VIII. EL AMOR AL PRÓJIMO
30 junio 2006

Fragmento de “Los hermanos Karamazov”, de Dostoievsky, que trajo Adriana leído por:

Ana: “Qué palabras tan audaces, tan sublimes -exclamó la madre- penetran a través de nuestro ser. Sin embargo ¿dónde está la felicidad?. Ya que ha tenido usted la bondad de permitirnos verlo hoy, escuche lo que no le dije en mi anterior visita, lo que no me atreví a decirle, lo que me atormenta desde hace mucho tiempo, pues me siento atormentada, sí, atormentada.

Y en un arranque de fervor enlazó las manos.

- ¿Cuál es su tormento?

- No creer.

- ¿No creer en Dios?

- Oh no, en eso ni siquiera me atrevo a pensar. Pero, ¡qué enigma es la vida futura! Nadie sabe de ella una palabra. Escúcheme, padre, usted que conoce el alma humana y el modo de curarla, no le pido que me crea enteramente, pero le doy mi palabra de honor de que le hablo con toda sinceridad. La idea de la vida de ultratumba me conmueve hasta atormentarme, hasta aterrarme, no sé a quién preguntar, ni me he atrevido a hacerlo en toda mi vida. Ahora me permito dirigirme a usted, ¡qué pensará de mí, Dios mío!

Y se quedó mirándole con las manos enlazadas.

- No se preocupe por mi opinión -repuso el stárets-. Creo en la sinceridad de su inquietud.

- Cuánto se lo agradezco. Oiga, cierro los ojos y pienso: todos creen ¿por qué? Se dice que la religión tiene su origen en el terror que inspiran ciertos fenómenos de la naturaleza, pero que todo es una falsa apariencia, y me digo que he creído toda la vida, que moriré y no encontraré nada, que entonces sólo la hierba crecerá sobre mi tumba, como dice un escritor. Esto es horrible ¿cómo recobrar la fe?. En mi infancia yo creí mecánicamente, sin pensar en nada ¿cómo convencerme?. He venido a inclinarme ante usted y a suplicarle que me ilumine. Si pierdo esta ocasión, ya no encontraré a nadie que me responda. ¿Cómo convencerme? ¿Con qué pruebas? ¡Qué desgraciada soy!. Las personas que me rodean no se preocupan de esto, y yo sola no puedo soportar mis dudas; estoy abrumada.

- Lo comprendo, pero estas cosas no pueden probarse; uno tiene que convencerse por sí mismo.

- ¿Cómo?

- Por medio del amor que es el que lo hace todo. Procure amar al prójimo con un ardor inextinguible. A medida que vaya usted progresando en el amor al prójimo, se irá convenciendo de la existencia de Dios y de la inmortalidad del alma. Si alcanza la abnegación completa en su amor al prójimo, creerá ciegamente y la duda no podrá siquiera rozar su alma; esto está demostrado por la experiencia.

- ¿El amor que lo hace todo? He aquí otro problema ¡y qué problema! Mire, yo amo de tal modo a la humanidad que, aunque usted no lo crea, he pensado a veces en abandonarlo todo, incluso a Liza y convertirme en hermana de la caridad. Cierro los ojos, pienso, sueño, y en esos momentos me asiste una fuerza invencible; ninguna herida, ninguna llaga purulenta me inquietará; las lavaré con mis propias manos y seré una enfermera presta a vendar las úlceras de los pacientes.

- No es poco que haya tenido tales pensamientos. Algún día realizará usted por obra del azar una buena acción.

- ¿Pero podré soportar por mucho tiempo semejante vida? -siguió diciendo la dama con vehemencia-. Esta es la cuestión más importante, la que más me atormenta. Cierro los ojos y me pregunto: ¿permanecerás mucho tiempo en este camino? ¿si el enfermo al que lavas las úlceras lo paga con la ingratitud, si te atormenta con sus caprichos sin apreciar ni advertir siquiera tu devoción, si grita, se muestra exigente, o incluso presenta quejas sobre ti, como pueden hacer las personas atormentadas por el sufrimiento, perdurará tu amor? Y sepa usted que yo me he dicho ya con profunda desazón: la ingratitud es lo único que puede enfriar, e inmediatamente, mi amor activo por la humanidad. En una palabra: que en el amor trabajo por un salario y exijo recibirlo inmediatamente en forma de elogios y de un amor como el mío, de otro modo no me es posible amar a nadie.

Después de haberse fustigado a sí misma con este arrebato de sinceridad, se quedó mirando al stárets con una fijeza provocadora. Y el stárets repuso:

- Eso mismo me dijo hace ya mucho tiempo un médico amigo mío, hombre inteligente y de edad madura. Se expresaba tan francamente como usted, aunque bromeando con cierta amargura. Y me decía: amo a la humanidad, pero para sorpresa mía, cuanto más quiero a la humanidad en general, menos cariño me inspiran las personas en particular, individualmente. Más de una vez he soñado apasionadamente con servir a la humanidad, y tal vez incluso habría subido al calvario por mis semejantes, si hubiera sido necesario. Pero no puedo vivir dos días seguidos con una persona en la misma habitación, lo sé por experiencia. Cuando noto la presencia de alguien cerca de mí siento limitada mi libertad y herido mi amor propio. En veinticuatro horas puedo tomar odio a las personas más excelentes; a una porque permanece demasiado tiempo en la mesa, a otra porque está acatarrada y no hace más que estornudar. Apenas me pongo en contacto con los hombres me siento enemigo de ellos; sin embargo, cuanto más detesto al individuo, más ardiente es mi amor por el conjunto de la humanidad.

- ¿Qué hacer, qué hacer en tal caso? ¡Ay, para desesperarse!

- No, basta con que se sienta usted desolada, haga todo cuanto pueda y se le tendrá en cuenta. Usted ya ha hecho mucho por conseguir conocerse a sí misma profundamente tal como realmente es. Si me ha hablado con tanta franqueza sólo para oír mis alabanzas a su sinceridad, no conseguirá nada seguramente en los dominios del amor activo. Todo quedará reducido a un sueño, y como un sueño transcurrirá su vida, entonces, claro es, se olvidará de la vida futura y al fin de cuentas se tranquilizará de un modo o de otro.

- Me abruma usted; ahora me doy cuenta de que, al hablarle de mi horror a la ingratitud, daba por descontados los elogios que me valdrían en franqueza. Usted me ha llevado a leer en mí misma.

- ¿De veras? Pues bien, tras esta confesión creo que usted es buena y sincera. Aunque no alcance la felicidad, recuerde siempre que está en el buen camino y procure no salir de él; sobre todo no mienta, y menos aún a sí misma. Observe sus propias falsedades, examínelas continuamente, evite también la aversión hacia los demás y hacia sí misma. Lo que le parezca malo en usted queda purificado por el hecho de que haya visto que es malo. Rechace también el temor, aunque éste sea únicamente la consecuencia de la mentira. No tema jamás a su propia cobardía en la persecución del amor, tampoco debe asustarse de sus malas acciones en este terreno. Lamento no poder decirle nada más consolador, pues el amor activo comparado con el amor contemplativo es algo cruel y espantoso. El amor contemplativo está sediento de realizaciones inmediatas y de la atención general. Uno está incluso dispuesto a dar su vida con tal que esto no se prolongue demasiado, que termine rápidamente y, como en el teatro, bajo las miradas y los elogios del público. El amor activo es trabajo y tiene el dominio de sí mismo. Para algunos, es una verdadera ciencia. Pues bien, le anuncio que en el momento mismo en que vea horrorizada que, a pesar de sus esfuerzos, no solamente no se ha acercado a su objetivo, sino que se ha alejado de él, en ese momento habrá alcanzado su fin y verá sobre usted el Poder misterioso del Señor que la habrá guiado con amor sin que usted se haya dado cuenta. Perdone que no pueda dedicarle más tiempo; me esperan. Adiós.”

