MARTA TREVIÑO LEYVA: "EL FIDEÍSMO CRISTIANO. Las modalidades de la existencia humana y la existencia de Dios"
EL FIDEÍSMO CRISTIANO
Las modalidades de la existencia humana y la existencia de Dios
El caso del filósofo danés Sören Kierkegaard es uno de lo más coherentes entre vida y doctrina del mismo –a pesar de la autodesvaloración que hace al respecto- pues su experiencia sería el caldo de cultivo fundamental –quizá más que en otros autores- para la teoría filosófica que heredaría al mundo.
Así, conceptos como el amor, la angustia, la desesperación, el sufrimiento y la fe tienen una raíz profundamente experiencial. No es nuestra finalidad hacer una reseña biográfica del autor, pues los momentos más dramáticos de su vida son ampliamente conocidos, a la vez que analizados para intentar encontrar en ellos la raíz de su filosofía –lo cual consideramos pertinente, pero no propio de nuestro estudio-; por lo tanto, sólo haremos mención algunos de los fenómenos más relevantes y dables a considerar como génesis de su pensamiento.
Mediante la influencia de su padre, hombre profundamente religioso y perturbado por el pecado, se inició en los estudios teológicos, pues éste le había suplicado en su lecho de muerte que se hiciera pastor; en cambio, las preferencias intelectuales de Soren lo llevaron a profundizarse en los estudios filosóficos y literatos. Años más tarde conoció al amor de su vida y prometida, Regina Olsen, con quien no llegó a casarse por romper, inexplicablemente, su compromiso con ella. Destacamos estos dos factores de la vida del filósofo por considerar importante, en primer término, la noción del pecado, introducida y reiterada en la conciencia del existencialista desde el seno familiar y los primeros años de su infancia, lo que sería de gran significancia para el desarrollo de sus pensamientos teológicos; en segundo lugar, la presión de iniciar estudios religiosos no sólo por la continua exposición a la doctrina protestante, sino por la petición expresa de su padre, quien aun en al momento de morir, se sentía agobiado por el peso de los pecados de sus juventud; por otro lado, el amor y frustrado matrimonio significan la lucha del filósofo contra dos de los estadios del hombre, el estético y el ético –seductor y buen marido, respectivamente- que, al ser contrapuestos ante el estadio religioso, significan un choque abrupto para la conciencia de Kierkegaard, el hombre, que, como hemos mencionado, vivía en comunión con Kierkegaard, el filósofo. Así, en la opinión de algunos, la verdadera fidelidad del pensador danés se encuentra en la conquista del tercer estadio, y siendo los tres incompatibles, la idea del matriomonio, que conllevaba la supeditación de la fe y el amor a Dios al vínculo civil, le impedía poner en práctica su doctrina de forma efectiva.
En la concepción kierkegaardiana del hombre es indispensable entender sus tres estadios. El hombre es inconcebible como una identidad generalizada y uniforme, pues, al contrario, existen posiciones, escaños, en los cuales se comprende su esencia. Los mismos son inconciliables e incompatibles entre sí, pues las características de uno repelen la esencia del otro.
El primero de ellos, es el hombre seductor. Su prototipo de hombre es el Don Juan y actúa siempre con finalidades fijas en mente, principalmente de carácter estético, pues busca la satisfacción inmediata de las necesidades, propia de la vida momentánea, frugal y fugaz; su propósito se encuentra en satisfacer sus goces. Esta faceta del hombre implica una despersonalización del individuo, pues el seductor busca perderse en el estado de ánimo que le acontezca en ese instante, ya que de lo contrario estaría solo frente al residuo de su propia existencia, el que se aleja del goce y le perturba. Aquí se aprecia uno de los pilares de la teoría antropológica de Kierkegaard y que conducirá a su concepto de fe: la desesperación. Para él, la conciencia de estar desesperado no es supuesto de su existencia en el individuo, y el hecho de que el hombre esteta guste de mudar constantemente, aborrezca la estabilidad y desee vivir en el momento que dura la satisfacción del placer, es clara manifestación de la desesperación de la que es objeto, aun desconociéndolo. El hombre situado en este estadio carece de todo deseo de proyección y trascendencia, pues sus intereses se encuentran centrados en lo temporal, y por tanto, terrenal: “Dejemos a este soñador, melancólico, con lo que tiene, anhelando melancólicamente lo que posee. No pasará de ahí, sino que se quedará clavado para siempre en su sitio, pues sus movimientos son ilusorios y, por tanto, no son nada”.
