocondríaco que se las pintaba estpendamente para cruzar como un bailarín por la escena de la vida, despistando a todo el mubndo sobre su verdadera personalidad, incluso a mí mismo, tan ducho en estos asuntos. Pero un buen día, gracias a un humilde barbero, pude enterarme de su auténtica trayectoria vital. Nuestro barbero era un hombre entrado en años y de muy pocos recursos económicos, por lo que no tenía otro remedio que atender él solo a su clientela. El aludido hipocondríaco, compadecido de la precaria situación económica del barbero, le contó a éste con todo detalle lo mucho que sufría a causa de la melancolía, con lo que el pobre barbero, mientras atendía a su atormentado cliente, se enteró de lo que los demás ni siquiera barruntábamos.

         «El muchacho, sin embargo, me evitó la molestia de tener que espiarlo valiéndome de aquellas personas que, de una u otra manera, estaban a su servicio. Porque otro de aquellos mismos días se presentó en mi casa, aunque jurando y perjurando de entrada que nunca jamás volvería a piser en ella. Esta vez, desde luego, dijo la verdad, pues jamás volví a verlo en mi domicilio. Me propuso, en cambio, que en adelante nos viéramos en lugares solitarios y a una hora determinada. Como es de suponer acepté la propuesta con mucho gusto y con tal fin compre dos licencias de pesca para los cotos de Stadsgraven. Allí nos reuníamos al filo del amanecer, a esa hora en la que el día lucha con la noche y en la que, incluso a la mitad del estío, una brisa helada taladra toda la naturaleza. Allí, al lado de los canales de los fosos de la ciudadela, permanecíamos juntos como dos sombras envueltas por el espeso manto de la niebla matinal y la humedad de la hierba y de los matorrales, mientras los pájaros huían despavoridos hacia las lomas cercanas, espantados por los agudos gritos que el muchacho lanzaba de vez en cuando. Y allí mismo nos separábamos a esa hora en la que el día sale victorioso y todas las criaturas se alegran con la existencia; a esa hora en la que la muchacha amada, a quien el joven nutría sin cesar con sus dolores y penas, levantaba la cabeza de la almohada y anría sus hermsosos ojos, al mismo tiempo que el dios del profundo sueño, que la había amparado fielmente durante toda la noche en su tierno lecho, la abandonaba hasta la noche siguiente; y a sa misma hora an la que el dios de la duermevela, con sus breves y ligeros sueños, volvía a cerrar suavemente los dulces párpados de la joven y le contaba cosas que ella no había sospechado jamás, cosas sugestivas y adormecedoras, narradas con una voz casi imperceptible, leve como un susurro, tan leve que la muchacha, al despertarse de nuevo, las había olvidado por completo. Estoy seguro, sin embargo, que por muchos que fueran los secretos que el dios de los ligeros y sortos sueños le confiara, la joven no soñó para nada en lo que estaba aconteciendo entre nosotros dos, su amado y el confidente de éste. ¿Qué milagro, pues, que el muchacho estuviera pálido como la cera? ¿Y qué tiene también de extraño el hecho de que yo haya llegado a ser su confidente y el de tantos otros jóvemes por el estilo?

         «Volvió a transcurrir un cierto tiempo. Yo sufría realmente muchísimo, a causa de la simpatía que le había tomado, con este pobre muchacho que se iba debilitando cada día más. Con todo no me arrepentía lo más mínimo de participar en sus penas, porque en su típica forma de amar estaba siempre la idea, al menos ésta, en constante movimiento. Gracias a Dios, sea dicho entre paréntesis, todavía se ven alguna vez amores de esta clase en la vida, amores que en vano buscarían en las novelas u otras historias semejantes. Solamente en estos casos, cuando se vive el amor como una idea, tiene aquél sentido. Y se puede afirmar, sin ningún género de dudas, que se hallan excluídos del reino de la poesía aquellos individuos que no estén íntima y ardientemente convencidos de que la idea es el principio vital en el amor, hasta tal punto que, en caso necesario, a la idea se le debe ofrecer la vida e incluso, lo que es mucho más, el amor mismo, y esto por muy favorablemente que le sonría a uno en la realidad. Cuando, por el contrario, el amor arranca de la idea, entonces cada movimiento e incluso el más pequeño roce o impulso tienen un significado auténtico. (…)