Adriana: creo que tiene que ver con lo que estábamos hablando.

Oscar: tiene una visión muy parecida a la de Kierkegaard.

Ana: sobre todo en el tema de lo singular y lo general.

Oscar: porque uno de los apartados de “Las obras del amor” es: Debes amar a aquel al que ves. Es muy fácil amar a la humanidad en general.

Hernán P: ¿sería un amor egoísta el amor a la humanidad en abstracto?

Oscar: yo no sé...podría ser una de las máscaras del egoísmo decir: yo amo a la humanidad...pero al que tengo al lado...

Hernán P: es un amor abstracto.

Oscar: con lo cual no es amor, es una idea.

Ana: claro, para mí no es amor.

Hernán P: yo siempre tengo un planteo con el amor al prójimo. ¿El amor al prójimo no se puede entender en algún punto como amor a una generalidad? Porque el prójimo es el otro, pero es cualquier otro.

Oscar: ese es el tema del cual vamos a hablar hoy en “Las obras del amor”.

Erica: pero en “Ejercitación del cristianismo” dice que el prójimo es todos pero cada uno.

Oscar: claro, porque dice que es amar al que ves, porque en una parte dice: vos te encerrás a orar y después salís a la calle y el que pasa es el prójimo. Eso lo dice en el primer tomo de “Las obras del amor”. Ante esa pregunta ingeniosa de quién es el prójimo, bueno, es muy fácil reconocer al prójimo, salí a la calle y el primero que pasa es el prójimo; tiene que ser uno concreto.

Hugo: lo que pasa es que provoca un movimiento que no se produce cuando uno tiene una relación individual este tema del amor al prójimo, porque uno se proyecta y eso provoca una movilización dentro de uno. Inmediatamente provoca odio, rencores, como si uno conviviera con esa persona. Cuando uno está muy relacionado con una persona como que uno considera que hay más trato subjetivo, odio por ejemplo. Yo hago lo mismo con otras personas que no conozco.

Oscar: por las dudas.

Hugo: pero por lo menos me sirve para darme cuenta de que no puedo pensar así porque yo ni convivo ni sé nada de su historia.

Juan José: yo lo pienso en relación a Foucault, que uno es la construcción de otro. En poner ciertas expectativas y a partir de ahí es una generación de odio. Porque el problema no es la persona en sí, sino lo que uno construye sobre otra persona. Es más fácil cuando uno generaliza porque no puede poner todos estos adjetivos en general. El otro es un reflejo, y de ahí la identificación.

Ana: pero en ese caso, ¿dónde estaría el amor?, porque vos no podés amar a una generalización.

Juan José: ahí estaría el punto de poder decir que uno ama a la generalización cuando en realidad se está mintiendo. Yo creo que es algo similar a creer que uno cree. Por ejemplo, algo que me ha tocado vivir, de amigos que son los más solidarios por ejemplo con Caritas y demás y después en un restaurant viene un pibe a pedir una moneda y lo sacan mal.

Hugo: es inevitable, si no hay que hacer un gran esfuerzo. Le pasa a todo el mundo, al que puede, al que quiere, al que está más predispuesto le pasa.

Hernán M: por ahí uno ve en el otro a esa humanidad (INAUDIBLE). No sé si existe una persona que odie a todo el mundo.

Juan José: doce de la noche por La Boca; un pibe de tez oscura con gorrita y las manos en los bolsillos ¿qué es lo primero que te viene a la cabeza?.

Hernán P: eso no tanto por amor, sino por instinto de conservación.

Juan José: no sé si es instinto de conservación o lo que hablábamos la reunión pasada de que es la idea que tenés sobre eso y cuál es la construcción ideológica que tenés sobre esto que te va bombardeando.

Hernán P: yo a veces me lo planteo hasta en términos de la imagen de Cristo. Si uno lo ve un día por la calle sale corriendo porque parece un pordiosero. Lo que pasa es que uno se lo imagina vestido de túnica blanca.

Oscar: como la estampita, lo comparás con la estampita.

Hernán P: era alguien que, a los ojos del buen burgués de la época (no eran burgueses), era un individuo indeseable.

Oscar: ese tema está en “Ejercitación del cristianismo”. Me parece que ese es el sentido del relato de los Evangelios, que ahí se les aparece ese hombre que no tiene ninguna cosa especial para reconocerlo, que ellos por eso lo matan. Porque todos están esperando que llegue el Mesías, pero cuando llega, llega con el aspecto de un hombre cualquiera y no lo reconocen. Entonces ahí me parece que lo que está en juego en todo ese relato es el amor al prójimo; lo decisivo es eso, es reconocerlo ahí, no tiene ninguna pinta especial. Puede ser como decís vos un negrito de La Boca, que sé yo. La cosa es que por instinto de conservación uno se está defendiendo del prójimo.

Lori: igual la violencia puede venir de cualquier parte, eso es una realidad objetiva.

Oscar: la violencia, no sé.

Hernán M: ¿ pero amar al prójimo ya eso es amar a Dios?

Oscar: lo que dice en el Evangelio es que es casi igual, no dice que es igual.

Hernán M: ¿por la imagen y semejanza?.

Oscar: ese casi me parece que es misterioso. Para mí es el fundamento del cristianismo; lo que lo diferencia de las otras religiones, este casi igual, porque es el prójimo.

Juan José: ese igual me suena a distinto.

Oscar: cuando le preguntan a Cristo ¿cuál es el mandamiento principal?, porque en el Antiguo Testamento hay muchos mandamientos, muchas reglas, muchos decretos e incisos, entonces Él dice: amar a Dios por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo, que dice que es casi lo mismo que amar a Dios. Ahí lo que hace es elevar al hombre a su máxima expresión, porque no está diciendo que el hombre sea Dios, pero dice que amarlo es casi lo mismo que amar a Dios.

Ana: tiene que ver con lo que dice San Juan cuando dice: si no amas a tu hermano a quien ves ¿cómo vas a amar a Dios a quien no ves?.

Oscar: dice ve y reconcíliate con tu hermano primero y después volvé a hacer ofrendas.

Porque ahí me parece que el obstáculo es Dios porque en todo este discurso la palabra Dios, Dios, Dios que aparece tanto en lo que vamos a leer ¿qué nos resuena esa palabra? ¿qué escuchamos cuando oímos esa palabra? Porque no es tan obvio lo que escuchamos cada vez que aparece esa palabra y uno tiende a pensar: el creador del universo, el Poder Supremo. Incluso para mí es un cierto problema la manera como lo dice Kierkegaard en “La enfermedad mortal” donde dice: el Poder que me fundamenta, pensarlo como Poder Supremo. Que eso a mi todavía no me termina de cerrar, porque ahí con la idea de Poder Supremo todavía me parece que es una medida muy humana cuando pensamos en un Poder más fuerte que el mío. Evidentemente lo del Poder es una metáfora, porque si no todas las representaciones que tenemos de Dios son todas figurativas, un poco infantiles.

¿Qué significa amar a Dios por sobre todas las cosas cuando lo ponés en contraste con el caso de Abraham e Isaac por ejemplo?. No es fácil, no es que yo lo digo y ya todos entendieron. Es posible que la mayoría no entienda, o que ni siquiera se ponga a pensar, porque la palabra Dios lo detiene en un punto, ya sea porque cree o porque no cree, en donde dejás de preguntarte qué está diciendo.

