Liliana J. GUZMÁN: "Paco, un film sobre la desesperación"

En este trabajo analizo la posible relación entre conocimiento y existencia que se da en un espacio transitivo o de Desesperación, y que se visualiza en los personajes del film Paco (Diego Rafecas, 2010). En este relato, una historia sobre jóvenes en crisis y tratamiento de su adicción al “paco”, se nos da a ver la doble condición de la existencia, entre buscando ser sí mismo o buscando no serlo.

En particular, en este film específicamente como en otros de Diego Rafecas, los personajes se encuentran conflictuados, debatidos y angustiados buscando saber quiénes son, o huyendo desesperadamente de la posibilidad de saber, a conciencia, quienes son. En Paco, esta condición de buscar ser sí mismo, o no, se da de manera distinta en cada caso, pero está totalmente atravesada de la búsqueda de un conocimiento acerca de sí mismos y de la posibilidad de elegir, de dar un paso decisivo para que la existencia se defina de una o tal forma y resuelva así su estado agonal de desesperación. En cada caso, como veremos, las existencias de los personajes buscan una verdad acerca de sí mismos, buscan conocer quienes son y buscan elegir y hacerse cargo de una libertad que les es dada pero que deben aprender a usar para liberarse de sí mismos, de su yo cautivo a las adicciones, ante el umbral de otra posibilidad de la existencia, ante posibles saltos a su desesperación, pues “orientándose hacia sí mismo, queriendo ser él mismo, el yo se sumerge, a través de su propia transparencia, en el poder que le ha planteado.[1]

 

Paco, la película

Filmada en 2010, escrita y dirigida por Diego Rafecas (1969- )[2] Paco, la punta del iceberg es una historia sobre un joven fumador de “paco”, la consabida droga toxicónoma y letal hoy tan consumida entre nuestros jóvenes. A continuación, su sinopsis:

Francisco (Paco) es el joven hijo de una senadora (Ingrid Blanck). Francisco es físico de formación, y quien tras enamorarse de una empleada (Nora) del Congreso de la Nación, es encontrado en las afueras de la ciudad en estado de sobredosis tras haber explotado una vivienda en un barrio marginal, una “cocina” de droga. La policía le traslada a una prisión hasta que recobre la conciencia y salga del estado de sobredosis y malos sueños. Entretanto, su madre busca una casa de ayuda terapéutica grupal para que Francisco no vaya preso, pues está sospechado de haber provocado la explosión en las cercanías de donde fue hallado su cuerpo. Así, para evitarle dos décadas de cárcel, la senadora hace de su hijo un “adicto” que debe recuperarse en un centro de recuperación.

En el grupo de autoayuda, Francisco se encuentra con profesionales que le guían a buscar respuestas a sus propias preguntas, a su historia y sus deseos de continuar viviendo de otra manera, y sobre todo con jóvenes en situaciones parecidas, afectados por adicciones o por alguna búsqueda infatigable por un mejor lugar para vivir y otras formas mas “saludables” de existencia. A su modo, cada joven seguirá su camino descubriendo nuevos sentidos para sus preguntas y eligiendo otra forma de existencia diferente a la que pudo lograr en camino de las adicciones. En ese camino hacia una libre elección, Paco decide confesar su crimen por ser autor de la explosión y, a pesar de su madre e influencias políticas, decide testimoniar y aceptar su castigo.

 

Los personajes desgarrados en su búsqueda estética y desesperada por vivir

En líneas generales puede decirse que todos los personajes del film se encuentran en estado de Desesperación en sus tres formas, en las figuras descriptas por Kierkegaard. Tanto los padres y profesionales como los jóvenes pacientes, todos, de una u otra forma padecen de la enfermedad mortal de la Desesperación. En algunos casos, la Desesperación les permite buscarse a sí mismos, en otros casos la Desesperación les impide hacerlo. En otros casos, la angustia existencial se colma de Desesperación, pero  es la forma de no tener conciencia de yo.  

Acerca de los personajes con inconsciencia del yo.