         «El tiempo seguía transcurriendo. Siempre que me era posible asistía a aquella especie de rito religioso en el que nuestro joven se ejercitaba al filo del amanecer, con unos gritos tan salvajes que parecía como si quisiese acumular en sus pulmones aire fresco para todo lo largo de la jornada, puesto que ésta no la empleaba en otra cosa que en hechizar y embaucar a la muchacha. Como Prometeo que, encadenado a la roca y mientras el buitre picoteaba su hígado, cautivaba a los dioses con sus presagios, así nuestro joven trataba de cautivar y de hecho cautivaba a su amada. Cada día derrochaba todos sus recursos en esta tarea enorme, pues cada día era para él como el último. Pero las cosas no podían continuar así. Mordía la cadena que lo tenía atado y cuanto más espumajeaba su pasión, tanto más dichoso era su canto, más tierno su discurso y más apretada la cadena. Nuestro joven era totalmente incapaz de convertir este lamentable equívoco en una relación real, porque esto, según él, equivaldría a entregar y abandonar a la muchacha a un engalño eterno. Por otra partee, explicarle a la joven en qué consistía el equívoco, diciéndole sencillamente que ella no era para él más que la figura o forma sensible de otra cosa que él mismo andaba buscando con todas las fuerzas de su alma y de su pensamiento, otra cosa que al principio había creído encontrar encarnada en ella, esto, pensaba el joven, sería injurirla aún más, hasta las raíces de su alma de mujer, al mismo tiempo que era como renunciar cobardemente a su dignidad de hombre. Por eso este segundo procedimiento le inspiraba el mayor desprecio, pues lo creía el más indigno y demoledor de todos. Es despreciable, desde luego, engañar y seducir a una joven, pero mucho más despreciable es abandonarla de tal manera que uno no tenga que ser considerado como un pícaro de siete suelas, porque ha buscado una retirada estupenda, explicándole con mucha suavidad y comedimiento a la interesada, como para consolarla, que ella no fue otra cosa que el ideal y la musa inolvidable de la propia inspiración poética. Semejante conducta es fácil cuando se tiene alguna práctica en el arte de encantar a las muchachas con una conversación florida e interesante. Así, en caso de necesidad, cuando uno de estos engatusadores desea desentenderse de una joven, la convence en seguida y ella misma se siente un poco orgullosa dejándole marchar tan bonitamente, como si fuera todo un caballero y, por añadidura, una persona encantadora y amable. Claro que la muchacha en cuestión no tarda tampoco apenas nada en sentirse realmente más ofendida que la que se sabe engañada desde el principio. De ahí que en toda relación amorosa que llega a un punto muerto, la peor ofensa sea la delicadeza. El que tiene idea de lo erótico y, por otra parte, no es un cobarde, sabe muy bien que ser indelicado es el único medio que le queda de respetar a la muchacha de la que se separa.