Sólo la conversión radical del hombre esteta puede llevarlo al segundo estadio, representado por el hombre ético, el buen marido. En este nivel, el hombre está sujeto a una disciplina autoinflingida, es consiente de la necesidad de comportarse conforme a las normas –jurídicas o morales-; este hombre tiene una tarea en la vida, y la seguridad de que lo que habrá que hacerse se hará, le da determinado grado de soberanía sobre sí mismo. Este estadio cuenta con una seguridad de la cual carece por completo al del seductor, pues éste vive de lo que le llega del exterior, mientras que el ético se concibe a sí mismo como tarea, objetivo a realizarse.
Por último, el estadio digno de mayor respeto y dignidad para Kierkegaard, el nivel más sublime, es el del hombre religioso. En éste se ve la preocupación del filósofo por el abismo existente entre la moral y la fe. Sus análisis se realizan, principalmente a raíz de la historia de Abraham e Isaac, mediante la comparación de cuatro posibilidades diferentes, que incluyen la negación del padre a sacrificar al hijo, aún contradiciendo la voluntad de Dios. El hombre religioso conquista plenamente su interioridad, aquí la fe religiosa tiene un papel primordial pues se enfoca en captar de forma definitiva a Dios, de dónde se desprende la otredad, pues la óptima realización del hombre se encuentra en alcanzar la fe que le permita verse reflejado a sí mismo en Dios.
En Kierkegaard, el hombre está irremediablemente ligado al concepto de la angustia, a la cual no puede sustraerse so pena de caer en su propia ruina, sea por no estar angustiados o por no aprender a angustiarse, pues el dominio de la angustia es el saber supremo.
No se crea que la angustia se genera por la influencia de sucesos exteriores, pues en el pensamiento del danés es necesario que provenga de la interioridad del hombre, que sea él mismo la fuente de la angustia. La angustia y la fe se muestran como la posibilidad de la libertad, como educadoras que permitan la consumición de las limitaciones finitas del hombre, para poder encontrarse en el plano de la posibilidad de infinitud.
Es la angustia un rasgo tan fundamental del hombre que Kierkegaard considera que la única posibilidad de no sentirla es estar ocupando el cuerpo de una bestia, o un ángel, pues esta sensación no lo rehúye en ningún momento, “ni en las diversiones, ni en medio del bullicio, ni en el trabajo, ni durante el día, ni durante la noche. ” De esta forma, la angustia inunda el ánimo del hombre y lo encamina hacia el estadio ideal, aquél en el cual la fe debe regir sus cavilaciones.
Para que la posibilidad del hombre tienda a la infinitud, es necesario que tenga fe, y esta se entiende como la certeza interior que anticipa lo infinito; el bien supremo, un bello y verdadero tesoro, la fuerza eterna. Los conceptos de angustia y fe se entrelazan al administrar el hombre su posibilidad, quien desarrollará con su auxilio la finitud que le es inherente, anegándolo de angustia hasta que el individuo las venza en la anticipación de la fe. Nadie más que ella puede dar “contraorden de la angustia sin angustia. Pero solamente la fe puede llevar a cabo esto, sin acabar por ello con la angustia; lo que hace es más bien arrancarse por la fuerza eternamente a la mirada mortal de la angustia.”
Entonces, la angustia no es solamente un perjuicio, sino que es una fuente importante de formación, principalmente religiosa, pues perfila el espíritu del hombre hacia la entereza y la comunión con el absoluto. Incluso, el filósofo sentencia que aquel que se jacte de nunca haber estado angustiado, es carente de espíritu. Esto tiene grandes implicaciones, pues aquel que no se encuentre angustiado y no esté en sintonía con su posibilidad, nunca podrá alcanzar la fe verdadera, pues la que posea será únicamente prudencia de las cosas finitas, ya que él sólo sabrá desenvolverse en esos términos, no habrá aspirado nunca a la trascendencia ni a la comunión con el absoluto, con Dios, con la Providencia. La fe que trabaje junto con la angustia dominada, irá extirpando lo que ésta cree.