Hernán P: es algo que no es abarcable por el pensamiento, yo creo que si hay un acceso es del otro lado, si se remite a un concepto como hace Descartes, pierde lo más importante.

Erica: pero el pensamiento no es concepto nada más.

Juan José: tampoco Descartes lo cierra como concepto porque dice que Dios no es comprensible.

Hernán P: demuestra la existencia pero no dice qué es.

Oscar: Descartes está ahí vacilante: por momentos parece que toca algo y por momentos parece que se le escapa. Me parece que es algo muy comprensible que le pase eso, además porque le puede pasar a todos.

Hugo: cuando dice que no es que soy bueno y por eso amo a los otros. Yo puedo ser bueno, yo digo que soy bueno porque amo a los demás, no es lo mismo que saber qué es el Bien; ahí sería ese conocimiento de Dios, conocer el Bien. Yo creo que soy bueno porque hago algo.

Oscar: es laberíntico, porque, primero: no es una cuestión de conocimiento; eso sería como la versión griega, platónica, eso de conocer a Dios. Porque en realidad se trata de amar a Dios, no de conocer a Dios. Y en el cristianismo la ocasión de ponerlo en práctica es en el amor al prójimo. Por ciertas cosas que dice Jesús en el Evangelio siempre está llamando la atención sobre eso. Y además por este detalle que diferencia al cristianismo de las religiones: es que era, o es, un hombre, ese es el detalle. Y que ahí se puso en juego todo el amor al prójimo. O sea que el sentido del relato tiene que ver con que queda en suspenso todo el culto, porque justamente estaba todo el culto pero faltaba el amor al prójimo que era un insignificante; ahí se desbarata todo el culto; si falta ese amor al prójimo, el culto se viene abajo.

Hilda: es “como a ti mismo”, ahí complica bastante el tema. En el “ti mismo”, primero está un reconocimiento, de recibir realmente el amor de Dios; creo que amar a Dios antes que nada es el reconocimiento de que Dios te ama.

Oscar: lo que pasa es que en la vida de las personas muchas veces no nos amamos a nosotros mismos.

[CAMBIO DE CASSETTE]

Hugo: ....hay algo que está dentro mío que es común a todos nosotros y que debemos conocer ¿a eso se referirá?

Oscar: yo creo que no es una cuestión de conocer.

Ana: creo que está muy cerca lo que dijo Hilda. Casi no se trata de que uno ame ni siquiera a Dios, sino que es Dios el que viene y te dice que te ama, y cuando El dice “amaos los unos a los otros” no se queda ahí la frase, sino que dice “como yo os he amado”. Y el ser la Verdad, el Camino y la Vida también implica lo mismo: que yo puedo saber o puedo sentir lo que es amor únicamente a través de este hombre que es Dios. Porque también lo dice Kierkegaard: en otro humano que no sea Jesucristo ¿dónde encuentro la medida? Lo único que puedo encontrar es medida de egoísmo entre nosotros; entonces no es que yo ame a Dios, sino que Dios manda a su Hijo para enseñarnos a nosotros qué es amar. Yo sé que esto es un poco chocante para una persona que no cree, es algo muy difícil de hablarlo.

Oscar: para mí es ¿qué quiere decir creer en Jesucristo o no creer en Jesucristo? Porque me sigue pareciendo no obvio eso. No me parece que sea algo que se entienda naturalmente. O es algo sobrenatural el significado o es una simple fábula. Lo que decía esa filósofa ahí en el simposio de la UNESCO era que había que comprenderlo por efracción, porque los cristianos piensan que porque son cristianos tienen un vínculo con Kierkegaard como un puente directo y los no cristianos piensan que les falta eso para entender a Kierkegaard. Y ella dice que en realidad sería al revés, como que los cristianos para entender a Kierkegaard tendrían que tratar de pensarlo como no cristiano, como si uno pudiera ponerse en ese lugar distinto al que tiene ¿por qué? Porque nosotros automáticamente escuchamos: Cristo, y ya nos colocamos en el lugar de representación que es el lugar común: si yo soy cristiano, ya sé.

Ana: yo lo decía en otro sentido, en el sentido que si vos decís: Cristo es el que enseña, o Cristo es el Camino, como lo dice Kierkegaard, la encrucijada, vos decidís si creés o te escandalizás. Decir eso a una persona que no tiene la menor idea, aunque se considere cristiana, es muy difícil de captar.

Oscar: me parece que el escándalo de Cristo fue que los hombres no lo reconocieron y uno de los sentidos de ese relato es que el hombre tiene como una tendencia a no reconocerlo, más allá de lo que sería el que cree o no cree. Los tipos que van camino a Emaús lo tienen al lado, ellos son sus propios seguidores y se quedan al lado un rato largo y no lo reconocen hasta que así como por un fogonazo se dan cuenta. Pero la mayor parte del camino no lo reconocieron. Eso quiere decir que no es fácil de reconocer cuando se aparece.

Juan José: yo creo que son resoluciones a interrogantes no resueltos. Si lo tomamos desde cómo uno se conoce por el psicoanálisis, es la representación del otro, es lo que uno se ve en el espejo y a partir de ese verse en el espejo dice bueno: yo no soy esto, por lo tanto soy esto. En realidad si uno se pregunta realmente qué es, cuál es la esencia, no está la solución dada. ¿cómo uno sabe qué es uno realmente? La identificación del otro me da una imagen reflejada, una imagen falsa. ¿Cuál es la solución de qué es el ser en sí? Yo creo que no se termina de resolver. Por otro lado, cuando Platón habla del mito de la caverna que representa a los hombres de espaldas a la luz, mirando las figuras, para saber realmente quiénes son estas personas tiene que salir a la luz a volver a comentarles cómo es lo real. Es como que para poder resolver el conocimiento de uno mismo se va a un lugar donde uno no termina de comprender; es difícil darse cuenta realmente qué es la parte de la luz o el mundo real. Me parece que en cuanto a la fe en Dios es algo muy similar: el tema de cuando uno representa el amor al prójimo en realidad es saber que hay un amor superior para saber que uno es a partir de poder amar algo que está por encima de un semejante. Me parece que también es una cuestión de tratar de resolver qué es uno en realidad, cuál es la esencia del ser en sí.

Ana: eso es así. Hoy estábamos traduciendo con Andrés una parte de uno de los escritos de Kierkegaard [“Para un examen de sí mismo recomendado a este tiempo”] dice en muchas partes que cuando uno lee la Escritura tiene que saber que “es a ti a quien se habla, es de ti de quien se habla”. No estás leyendo un libro ajeno, todo el tiempo repite eso.

Juan José: a mi me parece que la figura de Jesús como un similar al hombre, es un poco poder reflejar esa figura de Dios como un par. Jesús es Dios, es la misma persona, al ponerla como hombre en la tierra, está mostrando que es similar al prójimo, poder amar a Jesús se ama al prójimo. Incluso no se lo reconoce...

Ana: es que, si te ponés a pensar, amarlo fue imposible hasta para los mismos discípulos, amarlo en el sentido pleno de la palabra. Quien no lo traicionó lo desconoció, quien no lo desconoció lo negó, se rajó; mil cosas pasaron.

Juan José: me parece que son soluciones para algo no resuelto que es el conocimiento del ser.