         «Para poner fin a los tormentos de mi joven amigo le propuse con el mayor encarecimiento que se arriesgara a tomar una decisión extrema. Se trataba sencillamente de encontrar un punto de equilibrio y paridad entre los dos jóvenes. Con este fin le dije, empleando toda la autoridad que creía tener sobre él: “¡Eh, muchacho, rompe este intrincado nudo y aniquila todo lo que sea necesario! ¡Conviértete a ti mismo en un ser despreciable, que sólo encuentra alegría engañando y mistificando! Si lo logras, entonces los dos estarán en iguales condiciones y en este caso ya no se podrá hablar más de diferencias de orden estético que te confieran ninguna superioridad sobre ella, superioridad que los hombres suelen conceder con harta frecuencia a las que ellos llaman personalidades poco comunes. Entonces será ella la que vence, la que tiene toda la razón, y tu quedarás desprovisto de todos los derechos. Pero no emplees esta táctica con demasiada rapidez, pues esto sólo serviría para encender todavía más el amor que ella siente por ti. Lo primero que tienes que hacer, en cuanto te sea posible, es mostrarte a sus ojos como un ser más bien desagradable y un poco repelente. No la contraríes abiertamente, pues con ella la excitarías, cosa que debes evitar a todo trance. Muéstrate inconstante y gruñón. Haz un día una cosa y al siguiente otra muy distinta. Pero todo esto sin el menor apasionamiento y como una pura rutina. Lo que no quiere decir que te has de mostrar desatento con ella, como si no te importara nada, al revés, ahora más que nunca has de prestarle una atención exquisita, si bien meramente, como algo que se hace sólo por oficio, sin poner ninguna interioridad ni espontaneidad en ello. Sustituye el placentero goce del amor con la aparente pasión de un semiamor empalagoso e insípido, que no sea indiferencia ni deseo ardiente. Que toda tu conducta provoque un desagrado parecido al que causa el espectáculo de un hombre goloso ante una bandeja de pasteles. Sin embargo, querido amigo, no inicies este plan si no estás completamente convencido de que tendrás fuerzas suficientes para desarrollarlo hasta el fin, pues de lo contrario pierdes inútilmente el tiempo y no sacarás ningún provecho. Porque has de saber que nadie hay tan prudente como una muchacha cuando se trata de dilucidar la cuestión, tan importante para ella, de si es o no es realmente amada. En una operación de éstas no es nada fácil emplear el bisturí, un instrumento que por cierto les exige muchas horas de práctica a los médicos para poder llegar a ser buenos cirujanos. Así que cuando inicies el plan, no tienes más que ponerte otra vez en contacto conmigo y yo me encargaré del resto. Entonces dejas correr el rumor de que tienes una aventura amorosa con otra joven, precisamente de las del montón, vulgar y prosaica hasta más no poder, pues de lo contrario no harías más que estimular y enardecer a la amada. Yo sé muy bien que semejante idea te repugna y que jamás la habrías concebido por ti mismo. Pero no te apures, los dos seguiremos firmemente convencidos de que ella es la única mujer qye tú amas, aunque sea imposible hacer realidad este amor puramente poético. El rumor, por su parte, no ha de carecer de fundamento. Yo mismo, como te he dicho, me encargaré de este asunto. Elegiré una muchacha en la ciudad y concretaré con ella, en una conversación previa, lo que más convenga”.».  

 

9

         Bueno, con lo que he leído alcanza para presentar la historia de amor narrada en La Repetición, y alcanza también para abordar la primer pregunta que hice al principio: ¿qué le está pasando al joven? ¿Pueden decir algo al respecto?

 

         ANA FIORAVANTI: Creo que en el recuerdo, como dice la poesía de Pablo Möller que el joven repite incesantemente, la mujer amada permanece siempre idéntica, siempre permanece en el plano de lo ideal, nunca va a haber una decepción, nunca una desilusión.

 

         PABLO ROSSI: Da la impresión que el joven siente que ya ha perdido a la muchacha, tal vez por eso se lamenta y llora. La poesía que recita tienen ese tono de pérdida:     

         Sentado en el sillon de mi vejez,

         sueño en el amor primaveral de mi juventud

         y siento una íntima nostalgia hacia ti,

         oh luz y sol de las mujeres.

 

         Es curioso porque el poema habla desde la pérdida y la vejez, cuando él en realidad es joven y no ha perdido a su amada.

 

         ANA FIORAVANTI: Bueno, pero su melancolía lo hace pensar y sentir así; porque además, tal como lo dice el confidente, el joven no está enamorado de una persona real, sino que esta enamorado de un ideal. Para que ese ideal no envejezca ni cambie, la única posibilidad que se mantenga así es que se viva desde el recuerdo, porque en la vida real esa imagen ideal no podría sostenerse.

 

         DANIEL BEKER: Pero el recuerdo no necesariamente se mantiene inalterable, también puede cambiar, no es que va a quedar permanentemente el ideal. Además, el amor ya no va a estar, es decir, no creo que se mantenga en el futuro siempre enamorado de ella.

 

         ANA FIORAVANTI: Tal vez en este momento él no considera esas posibilidades futuras, él dice que ella va a ser la única mujer a la que va a amar, que no va a haber otra.

      

         DANIEL BEKER: Más que haya o no otra, el asunto es si va a seguir enamorado de ella, con la misma fuerza que ahora.

 

         ANA FIORAVANTI: Posiblemente no, pero mientras siga siendo poeta puede seguir cantando a ese amor poéticamente.

