Fabián AMAYA URIBE: Kierkegaard: La filosofía como vocación de escritor
Kierkegaard:La filosofía como vocación de escritor
Leticia Valadez H.
Luis Guerrero M.
Sociedad Iberoamericana de Estudios Kierkegaardianos
Publicado en “El Garabato” No, 12. México, octubre de 2000.

En su República, Platón propuso la expulsión de los poetas de la polis. No obstante, él mismo es considerado como uno de los contados filósofos que han logrado una poderosa fuerza lirico-poética en sus obras. Unido a Platón, a Pascal y posteriormente a Nietzsche, Kierkegaard pertenece a ese selecto grupo de filósofos que unieron a su discurso intelectual un pathos poético con una calidad literaria difícil de superar. Para el filósofo danés es imposible separar las ideas que soportan la novedad de su pensamiento con su pasión estética en el oficio de escritor, con su imaginación y creatividad literaria. Contestando a algunos de sus críticos contemporáneos, Kierkegaard escribió en sus Diarios: "Estoy persuadido de que no existe un escritor danés que trate con tanto cuidado la elección de la más insignificante palabra. Redacto dos veces todo lo que escribo y ciertos pasajes hasta tres o cuatro; en mis meditaciones durante mis paseos digo mis pensamientos en voz alta repetidas veces, antes de escribirlos, y vuelvo a mi hogar con el párrafo ya listo en mi mente, hasta el extremo que puedo recitarlo de memoria en forma estilizada. Cuando las gentes leen un par de páginas mías se admiran de mi estilo."
Unido al esmero en su estilo literario, Kierkegaard desarrolló una peculiar forma de exposición por medio de la creación de pseudónimos, en un sentido completamente novedoso. La ironía fue el vínculo que le permitió la exposición de los complejos temas filosóficos con sus pseudónimos; pero, sobre todo, le permitió hacer una crítica de lo que él consideraba errores de la época, a saber: una excesiva racionalización de la existencia, el pacto de la religión oficial con una burguesía mediocre que tenía como consecuencia la disolución de las exigencias de la fe; ambos errores provocaban una alarmante masificación de los individuos. Esta situación no solamente estaba muy extendida en la clase intelectual-burgesa y burguesa-religiosa -ambas estrechamente relacionadas- sino además, alrededor de esa clase, se había formado un sancta sanctorum impenetrable. Para tener voz en ese ambiente era necesario discurrir bajo los mismos principios y categorías, y seguir el ritual académico que lo adornaba, análogo a los diversos ambientes académicos ilustrados que se multiplicaban en diversos puntos de Europa.
Difícilmente un crítico no reconocido por el sistema, y mucho menos un párvulo en esos ambientes cerrados, podía criticar lo que se aceptaba de forma incuestionable, de ahí la famosa afirmación kierkegaardiana: "No, no es posible destruir una ilusión directamente, y sólo por medios indirectos se le puede arrancar de raíz". Es a partir de este estado de cosas que Kierkegaard concibe la necesidad de recurrir a la ironía; para tal fin son creados los pseudónimos. La tesis doctoral de Kierkegaard presentada en la Universidad de Copenhague en 1841, El concepto de la ironía (con especial referencia a Sócrates), es ya una visualización del recurso de la ironía para combatir los problemas referidos Kierkegaard tiene en mente la ironía socrática. Sócrates se reconocía a sí mismo como ignorante -"Sólo sé que no sé nada"-, pero desde esa ignorancia había reducido al absurdo la "sabiduría sofista". Kierkegaard toma en cuenta también las aportaciones del movimiento romántico sobre la ironía, por medio de la cual buscaban romper el ídolo de la diosa razón adorado en la época. Esta ironía romántica que se inició con las Memorabilia Socratica de Hamman y que tuvo a uno de sus principales defensores en los escritos de Friedrich Schlegel, fue objeto de la reacción contraria de Hegel.
Desde la perspectiva del sistema hegeliano la ironía tenía un carácter destructivo, argumentando que se basaba en una reacción negativa de la subjetividad, la cual se siente dañada por la objetividad de la razón y, por consiguiente, haciendo banal lo absoluto que encierra el saber. La ironía "puede fingirlo todo, pero da pruebas solamente de vanidad, de hipocresía y de insolencia. La ironía conoce su maestría sobre todo contenido; no toma en serio nada y juega con todas las formas"1. Lo que Hegel ve como destrucción negativa, Kierkegaard lo usa como cura positiva. El filósofo danés crea los pseudónimos como una nueva forma irónico-socrática de hacer filosofía. Uno de los pseudónimos, en el libro La enfermedad mortal, alude a lo anterior: "Se opina que el mundo necesita una república, un nuevo orden social e, incluso, una nueva religión. Pero nadie piensa que de lo que más necesidad tiene el mundo, precisamente en virtud de tanto saber confusivo, es de otro Sócrates." ¿Cómo lleva a cabo esta tarea?
Baste un ejemplo para ilustrar el papel de los pseudónimos. Una de las obras más conocidas de Kierkegaard es Temor y temblor, publicada en 1843.
En ella su autor, el pseudónimo Johannes de Silentio, aborda una serie de problemas en torno a la figura de Abraham y, por medio de él, desarrolla su visión sobre la filosofía, la estética, la religión -las tres formas superiores a las que Hegel había reducido el saber-.
1 Hegel. Lecciones sobre la Historia de la filosofía. Tomo III, p. 482. Fondo de Cultura
Económica, México, Cuarta reimpresión, 1985.