Hernán M: para mí, para amar a Dios tendría que poder abarcarlo todo. No se puede decir que uno es finito y el otro es infinito y que por eso no podemos abarcarlo, no, tenemos que poder abarcarlo, sino no es amor a Dios. Y también hay que encontrar algo en el sentimiento porque sino quien no conoce a Jesús o la palabra revelada porque quizás encontró otra revelación en las plantas o no encontró revelación alguna, también quiere, también tiene sentimientos, puede amar al prójimo. Entonces ¿dónde está la diferencia? Después encontrará en algún momento para nosotros, él nunca creyó que se encontraría en un momento donde sería juzgado y ahí vería que por sus buenas acciones....por eso me parece que tiene que estar en otro lado o lo tenemos que encontrar en nosotros y como está en nosotros podemos abarcarlo completo, por ahí un poco lo que decía San Agustín de eso: tenemos que encontrar en nosotros a Dios, ¿nosotros somos Dios?

Juan José: cuando realmente encontrás el ser....y la figura de Dios o el concepto de Dios es un poco la representación de poder conocer el ser en sí.

Oscar: pero eso sería como un culto a sí mismo, la idolatría del narcisismo. El sentido de la historia me parece que no la encontrás en vos, sino en el prójimo. Si querés encontrar la clave en vos, se te escapa porque te pasó el prójimo por delante y no lo viste.

Hernán M: tenés que buscar lo que conecta.

Oscar: me parece que el sentido de la historia de Cristo es que es el prójimo Dios; me parece que viene a romper con la soberanía del yo. En ese sentido, me parece que la línea de Kierkegaard está muy bien porque habla de esa idea de humillación que no es en el sentido masoquista, pero es eso, que tenés que romper con vos, que es con lo que casi nunca rompemos. El culto al yo está instaurado, no hace falta mover un solo dedo porque ya está, el mundo ya está. Si fuera eso, estamos todos salvados, somos todos santos.

Juan José: a mí me parece que hay dos conceptos de eso: el yo que es totalmente particularizado y sabiendo que es y está el potencial que es proyección de lo que puede llegar a ser.

Oscar: pero sería amar a uno que es tu semejante; es al revés, porque vos sos amable si sos a semejanza de Dios, porque si no es amar al que es semejante a vos, es como una proyección tuya. Ahí lo que dicen los iluministas es que el hombre proyecta toda su identidad y termina adorando a una especie de inflación de lo que él mismo es. Es una invención humana para amarse a sí mismo. Para mí, la única manera de salir de eso es que sea el prójimo, o sea, otro y ese otro es en un sentido...lo que está en juego es cuando se ve que es otro realmente. Cuando esperaban al Mesías, esperaban al rey de Israel pero apareció otro, y cuando Jesús se acerca a otro que no es uno de ellos, cuando habla con la mujer en la calle o con el samaritano, siempre es otro. Ese otro es como dejar de verse a sí mismo porque lo natural, como vos decís, es que uno busca en el otro su propio reflejo. Pero si vos estás todo el tiempo detrás de eso, nunca ves a otro más que a vos mismo.

Juan José: a eso me refería cuando decía que hay dos construcciones del yo, el superyo y el ello. Me parece que todo radica en no encontrar el yo en el inicio. Vos cuando planteabas recién el tema del yo como supremo, me parece que es ya cuando se construyó el individuo a partir del reflejo de los demás, y en realidad no es el individuo en sí, el problema está en que no se conoce la primera etapa de esta construcción y todas las fórmulas que se buscan para salvar ese desconocimiento es lo que...

Oscar: pero ahí Descartes hizo todo el intento de tratar de...lo que pasa es que llega un punto en que...para mi la clave de lo que estamos diciendo en el seminario es el fracaso...pero no porque Descartes no fuera lo suficientemente listo, sino porque es como una tarea imposible el fundar en un autoconocimiento la clave de la existencia. En cuanto te conocés, te das cuenta de que vos no podés sostener nada. Lo más interesante de Descartes es haber descubierto su propia finitud, como que encontró que había una relación con eso otro y se dio cuenta de que él no podía sostener una respuesta.

Hernán P: se dio cuenta de que su propio cogito dependía de la existencia de ese otro.

Oscar: ese yo que aparentemente es el fundamento de todo, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que no puede sostener ni a sí mismo ni al mundo.

Hernán P: a Descartes le sirve el yo como fundamento de conocimiento, gnoseológico, pero no como ontológico. Tiene que recurrir a Dios sí o sí.

Oscar: y gnoseológico hasta por ahí nomás...

Hernán P: sí, con sus falencias.

Hernán M: por eso, hay que encontrarlos en el otro, lo que nos conecta.

Oscar: para mí, es como un laberinto y un juego de espejos porque por cualquier lado uno se puede engañar, porque en el amor al otro se lo puede engañar continuamente porque siempre podés hacer un negocio; el amor al otro siempre puede ser un negocio, el problema es que es posible engañarse con todas las cosas. Con todos los caminos es posible engañarse, si vos lo querés buscar por el lado de Dios y decís que primero vas a poner en orden tus asuntos con Dios para poder después amar al prójimo, es posible engañarse porque yo me puedo pasar toda la vida con una idea de Dios y mientras tanto se te pasaron los prójimos. Si vos querés negociar el amor con los otros, con los otros es posible engañarse, porque como uno tiene mucha tendencia a desconocer es muy probable que quede enganchado con la parte falsa de otro. Lo que yo tenía preparado de Kierkegaard para hoy está en la parte de qué pasa cuando aquel a quien vos amás se engancha en la mentira ¿a quién tenés que serle fiel? Porque si vos ponés el arbitro de tu amor en el amado entonces quedás atado de pies y de manos al amado, entonces es una transacción, es un negocio. El otro en realidad se engancha en la mentira y vos por amarlo más que a nada en el mundo te enganchás junto con él, entonces ¿cómo hacés para zafar de esa posibilidad? Y ahí es evidente que tiene que estar un tercero que es el que puede cortar con ese circuito de engaño recíproco.

Hernán M: o puede ser como una máscara ese tercero, y si hay engaño...

Oscar: por todos los caminos hay un riesgo, ningún camino es automático, que vos decís bueno, yo apuesto todo a los demás; hay una manera fácil de figurarse que es eso, por ejemplo, empezar a ayudar, les das cosas a todos los que pasan, pero eso también puede ser un engaño.

Hugo: pero si vos repetís ese hecho...si yo salgo y tengo plata y la reparto acá entre gente que veo no me pasa nada, lo único que puedo sentir es satisfacción de...

Lori: ¿es razonable eso?

Hugo: lo que yo quiero decir es otra cosa, si yo vengo a la misma hora con la misma cantidad de plata y salgo a encontrar a esas personas que vi el día anterior, ya ahí ya se produce un movimiento.

Ana: es lo mismo.

Juan José: no es por la frecuencia sino por la ocasión, que uno mantenga la misma conducta durante todo el tiempo. De la misma forma que planteaba de aquél que colaboraba con Caritas y después y después rajaba a los pibes de la mesa; no, que los sume a los pibes en la mesa.

Oscar: pero a vos te parece que ahí estaría resuelto el asunto.

Juan José: yo creo que estaría uno de los principios de poder empezar a valorar al que tenés al lado, no solo con aquellos que tienen menos, sino con aquellos que son igual que vos.

Oscar: porque ahí vas construyendo vos la imagen del tipo macanudo que ayuda a todos los necesitados. Todo eso se puede hacer sin amor.

Ana: el problema que plantea es como que es una cuestión de dar, pero en el fondo es una cuestión de darse uno.

Hugo: si yo mañana a la noche salgo a esta hora yo ese horario ya lo destiné a eso, o sea que yo ya no pienso en hacer otra cosa más que esa.

Ana: yo pensaba en la parábola de la mujer que da en la ofrenda lo único que tiene, lo único que tiene es todo lo que tiene y esa mujer dice Jesús, es la que dio más que todos los demás. Porque los demás dieron algo de lo que tenían, en cambio ella dio todo.