 

         Hay que tener presente que esta es una historia de amor en la que entran muchos más condimentos que en una simple relación entre un hombre y una mujer. En primer lugar, el narrador constantemente nos alerta sobre un hecho que no debemos dejar de lado ni por un instante, el hecho de que estamos frente a un joven melancólico. Esta condición es constantemente recordada por el narrador, con lo cual, no podemos hablar simplemente de un hombre o un joven enamorado, sino de un melancólico enamorado, de un joven ya instalado en la melancolía. Al comienzo del fragmento que hoy leí el narrador apunta lo siguiente: «…una marcada inseguridad en todos sus modales, delataba que el muchacho se encontraba en esa encantadora edad en la que comienza a anunciarse la madurez del espíritu, así como en un período mucho más temprano la madurez del cuerpo se anuncia y manifiesta con los típicos cambios de la voz». Es decir que nos encontramos con alguien que ya comienza a entrar de lleno en las preguntas existenciales más angustiantes de la vida como, por ejemplo: ¿cuál es mi tarea en la vida?   

         A continuación el confidente nos dice: «Con los mil recursos de mi conversación, lograba fácilmente que la melancolía encerrada en su espíritu se desbordase de la forma más violenta y apasionada». Acerca de qué se entiende aquí por melancólico ya estuvimos adelantando algo en los breves comentarios al texto. Tenemos que volver a insistir en que este estado es de suma importancia, dado que si entendemos la “melancolía” emparentada con la posición existencial del romanticismo alemán, del que Kierkegaard sólo compartió el final y decadencia, y si a este lo ponemos en contacto con los valores, disposiciones e ideales de la vida burguesa, no podemos menos que constatar que la melancolía se lleva a las patadas con ésta última, que la posición romántica-melancólica es casi la antítesis de la vida burguesa. Todo esa espesa red de realidades e idealidades cotidianas que el mundo burgués ofrece como sostén y sentido de la vida, no tiene el menor sentido para la melancolía, por el contrario, ésta la percibe como una inmensa red de sinsentido. Sin embargo la melancolía no ha generado un nuevo mundo en el cual instalarse, sino que ha quedado a mitad de camino, no puede ya aferrarse ni ser parte del mundo familiar y cotidiano, pero tampoco ha llegado a un nuevo puerto donde poder rehacer su vida; no, ha quedado en medio del mar, en constante tránsito. Por eso la melancolía no es una posición estable, descansada y tranquila, sino todo lo contrario: la in-quietud es su sino. La melancolía sufre. Primer pregunta, entonces: ¿por qué le acontece esto? Podemos decir que este joven no es de este mundo, del mundo burgués cotidano; el joven no encaja en este mundo, ya está por fuera de él: ese mundo está perdido para él y él está perdido para ese mundo.

 

         DANIEL BEKER: Desde esta perspectiva se comienza a entender que si el joven se casara y tuviera hijos, no sólo pasaría a ser parte de este mundo sino que pasaría a producir este mundo, o a reproducirlo.

 

         Exactamente. La melancolía, entonces, introduce un componente decisivo en esta historia de amor, pues todo debe entenderse desde esta posición que podemos llamar posición en la vida o forma de vida, que al mismo tiempo también es una posición política, ideológica, filosófica, aunque todas estas determinaciones le quedan estrechas y son unilaterales. La melancolía, por el contrario, es una forma de ser, es un tipo de vida, en todo caso es una idea encarnada y angustiada. El joven desde el arranque mismo, desde antes de enamorarse o por lo menos de “oficializar” su noviazgo ya se encuentra en esta posición, y desde esa posición se ve enfrentado a la decisión: ¿qué hago ante el «sí» de mi amada?, ¿sigo adelante, me caso, tengo hijos?

 

         PEDRO GORSD: Da la impresión, entonces, de que ya arranca caído, que a eso no lo logró por propio esfuerzo sino que cuando abrió los ojos, en sentido espiritual, ya se encontró allí.