Ignacio, uno de los jóvenes del Centro, también ha sido adicto a drogas muy fuertes y se repone con su novia (Yari) a una sobredosis crítica. Sin embargo tras la sobredosis, su novia va haciendo conciente el estado de fragilidad de ambos a partir de sus historias de infancia, de las marcas que sus padres le dieron a sus existencias y a la vulnerabilidad que ellos tienen hoy como adultos. Yari, en una reunión grupal, relata sus experiencias de niño compartidas con Ignacio y empieza a hacer consciente que esa historia de vida ha marcado su existencia al punto de hoy consumirle el deseo sexual, del que se evade por omisión o adicción. Ignacio, por su parte, se niega rotundamente a asumir que la verdad de su existencia responde a sus marcas de la infancia, a las huellas de sus padres, y esta negación asumida públicamente le hace inconsciente de su propio yo.

Ignacio, en efecto, no asume su condición de adicto, no le interesa “recuperarse” y se molesta profundamente cuando en las sesiones grupales Yari relata sus historias de la infancia, buscando comprender la verdad sobre sus adicciones y angustias. Ignacio no se esfuerza en curarse, tampoco, de hecho no deja de comunicarse con sus amigos adictos y proveedores mientras permanece en la casa de autoayuda, y en cuanto tiene su primera salida va por la droga e involucra a Yamila en la experiencia. Ignacio es la más fiel figura del estado de angustia aquietada y cómodamente inconsciente de su yo: ignora ser síntesis de tiempo y eternidad, de libertad y necesidad, de finitud e infinitud. Solo vive buscando la anestesia de la droga, en cuanto la angustia asoma a la conciencia, la niega por enojo, abandono o directamente por entrega a una nueva experiencia toxicómana que le posibilite una huida del mundo, del otro y de sí mismo.

Otra forma de enajenación de su yo, o de búsqueda de sí, la vemos aparecer en la negación de Ignacio a asumir su condición de sujeto en relación: no asume su relación con Yari, no asume su relación con su angustia, en su yo, tampoco su relación con los demás, a quienes ve como simples espectadores de un estado compartido donde da igual si se curan o no, si buscan o no verdades acerca de sí mismos para salir de la desesperación adictiva.

Acerca de quienes buscan no conocerse a sí mismos

Dice Kierkegaard: “la desesperación es la discordancia interna de una síntesis, cuya relación se refiere a sí misma… La desesperación, pues, está en nosotros; pero si no fuéramos una síntesis, no podríamos desesperar… esta relación es el espíritu, el yo, y allí yace la responsabilidad de la cual depende siempre toda desesperación, en tanto que existe; por lo tanto depende, a pesar de los discursos y del ingenio de los desesperados para engañarse y engañar a los demás tomándola como una desgracia[3].

Quizás la protagonista que más hace patente y visible el estado de desesperación en la figura de no buscarse a sí misma es la senadora, Ingrid Blanck. La senadora va en camino directo a una candidatura presidencial, por ende, con el dolor desesperado que le produce el encarcelamiento y crisis de su hijo Francisco, intenta cubrir el delito con dos caminos públicos y directos para evadir la búsqueda de sí revistiéndola de búsqueda para ayudar a Francisco a “curar la adicción”. Esos dos caminos son, por un lado, la obstinación en sacar al hijo de la cárcel ayudando a la casa de cuidados terapéuticos de Nina y Juanjo, fingiendo así ser la madre desesperada que pide ayuda para su hijo; por otro lado, incluso informándose sobre el “paco” como toxico de gravedad mayor en nuestro tiempo y que ha afectado su vida y la de su hijo, asimismo la senadora no está dispuesta a renunciar a ninguna posición social ni política, más aún, aprovecha la situación como oportunidad de pronunciarse ante los medios masivos como un político afectado de un mal que debe ser combatido para preservar a los jóvenes.