Willy: se puede dar aún sin tener. Cuando aparece el amor y la verdad, a mí no me gratifica.... (TOTALMENTE INAUDIBLE!!!!!!!!!!! HABLÁ MÁS ALTO!!!!!!!!!!!!!!!) Cuando se aparece la verdad ahí hay algo del orden de lo divino, del orden del misterio. Es algo que se mete conmigo y que me desestructura la idea que yo tenía hasta ese momento de vínculos, elecciones, etc.

Oscar: me parece que poner la verdad salva un poco del riesgo del sentimentalismo. Porque los sentimientos son engañosos. Porque si uno pudiera pensar que solamente entregándose a los sentimientos está salvado...a veces los sentimientos pueden ser tan mentirosos como....

Hugo: yo me quedé en ese estado de experiencia, para mí yo me doy cuenta como funciona todo ese tema del sentimiento

Oscar: la verdad es un elemento heterogéneo al del sentimiento porque a veces lo que está en juego en el sentimiento humano es una cosa, o puede llegar a ser, una cosa miserable también. Ahí la verdad le pone seriedad al amor.

Hernán P: aparte no es el amor o la bondad en un sentido ingenuo; se ve en la forma en que Cristo actuaba, que no es el amor de tipo bueno en sentido barato. Cuando Él tenía que ser estricto o cruel lo era.

Oscar: para mi está figurado en la historia de Abraham e Isaac, en lo de Cristo también. Él tiene esos gestos aparentemente duros hacia los hombres y hacia sus propios amigos también, esa dureza que uno tiene que pensar que no era un sentimental que se ponía a llorar (¡cómo te quiero Pedro!). Era severo. Le dice que se aparte de su camino.

Andrés: pero por Lázaro lloró.

Oscar: pero no es un tipo sentimentalista en el sentido de que siempre escapa para el lado del sentimiento. Cuando el otro falta a la verdad, es severo con su amigo. Ahí lo que enseña es que no hay que engancharse con esa parte mentirosa de los sentimientos. ¿Por qué le dice Satanás a Pedro? Porque ahí era sentimental lo que le estaba diciendo Pedro.

Hugo: (INAUDIBLE E INEXPRESABLE). Yo pensaba que como él decía cuando aparece la verdad ( no es la palabra correcta...) Hay como una diversidad, en esa diversidad uno se puede engañar porque hay tal diversidad de cosas que te pueden hace parecer que uno está tocando algo que es tan enorme la posibilidad, de la metáfora, de lo que se te ocurra, como que uno siente que el amor al prójimo uno lo comprende en determinado momento pero esa misma diversidad son los caminos que a uno lo pueden llevar a equivocarse. Por eso es la dificultad para hablar de estas cosas, y todos los caminos parecen complejos y ricos.

[CAMBIO DE CASSETTE]

 

Oscar: .....y ahí parece que cuando se les cae el velo de los ojos es cuando reparte el pan porque ellos lo invitan a El a pasar la noche en la posada y cuando se sientan a la mesa y El reparte el pan ahí lo reconocen y ahí desaparece. [Se está refiriendo a los discípulos que, camino de Emaús, van hablando al lado de Cristo y no lo reconocen.]

Juan José: me parece que ahí está en que no dio el pan sino que compartió el pan, me parece que en el dar está la parte engañosa.

Hernán P: la compasión es compartir la pasión del otro, es otra manera que el dar, la solidaridad

Oscar: acá en el tomo I de “Las obras del amor”, página 205, bajo el título “El amor es el cumplimiento de la Ley”, una de las cosas que se pregunta Kierkegaard es qué es ayudar al otro. Ayudarlo no es complacerlo, por ejemplo.

 

“El que no tenga más que una concepción meramente humana del amor, no puede por menos de considerar como egoísmo y desamor, lo que entendido cristianamente, es puro amor. En cambio, si la relación con Dios es la que determina lo que es el amor no podrá nunca encallar en ningún engaño o ilusión, al revés, entonces la reclamación de abandono y entrega abnegada crecerá en una proporción infinita. Por esta razón, el amor que no conduzca a Dios, el amor que no encierre ese ideal único de llevar a los amantes hasta el amor de Dios, será un amor varado en el juicio meramente humano acerca de lo que sean el amor y sus correspondientes abandono y entrega. Claro que este amor así varado evitará con ello la posibilidad de enfrentarse con ese último espanto, el espanto del choque más tremendo de todos, a saber, que en la relación amorosa exista una diferencia característica de eternidad en la concepción del amor. Dentro de las concepciones meramente humanas del amor, nunca será posible tal choque, pues todas ellas son análogas en virtud de la concepción fundamental que las trasciende. Sólo en la concepción cristiana del amor es posible ese choque, puesto que es un choque entre lo cristiano y lo meramente humano. Sin embargo, el cristianismo acierta a salir airoso de este escollo, y nunca ha habido una doctrina que como la del cristianismo haya mantenido una lección tan constante de amor. El cristianismo enseña de una manera inamovible e imperturbable, y precisamente por el bien de los amantes, a mantener con ahínco la auténtica concepción del amor y aceptar de buen grado el que uno, en recompensa de su amor, sea odiado por la persona amada; en cuanto que las concepciones que del amor se han formado ambas partes estén separadas por una diferencia infinita, lo mismo que lo están sus respectivas maneras de expresarse, pues una emplea el lenguaje del mundo y la otra el de la eternidad. En el lenguaje humano, amar es ceder a la concepción que el amado tenga del amor, y haciéndolo es uno a su vez amado. Pero el choque aparecerá en el mismo momento en que rehúses admitir la concepción meramente humana que el amado se tiene formada acerca del amor, esto equivaldría a negar el desiderátum a expensas de mantener firmemente la relación con Dios y, en consecuencia, a negar lo que el mismo amado desearía en virtud de los principios meramente humanos. A la comprensión meramente humana del amor no se le podrá ocurrir jamás que un hombre, por el hecho de ser amado por otro de la manera más profunda, pueda llegar nunca a ser obstáculo en el camino de este segundo.

Y sin embargo, esto es cristianamente entendido, bien posible, ya que ser amado de esa manera inmensa puede constituir un impedimento para la relación con Dios del amante. Mas ¿qué es lo que hay que hacer en este caso? El que avise contra tal peligro la misma persona amada de esa manera de seguro que no serviría apenas de nada, pues con ello lo único que haría no sería sino aparecer todavía más amable a los ojos del amante y éste, por consiguiente, todavía más engañado. El cristianismo sabe suprimir este choque sin que, por otra parte, se suprima el amor, lo único que hace es exigir un sacrificio- que sin duda en muchos casos será el sacrificio más pesado que cabría exigir, y en todo caso un sacrificio muy pesado-: aceptar de buen grado el que uno, en recompensa de su amor, sea odiado. Un choque se produce siempre que un hombre sea amado o admirado por los demás de tal manera que se le sitúe en una posición peligrosa respecto de su relación con Dios; y allí donde el choque se produzca, está exigido el sacrificio del que la concepción meramente humana del amor no tiene ni el menor indicio. Esto es obvio cristianamente, pues lo cristiano es: amarse de verdad a uno mismo es amar a Dios; amar de verdad a otra persona equivale —a costa de cualquier sacrificio, incluso el de que uno mismo llegue a ser odiado— a ayudar a esa otra persona a que ame a Dios, o ayudarla en el amor de Dios.”