 

         ¿Por qué decís eso? Nadie sabe cómo llegó a ese punto de melancolía, no podemos afirmar que no lo alcanzó por cuenta propia. No debemos tomar a la ligera sus llantos, y pensar que llora porque no soporta la situación. ¿Por qué llora? ¿Llora porque puede perder a la amada o porque ya la da por perdida? De ninguna manera; en varias ocasiones el narrador afirma que «El que la muchacha muriera de hecho mañana mismo, no representaría ningún cambio esencial para él, porque seguiría haciendo las mismas cosas, arrojarse en el sillón, llorar a lágrima viva y repetir incesantemente los versos del poeta. ¡Qué dialéctica tan extraña!». Es decir, que la muchacha esté o no esté ya no significa nada para él.   

         En este momento del relato el narrador nos dice del joven: «Empezaba a darse cuenta de que había cometido un gran error y a sentir la sensación de que la adorada muchacha se le estaba convirtiendo en una carga poco menos que insoportable. Y, no obstante, era su amada, la única mujer que él había amado hasta la fecha y, seguramente, la única mujer amada de toda su vida, por muy larga que ésta fuera. Pero, por otro lado, no la amaba en absoluto, sino que lo único que hacía era suspirar por ella.

         «En medio de esta chocante situación emotiva el muchacho experimentó una curiosa metamorfosis. De repente se despertó en él un enorme afán de actividad poética, y ésta se desarrollaba en tales proporciones que yo jamás lo habría podido imaginar. El conocimiento de esta transformación fue para mí como la clave para descifrar todo el enigma de su intrincada relación amorosa. La muchacha no era en realidad su amada, sino simplemente la ocasión que despertó en él la vena de la actividad creadora y lo convirtió en un poeta. Por esto mismo la amaba, por esto no la podía olvidar mientras viviese, ni nunca sería capaz de amar a otra mujer. Claro que, como hemos dicho, todo esto no significa que la amara, ya que solamente seguía suspirando por ella, como consumido por su nostalgia. La joven había penetrado e impregnado todo su ser, de suerte que el recuerdo de ella permanecía siempre vivo ensu memoria, eternamente fresco. Ella lo había sido todo para él, porque lo había transformado en poeta».

         ¿Qué quiere decir que se transformó en poeta? Lo primero y más notorio que hay que registrar es que se produce en él «una metamorfosis», algo se despertó en él que lo transformó, ya no era el mismo que antes. ¿Salió de la melancolía? ¿La melancolía se sublimó en otra cosa? ¿Alcanzó otra posición existencial, la de poeta? Apenas hemos comenzado a reconocer la posición existencial melancólica, el narrador ya nos apura con el pasaje a otra posición: ¿qué rasgos existenciales configuran la posición poética? Tenemos un dato para orientarnos: a partir de haber alcanzado esta posición es que el joven entra en contradicción definitva en su relación amorosa con la muchacha, es cuando se le presenta la conclusión de “esto no va más”.

 

         PEDRO GORSD: Usando la terminología de Temor y Temblor, el joven aquí entra en contacto con lo eterno.

 

         Parece ser que a partir de acceder a esta nueva posición, la poética, el joven empieza a entrar en trato familiar con lo eterno. Sin embargo debemos preguntarnos: ¿acaso la melancolía no está ya en relación estrecha con lo eterno?. Recuerden la nota del traductor que leí y que dice así: “El amor ya en su mismo nacimiento, según la concepción romántica que aquí tiene in mente el seudónimo a lo largo de su particular exposición psicológica, supone un contacto efectivo con la idea de la eternidad». ¿Qué significa un contacto efectivo con la eternidad? Significa haber salido de las relaciones relativas y haber entrado en relación con lo absoluto. Para la melancolía, recuerden, el mundo está perdido, no esta parte o aquella otra, no en este aspecto o en el otro, sino que está perdido en su totalidad y en cualquier respecto, esto quiere decir que está absolutamente perdido, o también infinitamente perdido. El acceso a la posición poética, entonces, no se define por el contacto con lo eterno, en todo casi este contacto queda reasegurado, pues es como si dijéramos que ya está jugado, aquí no puede volver atrás, casarse y retomar una vida burguesa. Uso la palabra burguesa porque me parece que define con bastante exactitud una posición existencial, que incluye, por supuesto, las dimensiones de la política, lo ideológico y aun lo filosófico. Hay una forma de ser humano burguesa, una forme de ser y de existir.

    

         PEDRO GORSD: Lo que en terminología de Temor y Temblor sería «lo general».

