Jamie AROOSI*: "El lujo de la moderación política"
St. Olaf College - Northfield - Minnesota
 

La falta de imaginación moral puede hacer que las acciones profundamente éticas parezcan crímenes.
La "Carta de la cárcel de Birmingham" del reverendo Dr. Martin Luther King Jr. fue escrita como respuesta a un grupo de miembros del clero "moderados blancos" que afirmaban apoyar al movimiento de derechos civiles, pero que también habían llamado al activismo del Dr. King, tanto "imprudente como inoportuno". Para estos moderados, los activistas de derechos civiles no eran valientes adversarios de una sociedad horriblemente injusta, sino "agitadores externos" sin ley, que amenazaban la tranquilidad del status quo. Y así, en lugar de felicitar a estos activistas, los condenaron y culparon del estallido de violencia a su resistencia a Jim Crow en lugar de a Jim Crow en sí.
En su respuesta a sus llamados a un cambio lento y gradual, el Dr. King hizo una afirmación provocativa: argumentó que estos moderados blancos eran una amenaza potencialmente mayor que los miembros del Ku Klux Klan. Mientras que la “mala voluntad” de los segregacionistas rabiosos  era abierta y, por lo tanto, podría ser combatida, “la comprensión superficial de las personas de buena voluntad” amenazaba con enervar el movimiento de derechos civiles en la aceptación de un status quo intolerable. Para King, la moderación frente a la injusticia podría haber sido un problema peor que la injusticia misma.
Medio siglo después, nosotros nos encontramos, a nivel nacional y mundial, en una crisis similar, posiblemente más divididos que nunca. Quienes luchan contra la desigualdad, el sexismo, el racismo y la xenofobia se enfrentan a una oposición reaccionaria arraigada y cada vez más envalentonada. Entre ellos, se encuentra nuestro equivalente actual del "blanco moderado" del que hablaba el Dr. King. Y estos moderados, con su enorme poder político y su nostalgia por un statu quo perdido, representan de manera similar una mayor amenaza para el progreso que los reaccionarios.
Como en el pasado, el moderado de hoy en general no es víctima de las injusticias contemporáneas. Si bien muchos moderados reconocen la existencia de estas injusticias, su relativa comodidad les permite darse el lujo de negar su severidad. En los Estados Unidos, ha surgido una serie de políticas y movimientos que prometen ayudar a aliviar estos problemas: Medicare para todos, la cancelación de la deuda estudiantil, la eliminación de ICE y el Green New Deal, y Black Lives Matter y el movimiento #MeToo. Pero como en la época del Dr. King, el moderado de hoy solo habla de labios para afuera de los objetivos generales de estas políticas y movimientos, al tiempo que condena su estridencia. Para ellos, esta estridencia, en el potencial vuelco de su cómodo status quo, parece una amenaza mayor que la injusticia que se propone encarar.
Como lo entendió el Dr. King, el problema que estaba enfrentando, y que ahora enfrentamos nuevamente, es el problema de la imaginación moral. Los moderados pueden tener la "buena voluntad" que los lleva a reconocer la injusticia, pero su mucha moderación es indicativa de una "comprensión superficial" que se vacía del dolor de quienes sufren actualmente. Para estos moderados, la injusticia es un asunto ajeno, un problema abstracto que resolver. Su respuesta, entonces, carece de la urgencia que traería un verdadero entendimiento. Aprender a expandir su universo moral  —aprender a convertir a los oponentes en aliados— es un problema tan apremiante como siempre.
Hace casi dos siglos, Søren Kierkegaard abordó este mismo problema. En su obra "Temor y temblor", hizo todo lo posible para alabar al bíblico Abraham por su aparente disposición a sacrificar a su hijo Isaac. Y aunque el elogio de Kierkegaard hacia Abraham ha llevado a un número no pequeño de malas interpretaciones, dado lo horrible que parece ser, Kierkegaard no estaba sugiriendo que nosotros también deberíamos estar dispuestos a cometer un acto tan obviamente terrible. En cambio, como la "Carta de la cárcel de Birmingham" del Dr. King ayuda a revelar, Kierkegaard usó esta historia para demostrar cómo, para aquellos con una imaginación moral más limitada, las acciones que son profundamente éticas a menudo pueden parecer el mayor de los crímenes, como si estuviéramos dispuestos a sacrificar lo que es más querido.