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Analizaré brevemente a este pseudónimo. Un primer aspecto que salta a la vista del lector es su estilo literario, no se trata de un tratado ni presenta alguna forma académica; por el contrario ya desde el comienzo del Proemio nos introduce a la obra por medio de un estilo más coloquial y personal: "Erase cierta vez un hombre que en su infancia había oído contar una hermosa historia...". También el pseudónimo, Johannes de Silentio, tiene cuidado en afirmar reiterativamente que no es filósofo (recuérdese la ignorancia socrática): "El autor del presente libro no es en modo alguno un filósofo; es poeticer et eleganter un escritor supernumerario que no escribe Sistemas ni promesas de Sistemas, que no proviene del Sistema ni se encamina hacia el Sistema. El escribir es para él un lujo que le resulta más agradable y evidente en la medida en que es menor el número de quienes compran y leen lo que escribe". También desde el punto de vista religioso, en cada una de las ocasiones en las que describe la profundidad de la fe en Abraham, en contraposición de la trivialización hecha por la época, muestra él mismo una imposibilidad de hacer el acto de fe. Johannes de Silentio no es creyente, así lo afirma en más de una docena de veces en diversas confesiones. "No puedo llevar a cabo el movimiento de la fe, soy incapaz de cerrar los ojos y, rebosante de confianza, saltar y zambullirme de cabeza en lo absurdo; ese movimiento me resulta imposible de ejecutar." No obstante lo anterior, el lector va descubriendo, página tras página, un conjunto de sutiles ironías, de lúcidas reflexiones y de argumentos bien estructurados, una crítica a la filosofía dominante en su época y a las formas burguesas de entender la religión. Así, Johannes de Silentio que niega ser filósofo hace una crítica mordaz al sistema hegeliano y también, negando ser creyente, muestra a los que se dicen creyentes su error, cuales son las exigencias de la fe y los límites de la razón, la existencia como una prueba que se enfrenta a la paradoja y la necesidad de colocarse frente a Dios como individuo singular. En conclusión, un libro que parecería a primera vista inofensivo se convierte en lápida del pensamiento dominante.
Para decirlo con términos más contemporáneos, esta deconstrucción de los pilares que sostienen a una época en decadencia espiritual, es el sentido de la ironía por medio de los pseudónimos. Por medio de ellos el lector es conducido a situaciones paradójicas en las cuales no se permite la indiferencia (en esto consiste su estilo existencial), de ahí que cada pseudónimo represente una postura existencial diferente, menciono a algunos: Un pseudónimo es un enamorado de Mozart y de la seducción estética que niega la reducción de lo estético a categorías racionales; otro pseudónimo es un cristiano ejemplar con la suficiente autoridad moral para desenmascarar la hipocresía: "Es infinitamente cómico tener que contemplar a un predicador poniendo tanta veracidad en la voz y en la mímica que casi se sale del púlpito, que se conmueve y te conmueve hasta las entrañas, que de una manera estremecedora te va describiendo todos los rasgos de la 4 verdad y tiene entre ojos a todos los poderes del infierno, y todo ello con un aplomo en la figura, con una gallardía en la mirada y con una exactitud en el movimiento de los brazos verdaderamente admirables..., para en seguida, casi sin haberse quitado todavía el sobrepelliz, verlo con qué cobardía y timidez se aparta del camino a la menor oportunidad." Otro pseudónimo es un psicólogo que, por medio de sus observaciones, devela el verdadero rostro de los hombres; otro es un enamorado que encuentra el sentido de la existencia cuando dolorosamente el compromiso amoroso se rompe; otro es un hombre de estado, con una personalidad bien ordenada racional y éticamente, el cual procura mostrar en su propia vida las ventajas de una vida disciplinada. Estos y otros pseudónimos, con una gran variedad de estilos literarios, buscan comunicarse con el lector, así lo sintetiza Kierkegaard en una página de sus Diarios: "Mi mérito literario será siempre el de haber expuesto las categorías decisivas del ámbito existencial con una agudeza dialéctica y una originalidad que no se encuentran en ninguna obra literaria, por lo menos que yo sepa; tampoco me he inspirado en obras ajenas. Además, el arte de mi exposición, su forma, la ejecución lógica (...)."
Esta riqueza literaria presentada por los pseudónimos, representa también una gran complejidad interpretativa. Hay preguntas que saltan a la vista: ¿Cómo distinguir el pensamiento de los pseudónimos del pensamiento de Kierkegaard? ¿Cómo compaginar los escritos pseudónimos con los que no lo son? La respuesta no es fácil de dar, y este mismo hecho reviste una nueva sorpresa para los lectores de Kierkegaard, que fácilmente pueden ser engañados. A esto hay que añadir que las traducciones de divulgación de sus obras en ocasiones tienen errores tan elementales como no indicar, en ningún momento, que se trata de una obra pseudónima. Así, por ejemplo, El diario de un seductor aparece frecuentemente como una obra de Kierkegaard y no del esteta al que representa. El conjunto de los escritos de Kierkegaard puede compararse a un gran rompecabezas, el cual no tiene de antemano el molde que sirve para ubicar cada pieza, de tal forma que quien ha decidido armarlo tiene que ser muy paciente, pues sólo en la medida que avance podrá comprender el sentido de las piezas sueltas; el que lo arma tiene que conocer y tratar de identificar cada pieza, pero estas pueden carecer de sentido si no se descubre su conexión con el conjunto. Armar un rompecabezas tiene su arte, también en el sentido de que se puede disfrutar, y más si alguien -cambiando el ejemplo- disfruta de la buena lectura, además de tener intereses intelectuales y existenciales, convirtiéndose en algo extremadamente seductor y encantador Este juego y la riqueza que implica se perdería fácilmente si en lugar de leer sus obras se buscara la solución rápida a los enigmas en un manual de ocasión.

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