 

         Así es. El acceso a la posición poética lo separa más del mundo burgués. De todos modos, ¿es posible el amor entre un hombre y una mujer desde la posición poética? El joven se encuentra ante un brete, ¿por qué no pudoi deshacer más expeditivamente la relación, por qué tuvo que continuar con el engaño? ¿No hay aquí un empecinamiento por parte de Constantin Constantius en que no se puede salir más francamente de la situación en la está el joven, o es que realmente no se puede? A mi entender esto no queda claro de buenas a primeras, sino que hay que pensarlo, para poder pensar esta posición. Porque es en base a esta imposibilidad es que el confidente le hace al joven su propuesta de retirada de la relación. ¿Qué maniobra le propone el confidente al joven? Para entender claramente la propuesta antes debemos entender claramente cuál es el brete en el que el joven está metido. Estamos hablando, por supuesto, de bretes o de callejones sin salida existenciales, lo que se traduce en porqué no puede continuar con el amor con la muchacha, y tiene que romper.

 

         PEDRO GORSD: Puede ser que la chica haya sido “la ocasión” para que el joven pudiera acceder a lo poético y a una relación firme con lo eterno, y una vez hecha la metamorfosis ella deba quedar en el camino, porque es claro que no es ella el verdadero objeto de amor.  

 

         Puede que sí, puede que no. En la próxima reunión seguiremos trabajando estas dos preguntas: ¿Qué le está pasando al joven?, y ¿qué maniobra le propone realizar el confidente?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ANEXO

ELOGIO DE LA MELANCOLíA  

Por Héctor Fenoglio

(Publicado Parte de Guerra Nº 15, Octubre-Noviembre 2001)

 

   Sigo pensando en Kierkegaard. Me regalaron un libro de un mexicano sobre Kierkegaard. El autor habla sobre la “melancolía” de Kierkegaard, y dice: “La melancolía es un estado de ánimo. Puede ser considerada como una enfermedad en los casos crónicos (cuando se padecen períodos largos o continuos de melancolía). Es enfermedad en el sentido de un estado anómalo en el hombre”. Ya unas páginas antes se había referido a Kierkegaard y a “su problema de melancolía”. ¿Así que la “melancolía” de Kierkegaard era un “problema”? ¡Mirá vos!

     No, definitivamente no: Kierkegaard no tenía un “problema de melancolía” (y mucho menos una enfermedad). Lo que Kierkegaard soportaba era una guerra contra el mundo. Y ese odio, él lo sabía muy bien, era su único camino de salvación. Porque por más que quisiera, por más que lo intentara, él no podía “reconcialiarse con el mundo”; todas las cosas con las que los demás pasan por la vida (un trabajo, familia, hijos, dinero, prestigio,etc.), a él no le alcanzaban ni siquiera para empezar a soportar la vida. Y de una manera definitiva: no se trata de que a él personalmente no le gustara; no, se trata de que es así y punto. Y eso, más que “un” problema (personal o psicológico), eso es “EL” problema. Pero “de eso”, por supuesto, muchos ni se enteran.

   Yo estoy seguro de que Kierkegaard no podía, jamás, “reconcialiarse con el mundo”: ya sé que tal vez esto no sea cristiano y que, por ahí, o por lo tanto, no puede atribuírsele plenamente este pensamiento. Ya sé que hay una pila de profesores que han leído “todo” y que saben más que yo, y que hacen fila para pegarme y que me pueden llenar la cara de citas, demostrándome que, en realidad, Kierkegaard estaba más “reconciliado” con el mundo de lo que yo creo, y que las cosas que digo no son más que reflejos de mis propios fantasmas y obsesiones. Pero no me importa: yo sé que Kierkegaard aún sigue en guerra contra el mundo (incluyendo a todos esos profesores), y no pienso tomarme el trabajo ni gastar un minuto de mi tiempo en convencerlos ni en demostrales de por qué es así. Y todo por una simple razón: porque es imposible hacerles darse cuenta, porque nunca nos entenderemos, porque estas cosas no se resuelven con “razones”, y porque entre nosotros hay un abismo que jamás se salvará. Y todo ocurre así por una simple razón: porque ellos están y les gusta estar “reconciliados” con este mundo, mientras que yo lo odio, incluyéndolos a ellos. Y como yo sé muy bien por qué los odio, también sé muy bien por qué este odio es mi vía de salvación, y por qué ellos de esto no saben ni nunca sabrán nada.

