Que amar sea un DEBER para el cristianismo remite de alguna manera a Kant.
El primer objetivo kantiano es la búsqueda de las condiciones de posibilidad a priori, es decir, independientes de la experiencia, que permitan fundar una ética que excluya las inclinaciones. En cambio, para Kierkegaard, el deber, la ley es un hecho que ha de cumplirse.
Kant trata de fundar una ética objetiva basada en el deber que a uno lo obligue objetivamente, sin tener en cuenta las diferencias individuales, y que pueda ser universalmente reconocido. A Kierkegaard, esa necesidad de fundamentar racionalmente no le preocupa. Por otra parte, la cuestión del amor al prójimo no entra en la clasificación kantiana de lo a priori y lo empírico.
En segundo lugar, para Kant el origen del deber es la facultad de obrar por la representación de las leyes, es decir la razón. Es la razón la que se da su propia ley y determina la voluntad. Pero la voluntad humana no es una voluntad santa. El hombre como ser natural tiene inclinaciones que se interponen entre el querer y el deber y como ser racional puede darse obligaciones, mandatos.
Concibe dos órdenes distintos: el natural (de los animales) y el racional (de la voluntad santa). Un ser puramente natural no tendría este problema porque carece de razón y uno puramente intelectual tampoco, porque carece de inclinaciones. Ninguno de esos órdenes presenta conflicto.
En cambio, el conflicto se da en el hombre que es las dos cosas a la vez, natural e intelectual, por eso nunca coincide con la ley. La inclinación es una molestia. Al hombre hay que ordenarle porque siempre va para el lado de la inclinación. Lo humano está tironeado por las dos fuerzas.
Para Kierkegaard, el amor es la plenitud de la ley y es sumamente crítico respecto de la instalación de una moral que no da ningún medio, con el maestro de disciplina que ordena pero no da vida. La ley del amor es otra cosa. Sin ella, el hombre no tendría ninguna posibilidad de coincidir.
Kant habla de un reino de los fines en que los seres humanos no respetarían las leyes por obligación sino libremente. En este caso el hombre es autónomo, pero porque coincide con la razón. Kant nunca habla de amor. Cuando en la segunda formulación del imperativo categórico habla de considerar al hombre como un fin y no solamente como un medio, es cierto que le reconoce una dignidad que se asemeja en algo al amor al prójimo, pero esa dignidad es la racionalidad y el respeto a esa dignidad es por todo otro hombre racional.
En Kant el acento recae sobre la LEY UNIVERSAL. En Kierkegaard recae en EL PROJIMO y amar al prójimo no suspende las leyes humanas.
Para Kant, si el hombre no se da leyes racionales a sí mismo, no se las da otro. La existencia de Dios es un postulado que constituye la experiencia humana. En la representación moderna del concepto de Dios, la voluntad santa, lo divino, Dios es la coincidencia con la razón. Es comunicable, es general. No se comprendería a Abraham dentro de lo racional.
Según la definición de Oscar, el hombre es de la razón y Dios también es de la razón.
El conflicto entre razón y fe no aparece en Kant. El conflicto aparece únicamente en cuanto coincidencia con la razón o no.
Según Héctor, Kant se queda corto aquí porque el cristianismo desde el comienzo considera el conflicto como sobrenatural (pecado original). Ninguna vida es tan sencilla como para que no se deba tomar en cuenta el tema del pecado que, tanto Descartes como Kant y Hegel, soslayan. En ese sentido, la doctrina cristiana supera ampliamente al modernismo con su optimismo tan absoluto.
En la posición opuesta al modernismo, Hugo enunció varias citas que afirman lo contrario:
SENECA: “Del hombre no sabemos nada”.
PASCAL: “El hombre trasciende infinitamente al hombre”.
GOYA: “Los sueños de la razón engendran monstruos”.
Dolores agregó que el origen del deber en la razón está relacionado con el precepto y que la relación entre el deber y el amar no sería absurda si se toma la ley como proveniente de Dios, pero sí lo es, si se la hace proceder del hombre.
La lucha de Kierkegaard tiene que ver con quienes creen haber asimilado el precepto y en realidad no lo han hecho, con quienes pretenden “poseer el bien supremo en una forma de camaradería indiferente y de holgazanería consuetudinaria” (pág. 78 de Las obras del amor, Ed. Guadarrama, Madrid). La advertencia “sed prudentes como serpientes” invita a cada individuo a conservar la fe en secreto y para poder hacerlo hay que ser “sencillos como palomas” porque la fe consiste en esa sencillez.
Cada hombre tiene muy cerca el paganismo y el problema más grave es tratar de ser cristiano cuando todo el mundo cree serlo. El mayor escándalo es el de uno con uno mismo.
El DEBES del precepto protege al amor eternamente contra todo cambio (el odio, los celos, la posesión, la desesperación....). El amor del precepto “no se transmuta jamás, es sencillo, y ama –nunca odia, nunca odia- al amado” (pág. 89). Sin embargo, el escándalo y el conflicto siempre permanecen. Contrariamente a lo que sucede con Kant o Hegel, aquí para llegar hay que estar cayendo. La trascendencia siempre está en la paradoja, se puede sostener sólo en la paradoja. Diciendo: “Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?”, en la máxima tensión de la cruz y del escándalo, es como Cristo llega al cumplimiento del amor.