Para Kierkegaard, la fe se manifiesta planamente en la historia de Abraham e Isaac. En esta, el padre se muestra absorto plenamente por su devoción divina. Dios le ha llamado para que demuestre su fe, a pesar de hacerlo mediante la exigencia del sacrificio más grande que puede hacer un padre. De esta forma, Abraham se ve sometido a tres juicios, los dos primeros terrenales: moral y razón, y el segundo divino: la fe y consecuente salvación. De esto se aprecia un tinte egoísta en el concepto de la fe. La búsqueda de la solución de la angustia, de su curación o al menos debilitamiento, tiene ligado a sí un inseparable interés personal; lo mismo ocurre cuando la finalidad de dicha fe se encuentra en la búsqueda de la salvación eterna, la perfección de la finitud, convertida en infinitud. Sin embargo, a pesar del egoísmo que se entrevé, Kierkegaard considera que no sólo se desprende esta “suprema expresión del egoísmo”, sino que también es la “expresión del abandono absoluto” pues Abraham actúa por amor a Dios.
Abraham actúa movido por una fuerte devoción divina, por un amor basado en la fe que el teólogo danés entiende el reflejo de sí mismo en Dios, contrario a quien lo ama sin fe, pues sólo se refleja en sí mismo.
Siendo que el actuar del patriarca se encontraría condenado a todas luces por el pensamiento racional de sus semejantes, es fundamental entender la separación de la fe con la razón que Kierkegaard entiende en su pensamiento y coloca el actuar de Abraham más allá del bien y del mal, pues no está siendo juzgado en planos terrenales. León Chestov plasma la separación con la razón de esta manera:
“la fe no ha sido dada al hombre para apoyar las pretensiones que tiene la razón de dominar el universo, sino para que el hombre llegue a ser dueño de ese mundo que Dios creó para él. Al hacernos pasar a través de lo que la razón rechaza como algo absurdo, la fe nos conduce hacia aquello que la razón misma identifica con lo que no existe. La razón enseña al hombre la obediencia, la fe le otorgó el poder del mundo. ”
La fe es capaz de convertir el acto irracional e inmoral del hombre, reflejado en Abraham, en un acto santo y agradable a Dios, “una paradoja que ningún razonamiento puede dominar, porque la fe comienza precisamente allí donde termina la razón.”
La desvaloración que hace Kierkegaard de la generalidad, de la intención de perder la esencia individual del hombre entre la ovejada humana, de limitar su existencia a la del colectivo, lleva al filósofo a desdeñar el juicio moral contra el que se pueda juzgar la fe. Sabemos que el fundador del existencialismo consideraba como primordial la conciencia, personificación, empoderamiento y valoración del individuo como tal; así, aquel que ha alcanzado el máximo estadio, el religioso, y que por tanto está entregado por completo a la fe, debe valorar sus acciones en esta medida, y no en las que le dicte el colectivo que atenta contra su plena existencia. Este es otro aspecto fundamental de la paradoja de la fe “en el hecho de que el individuo es superior a lo general, de modo que (…) el individuo determina su relación con lo general mediante su relación con el Absoluto, y no ya su relación con el Absoluto, mediante su relación con lo general”.
Esta renuncia al mundo de lo racional y lo moral, planos en los que el hombre se encuentra acostumbrado a desplazarse, implica un salto al vacío desde fe. El hombre abandona su perspectiva finita, angustiada, insegura, en aras de encontrar la infinitud y seguridad de lo divino. Este es el último salto que debe realizar el hombre que ya se encuentra en el estadio religioso.
En esta historia bíblica, se reitera el individualismo propio del hombre, manifestado en el silencio absoluto que Abraham mantuvo de su designio divino, actuando aun contra lo más importante en la tierra para él, su familia.
La fe, en cambio, no busca probar la existencia de Dios. Intentar demostrar su existencia, la presupone, pues es imposible probar lo inexistente. Además, Kierkegaard entiende que la inexistencia de Dios anularía la existencia humana, pues todo sería imposible sin él, ya que el hombre se ubica exclusivamente en el ámbito de lo posible.
La fe entonces, se presenta como la salvación del hombre. Los estadios implican una evolución necesaria hacia la plenitud del individuo que sólo puede realizarse en el más perfecto de ellos: el religioso; donde, además, el hombre debe abrazar la idea de la angustia como inherente a su esencia, y comprender que entre más grande sea el individuo, mayor angustia sufrirá. No debe perderse en la creencia de que esta angustia sólo le traerá dolor, pues debe aprender a controlarla y a ser conducido pro ella hacia la fe, que lo liberará y dirigirá hacia la trascendencia y comunión con el Absoluto.
La fe es una renuncia a lo terrenal y conocido, a lo que aparta a la persona de su individualidad; así, la fe no sólo busca la excelencia del hombre, reflejada en la infinitud, sino que además pretende reivindicar su singularidad haciéndolo consiente de sus circunstancias, anhelos y angustias.
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