Ahí aparece el choque como síntoma para reconocer a la hora de la verdad. Porque no casualmente el símbolo del amor cristiano es la cruz, ya que eso marca el choque más fuerte del hombre con Dios. Él dice que hay una posibilidad muy grande de engañarse en el amor en el sentido meramente humano y ese puede ser el peor peligro porque es el que a uno lo hace vivir engañado creyendo que está amando cuando, en realidad, es todo un engaño recíproco, es un pacto de engaño recíproco. Entonces cada uno se complace en el otro, pero no hay choque. Kierkegaard pone el choque como clave porque dice que para romper con la concepción meramente humana aparece el choque, y en otros lugares pone el escándalo que me parece que es exactamente lo mismo. El que no está frente al escándalo no sabe qué es la fe. Amar sin escándalo o amar sin choque es como que falta algo, no termina de cerrar.

Hilda: en la primera parte, cuando habla de lo psíquico establece cómo el hombre...

Oscar: no quiero decir que Kierkegaard es infalible, lo que quiero decir es que me parece que ahí encuentra algo que es importantísimo.

Hernán M: pero el amor tendría que ser algo meramente humano. Hay que tratar de verlo en lo humano, lo trascendente ....las cartas tienen que ser jugadas dentro de lo humano, ese amor tampoco es amor falso.

Oscar: lo que pasa es que ahí Kierkegaard habla de un plus que es ayudar al otro a que tenga su relación con Dios, o simplemente no impedir que el otro tenga su relación con Dios. Es muy común en las relaciones amorosas el querer ser el más amado, eso es humano, y me parece que como humano no es condenable, no digo que eso es abominable. lo que pasa es que lo que dice Kierkegaard es que de la desesperación no se sale así; no es que si vos amás al otro de esa manera sos la peor basura; así es como lo interpreta un poco Patricia Dip, como que Kierkegaard reprueba el amor humano. Lo que dice es que así no se sale de la desesperación. La cuestión humana es infinita, ahí dónde ponés vos la medida, si lo dejás en puramente humano, porque lo podés poner en tu amado, o sea que el otro te justifica perderte, por haber amado al otro, y no es verdad. O si no la ponés en la historia universal la medida, pero ¿qué medida es ésa?

Hernán M: el amor a Dios depende de si uno identifica eso que siente con el amor a Dios o no; por ahí ese amor o ese Dios o ese algo que uno encuentra es esa chispa de ser. El problema es que tenés que pensar, sí o sí, si el otro es el que te lo provoca, si no no es amor al prójimo, porque también está lo que decía ella es “ama al prójimo como a ti mismo” una parte puede estar...una cosa es en sí misma, tenés que probar ésta y la otra. El problema es cómo establecés esa identidad; son dos partes, no es una sola.

Oscar: es que falta la medida, en el esquema de Kierkegaard la medida está puesta por otro, no por uno; es una medida no humana. Me parece que todas las palabras para referirse a esto son metafóricas. Ninguna tiene un sentido propio, se habla con analogías. Él pone la medida, porque si no la relación con el otro es un beneficio recíproco. ¿Ahí dónde está la medida? Porque esa es una relación de mercancía, es una relación de medios pero no de fines. En “La enfermedad mortal” dice que la medida también es la meta. Porque si no es fácil embalarse con el amor al otro, y eso se convierte rápido en odio también, en sometimiento. La medida quiere decir que se corta con el circuito de la mutua reciprocidad.

Lori: la conexión real...

Oscar: en Kierkegaard, la conexión real se da en la medida en que sea Dios el fundamento de ese amor.

Ana: pero ahí, Lori, no hay una conexión duradera; el amor se puede transformar en el más grande de los odios cuando la persona amada por vos no te da lo que vos querías. La historia de la humanidad está llena de crímenes pasionales.

Hernán P: pero eso no es amor.

Ana: pero en general las personas que aman con esa pasión seguro que son capaces de odiar con la misma pasión porque el amor y el odio son como las dos caras de la pasión. El amor en el sentido humano, estoy hablando; el amor transfigurado, no.

Hugo: la medida sería la palabra.

Ana: que haga lo que haga el otro, vos lo amás; o hagas lo que hagas vos, el otro te ama.

Hernán P: el amor que no pide nada a cambio sería un amor que ama sin ser amado, un amor superior al amor egoísta.

Ana: pero no es una condición que vos no seas amado, él lo aclara varias veces. No es que uno tiene que amar al que no te ama. Dice que aunque el otro no te ame, el amor tiene que ser el fundamento.

Oscar: él dice que el amor, no en el sentido meramente humano sino en el sentido infinito, lo que hace es una revolución, porque todo lo humano está regido por un concepto de justicia, incluso el amor, y la justicia me parece que es la justicia de las transacciones, siempre se miden las transacciones: yo te doy esto, pero vos dame esto. Y eso funciona de una forma humana; para eso no hace falta Dios, no hace falta otro que no sea el hombre, porque el hombre ya maneja ese concepto de justicia.

Hugo: y también de lo que se debe hacer.

Oscar: la Ley. Porque está la cuestión de lo tuyo y lo mío, dice Kierkegaard, en la página 98 del segundo tomo: “El amor no busca lo que es suyo”.

“ El amor no busca lo suyo propio; porque en el amor no hay ni mío ni tuyo. Ahora bien, mío y tuyo no son más que un concepto relativo a lo que es “propio”; por lo tanto, no hay ni mío ni tuyo, tampoco hay algo propio, y no habiendo nada propio es sin duda imposible buscar lo que es suyo.

El distintivo de la justicia está en que da a cada uno lo que es suyo, al mismo tiempo que también exige a su vez lo que es suyo. Esto significa que la justicia opera en el asunto de las propiedades, permuta y distribuye, determina qué es lo que cada uno tiene derecho a llamar suyo, y juzga y castiga en el caso de que alguien se empeñe en abolir prácticamente la diferencia entre lo mío y lo tuyo. Con este “mío” combativo, pero perteneciéndole debidamente, el individuo tiene derecho a hacer lo que le plazca; y por eso mismo la justicia no podrá echarle nada en cara al individuo que busque lo suyo por medios por ella permitidos, ni tendrá ningún derecho a reprocharle lo más mínimo. De esta manera cada uno conserva lo suyo, y la justicia interviene en seguida que a alguien se le sustrae lo suyo, en seguida que alguien sustrae lo de otro; pues la justicia garantiza la seguridad pública, en la cual cada uno tiene lo suyo, lo que legítimamente le pertenece. Pero de vez en cuando sobreviene un cambio, una revolución, una guerra, un terremoto o cualquier otra desgracia similar, y todo se confunde. En vano intenta la justicia garantizarle a cada uno lo suyo, en vano trata de hacer valer la diferencia entre lo mío y lo tuyo, porque queda ella misma desarmada e incapaz de mantener el equilibrio, y por eso arroja lejos de sí la balanza y cae en la desesperación.

¡Qué terrible espectáculo éste que acabamos de describir! Y sin embargo, ¿acaso no fomenta el amor en cierto sentido, aunque de la manera más deliciosa, esa misma confusión? Porque el amor es también un suceso, el mayor de todos, bien que al mismo tiempo el más alegre; el amor es una transformación, la más importante de todas, siendo a la par la más deseable —cabalmente solemos decir en un sentido de admiración que determinada persona al ser captada por el amor ha quedado transformada, que está totalmente cambiada—; y el amor, en fin, es una revolución, la más profunda de todas las revoluciones, aunque también la más dichosa. Así sobreviene la confusión con el amor; y en esta deliciosa confusión ya no hay para los amantes ninguna diferencia entre lo mío y lo tuyo. ¡Maravilloso: hay un tú y un yo, y con todo no hay ni mío ni tuyo! Ya que sin tú y yo ningún amor, y con mío y tuyo ningún amor. Pero, puesto que mío y tuyo —estos dos pronombres posesivos— se derivan de los pronombres personales yo y tú ¿no debieran darse también en todas las partes en que hay tú y yo? Claro que se dan en todas partes, excepto donde hay amor, pues el amor es una revolución desde los cimientos. Cuanto más profunda sea esa revolución, más plenamente desaparecerá la diferencia entre mío y tuyo y tanto más perfecto será el amor. La perfección del amor depende de que no quede oculta en sus cimientos ninguna diferencia entre lo mío y lo tuyo, diferencia que, dada la ocasión, podría reaparecer; la perfección del amor, por consiguiente, radica esencialmente en el grado de profundidad de la revolución que representa; cuanto más honda sea esta revolución, tanto más se estremecerá la justicia, y cuanto más honda sea, tanto más perfecto será el amor.”