   Y entonces me acuerdo de Erdosain en Los Siete Locos de Arlt:

   “Entonces su irritación se volvió contra la bestial felicidad de los tenderos, que a las puertas de sus covachas escupían a la oblicuidad de la lluvia. Se imaginó que estaban tramando eternos chanchullos, mientras que sus desventradas mujeres se dejaban ver en las trastiendas, extendiendo manteles en las mesas cojas, arramblando innobles guisotes que al ser descubiertos en las fuentes arrojaban a la calle flatulencias de pimentón y de sebo, y ásperos relentos de milanesas recalentadas.

  “Caminaba ceñudo, investigando con furor lento las ideas que se incubarían bajo esas frentes estrechas, mirando descaradamente las lívidas caras de los comerciantes, que desde el cuévano de los ojos espiaban con una chispa de ferocidad los compradores que se movían en los negocios fronteros; y Erdosain sentía a momentos ímpetus de insultarlos, antojo de tratarlos de cornudos, de ladrones y de hijos de malas madres, diciéndose que tenían la falsa gordura de los leprosos y que si algunos estaban flacos era de celar los éxitos de sus prójimos. Y en su fuero interno los iba injuriando atrozmente, imaginándose que los negociantes aquellos estaban atornillados a próximas quiebras por espantosos pagarés, y que la desdicha que le arrojaba a él al fondo de la desesperación se cerniría también sobre sus mugrientas mujeres, que, con los mismos dedos con que momentos antes habían retirado los trapos en que menstruaban, cortarían ahora el pan que ellos devorarían entre maldiciones dirigidas a sus competidores.

   “Y sin podérselo explicar se decía que el más educado de esos bribones era de una grosería solapada y profunda, todos envidiosos hasta el tuétano y más desalmados e implacables que cartagineses.

   “A medida que iba pasando frente a colchonerías y almacenes y tiendas, pensaba que esos hombres no tenían ningún objeto noble en la vida, que se pasaban la vida escudriñando con goces malvados la intimidad de sus vecinos, tan canallas como ellos, regocijándose con palabras de falsa compasión de las desgracias que les ocurrían a éstos, chismorreando a diestra y siniestra de aburridos que estaban, y esto le produjo súbitamente tanto encono, que de pronto aceptó que lo mejor que podía hacer era irse, pues sino tendría un incidente con esos brutos, bajo cuyas cataduras enfáticas veía alzarse el alma de la ciudad, encanallada implacable y feroz como ellos”.  

   Esto es melancolía. Erdosain sabía de lo que hablaba. Capaz que muchos van a decir que todo esto no es “melancolía” sino “resentimiento”, pero yo les digo que no, o que sí, que también es resentimiento, pero concentrado, limpio y elaborado, y que por eso ya no es resentimiento. Y también les digo que esos tenderos, esos comerciantes, esos colchoneros o esos profesores, se encuentran tanto Minnesota como en Brooklyn, tanto en la 5th Avenida como en Corrientes y Callao, tanto en Copenhage como en el barrio de Belgrano.

   El capitalismo, desde muy joven, siempre intentó desconocer y tapar el abismo existencial que se manifiesta en la melancolía con la alegría forzada del sábado por la noche, con esa continua promesa de belleza y juventud eterna, y, por supuesto, con su apuesta máxima: matar a la muerte mediante procedimientos técnico-médicos. No resulta extraño, entonces, que la melancolía esté tan desprestigiada y tenga tan mala prensa. Sin ir más lejos, la famosa “melancolía porteña”—(antes que nada aclaremos algo: yo no soy porteño; soy cordobés). La famosa melancolía porteña no es estúpidamente ganas de sufrir y nada más, no, es algo mucho más serio y picante; como bien cantan los tangos, esa melancolía es “spleen”, es decir, una terrible y explosiva mezcla de tragedia y pasión, una pasión suicida, es cierto, pero lúcida y vital; nihilismo y sinsentido sí, pero ¿acaso vas a creer en este mundo? Es una verdadera rebelión contra el bien, contra la belleza y contra la alegría, industrializada o no; es esa verdad siempre sabida y de la que jamás te vas a poder hacer el boludo porque, por más que te hayas pasado del tango al rock and roll, ella sigue siendo tu verdad. Una verdad que te dice que sí, que por supuesto que hay alegría, y que es brasilera, pero que vos no podés sentirla como tu temple fundamental de vida porque así, como la sentís, en el fondo, es una boludez: algo ahí no te cierra.