En cualquiera de ambas formas, la senadora Ingrid Blanck en ningún momento del filme se pregunta por sí misma, por su propia condición y angustia y tampoco busca un conocimiento sobre sí y sobre su hijo que afecte su yo y le permita un cambio o salto existencial. Simplemente confía a su hijo Francisco a la casa de ayuda terapéutica, y tampoco se la ve compartir momentos de trabajo grupal con sus pares, los padres de los otros jóvenes. Ingrid Blanck emprende un camino solitario para ayudar a su hijo, intento una evasión de la cárcel y un refugio en la terapia. Ese camino solitario comprende esas dos formas de angustia: la evasión y la oportunidad política, pero no implica una búsqueda de sí misma ni una comprensión de su estado para una elección existencial. Quizás ello explique por que hacia el final de la película, cuando su hijo le confiesa la necesidad de dar un salto existencial, Ingrid no sale del asombro y hace lo imposible por contener el llanto, ante la imposibilidad de elegir por su hijo más allá de su propia desesperación.

El estado de desesperación de Ingrid Blanck, en este film, es el estado evidente de una desesperación-debilidad, pues “es debilidad de costumbre la desesperación en la cual no ser quiere ser uno mismo[4]. Aquí vemos a la senadora imbuida y desbordada en la desesperación, pero por temor al escándalo de creer (en este caso, de creer en la posibilidad de un crecimiento existencial y en el conocimiento de sí), la senadora se preserva en su rol y función públicos y sale de sí, negando su verdad en la imagen pública lo más cuidada posible y asegurando la preservación del escándalo para ella y su hijo, y en consideración de sus ambiciones políticas.

Acerca de quienes buscan conocerse a sí mismos

Hay un momento de discontinuidad claramente enunciado en el film. Se trata de una reunión grupal donde a primera vista se trataría de una reunión terapéutica de expresión de experiencias, pero que sin embargo deviene en el relato doloroso de cómo las experiencias del pasado afectaron las vidas de estos jóvenes, a tal punto de buscar soluciones en la adicción o, como en el caso de Francisco, en un amor por el que es capaz de matar.

En esa reunión encontramos a Ignacio, el sacerdote, diciendo uno de los enunciados más existenciales del guión: “en todos los tiempos de la historia, los hombres han buscado saber quienes son, todos los grandes maestros han enseñado que la búsqueda del hombre es conocerse a sí mismo”. A partir de ese enunciado existencial y para un conocimiento de sí mismo, los jóvenes comienzan a poner en palabras los inicios a un camino de verdad sobre sí. Uno de ellos se asume, en su desesperación y angustia conscientes, diciendo: “yo soy mi problema”.

El mismo Francisco se asume allí como problema, en esa reunión de relato de experiencias de vida, y como sujeto de la mirada y comprensión para otro conocimiento de las cosas, donde las cosas no determinan a los hombres sino por la relación que los hombres establecen con ellas y con otros hombres, con el mundo y la vida. Luego de una crítica a las nociones de sustancia y objetividad, y comenzando a mostrar su conciencia de sí en la búsqueda de una verdad para “salvarse”, Francisco expresa “no es Dios, somos nosotros”. Ante esa expresión, empieza lo que interpreto como el momento de desenlace del relato fílmico.

Desesperación-desafío, diríamos que es la forma con la que varios protagonistas de Paco atraviesan la angustia y su revelamiento ante la mortalidad y finitud. Kierkegaard: “quien desespera quiere, en su desesperación, ser él mismo… pero ese constreñimiento suyo de ser el yo que no desea ser, es su suplicio: no puede desembarazarse de sí mismo.[5] Los protagonistas más representativos de esta fase de la desesperación-debilidad serían, tal vez, Francisco y Belén. En rigor, lo son la totalidad de los jóvenes en tratamiento de recuperación, excepto Ignacio, quien persiste en la negación del problema y la evasión de su angustia por el goce estético de disfrutar de la droga como evasión. Pero el conjunto de pacientes, en sí, está atravesado en su totalidad por una angustia que desespera y que busca en camino de la muerte otra condición para la vida, otra forma existencial para sí mismos, otras verdades de sí que les permitan elegirse de otro modo.

Francisco y Belén son, quizás, los que más ponen en evidencia la desesperación-desafío, atreviéndose ambos a dar un salto a su fase estética de la existencia asumiendo un compromiso responsable con el amor, en el caso de Belén, y consigo mismo, en el caso de Francisco.