 

Hugo: lo que percibo de lo que dice es que no tiene nada de agradable ni de cómodo ni de placentero tocar el amor, llegar al amor. Porque lo que está diciendo es lo que nosotros denominamos socialmente un caos, que desaparezca la justicia, que desaparezcan esas relaciones que establece la justicia.

Oscar: la sociedad se regula por la justicia, no se puede regular por el amor.

Juan José: ¿qué justicia? Está hablando de propiedad.

Oscar: como intercambio.

Juan José: está hablando de propiedad, está hablando de lo mío y lo tuyo, cuando aparece el amor desaparece la propiedad.

Hernán P: se viene todo abajo

Juan José: no se viene todo abajo, no es necesario. Acá hay otra similitud entre Kierkegaard y Marx .

Oscar: a mi me parece que no porque el socialismo es la realización de la justicia, no del amor, es la instauración de la justicia.

Juan José: yo no lo veo como la instauración de la justicia, yo creo que no hay justicia, desaparece todo lo que es el concepto de justicia.

Oscar: acá dice que lo que revoluciona la justicia es el amor

Juan José: ¿qué es una revolución?

Oscar: ¿qué es el amor?

Hugo: ¿no te das cuenta que no tiene nada que ver con lo que vos estás tratando de relacionar? Porque los dirigentes de la revolución no tienen nada valioso que intercambiar con los proletarios, por ejemplo. Si se produce la revolución...

Juan José: desaparece el Estado, desaparece la justicia.

Hugo: y también pierde significado eso. Si yo te digo vamos a tomar la fábrica y eso no tiene ningún sentido ya, es un espacio que ha quedado absolutamente vacío, no hay nada que tenga valor alrededor.

Oscar: a mí me parece que el socialismo no hace desaparecer lo mío y lo tuyo más que en un sentido, en el mejor de los casos, meramente material. Lo mío y lo tuyo en la parte capitalista es la propiedad privada. Lo que pasa es que no sé si ahí desaparece lo mío y lo tuyo en todo sentido, me parece que no, que el hombre está hecho de lo mío y lo tuyo más allá de que en los socialismos reales el mío y tuyo no desapareció.

Juan José: estamos hablando de la parte abstracta, no de lo que sucedió en la realidad. Cuando Marx plantea lo que es la abolición de las clases, desaparecen y lo que es la propiedad privada pasa a ser una propiedad común, de todos; es un poco el comunismo de Platón.

Oscar: lo que dice acá es que la revolución del amor hace desaparecer lo mío y lo tuyo.

“¿Acaso queda abolida definitivamente y por completo en el amor y en la amistad la diferencia entre lo mío y lo tuyo?. Sin duda que en el amor y en la amistad se produce una revolución por lo que atañe al amor propio, una revolución que sacude el amor propio y con él a lo mío y lo tuyo en litigio. Por eso el enamorado se siente fuera de sí, despojado de lo suyo y como arrebatado en la deliciosa confusión de que para él y el amado, para él y el amigo, ya no exista ninguna diferencia de mío y tuyo. Ya que, según la afirmación del mismo amante: ¡Todo lo mío es suyo...y lo suyo....es mío!. Pero ¿cómo? ¿acaso queda solamente con esto abolida por completo la diferencia de mío y tuyo? Porque cuando lo mío ha quedado convertido en tuyo y lo tuyo en mío, entonces todavía subsiste algo mío y tuyo; sólo que el intercambio acontecido expresa y certifica sencillamente que ya no se trata en delante de lo mío relativo al primer amor propio o al amor propio inmediato, aquel “mío” que estaba en litigio con lo tuyo. Gracias al intercambio, lo mío y tuyo en litigio se han trasformado en algo mío y tuyo comunes. Es decir, que ha surgido una comunidad, una comunidad perfecta de lo mío y lo tuyo. Una vez intercambiados lo mío y lo tuyo, aparece lo “nuestro”, que es el concepto en que radica la fuerza propia del amor y de la amistad, o donde al menos éstos se sienten fuertes. Mas lo “nuestro” significa para la comunidad exactamente lo mismo que lo mío para el individuo aislado; y si es verdad que lo “nuestro” no se constituye de lo mío y lo tuyo en litigio —pues de esta manera ningún unión sería jamás posible— sin embargo, hemos de afirmar que se constituye de lo mío y lo tuyo reunidos e intercambiados. He aquí la razón de que el amor y la amistad en cuanto tales no sean más que amor propio ennoblecido y ensanchado, a la par que por otra parte no puede negarse que el amor sea la dicha más bella de la vida y la amistad el mayor bien temporal. Pero la revolución que sacude al amor propio en el caso del amor y de la amistad no es en modo alguno radical, y en consecuencia profundiza poco en los cimientos. Por eso dormita en ellos todavía, como una eventualidad amenazante, la diferencia primitiva y litigiosa de lo mío y lo tuyo, diferencia que es esencial al amor propio. Se suele considerar como un símbolo plenamente característico del amor el que los amantes se intercambien sus anillos. Claro que por muy característico que sea este símbolo, no deja de ser con todo un símbolo insuficiente del amor, ya que lo que se hace es intercambiar. Y un cambio no suprime en absoluto la diferencia de lo mío y lo tuyo, porque siempre puede uno preguntarse: ¿no se convierte en cosa mía aquello que he cambiado?. Cuando los amigos mezclan su sangre mutuamente, acontece sin duda una transformación fundamental, ya que semejante mezcla sanguínea da lugar a la siguiente confusión: “¿Es mi sangre la que corre por mis venas? No, es la sangre del amigo. ¡Pero entonces es mi sangre la que a su vez va corriendo por las venas del amigo!

Esto quiere decir que el propio yo no es ya lo primero de todo, sino que lo es “el tú”, a la par que al amigo le acontece con su yo la misma cosa que al primero, sólo que al revés.