Como comprendió Kierkegaard, por lo general hacemos juicios desde el punto de vista de la ética convencional en la que nos educamos, pero esta ética siempre está vinculada a la sociedad particular que habitamos. Y aunque Kierkegaard se dio cuenta de que nuestra ética social particular podría contener una medida de la verdad, tal vez incluso una gran parte, nuestra adhesión a ella a menudo no es auténtica. Es decir, con frecuencia, actuamos éticamente porque hemos sido socializados en una cosmovisión ética particular y no porque tengamos compromisos éticos subyacentes más profundos.
Esto significa que puede haber acciones éticas que quedan fuera de nuestro horizonte ético. Pero como cada uno de nosotros ha sido educado para creer en la supremacía de nuestra realidad ética —cada uno de nosotros cree que nuestros valores son los verdaderos— la mera sugerencia de que una realidad ética se encuentra más allá de nuestro horizonte amenaza con socavar nuestra visión del mundo. Entonces, aunque es fácil decir que Abraham es un criminal, porque este es un juicio que podemos hacer desde nuestra visión ética del mundo, es más difícil aceptar la posibilidad de que no lo sea —porque eso requiere que aceptemos que nuestra visión del mundo podría tener límites. En consecuencia, incluso la más pequeña de esas transgresiones amenaza la integridad de nuestro mundo. Y tiende a provocar las respuestas más despiadadas.
Varios años después de escribir "Temor y temblor", Kierkegaard escribiría lo que generalmente se considera su ética "madura", en el bien titulado libro "Las obras del amor". A diferencia de las distintas formas de ética social que dependen de nuestra conformidad, para Kierkegaard , el amor es la expresión más profunda de nuestro sí mismo auténtico. Y cuando aprendemos a amar, lo que amamos es este sí mismo auténtico en los demás. Cuando actuamos por amor, no estamos motivados por la fidelidad a un conjunto particular de valores sociales, sino por un vínculo auténtico que une a todos los individuos sobre la base de nuestra humanidad compartida.
En el anterior “Temor y temblor”, Kierkegaard se da cuenta de que el amor es necesariamente transgresor. Al renunciar a la motivación ética convencional de la conformidad social, el individuo amoroso está motivado por un sentido de amor que ha descubierto dentro de sí mismo. Cuando las demandas del amor se ajustan a las normas sociales, tal individuo puede parecer que las obedece; pero cuando su amor entra en conflicto con lo que dicta su sociedad, se levanta el velo y se revela su motivación ética alternativa. Como Friedrich Nietzsche escribiría unas décadas más tarde, "Todo lo que se hace por amor siempre ocurre más allá del bien y del mal". Para aquellos cuyas acciones permanecen regidas por una adhesión a las normas sociales, la existencia misma del amor representa una amenaza existencial.
Para muchos de la década de 1960, los moderados blancos parecían estar, por cierto, actuando éticamente. Pero en opinión del Dr. King, estaban traicionando a sus semejantes al elegir la obediencia a las normas sociales por encima de una forma superior de justicia, informada por el amor. Si estos moderados sólo pudieran encontrar el amor que los uniría auténticamente a sus semejantes, les revelaría "los profundos gemidos y anhelos apasionados de la raza oprimida". Y con su universo moral tan ampliado, en lugar de defender el status quo, estos ahora antiguos moderados reconocerían la necesidad de romper "amorosamente" las "leyes injustas".
Kierkegaard, también, ante la naturaleza transgresora del amor, quería que sus lectores se dieran cuenta de que tenemos una opción. Por un lado, nuestro miedo a la transgresión podría llevarnos a aferrarnos aún más al statu quo, al encontrar el consuelo que brinda la conformidad. Pero, por otro lado, podríamos encontrar el coraje para aplazar el juicio, porque la realidad no siempre es lo que parece. Y si encontramos este coraje, también podríamos encontrar una manera de expandir nuestra imaginación moral para que podamos ver los profundos lazos de amor que unen con frecuencia a quienes luchan por la justicia social, política y económica.
Para que esto suceda, tenemos que saltar más allá de los estrechos límites de nuestro mundo con la vaga esperanza de que más allá hay algo más. Y si bien podemos llamar a este salto por muchos nombres, para Kierkegaard, su verdadero nombre era fe.
 
Jamie Aroosi es investigador principal de la Biblioteca Hong Kierkegaard en el St. Olaf College y autor de "The Dialectical Self: Kierkegaard, Marx, and the Making of the Modern Subject".


Este artículo fue publicado originalmente en The New York Times philosophy series, The Stone, el 30 de octubre de 2019.

(Traducción del inglés: Anna Fioravanti)

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