Por un lado, Belén viene de un largo tiempo de hospitalización donde llegó luego de la muerte de su novio en sus brazos. En el psiquiátrico, su médico abusaba de ella sexualmente y su madre-padre logra sacarla bajo orden judicial, así violentada y desesperada in extremis llega a la casa de ayuda terapéutica. Por otro lado, Francisco viene de haber producido una explosión a causa de la violación múltiple cometida en “la cocina” de droga para con su amada Nora. Furioso entre el amor y el espanto, y fuera de su consciencia bajo intoxicación de “paco”, Francisco detona la bomba y empieza un periplo de situaciones en la comisaría, la cárcel y la casa de ayuda terapéutica.

Ambos, Belén y Francisco, están “enfermos de muerte”. Ambos buscan habitar el mundo mediante un amor que les permita asumir la muerte de otro modo, pero también ambos buscan saltar de una vida de búsqueda estética a un momento de compromiso y responsabilidad para con otro. Ambos encuentran esa relación de amor en un compromiso de espera porque, a la salida de Francisco hacia su propia libertad, Belén le estará esperando para compartir lo que les queda de vida.

En la situación de Francisco, su salto existencial es un arrojo inesperado (sobre todo por su madre) a un compromiso consigo mismo. Hacia el final de la película, en el diálogo entre Francisco y su madre, él le confiesa: “yo no sé como hacer para no causarte dolor con las cosas que hago, pero falta un paso más. Mamá, yo fui consciente de lo que hice, y tengo un dolor insoportable que no se va…. Falta equilibrar lo que hice, declarando ante el fiscal. Maté gente, mamá. La vida va a seguir… y si llego a tener un hijo ¿cómo le miro a la cara?” Ante esa confesión, su madre cae en el estado más desesperado de su papel en el film y le mira sin entender. Y Francisco, en efecto, declara ante la Justicia, se asume culpable y arrepentido, y acepta 20 años de prisión en castigo por su crimen. La historia post-desenlace dice que Francisco sale de prisión a los 9 años y Belén está esperándole.

Lo cierto es que, más allá del tiempo transcurrido en la cárcel, Francisco asume su culpa, ofrece arrepentimiento, se declara responsable del delito y pide una oportunidad de condena que le permita empezar una nueva etapa de su vida, como padre responsable de su existencia en contraposición a su experiencia de hijo, de cuya desesperación familiar por evitar el escándalo, se clausuró el acceso a otro conocimiento acerca de sí que pudiera ayudar a elegir vivir para la muerte, de otro modo. Francisco elige, y salta de la desesperación de su vida estética a su elección responsable, ética y dialéctica entre lo posible y lo necesario, entre la finitud y la existencia, entre el amor y la angustia. Francisco se elige, a su modo hace de su conocimiento acerca de sí mismo un camino de verdad, de elección, una salida ética y un arrojo valiente y responsable a su existencia éticamente ahora constituida por su elección y libertad.

 

Conclusión

He intentado advertir cómo, en un film argentino, los personajes se debaten entre libertad y existencia, entre angustia y desesperación, por buscar otras verdades acerca de sí mismos y otras salidas a su condición. En algunos casos, negando su yo y la capacidad de su conciencia, en otros buscando no ser sí mismos, o buscando serlo. En todas estas formas, de las tres maneras identificadas, sale en evidencia que todos los personajes de este film de Diego Rafecas adolecen y buscan de un conocimiento verdadero acerca de sí mismos que les permita salir de la desesperación, de la enfermedad mortal por la cual en la adicción habían encontrado analgésicos a su conciencia de muerte y finitud, y de la cual saldrán buscando otras preguntas con las que cada quien, en cada caso, asumirán de otra forma su propia existencia y libertad.

 
 

[1] Kierkegaard, S. Tratado de la Desesperación, Buenos Aires: Leviatán, 2004. P. 19

[2] Diego Rafecas es cineasta y maestro Zen. Ha dirigido los largometrajes Un Buda, Rodney, Paco, Cruzadas y Ley Primera (en producción).

[3] Ob. Cit. Pp. 24-25

[4] Ob. Cit. P. 160

[5] Ob. Cit. P. 31

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