¿Cómo se podrá suprimir por completo la diferencia de mío y tuyo? Mío y tuyo son dos términos opuestos que solamente pueden aparecer y subsistir en su mutua relación; por esta razón, en cuanto suprimes uno de ambos términos, también el otro queda eliminado por completo. Veamos en primer lugar los modos de esa supresión, empezando por eliminar completamente lo tuyo. ¿Qué pasaría entonces?. Muy sencillo, que estaríamos frente a un crimen, frente a una fechoría. Pues el ladrón, el salteador, el estafador y el violador, cuando se trata de la diferencia mío y tuyo no quieren reconocer para nada lo tuyo. Claro que de esta manera también queda completamente eliminado para ellos el otro término de la diferencia, es decir, lo “mío”. Y aunque ellos no lo quieran comprender así, incluso por mucho que se soliviantasen contra este modo de entender las cosas, sin embargo, la justicia es del parecer de que un criminal no tiene en realidad nada “mío”, ya que en cuanto criminal ha quedado fuera de esa diferencia. Y por otro lado hay que afirmar: que cuanto más rico se haya hecho un criminal gracias a los crímenes contra la propiedad ajena, es decir, robando lo “tuyo”, tanto más deficitario será lo “mío” que posea. Además hay otro segundo modo de suprimir la diferencia de mío y tuyo, a saber, si empezamos eliminando por completo lo “mío”. ¿Qué pasará entonces?. Que tenemos en frente el caso del amor auténtico, sacrificado y totalmente abnegado. Pero de esta manera también queda completamente eliminado el otro término de la diferencia, lo “tuyo”; no hace falta tener mucho caletre para comprender que esto se cae de su peso, aunque a primera vista parezca un pensamiento extraño. La maldición del criminal consiste en quedar privado de lo propio en cuanto quiere abolir lo ajeno; y la bendición del amante auténtico está en que todo lo “tuyo” desaparezca para él, de suerte que al amante auténtico le acontece lo que dice San Pablo: “todo es vuestro”, o lo que el propio amante auténtico suele decir en un cierto sentido divino: “todo es mío”. Y, sin embargo, todo esto le sucede única y exclusivamente en cuanto él no posea absolutamente algo “mío”..., como si dijera: “todo es mío, esto es precisamente lo que acontece conmigo, que no poseo en absoluto nada mío”. Mas esto de que todo sea suyo, en el caso del amante auténtico, es un misterio divino, pues hablando humanamente el auténtico amante es el amante sacrificado, el que hace prueba de una abnegación total, el que —también en términos humanos— sale perjudicado, el más perjudicado de todos, aunque en realidad él mismo se lo ha buscado con ese incesante sacrificarse a sí mismo. De esta manera, el amante auténtico se convierte en la estampa cabalmente opuesta del criminal, que es el que perjudica a todo el mundo en sus legítimos derechos. En cambio, un enamorado no es exactamente la estampa opuesta del que perjudica a todo el mundo, por muy distinto que aquel sea de un criminal; ya que el enamorado siempre busca, consciente o inconscientemente —lo segundo suele ser lo más frecuente— lo suyo y, en consecuencia, siempre tiene algo mío. Solamente en el caso del amor de abnegación desaparece por completo el concepto “mío” y con ello queda completamente suprimida la diferencia de mío y tuyo. En efecto, cuando sé que nada es mío, cuando en realidad nada es mío, entonces todo es tuyo. Desde luego que lo es en cierto sentido, y así piensa el amor sacrificado; sin embargo, en absoluto, no todo puede ser tuyo, ya que “tuyo” es un término relativamente opuesto a otro y en la absoluta totalidad no puede haber ninguna oposición.

Esta es la razón de que en nuestro caso sobrevenga algo admirable, que constituye la bendición que el cielo derrama sobre el amor de abnegación, a saber: que en el misterio de la mayor felicidad todo se convierte en suyo para el amante auténtico, para el amante que no tenía absolutamente nada “mío” y que en la abnegación convirtió todo lo “suyo” en “tuyo”. Porque Dios es todo y el amor de abnegación, precisamente no teniendo nada “mío”, ganó a Dios y lo ganó todo. Ya que quien pierde su alma, la ganará. En el amor y en la amistad se retiene al menos la esfera de lo anímico dentro de la diferencia de lo mío y tuyo reunidos. Solamente el amor del espíritu tiene el coraje de renunciar absolutamente a todo lo “mío”, el coraje de suprimir por completo la diferencia de mío y tuyo, con lo cual gana a Dios, perdiendo su alma. Aquí se nos hace patente otra vez el sentido de la expresión patrística, según la cual las virtudes de los paganos eran vicios espléndidos.”

No casualmente va a desembocar en esta cita evangélica de “quien pierde su alma la ganará”. Me parece que en este punto confluyen mil cosas del pensamiento kierkegaardiano. Por un lado, esta idea de perderlo todo para ganarlo todo, o de Abraham que está dispuesto a sacrificar lo suyo. Después dice que como bendición se derrama sobre él el que se le devuelve todo, pero para eso lo tiene que perder todo. Es la abnegación, es como la desaparición del yo (no, no es la desaparición), es la famosa repetición, esto que dice que la bendición que le cae del cielo...es todo paradójico, por eso de “quien quiera salvar su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la ganará”: o si no cuando Cristo está en la Cruz (uno de los Evangelios termina con “todo se ha cumplido”), después de que Jesús grita “Padre mío, porqué me has abandonado”, en ese movimiento de que lo pierde todo pero, al aceptar la Cruz, lo gana todo, en la Cruz. Porque en la película “La última tentación de Cristo” la tentación es bajarse de la Cruz. Así que ahí la cuestión de la revolución marxista queda ahí, como para pensar si hablan de lo mismo. Pero me parece que no dice lo mismo porque cuando Kierkegaard se refiere a la idea de lo nuestro en la comunidad, me parece que está pensando en eso. Dice que lo nuestro de la comunidad es como lo mío, tiene un rol similar. En lo anímico, subsiste todavía. El asunto es que la revolución sea tan radical como para suprimir lo mío y lo tuyo hasta el fondo.

Hernán P: en el cristianismo hay un elemento socialista.

Oscar: pero eso todavía está en el plano donde es posible que siga habiendo mío y tuyo. En el reparto de lo que es material todavía puede seguir habiendo mío y tuyo.

Juan José: más allá de que cuando desaparece el Estado desaparece la norma jurídica, sigue habiendo una interioridad.

Oscar: eso son palabras, no me dice nada eso que vos decís. Eso de que desaparece el Estado es una idea.

Juan José: uno sabe cuáles son los límites y respeta los límites del otro.

Oscar: yo si no hay límites aprovecho, ¿qué voy a respetar!? ¿O todos somos buenos por naturaleza?

Juan José: ese es el punto ¿porqué tiene que haber un poder de control?

Oscar: eliminálo a ver qué pasa, porque sino son palabras ¿en qué se sostiene si no, si no ponés la policía? Porque a Cristo le preguntaron si quería ser rey de los judíos y dijo: “mi reino no es de este mundo”.

Hernán M: entonces lo que Kierkegaard dice que para tratar de eliminar el tuyo y el mío tiene que haber sólo un tuyo.

Oscar: tiene que suprimirse el mío, el puntapié inicial es suprimir el mío; mientras vos no suprimas el mío, no va a pasar nada.

Hugo: y lo que dice al final es el suyo de él, que se convierta todo en suyo.

Hilda: pero ahí al suprimir el mío desaparece el suyo.

Willy: ¡y claro!

Oscar: porque él dice que son correlativos, pero de esa manera todo se vuelve tuyo; es en la reduplicación, pero se vuelve tuyo cuando vos lo largaste todo, lo tuyo. Mientras vos te quedás con un poquito, aunque sea un milímetro, nada es tuyo, porque esa es como una resignación finita.

Willy: tampoco es que yo cambio lo mío por lo nuestro, no es que resigno lo mío para que tengamos lo nuestro.

Oscar: porque esa es una manera de garantizar que haya un nuestro donde todos estamos resguardados, acá es la pérdida.

Hernán M: pero ahí actúa el enigma del don y ya te vuelve, por eso es un enigma.

Juan José: ¿cómo sabés que va a haber alguien que se va a poner en papel de policía y manejar todo?

Oscar: el amor al prójimo no necesita esperar nada; empezó ya, ahora a las 21:15 horas. Por eso, es que él está contra esa concepción historicista del hombre, porque para lo otro hace falta que se den las condiciones objetivas, pero el amor al prójimo se da en el instante, en contemporaneidad.

Lori: igual existió la Edad Antigua... la historia también existe.

Oscar: yo no digo que no exista la historia; digo el amor, no la historia. Bueno, cortemos acá porque si no, nos vamos a quedar toda la noche.

 

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