   Esto es melancolía: no un mero sentirse más o menos mal por un tiempo o por toda una vida, sino una herida abierta en la carne del mundo, una verdad que te enloquece, que te persigue y no te da respiro, pero sin la cual tu vida sería una insulsa y estúpida vidita.

   Entonces vuelvo a Los Siete Locos: “Nota del comentador: Refiriéndose a esos tiempos, Erdosain me decía: «Yo creía que el alma me había sido dada para gozar de las bellezas del mundo, la luz de la luna sobre la anaranjada cresta de una nube, y la gota de rocío temblando encima de una rosa. Más, cuando fui pequeño creí siempre que la vida reservaba para mí un acontecimiento sublime y hermoso. Pero a medida que examinaba la vida de los otros hombres, descubrí que vivían aburridos, como si habitaran en un país siempre lluvioso, donde los rayos de la lluvia les dejaran en el fondo de las pupilas tabiques de agua que les deformaban la visión de las cosas. Y comprendí que las almas se movían en la tierra como peces prisioneros en un acuario. Al otro lado de los verdinosos muros de vidrio estaba la hermosa vida cantante y altísima, donde todo sería distinto, fuerte y múltiple, y donde los seres nuevos de una creación más perfecta, con sus bellos cuerpos saltarían en una atmósfera elástica». —Entonces le decía: «Es inútil, tengo que escaparme de la tierra»”.

    AGREGADO:

    Hoy me compré una maravillosa edición de Ed. Sudamericana de Los Siete Locos y Los Lanzallamas, con notas, artículos, cronología, etc. En este libro encontré la siguiente Aguafuerte de Arlt referida a los personajes de Los Siete Locos:

   “Estos individuos, canallas y tristes, simultáneamente; viles soñadores simultáneamente, están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está organizada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas. [Se refiere a las primera guerra mundial de 1914-17. Los Siete Locos se publicó en 1929. Yo me digo: ¡qué parecido es aquel momento del mundo a éste, después de la caída del muro de Berlín, sin Socialismo, vacío de ideales y esperanzas!]

   “Hombres y mujeres en la novela rechazan el presente y la civilización tal cual está organizada. Odian esta civilización. Quisieran creer, arrodillarse ante algo, amar algo; pero, para ellos, ese don de fe, la «gracia» como dicen los católicos, les está negada. Aunque quieran ser, no pueden. [De nuevo: ¡qué parecido a hoy!, porque hoy se nos vuelve imposible volver a creer en el Socialismo con mayúsculas, ya todo eso nos parece una ingenidad pueril]. Como se ve, la angustia de estos hombres nace de su esterilidad interior. [¿y/o anterior?]. Son individuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocido. [Otra vez: ¡qué parecido: ¿qué sería de mí si no hiciera esta revista, si no me encontrara sábado tras sábado en el Taller de Pensamiento? ¡Cuántos desesperados, cuántos suicidios en espera caminan hoy por las calles de Buenos Aires, estirando como pueden las horas, los días, las semanas!?].

   “En síntesis: estos demonios no son ni locos ni cuerdos. Se mueven como fantasmas en un mundo de tinieblas y problemas morales y crueles. Si fueran menos cobardes se suicidarían; si tuvieran un poco más de caracter, serían santos. En verdad, buscan la luz. Pero la buscan completamente sumergidos en el barro. Y ensucian lo que tocan.

   “A mí, como autor, estos individuos no me son simpáticos. Pero los he tratado. Y todo autor es esclavo durante un momento de sus personajes, porque ellos llevaban en sí verdades atroces que merecían ser conocidas.

   “En definitiva: en esta obra no hay ningún casamiento, ni baile, ni declaración de amor. Al sexo femenino no le puede interesar”.

   Esto es melancolía.

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